Pese a las
disposiciones legales existentes con respecto al
duelo, todas las semanas se realiza en Buenos
Aires alguna reunión de padrinos vinculada con
situaciones personales o políticas que, por la
existencia real o presunta de agravios, determinan
los llamados "planteamientos caballerescos". De
todas esas cuestiones caballerescas, muy pocas
llegan actualmente hasta la realización efectiva
de duelos. Y aun éstos, en muy escasas y
excepcionales ocasiones llegan a tener
consecuencias trágicas.
Hace pocos días, el
coronel Emilio J. Porta envió una carta
—considerada como "muy severa" por un testigo- al
señor Carlos Alberto Acevedo. Porta y Acevedo
habían tenido relaciones amistosas, pero en ellas
habían surgido una serie de problemas que algunos
vinculan con eventuales descortesías personales de
Acevedo. A pesar de algunas versiones, ningún
problema político determinó el enfrentamiento.
Acevedo consideró que la carta contenía agravios
personales y envió sus padrinos al coronel Porta:
fueron, en ese carácter, el comodoro Alberto Rossi
Paz y el doctor A. Perretta. Porta, a la vez,
designó como representantes suyos a los coroneles
Tomás Sánchez de Bustamante y Manuel Reimundes. No
hubo acuerdo satisfactorio y se llegó al lance,
fijándose las condiciones: a pistola, dos
disparos, a treinta pasos. A las 7 del 9 de
diciembre, por distintos accesos, los duelistas y
sus padrinos llegaron al regimiento 10 de
Tiradores Blindados de Campo de Mayo, lugar
elegido para el lance. Los duelistas se ubicaron
cerca de la cancha de polo número 3. El director,
Eduardo Ramos Oromí, los ubicó a 30 pasos y ordenó
fuego. Los dos duelistas resultaron ilesos. No
hubo reconciliación.
Simultáneamente,
habían quedado planteadas varias cuestiones
caballerescas: una, entre el comandante de
aeronáutica Aubone y el director de Radio
Splendid, Pedro S. Arigós; otra entre el
contraalmirante Gastón Clement y el doctor Isaías
Nougués. Hasta fines de la semana pasada, ninguna
de esas cuestiones había quedado concretada.
El duelo está
legalmente prohibido. Además, desde el punto de
vista católico, los duelistas son pasibles de
excomunión automática. Sin embargo, los
reglamentos militares obligan a los oficiales a
batirse a duelo ante agravios a su honor o al
honor de las instituciones que representan.
Para muchos, la
exigencia que tienen los militares de batirse a
duelo (y de aceptar los retos) contradice
abiertamente la doctrina católica. Indudablemente,
el duelo plantea siempre un problema para los
católicos. Pero la explicación, en el caso de los
militares, es que el soldado está obligado a
pelear y a matar en cumplimiento de órdenes
superiores y que, en aplicación de ese caso, no
existe responsabilidad personal desde el punto de
vista religioso. "Uno de esos mandamientos
—explicó a PRIMERA PLANA el general Rosendo Fraga—
dice no matar, e indudablemente, al católico le
está prohibido matar a un semejante. Pero la
doctrina de la Iglesia también admite el concepto
de guerra justa, y ya en ese caso es lícito matar
en cumplimiento del deber." Esa interpretación
desprende que el duelo es una especie de "guerra
justa" limitada a dos personas. La Iglesia,
explícitamente, no admite ese criterio y condena
los duelos, pero, indudablemente, procede con
tolerancia ante los casos de hecho: si bien los
duelistas son excomulgados, al solicitar perdón se
les levanta la excomunión. Cuando el ex
vicepresidente Isaac Rojas se batió a duelo en
1959 con el diputado ucrista Roberto Galeano, se
le dejó sin efecto la excomunión (aplicada de
acuerdo al canon 2351) a los diez días del lance.
Otros casos notorios de excomunión —como el del
mismo Perón, sancionado de esa manera por haber
expulsado obispos— no tuvieron el mismo fácil
trámite, lo cual hace evidente que la Iglesia, si
bien condena siempre los duelos, en los hechos
tiende a tolerarlos, sobre todo en los casos de
militares e interpretando que éstos están
legalmente obligados a llegar a ese tipo de
enfrentamientos. Muchos católicos, sin embargo,
censuran esa condescendencia eclesiástica.
De todos modos, lo que
ayuda a la condescendencia mencionada es el
carácter casi puramente formal que tienen los
duelos en la actualidad.
Desde hace muchos años
no existen "duelos a muerte" y todo se suele
reducir a un intercambio de disparos a treinta
pasos o a algún asalto a sable. En ambos casos, el
riesgo es mínimo.
