"Este Gobierno no
sirve, pero hay que esperar". "Yo tengo un hijo
que está haciendo el servicio militar". "La
violencia engendra la violencia". "El país no está
para estas cosas". He aquí sólo algunas de las
frases recogidas al entrevistar a las amas de casa
de clase media, antigolpistas en un noventa por
ciento. La gran mayoría de ellas desconfía de algo
que desconoce, admite que su vida está llena de
complicaciones, pero no quisiera que se complicara
más. A veces esgrimen el mismo tipo de razones que
las escasas partidarias del golpe: "Un movimiento
militar, por lo general, hace que suban los
precios de las cosas", dijo una, mientras otra
alegaba que "un golpe hace falta porque no se
puede seguir así, con aumentos de precios casi
todos los días". La confusión se proyectaba hacia
la esencia del golpe: de las amas de casa que lo
apoyan, la mayoría desconoce cuál puede ser su
programa y, de ésta, la mitad rechaza la idea de
que el régimen que se imponga se quede en el poder
diez años, sin llamar a elecciones, "No, eso es
demasiado; que se queden un año, arreglen las
cosas y llamen a elecciones. Y que no disuelvan
los partidos políticos", era la conclusión.
En cambio, dentro del
dividido campo de los profesionales, un Gobierno
de diez años no horrorizaba tanto ni a tantos. "Es
preferible que el poder se concentre de una buena
vez en una, sola mano." "Anular las elecciones por
diez años es la medida más sabia que podía
concebirse, junto con la inhabilitación de los
políticos actuales." "Debe mantenerse la
continuidad del próximo gobierno mediante
plebiscitos, votando por sí o por no y no tener
que andar optando entre diez listas de
candidatos." Estas fueron algunas de las frases
recogidas entre el 40 por ciento, aproximadamente,
de golpistas contumaces que se registró en este
sector; un 10 por ciento estaba a favor de un
cambio, pero con limitaciones: siempre que las
nuevas autoridades convoquen rápidamente a nuevos
comicios. Y el otro cincuenta por ciento se
manifestaba en contra. El alto índice de
partidarios de "una mano fuerte" permitió,
advertir que este sector considera que "el país va
a la deriva", que "se toman decisiones con
lentitud", que "se quiere quedar bien con todos
inútilmente", que "este gobierno no tiene
autoridad", que "se postergan permanentemente las
medidas de fondo" y que "hay una absoluta falta de
perspectivas". El resumen lo dio, inopinadamente,
un catedrático de Filosofía y Letras: "El país
está viviendo una gran frustración en todos los
órdenes".
Un ingeniero civil, en
cambio, manifestó que no apoya el golpe de Estado
porque no está de acuerdo en que se destruya el
régimen constitucional. "Cualquier golpe
empeoraría la situación del país —dijo, para
desembocar luego en la que parecía ser su
principal preocupación—: una de las primeras
medidas que adoptarían sería la intervención a la
Universidad." Curiosamente, era uno de los pocos
egresados que se preocupaba por la suerte de los
institutos donde había estudiado.
Universidad, campo
adverso
Por cierto que esa
preocupación era compartida en la Universidad, al
menos entre los estudiantes, casi igualmente
hostiles (78 por ciento) que las amas de casa a un
pronunciamiento militar. Pero la Universidad es
también un mundo aparte, e investigarlo demandó
una intensa frecuentación con los resultados que
se reproducen seguidamente.
Los partidarios del
golpe de Estado son minoría en la Universidad.
Pero también lo son los partidarios de las
autoridades constitucionales. Sin embargo, la
mayoría opina que, con todos sus defectos, el
gobierno actual no ha caído en los actos negativos
de otros y que los golpes tuvieron siempre por
consecuencia un retroceso cultural y científico.
No se trata de opiniones totalmente gratuitas:
están influidas evidentemente por las amenazas de
intervención a las Universidades que se atribuyen
a los militares, aun dentro del régimen Illia.
"Ellos son los que presionan al Presidente para
que restablezca el orden y el acatamiento a las
autoridades y para evitar las manifestaciones
callejeras orquestadas por elementos extremistas
infiltrados. Pero estamos seguros de que mientras
no haya golpe de Estado no habrá intervención",
declaró un estudiante.
En realidad, el tema
ya no es secreto en los claustros: la mayoría de
las Facultades dependientes y la propia
Universidad Nacional de Buenos Aires lo han
tratado públicamente y ya se han manifestado
contra el golpe los Consejos Directivos de
Arquitectura, Filosofía y Letras, y Ciencias
Exactas. En otras Facultades como la de Medicina,
los proyectos para considerar el tema fueron
girados a comisión o incluidos en órdenes del día
de posteriores reuniones.
El Consejo Superior
debatió el asunto en su sesión del viernes 17 de
junio, oportunidad en que fue aprobada una
iniciativa que suscribían el Rector, Hilario
Fernández Long, y los consejeros Lepanto Bianchi y
Sergio Rodríguez, por 17 votos contra 7. La
resolución aprobada dice, entre otras cosas: "que
se ha creado un clima que reviste la mayor
gravedad por cuanto no sólo ¿parecen sectores que
propician un golpe de Estado" sino que, ante esta
situación, "pareciera extenderse el escepticismo,
la impotencia o la desilusión, una actitud de
renuncia colectiva o aceptación resignada por
parte de la civilidad. La Universidad considera
que debe asumir la responsabilidad de interpretar
la conciencia más lúcida y exigente y resuelve
hacer un llamado a los integrantes de la comunidad
para realizar un esfuerzo conjunto para preservar
la plena vigencia de las instituciones
democráticas como expresión irreemplazable de la
voluntad popular".
