LOS GALLEGOS ARGENTINOS
La colectividad más numerosa que reside en la Argentina, descubre sus cien años de aventura en el país. Los inmigrantes de ayer y de hoy; los que hicieron fortuna; los que vivieron la Guerra Civil en las calles de Buenos Aires; los que añoran regresar... sus hijos y sus experiencias, conforman el panorama de un conjunto humano que hace esfuerzos por agruparse y evitar la desintegración.
Gallegos argentinos

—¡Tú serás cura!
—Es posible, madre.
—¡Labrador, como yo, y no quiero protestas!
—Haré lo que digas, padre. . .
"No era mi propósito lastimarlos, pero una noche de junio de 1921, me planté firme:
—Ni cura ni labrador. ¡Yo me marcho a la Argentina!"
Hizo una pausa. Entrecerró los ojos como llamando en su ayuda a los recuerdos, y continuó: "Hubo lágrimas, exclamaciones, reprochas. Todo fue inútil. Un amanecer de agosto, la silueta de mi padre se fue desdibujando en el puerto de Vigo. Apreté contra mí el pasaje de tercera clase —no había cuarta—, y lo saludé con el brazo. Ya no me distinguía. Yo era un inmigrantes más".
"Casi un mes dentro de la bodega de la nave —una verdadera batidora— no impidió que me sintiese Hernán Cortés. Pero cuando desembarqué solo en el muelle de Buenos Aires, comprendí que el jaleo recién comenzaba. Siete pesetas en los bolsillos, el baúl entre las piernas y más miedo que una paloma, no es buen capital para un rapaz de 15 años que acaba de pisar suelo argentino. Pero un gallego se las compone como sea: elegí los 'trapos' y me lancé a yugar como cadete de sastrería. Trabajé desde las 6 de la mañana hasta las 10 de la noche, por 70 pesos al mes. Mi primera cama fue un mostrador y mi cetro, una escoba. La nostalgia me mordía la garganta, pero sabía que si lograba resistir un año, ganaba la partida."
A 45 años de su arribo a la Argentina, Cándido Peón Pereira confiesa que la ganó. Las siete pesetas de entonces se convirtieron en muchos millones de pesos. Su condición de cadete también cambió: hoy es propietario de "El Clásico", una de las sastrerías más pujantes del oeste.
"Mi historia no es insólita: con leves matices podría semejarse a la de Javier Vázquez Iglesias, Ramón Mourente, o muchos otros gallegos que se han vuelto multimillonarios", señala don Cándido.
Este es el extremo afortunado de la fabulosa aventura que, desde hace casi un siglo, protagoniza la inmigración gallega a la Argentina. También están los otros, los que aún hoy prosiguen la lucha.

"FACER A AMERICA"
Galicia, 1930. Nombrar a la Argentina, es hacer referencias al Paraíso. Las cartas de los primeros "colonizadores" gallegos invitan a emigrar: trabajo, dinero, hospitalidad. Es muy duro partir, pero más duro es continuar en los umbrales de la miseria. Los más decididos desbordan los embarcaderos de Lugo, La Coruña y Pontevedra. Los caminos de Orense, son transitados rumbo al mar.
Los pasajes de llamada proliferaron, masificando la inmigración. Cualquier pariente o amigo, radicado en la Argentina, abría una oportunidad nada despreciable. "En Buenos Aires —reseña Juan Fernández, ex presidente del Centro Lucense—, las fuentes de trabajo estaban definidas para la mayoría de los inmigrantes. Ingresar como peón en la despensa, bar o panadería de algún conocido gentil, era lo corriente. Ahorrar durante mucho tiempo para asociarse al negocio, fue una costumbre que aún hoy perdura." Apoyando su afirmación, un rápido muestreo en los principales centros y sindicatos de la capital, permitió comprobar que más del 50 por ciento de los afiliados al Centro de Almaceneros y a los sindicatos que nuclean a mozos, panaderos y porteros, son de nacionalidad gallega. El sainete porteño recalcó irónicamente esta inclinación hacia ciertos oficios, pero no dio una explicación. "El gallego entendía perfectamente a los porteños, a pesar de que le costaba hablar el castellano —aclara Alfonso Couto, miembro de la comisión directiva del Centro Gallego—. Servir de mozo, o atender un almacén no le resultaba complicado. Su desempeño como portero no sólo obedecía a una ventaja idiomática sobre los otros inmigrantes: el gallego era considerado un símbolo de honestidad y fidelidad intachables." Hasta hace algunos años, todos los mayordomos y ordenanzas de la Casa de Gobierno fueron gallegos.
A partir de 1940, finalizada la Guerra Civil, nuevos grupos siguieron la ruta de la inmigración. "Pero un rasgo evidente diferenciaba a las dos corrientes —asegura Andrés Beade, secretario general de la Federación de Sociedades Gallegas—. Los inmigrantes del 30 llegaron cargados de inquietudes políticas, que volcaron en la Argentina desarrollando su sindicalismo. Los de la posguerra civil, vinieron a rehacerse y olvidar la imagen de una España desgarrada por la lucha."
Ramón Barreiro —James Bond, para los habitués al "Snack", un próspero bar americano del que es socio hace 4 años—, es de estos últimos: "Tanto destrozó la guerra a Galicia, que en 1949, antes de emigrar, apenas si ganaba para un kilo de pan a la semana. Aquí cambié la albañílería por el bar; la política
por el fútbol y la miseria por la prosperidad".
No todo el aporte inmigratorio consistió en mano de obra. Figuras como Juan Carlos Alonso, director y célebre caricaturista de Caras y Caretas, Luis Seoane, premio Palanza 1962, y muchas personalidades más, definen la contribución gallega a la cultura nacional.