Cuando se trata de un
duelo a pistola, es casi técnicamente imposible
que haya víctimas y, de hecho, sólo
excepcionalmente hay consecuencias lamentables. Al
reunirse los padrinos, designan a un director del
lance. Este, a la vez, designa a un armero.
Tácitamente, los armeros de los duelos saben que
deben "preparar" las pistolas de tal modo que no
puedan producirse daños personales. Sin necesidad
de complicidad alguna de los duelistas, las
pistolas se "preparan" discretamente transformando
sus gatillos en "gatillos celosos". Al comenzar el
lance, los duelistas deben alzar la mano derecha
con el arma, luego bajarla, apuntar y hacer fuego.
Pero mientras bajan la mano, con el simple
movimiento, el disparo suele salir antes de que el
brazo quede en posición horizontal y, por
supuesto, el tiro nasa varios metros por encima de
la cabeza del contrincante. Sólo por una
deficiencia en la "preparación" de las armas el
duelista puede llegar a apuntar. Pero, en ese
caso, también existe la convención tácita de no
"tirar a matar". Y, aun con ese propósito, es
necesario tener buena puntería para acertar en un
lance convencional (treinta pasos cada uno;
sesenta pasos).
Lógicamente, los
procedimientos en algunos casos han sido
distintos. En 1870 se batieron en Buenos Aires el
capitán Mariano Espina y el comandante Gimeno. Se
dio a elegir a los duelistas entre cuatro
pistolas, de las cuales dos estaban cargadas con
proyectiles y dos con pólvora solamente. El lance
se dio por terminado luego que, por dos veces
consecutivas, se produjeron solamente estruendos
de pólvora. En otra ocasión, con motivo de un
duelo contra el entonces ministro Pinedo, Lisandro
de la Torre —en 1935— protestó porque "el arma no
estaba en condiciones".
En los duelos a sable
o espada es más fácil que se produzca algún tipo
de consecuencias, ya que el enfrentamiento queda
más fuera de control para el director del lance o
de los padrinos. En 1959 se batieron el entonces
secretario de Guerra, general Rodolfo Larcher y el
diputado Agustín Rodríguez Araya, resultando este
último con un golpe de sable de arriba hacia
abajo, en la región frontal y superciliar derecha,
como consecuencia del cual quedó con una marca en
la frente. Y todavía se comenta en los medios
políticos el famoso duelo de 1897 entre Hipólito
Yrigoyen y Lisandro de la Torre, de resultas del
cual el segundo recibió varias heridas en el
rostro. Sin embargo, aun así las consecuencias
mortales son casi imposibles: los duelos se
suspenden generalmente "a primera sangre".
Tampoco faltaron
duelos exóticos en el historial de los lances:
desde el famoso enfrentamiento, en el siglo XVIII,
entre la marquesa de Nestle y madame de Polignac,
que se batieron a pistola en el bosque de Boulogne
por los favores del cardenal Richelieu, hasta el
lance a puñetazos entre los médicos Carlos Carrega
Cassafousth y José Víale, en Buenos Aires en 1925.
En su autobiográfico
"Flecha en el azul", Arthur Koestler cuenta
curiosos episodios de las comunidades
caballerescas de la Europa Central de principios
de siglo. Integradas por estudiantes que vestían
ropas especiales, las comunidades constituían
especies de fraternidades políticas, con mucho de
clubes. Siguiendo la tradición de los antiguos
caballeros, pero con ideologías más modernas, se
batían deportivamente, individualmente o en
grupos, a veces con consecuencias lamentables. En
esa época existían dos fuertes "fraternidades":
una estaba compuesta por estudiantes extremistas
de derecha, pangermanistas, y otra por los
estudiantes liberales. Luego apareció una tercera
comunidad de estudiantes judíos. La situación de
esta fraternidad era paradójica: los "liberales"
eludían batirse con ellos, ya que "enfrentarse a
los judíos era cosa de los pangermanistas", y los
pangermanistas., luego de algunas escaramuzas que
les fueron francamente desfavorables, decidieron
que no se podían batir con los judíos pues "éstos
no eran caballeros" y quedaban, en consecuencia,
fuera de las "reglas del honor".
Actualmente, el duelo
perdió el atractivo de los peligros reales y, en
algunos casos, quedó convertido en un mero recurso
publicitario. Criticado tanto por católicos como
izquierdistas, los observadores vaticinan, en
general, su próxima desaparición.
24 de diciembre de
1963
PRIMERA PLANA
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