ANA DE LOS
MILAGROS
ELLA ES ANA
SOKOL, Y NACIO EN UCRANIA, Y ES PELUQUERA
EN UNA MODESTISIMA PELUQUERIA DE LA CALLE
25 DE MAYO, Y ES MUY ALEGRE, Y TIENE
GENIO. ESE GENIO ESTA EN SUS ADMIRABLES
CUADROS, MUESTRA DE INGENUIDAD Y TERNURA.
ANA SOKOL VIVE EN BUENOS AIRES, Y GENTE
COMO MANUEL MUJICA.LAINEZ Y EL
PSICOANALISTA ENRIQUE PICHON RIVIERE LA
ADMIRA Y TIENE OBRAS SUYAS. ASOMESE CON
NOSOTROS A SU MUNDO.
Al 700 de 25 de Mayo
—antes de llegar a Córdoba—, entre hoteles de
zaguanes verdosos, entre restaurantes que
comenzaron con precios muy bajos y terminaron
siendo carísimos bajo la batuta de las modas,
entre refugios de marineros sedientos, viven
Ana Sokol y sus figuras, que conocen una sola
luz: la de la inocencia. —¿Qué prefiere:
pintar o cortar el pelo? —Cortar el pelo,
hombre, qué pregunta. —¿Por qué? —Porque
cortando el pelo como todos los días. Cobro
trescientos pesos. O doscientos, si el que
viene tiene poca plata. —¿Dónde nació, Ana?
—En Ucrania, cuando estaba dominada por
Austria. Hablábamos el idioma nuestro y
también el alemán. Recuerdo, por ejemplo, que
papá nombraba todas sus herramientas en
alemán. Era herrero papá. Muy buen hombre, muy
lindo, muy alto era papá. Y algunas noches
tocaba el violín. —¿Y usted, Ana? —¿Yo
qué, hombre? —Usted cómo era allá, en
Ucrania? —Es cosa de risa lo que preguntas.
hombre. Yo era nueva, joven. Pero trabajaba
mucho todo el día. Las mujeres hacíamos las
cosas pesadas: pintar paredes, cortar madera,
todo eso. —¿Cómo decidieron venir a la
Argentina? —Estábamos tristes con el asunto
guerra. Papá se iba a guerra y no volvía.
Después volvía y bueno, no teníamos plata ni
nada. Con el pelo largo —color miel—
ordenado en un rodete, Ana Sokol mantiene, a
los sesenta y ocho años, una sonrisa casi
adolescente. En la peluquería se amontonan,
junto a un mate del día anterior, una bolsa de
pan y un atado de remolachas ("Para preparar
«borscht». una sopa que tomo todos los días"),
los cuadros asombrosos, nacidos de una
imaginación que nada ha contaminado. —Mira
éste: "La bella y la bestia". Más linda la
bestia que la bella. —¿Más linda? —Sí,
porque bestia es natural; bella, artificial,
sofisticada. —¿Y éste? —Profesor de
piano que toma mano de alumna. ¿Qué pretenderá
el pícaro? —¿Toda esta gente a la orilla de
un río en este otro? —Se bañan y miran a
los cisnes enamorados. ¿Qué piensan de los
cisnes? —No lo sé, Ana. —Se los quieren
comer asados. Gente no siempre es buena. Mira
a Cristo en la pared. Está muy serio por la
maldad del mundo. Yo me protejo de la maldad
leyendo mucho los Evangelios. Ana tiene dos
hijos. El varón sigue la carrera militar. La
mujer se jubiló después de ayudarla durante
años en la peluquería que habitan los colores.
"Se separó de marido y tiene angustia. Pero la
están tratando y se pondrá bien. Pichón
Riviére se encargó antes que nadie de curarla.
El es amigo mío y tiene cuadros. Mira arriba,
hombre: ;ves ese hombre con pipa? Es Pichón
Riviére. Llegó al país en el 29. Comenzó a
trabajar de peluquera en el 35. Supo, hace
siete años, que en alguna Darte de su espíritu
dormía la posibilidad de dar a luz sus
criaturas, bellas, elementales, luminosas.