GALICIA JUNTO AL RIO
"¡Qué va, hombre! Los gallegos hemos descubierto el Río de la Plata después de Solís. ¿Quién cree que inventaron los picnics y mandaron a los porteños a la ribera y al campo?" Ramón Portos golpea la mesa con energía y apura su segunda copita de jerez. "Yo y quince anarquistas gallegos organizamos una romería en Dock Sud que. . . ¡bueno! Empanadas gallegas y pulpo a reventar. Después se prendieron los porteñitos y comenzaron a festejar a nuestras muchachas y. . . —sorbe un poco de licor y sonríe con picardía—, así comenzó lo que los entendidos llaman in-te-gra-ción."
Para algunos la "farra" unió a inmigrantes y porteños. Para otros, los intereses tanto sociales como políticos. "No había por el 40 movimiento obrero en el que no estuviéramos metidos. —José Figueira, 62 años, escarba entre sus papeles buscando un manifiesto que no aparece—. Yo era el 'escriba' de las peticiones. La policía me corrió más de cien veces hasta la provincia. ¡Si nos habremos metido los gallegos!" Pero hoy ese espíritu de participar y exteriorizar inquietudes parece eclipsado.
"¿Cómo quiere que hagamos manifestaciones los gallegos, cuando no la hacen los argentinos?", replica uno de los directivos de la Federación de Entidades Gallegas, considerado el organismo más combativo de la colectividad.
Donde la fibra gallega no parece modificarse es en el fútbol: "¿Cómo de qué cuadro soy? ¡De los 'diablos' hijo!" Pedro Díaz abre una cómoda y extrae una camiseta de Independiente. "Se la robé al utilero: la usó Erico."
San Lorenzo polariza el afecto de la otra mitad de la colectividad. La compra de Lángara y Zubieta, en 1940, los atrapó. Pero hoy, el ascenso del Deportivo Español a primera división "A" crea serios conflictos. Algunos salen del apuro calificándolo despectivamente como "el equipo de la embajada"; otros, como Francisco Álvarez, mozo del bar "El Español", juran solemnemente "seguir 'hinchando' por los diablos rojos, pero no festejar los goles que le hagan al Deportivo". Luis Soler Camino, primer presidente del Español es contundente: "Cuando terminemos de construir la ciudad deportiva en el parque Almirante Brown, veremos si el corazoncito de la colectividad no se vuelca al lado nuestro".
San Telmo, Barracas, Avellaneda, todo el sur capitaliza la mayor parte de la colectividad. Avenida de Mayo es un baluarte, pero con prudentes renovaciones. Ya no son muy frecuentes las gaitas y las muñeiras: ahora, igual que en Galicia, Los Beatles marcan el ritmo.

