En los primeros días
de abril, canal 13 lanzará al aire el episodio
inaugural de 'La noche de los grandes', ciclo
dirigido por David Stivel y que contará con la
participación, según la promesa del título, de los
astros y asteroides más cotizados del país. Los
nombres de Tita Merello, Sergio Renán, Luis
Sandrini, Pepe Soriano, María Rosa Gallo, Alfredo
Alcón, Leonor Manso —difíciles de conciliar
aparentemente— serán, entre otros, los que
nutrirán la cartelera del programa: una serie de
episodios unitarios escritos, si los pronósticos
no mienten, por los guionistas más agudos del
medio. El tape de la primera noche grande se grabó
entre las 8 de la mañana del sábado 22 de marzo y
las 4 del día siguiente, agotadora jornada
necesaria para que —en el mejor estilo Stivel—
quedaran ajustados y perfeccionados los últimos
detalles de 'Los huéspedes', cuyo libro original
pertenece a Carlos Somigliana y que congrega, en
el plano actoral, a cinco luminarias: Sergio
Renán, María Rosa Gallo, Alfredo Alcón, Leonor
Manso y Luisina Brando.
QUE GANE EL PEOR. En
la tradición del grotesco y el sainete,
enriquecida por la brillante técnica de dirección
de Stivel, la historia de Los huéspedes narra las
peripecias de una viuda pueblerina, doña Flora
(María Rosa Gallo), a quien los soponcios
económicos obligan a convertir su casa —la del
difunto escribano Parodi, al que ella parece
confundir con un descendiente de los Borbones— en
humilde pensión. Para cubrir las formas, los
huéspedes se llamarán "invitados especiales"; y
entre las formas que a doña Flora le será
necesario velar están las bien torneadas de su
hija Laura (Luisina Brando) cuyo porvenir
matrimonial se ve amenazado por el brusco descenso
social. Como primer huésped ingresa don Andrés
(Alfredo Alcón), resentido empleado bancario que
bebió su inagotable amargura en una copa ganada,
con trampas, en una competencia ciclística. Este
mal recuerdo no lo deja vivir y lo convierte en
confidente de Juanita (Leonor Manso), una mucama
proclive al fetichismo y la cleptomanía. El drama
se desata cuando en el melancólico alojamiento
irrumpe un nuevo pensionista: Ricardo (Sergio
Renán) joven bioquímico porteño que viene a
instalar una farmacia y que proclama, a cara
descubierta, sus ganas de triunfar Esto es
demasiado para don Andrés, quien se siente
desplazado e inicia una bochornosa campaña para
socializar pechugas de pollo y bolsas de agua
caliente.
Ricardo no se preocupa
en principio por los arranques de mortífera bondad
de don Andrés, respaldado por Laura, a quien logró
enamorar. Sin embargo, la última escena del libro
mostrará a un Ricardo en plena derrota, haciendo
la valija en su cuarto y como con cara de haber
comprendido que, según los cánones ya seculares
del teatro argentino, siempre el hijo bobo es el
preferido.
ESTAMOS GRABANDO.
Frente a los siete monitores de la cabina de
controles del estudio A del canal, ágil e
infatigable David Stivel pulsa los botones e
imparte órdenes por el micrófono: órdenes, más
chistes, más velados ruegos, más fervorosas y
sinceros agradecimientos a un elenco y a un equipo
técnico evidentemente confabulados para cumplir
sin retaceos las exigencias de la dirección. El
divismo ha sido expulsado del set, así como el
desgano y el mal humor. Todo se hace en equipo: si
Luisina Brando se muestra un poco fría en una
escena romántica con Renán, desde la cabina Stivel
le sugiere: Pensá en mí, si Sergio no te gusta, e
inmediatamente resuena un atronador ofrecimiento
de los camarógrafos: David, nosotros no tenemos
inconvenientes en ayudarla a entrar en calor.
A las once de la
noche, el vacuo fantasma del hambre empezó a
causar estragos en el equipo. Pero la "casa del
escribano Parodi" disponía de una heladera bien
provista. En los escasos minutos libres, las cinco
estrellas se disputaban los restos de las cenas y
almuerzos imaginarios de la pensión. Alcón no sólo
no se privó del postre sino que incorporó su
sibaritismo al libro de Somigliana: don Andrés, en
su lecho, lee antes de dormir; Alcón se regala con
una respetable porción de chocolate relleno,
momento en que desde la cabina Stivel, permisivo y
con chispa de improvisador, le dice: Está bien,
Alfredo, te grabamos con chocolate y todo.
Como el sueño, la
fatiga desata las amarras de la censura y las
humoradas fuera de texto se suceden durante los
ensayos de cámara previos a la grabación. Con una
sonrisa en los labios, mientras Alcón sufre (en la
ficción) porque alguien va a ser denunciado a la
policía, el maquillador advierte que las "canas"
del personaje brillan demasiado; y Renán,
invariablemente, dice cementerio allí donde el
libretista escribió matadero. A las 4 de la
mañana, sin embargo, unas gotitas de sangre
tildaron de rojo el piso del set: al emprenderla a
cuchilladas contra una disputada bolsa de agua
caliente. Alcón sufrió un leve corte en la mano
izquierda. Afortunadamente, y desandando los pasos
de su personaje, restó importancia al percance: el
auténtico don Andrés hubiera hecho crujir al canal
con sus lamentos.
Revista Panorama
29.03.1975
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