VEA, da gusto
tratar con gente como usted, que entiende el
problema. A fin de cuentas, nosotros cumplimos
órdenes.
Les había dado café, al
subcomisario y los dos oficiales. Cigarrillos,
también, y hasta fuego. Uno de ellos escribió a
máquina el acta, cuyo estilo —gajes del oficio—
intenté corregir. Era un martes a la tarde,
pasadas las ocho, y los tres hombres vinieron a mi
oficina invocando un Decreto del que sólo conocían
el número y que, desde luego, no llevaban encima.
Máxima autoridad
presente, me di por enterado que el Gobierno
requisaba la edición 345 de Primera Plana y había
decidido clausurar la revista. En aquellos tiempos
—andábamos por el segundo, el "social"—, el
Gobierno no mantenía buenas relaciones con nadie,
ni siquiera con el idioma. Entre el
"re-dimensionamiento" de las empresas y la
"compatibilización" de los factores sindicales
—sobre todo, los "participacionistas"—, le quedaba
lugar para "clausurar" letras de molde.
Acompañé al
subcomisario y los dos oficiales hasta la puerta
del edificio: había fotógrafos, cámaras de
televisión. Me sentí importante: los colegas se
acercaron a pedirme declaraciones. Sólo pude
decirles que había un Decreto, un acta policial de
la que no me dejaron copia, y una "clausura" en
virtud del Estado de Sitio declarado un par de
meses antes.
"La ofensiva de
Lanusse", rezaba la tapa de la edición vetada. El
artículo central daba algunos pormenores del
frustrado "alzamiento Labanca" y las sanciones que
el Comandante del Ejército estaba adoptando contra
los conspiradores. También incluimos una
entrevista con el entonces Presidente, de cuyo nombre no
quiero acordarme, quien se congelaba con su esposa
en el Sur.
La entrevista terminaba
con esta frase, palabras más, palabras menos: "Si
el general Lanusse quiere hacerme un planteo, que
espere hasta el lunes". No fue el lunes 5 de
agosto, es verdad, y aun Lanusse evitó el planteo
en busca de la destitución lisa y llana: pero echó
al Presidente un lunes, diez meses después. Tal
vez Lanusse leyó aquella entrevista...
Nunca supimos por qué
la autocracia cerró Primera Plana. Según el
Ministro del Interior, por difundir informaciones
erróneas, que estimulaban el caos. Cuando el Juez
pidió explicaciones, no se le dieron. La Cámara
tampoco las obtuvo, y la Corte Suprema siguió en
la misma ignorancia. El Juez absolvió a Primera
Plana, la Cámara dio marcha atrás y la Corte —ese augusto tribunal que
desde setiembre de 1930 se afana por respetar los
derechos del ciudadano— la apoyó.
A la semana siguiente
sacamos el primero y único número de Ojo: el
Gobierno decidió taparlo. Más tarde, dividimos los
esfuerzos entre Señoras y Señores (artes,
espectáculos, vida cotidiana) y Periscopio, sábana
insoportable con notas generales. Después,
reunimos a los dos hijos con el mismo formato que
la viuda y con el título Periscopio (¡qué obsesión
visual!).
Nuestros abogados y
directivos superiores hicieron una campaña heroica
por "la libertad de prensa" y hasta llegaron a la
SIP, en Washington, enfrentándose allí con un ex
capitán de la Marina, que hace poco aspiró a la
Presidencia. Era una campaña vana, porque ¿cómo
exigir esa libertad a un Gobierno ilegal, e
ilegítimo, que había empezado por suprimir la
autodeterminación?
Hoy se ve claro que el
cierre de Primera Plana fue un hecho injusto, pero
también premonitorio y hasta necesario, quizás.
Premonitorio, porque anunciaba el fin de las
"revistas de noticias", que habían parado en una
suerte de caricatura de sí mismas, aun la nuestra.
Necesario, porque estaba indicando la necesidad de
que esos semanarios bonitos y de reverberante (¿o
coruscante?) lenguaje, tomaran una posición
política, lo cual no implicaba, desde luego,
adherir a una de esas tribus oligárquicas que se
llaman partidos.
No fue grato para mí el
cerrojazo. Estaba en Primera Plana desde los
comienzos (noviembre de 1962) y, gracias a un
equipo formidable, pudimos lanzar ediciones
realmente medulosas, renovando un periodismo
anquilosado y hasta los hábitos de lectura y
publicidad.