LA GUERRA NO HA TERMINADO
"Fue una noche de 1938. A las nueve, como era habitual, un camión con altoparlantes del Partido Socialista bajaba por la avenida de Mayo hasta Salta. Allí, calle por medio, nos reuníamos republicanos y nacionalistas. Nosotros, 'los leales', en el bar Iberia; los nacionalistas, en el Español. Al llegar a Salta, los del camión difundían la 'Marcha de Riego'. Nosotros salimos a vitorear la República. Esa noche, también salieron los otros, pero a golpearnos. Fue una batalla campal, con tazas, platos y sillas. Frente a la paliza que estaban recibiendo, los nacionalistas trataron de refugiarse en el Español, pero los mozos —republicanos de ley— les cerraron las puertas." Fernando Iglesias ("Tacholas", para la colectividad), actor y fundador del primer coro gallego en el país, habla con voz trémula. Sus ojitos chisporrotean al recordar el momento. En el fondo de su corazón, la república no ha muerto. Pero no es el único: en casi todas las sociedades gallegas, la espina de la guerra sigue hundida en la carne de cada inmigrante. Sin embargo cada día que pasa el fervor se diluye. La muerte de los dos líderes más combativos —Alfonso Castelao, en 1950, y Ramón Suárez Picallo, hace tres años— fue un rudo golpe para los republicanos. Pero, los choques no disminuyen.
El 17 de mayo último —Día de las Letras Gallegas—, una bandera española (la bicolor), colocada por primera vez por el Centro Gallego junto al busto de Rosalía de Castro, fue robada por un grupo de muchachos que burló la custodia policial. El 23 de julio, durante la misa ofrendada a Santiago Apóstol en Santa Rosa de Lima, unas 80 personas abandonaron la iglesia al ingresar en ella el coro de la Casa de Galicia portando la enseña española.
"Los que mantienen este enfrentamiento que terminó hace un cuarto de siglo, son los que no quieren comprender que viven una realidad distinta —protesta Rosalía Fragueiro, 23 años, hija de gallegos, herida durante los disturbios del año pasado en Filosofía y Letras—. Los hijos de gallegos, a pesar de compartir el ideal republicano, sabemos que los cambios tenemos que hacerlos aquí y no en España. Al fin de cuentas, somos argentinos."
A pesar de que los hijos piensen que el problema ha sido superado, y proponen pasar a otra cosa, hay quienes suponen lo contrario. "Muchos republicanos, emigrados al terminar la Guerra Civil, trajeron una imagen distorsionada del clero español. Hace tres años y medio que estamos en el país tratando de cambiarla —explica el padre Luis Villamarín, de la parroquia Santa Rosa de Lima, uno de los tres primeros sacerdotes enviados de Galicia para asistir a la colectividad—Creemos que la resistencia que nos opusieron en un primer momento ya está vencida. Al menos, hasta hoy, los resultados son satisfactorios. Desde que comencé a oficiar la misa de las 10 de los domingos, íntegramente en gallego —hace un año y medio—, el número de asistentes creció de 10 a 350."

¿EL FIN DE LOS GALLEGOS?
"Buenos Aires es la ciudad más importante de Galicia", dicen en España. No se equivocan: 450 mil gallegos en la Capital y más de 600 mil en todo el país, lo prueban concluyentemente.
La columna vertebral más sólida de la colectividad es, sin duda, el Centro Gallego de Buenos Aires, la entidad mutualista más importante del mundo. Ciento diez mil asociados, 800 millones de pesos de presupuesto y una acción sin fisuras durante los últimos 60 años, testimonian su capacidad. "La prosperidad del Centro reside en marginar la política de sus funciones —resalta Ramón Mourente, flamante presidente de la Institución—. Si las innumerables sociedades y centros de la colectividad hicieran lo mismo —el Lucense es un ejemplo: cerca de 12 millones de superávit en el último ejercicio de 1966— no estarían destinados a desaparecer. Pero mezclan la política y se condenan a sucumbir sin remedio."
Para Maruja Boga, un cuarto de siglo conduciendo la audición Recordando a Galicia, el problema es otro: "La falta de inmigración actual, impide que los viejos dirigentes
sean suplantados por jóvenes que renueven los valores institucionales". Sus palabras concuerdan con la imagen que muchos centros exhiben: silencio, grupos de viejos inmigrantes jugando a los naipes al atardecer, uno que otro muchachito escandalizando con un metegol ... "Muchos núcleos de aldeas y comarcas, existen sólo en un sello de goma: en realidad, son cien paisanos que alquilan un local, eligen un nombre y fundan una sociedad —confiesa Elpidio Andrada, directivo del Centro Gallego, de La Plata—. La única fórmula que evitaría la desintegración de la colectividad como tronco nacional sería la unión de grupos mayores y unificados." Algo difícil, teniendo en cuenta la tendencia caudillista y personal del gallego.
Desde 1945 hasta hoy, la inmigración se orientó hacia Europa Central. Aldeas enteras como Calatayud, en años pasados, ostentaban carteles que rezaban: "Nos fuimos a Suiza, volvemos el año próximo". Los problemas que genera el minifundio en Galicia y la posibilidad de mejores opciones de vida —una mucama en Alemania podía ganar el equivalente a 30 mil pesos: casi el doble que en su tierra— los empuja a emigrar. "Pero la fuente europea parece estar a punto de agotarse —deja entrever el padre Villamarín—. En Alemania comienzan a verse gallegos desocupados; Suiza ha cerrado la emigración e Inglaterra sólo recibe mujeres." El mismo sacerdote comenta que España estudia la posibilidad de tender un nuevo puente emigratorio a la Argentina.
De concretarse esta tendencia, la juventud gallega actual escribirá el tercer capítulo de una aventura que no ha terminado. Pero es muy posible que al llegar, no sientan la nostalgia que aguijoneó a sus antecesores. Algo que les pertenece, flota en la atmósfera de Buenos Aires, salpica el diálogo cotidiano y se exterioriza en la personalidad del porteño. Ese algo es tan suyo como el destino de un país que ayudaron a forjar.
Revista Siete Días Ilustrados
15/08/1967

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