Tales palabras no son
los enunciados de algún severo profesor, de un
sesudo intérprete de problemas filosóficos. Las
frases fueron pronunciadas por un joven de veinte
años, Roberto Jorge Martínez, ex estudiante de una
Escuela de Educación Técnica en la especialidad
Electrónica. Actualmente, Martínez se desempeña
como despachante de Aduana ("tuve que abandonar la
escuela por distintos problemas, los horarios no
coincidían, tenía que ganarme la vida") y es el
cerebro del Instituto Civil de Tecnología Espacial
de la Argentina, un nombre pomposo y promisorio
para un gran galpón ubicado en las afueras de
Buenos Aires, donde un puñado de muchachos de
quince a veintidós años trabajan desde hace un año
en distintos problemas relativos a cohetería.
Las preocupaciones de
Martínez en relación a la trascendencia del ser
humano datan de años atrás. En 1957, el
lanzamiento de un cohete, el "Martín Fierro", lo
impulsó a encauzarse definitivamente en la
cohetería como un medio para conocer "todo lo
desconocido". Empero, Martínez cree que esa meta
final es difícilmente alcanzable: "Si eso
ocurriera, seríamos dioses y entonces el hombre no
tendría ya razón de existir". Tales reflexiones no
inhibieron a Martínez, quien paulatinamente se fue
rodeando de un grupo de gente joven, interesada
como él en la cohetería —aunque por distintos
motivos—, y así empezaron a trabajar.
El primer fruto de un
año de trabajo ha sido "Leopardo AX1", un cohete
que lanzarán al espacio con un pequeño transmisor
y "Susanita", una pequeña rata blanca. El cohete,
que tiene dos metros de largo, 8 centímetros de
diámetro, 48 de envergadura entre sus aletas y un
peso de 12 kilogramos, les ha costado alrededor de
los 35.000 pesos, suma esta que Martínez y su
equipo han logrado en base a sus esfuerzos y
ahorros personales. El "Leopardo" se elevará a
unos 5 kilómetros, luego de su lanzamiento (en un
ángulo de disparo de 80 grados) desde una rampa
móvil, por medio de un sistema de encendido
eléctrico. Sus fines, según Martínez, son
principalmente de capacitación para quienes lo
realizaron ("creemos que somos capaces de esto y
de mucho más, pero debemos demostrarlo"). Desde
tierra recibirán la onda radial del cohete, y
además podrán seguirlo visualmente por medio de un
aparato inventado por ellos mismos, llamado
"grafómetro".
El grupo fundamental
del Instituto, además de Martínez, está formado
por Juan Carlos Ciuzio, Daniel Gómez, Julio
Echeverría, Juan Ayala, Miguel Antiñolo, Alfredo
Vozzi, Rubén Padilla y Osvaldo Bettachini. Todos
ellos, además de su fundamental interés en la
cohetería, tienen intereses y gustos de distinto
tipo. Algunos, incluso, han realizado
anteriormente otras experiencias en cohetes.
Echeverría, Vozzi y Bettachini (todos de 16 años),
por ejemplo, se conocieron en Caballito, y se
hicieron amigos no tanto a causa de eventuales
encuentros futbolísticos, cuanto por su afinidad
de gustos, que rápidamente los llevó a fabricar
cohetes de sesenta centímetros y transmisores de
onda fija.
Otros de los
integrantes tienen gustos muy característicos.
Juan Carlos Ciuzio, de 20 años, estudiante de
segundo año de ingeniería, es apasionado de dos
cosas: el problema de los combustibles sólidos en
relación a la cohetería, y la lectura. Confiesa
que lee de todo y continuamente: libros buenos,
regulares y malos, tratando de extraer de todos
ellos alguna enseñanza. Entre los malos coloca a
las que llama "novelas rosas y de vaqueros", y
duda en incluir o no a Henry Miller. Se confiesa
asimismo un devoto lector de la Biblia, tratando
de confirmar una tesis según la cual el hombre
habría llegado a la Tierra desde otros planetas.
Ciuzio, además, es en el grupo el perito en
cálculos de todo tipo. Gómez (el mayor: 22 años,
bancario, autodidacto en materia electrónica) se
ocupa de dibujar los modelos y dedica el tiempo
que su empleo y los cohetes le dejan, en
profundizar materias como filosofía oriental y
psicología.
PRIMERA PLANA
3 de diciembre de 1963
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