Abundaron los errores:
no defendimos el Gobierno Illia —acaso el mejor
del último cuarto de siglo—, no censuramos el Plan
Krieger Vasena, no detuvimos la mistificación de
la Nueva Novela Latinoamericana. Sin embargo, creo
que el saldo fue beneficioso, porque rehuimos el
sectarismo, aceptamos la pluralidad y describimos
la historia con pasión pero también con honradez,
al menos, la honradez de cada uno: en Primera
Plana no imperaba la censura previa.
Doy fe, además, de que
nunca vivimos de prebendas oficiales o subsidios
aportados por grupos de intereses. Nunca ocultamos
que la nuestra era una "revista comercial", esto
es, que obtenía sus entradas de la venta de
ejemplares y espacios de publicidad.
Así que, naturalmente,
aquella clausura me invadió de tristeza y de ira.
No olvidaré la lucha por la supervivencia, con
sueldos atrasados en una Empresa que había
obtenido ganancias nunca vista en la industria
periodística, con el Gobierno atravesado en el
Periscopio. En junio de 1970, caído el Presidente,
auspiciamos salir a la calle con el viejo título:
el Gobierno interino iba a respetar "la libertad
de prensa", sin castigarnos.
Pero los directivos
superiores no se animaron —¡como si tuviesen tanto
que perder!—. Continuaron pregonando la bancarrota
y a la espera del perdón, que se demoró hasta
setiembre. Y entonces, en lugar de mantener
Periscopio y sus 40.000 ejemplares, reservando
Primera Plana para instantes mejores, volvieron a
sacar la viuda a la calle. Como es obvio, nunca
lograron vender 40.000 ejemplares de la nueva
Primera Plana.
En el verano de 1971,
ya renunciado, los directivos superiores
prescindieron de mí. Un año después, otros
prescindían de ellos. Tal vez por estos cambios,
aún me deben 3.500 pesos. Aprovecho para
recordárselos: es un convenio judicial.
______________
EL GRAN EQUIPO
LA revista Primera
Plana —fundada por Jacobo Timerman en noviembre de
1962— fue editada hasta la clausura de 1969 por
Victorio I. S. Dalle Nogare, quien logró durante
esos años mantener un excelente staff. Ese equipo
(que no fue sólo periodístico, sino también
futbolístico) se dispersó; pero la mayoría de sus
integrantes pasaron a ocupar cargos de importancia
en otras empresas. Ramiro de Casasbellas es ahora
director de la agencia Latín; Julián Delgado de
Mercado; Norberto Firpo de Siete Días; Alberto
Borrini de Gestión; Roberto Aizcorbe de El Burgués
y Hugo Gambini de Redacción. Ernesto Schóó es
subdirector de Panorama y Sergio Morero de Siete
Días (internacional). Tomás Eloy Martínez hace el
suplemento de La Opinión y Osiris Troiani es
corresponsal de cuatro editoriales extranjeras.
Ricardo Frascara y Mario Sekiguchi conducen la
redacción de Mercado; Francisco Juárez la de Siete
Días; Marcelo Capurro la de Gente; Carlos Russo la
de Redacción y Roberto García la de Competencia.
Enrique Bugatti maneja el equipo parlamentario de
Clarín; Julio Ardiles Gray, Fanor Díaz, Felisa
Pinto, Silvia Rudni y Mario Bohoslavsky elaboran
distintas secciones de La Opinión; Alberto Laya
dirige la sección deportes de La Nación, y
Hermenegildo Sábat ilustra Clarín. Otros se fueron
al exterior: Carlos Hirsch es jefe de prensa del
BID en Washington y Roberto Socol gerente de
producción de un canal de TV en San Pablo; Julio
Algañaraz es corresponsal de Clarín en Roma y
Armando Puente de Editorial Abril en Madrid. Jaime
González Cociña ahora fotografía para Editorial
Atlántida, y Carlos M. Rodríguez aplica todo su
arte en Redacción. En el camino quedaron el
archivo de Manuel Olveira, el anecdotario de
Francisco Rojo Anglada y Toni Hiller, los vales de
Julio Belaich y Omar De Benedictis, los negativos
de Jorge Miller, las galeras de Dardo Batuecas,
Alberto Ortiz y Héctor Carreira, los chistes de
José Derasner, las sugerencias de Juan Carlos
Toer, las galletitas de Doris Knopp y las
camisetas del Pripla.
Revista Redacción
agosto 1973
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