—Vinieron Leonar Vasena y Niní Gómez, que
estaban haciendo exposición. Primero me
preguntaron por qué era peluquera. Les dije:
"Paisano mío me enseñó oficio y aprendí bien".
Después vieron que había pintado el espejo con
flores porque estaba húmedo y miraron un
cuadrito. Me dijeron: "Tienes una riqueza
encerrada y no lo sabes". Más tarde vino
Mujica Láinez, me compró cuadros y escribió
cosas lindas, nombrándome. También compraron
Federico Frías —le hice un cuadro con su barba
y todo—, Silvina Bullrich, muchos. —¿Cuánto
valen? —Algunos diez mil, otros veinte,
porque son grandes y tienen marco importante.
—¿Tiene muchos compradores ahora? —No,
pocos. Uno o dos por mes. —¿Y clientes en
la peluquería? —No me hables, hombre. Antes
venían montones. Portuarios, extranjeros.
Ahora muchos hippies en la zona. Se cortan,
pero poquito, y me dicen: "Ana, cuidado, no se
pase, no me deje pelado". Hippies no tienen
plata y tengo que cobrarles barato. —¿Pinta
todos los días? —Pinto cuando tengo ganas.
Me vienen, me vienen y me pongo a pintar. Casi
siempre temas bíblicos. Cristo, los Apóstoles.
Mira aquí, hombre: "La Ultima Cena". ¿Lo ves a
Judas con su bolsita de dinero? Es un
diablito. —Allí veo un diablo en uno de los
cuadros. ¿Por qué está hecho en negro?
—Porque es un diablo extranjero. En Europa son
así. Ana Sokol está envuelta en una
burbuja. Parece que la ciudad no la toca, que
en cada momento la flanquean ángeles
invisibles: Seguramente es así, aunque Ana no
lo sepa, aunque no charle con sus ángeles. Es
muy difícil dudar que ellos están a su lado
cuando empieza a cubrir telas o cartones con
pintura. —Y esa escena de montaña, ¿dónde
sucede? —Aquí no. Debe ser en otra parte.
Yo pinto sola, sin mirar nada más que lo que
tengo en la cabeza. Siempre pinto a la noche,
con gente que me mira por la vidriera de la
peluquería. Si son conocidos, los dejo entrar.
Si no, no. Pueden ser ladrones. —¿Vive
sola? —Sola. Soy viuda de marido vivo. El
es celoso y se fue porque yo era muy, pero muy
linda. Ahora soy vieja. Se equivoca Ana,
porque tiene, y tendrá siempre, los años de un
niño que mira el mundo y los traduce con ojos
que relampaguean pureza. Montañitas, ríos
celestes, mujeres de pelo interminable,
príncipes que se enhorquetan en caballos
blancos, tigres que recorren silenciosamente
selvas cerradas y que muestran dientes que no
pueden ser feroces porque se ríen. Un
canario inexplicable que no quiere escapar
revolotea por la peluquería. La calle está
mojada por la lluvia. —¿Quién iba a decir
que Ana pintaría cuadros? Nadie, te lo
aseguro, hombre. Pero voy a pintar hasta que
un día ya no viva. Entonces los cuadros de Ana
van a valer mucho. Es una ley, hombre. Van a
decir: Ana ya no puede pintar, ya no es como
antes, cuando todos los días podía hacer uno.
Ahora las manos de Ana se murieron. A Leonor
Vasena le pasó eso, hombre. Cuando murió, todo
el mundo quería cuadros de Leonor. —¿Eso la
entristece, Ana? —No. A mi me gusta estar
alegre. Cuando llegue el momento, diré adiós y
me iré tranquilamente. ¿Vas a venir a cortarte
el pelo con Ana? —Sí, claro que si. Esa
noche, en medio del frío de Buenos Aires, Ana
Sokol se sentará una vez más frente a una tela
y la llenará sin apuro con sus hombres y
mujeres, con sus santos, con sus animales. Tal
vez sospeche que, de algún modo, bañada por la
soledad, esa actitud se parece a dialogar con
algo que bien podría llamarse Dios. MARIO
MACTAS Fotos: Aldo Alessandrini Revista
Gente y la actualidad 01/07/1971
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