QUE la Argentina está
en crisis un secreto a voces. No se precisa seguir
a los economistas en sus prolijas investigaciones
para admitir lo que es una verdad inconclusa.
Pareciera además que el diagnóstico pese a su
gravedad ha terminado por familiarizarnos con el
mal. Una creciente dosis de resignación nos lleva
todos los días a explicar la enfermedad y a
señalar con certeza los estragos que en forma
creciente hará en el agónico organismo del País.
La inmensa mayoría es
consciente de que hay que intervenir de urgencia
si se quiere revertir el proceso. Que ello es
factible, no se duda, porque las reservas de la
Nación permiten ser optimista. Por otra parte va
nadie se atreve a sostener que las actuales
estructuras alentarán la evolución favorable. Sólo
una minoría ensaya temerosas dosis homeopáticas.
El interrogante por tanto se plantea en términos
inexorables: ¿Por cuál camino salir?
Admitida la gravedad
de la crisis y desechada la tendencia
conservadora, quedan en pie dos respuestas: O se
va derechamente a la revolución y por tal
entendemos la toma del poder por las armas,
apelando a la violencia, o bien se va a contenidos
revolucionarios de cambios por caminos legales.
La palabra revolución
seguramente es una de las más empleadas en el
argot político. Cuando se quiere enfatizar una
posición de avanzada se la califica de
revolucionaria. Pero cuando se profundiza el
concepto, las más de las veces se cae en cuenta
que se está en presencia de una pirotecnia
oratoria. Es más redituable usar el detonante
aunque la explosión se asemeje al fuego de
artificio.
Revolución en términos
militares tanto como en el plano político,
consiste en la neutralización del subsistema de
coerción anterior que rescaldaba el "statu quo" y
sus autoridades mediante los nuevos subsistemas
coercitivos que apoyan la revolución con la
consiguiente expulsión por la fuerza de las
autoridades y el traspaso del poder y la autoridad
a manos de los nuevos dirigentes.
La historia
contemporánea de esta Argentina conflictiva nos
dice que el País ha preferido encarar sus
problemas por medios pacíficos. Los hechos de
armas en las últimas décadas comenzaron por ser
negadores de la integración política y terminaron
por ser sostenedores del privilegio en lo interno
y de la dependencia en lo externo.
Se sostendrá que la
revolución prometida es de distinto género y que
las armas serán empuñadas por el Pueblo. Pues
bien, la conquista del poder por medio de la
revolución, tal como se dio en Cuba, permite
afirmar que en un futuro cercano predecible ni
contando con organizaciones heroicamente
dispuestas al sacrificio, ello sería factible.
Marx subrayó que la
revolución es el resultado de la acción y la
decisión humana pero sólo puede llevarse a cabo
con éxito cuando las condiciones internas de un
sistema hacen imposible el mantenimiento de su
régimen social.
Por cierto que no es
esta la situación del país. Acá la movilidad
social está reclamando un mayor participacionismo
en los centros de decisión y la mentalidad
transformadora de las organizaciones gremiales y
empresarias especialmente, posibilitan las
reformas profundas reclamadas. Asimismo las
fuerzas políticas aceptan en su mayoría dirimir
sus diferencias a través del comido.
Yrigoyen y Perón
Todo ello nos está
demostrando que no está agotada la instancia
reformista aunque sí está trabada por la
estratificación de sus estructuras. Si analizamos
al peronismo, llegaremos a la conclusión que nunca
fue un movimiento que aspiró al poder a través de
la revolución. Fue gobierno por el comicio y
durante dieciocho años no abandonó la idea de
volver a tomar el poder por el camino de la urna.
Seguramente de haber ensayado la otra alternativa
o sea el camino de la revolución hubiese sellado
su suerte dentro del mayor fracaso.
Perón se propuso y lo
logró llegar al poder por el consenso del pueblo y
no por la decisión de un hecho de armas. Pudo ser
el jefe de la insurrección pero prefirió ser el
conductor del proceso.
Recientemente
desoyendo tentadoras propuestas de propios y
extraños para asumir el gobierno directamente, sin
comicios, arriesga y elije el camino de la urna.
Se muestra así tan empecinado como Yrigoyen en la
defensa de la legitimidad del poder. Hoy su
partido se muestra empeñado en abrir nuevos cauces
legales en procura de plasmar la unción nacional.
La instancia muestra nuevamente al peronismo
luchando por afianzar el proceso reformador que
siempre inspiró su filosofía política.
De los dos caminos
dicotómicos a recorrer para salir de la crisis, no
hay ninguna duda que el peronismo prefiere
invariablemente la alternativa de los cambios con
contenidos revolucionarios, por canales legales.
Por cierto que no hay
tres caminos. El tercero convertido en atajo es
insinuado por los grupos tradicionalistas o los
reformadores tibios y ambos ya son piezas de
museos.
REDACCION
09/1973
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