Los 7 consejeros que
sufragaron en contra, entre quienes algunos creen
ver a golpistas larvados o vergonzantes, son
Risolía, Quintanilla, Laplaza, de Césare, Ruiz
Moreno, Vela Huergo y Recabeitía. El jefe del
grupo sería Marco Aurelio Risolía, al parecer
decidido golpista, porque su nombre suena como
probable interventor en una emergencia así, para
depurar la Universidad de Buenos Aires. En el
debate, Risolía puso en duda que fuera correcto
pensar nada más que en un posible golpe de las
Fuerzas Armadas, preguntándose si no cabía temer
también el de las agrupaciones (izquierdistas) que
actúan desde una posición opuesta. Consideró que
"lo más conveniente hubiera sido limitarse a
exaltar el sistema republicano, la verdad
constitucional y el respeto a las leyes".
Los rectores de las
ocho Universidades nacionales están en Buenos
Aires llamados por el Ministro de Educación y
Justicia para preparar la agenda con los temas que
deben ser tratados en una próxima entrevista con
Illia. Antes de ver a Aleonada Aramburú se
reunieron dentro del organismo llamado Consejo
Interuniversitario, dejando traslucir que éste no
se ocuparía del tema institucional.
Aunque sería
arriesgado pretender encasillar a loa Rectoras
dentro de esquemas rígidos, los universitarios
señalan a un sector claramente antigolpista y a un
grupo de indiferentes y dudosos. Entre los
primeros figuran los ingenieros Fernández Long
(Universidad de Buenos Aires, católico), Jorge A.
Rodríguez (Universidad del Nordeste,
democristiano), Cortés Pié (Universidad del
Litoral, reformista) y Eugenio F. Virla
(Universidad de Tucumán, reformista). Los
restantes son los doctores Aziz Ur Rahman
(Universidad del Sur, indio, tradicionalmente
escucha los consejos de la Base Naval Puerto
Belgrano y puede estar influido también por el
Quinto Cuerpo del Ejército, con asiento en Bahía
Blanca, que comanda Osiris Villegas se lo
considera indiferente al golpe) Roberto Ciafardo
(Universidad de La Plata, hombre de la UCRP, no
precisamente golpista pero sí partidario de
"ajustarle las clavijas a los estudiantes"),
Carlos A. Saccone (Universidad de Cuyo,
conservador de derecha) y el ingeniero Eduardo
Cammisa Tecco (Universidad de Córdoba, elegido
hace poco por los derechistas),.
El intelecto
Parecidas aprensiones
a las de los universitarios tienen los
intelectuales y artistas. Un director de teatro
confesó que, en general, su grupo está contra el
golpe para salvar su medio de expresión; cree que
un régimen militar, aunque transitorio, acarrearía
trastornos: asustaría al público que se quedaría
en su casa, haría intervenir más a la censura y se
inclinaría hacia el oscurantismo. "Claro que si
existiera un militar progresista, que comprendiera
nuestro trabajo, lo apoyaríamos. Pero,
francamente, no creemos que exista." "No hay
militares moderados", aseguró el asistente de
dirección que estaba a su lado.
No es tampoco un temor
gratuito. Un recorrido por las boleterías de los
cines y los teatros del centro de Buenos Aires
permitió recoger la impresión dominante de que, a
partir del momento en que se agitó el avispero del
golpe, hace más de tres semanas, la concurrencia
de público mermó en un 35 por ciento,
aproximadamente. "Sí, también influye el frío, el
aumento del precio de las entradas —dijo un
boletero—, pero además la gente no quiere andar
por ahí de noche; saben que cuando hay estallidos
militares nada sucede por las noches, pero esto no
les impide ser precavidos, pensar en algún petardo
en algún rincón de una sala,"
Los actores recuerdan
lo que le pasó a Iris Marga, en abril de 1963,
cuando salió de gira por el interior con Sabor a
miel, que se había representado con éxito en
Buenos Aires: las primeras funciones fueron más o
menos bien hasta que al llegar a Rosario, con un
clima caldeado, el público se ahuyentó
definitivamente. También en Buenos Aires se perdió
una semana de recaudaciones.
Lo cierto es que la
deserción comenzó ya desde un mes atrás en la
Capital, cediendo a la presión de los rumores. Lo
saben los taxistas que comentan el escaso público
que va a los espectáculos del centro aun en días
sábados.
En cuanto a la actitud
en sí de los artistas es de una gran indiferencia.
En la plástica, por ejemplo, la norma es que o no
importa nada de nada o, si se es de izquierda, se
toman algunas actitudes políticas a posteriori de
los hechos. Una excepción puede ser el pintor
Antonio Berni, quien en una reunión realizada el
martes de la semana pasada en casa de un escritor,
se acercó a Arturo Frondizi a preguntarle qué
estaba pasando en el país. Pero la regla la
constituían, en la misma ocasión, Manucho Mujica
Láinez, Cayetano Córdova Iturburu, Silvina
Bullrich, Blas González, Jaime Dávalos, Guillermo
de Torre, Norah, Borges, enfrascados en las
conversaciones incidentales de siempre. Algo
parecido iba a suceder el sábado 25 en el coctel
que ofreció un director de cine con la asistencia
de políticos y periodistas.
Los gremialistas
En las antípodas del
mundillo artístico, los gremialistas examinan
atenta y prolongadamente las posibilidades de un
cambio de régimen. En las bases, el sentimiento
retornista hace que las mayorías se inclinen por
alguna clase de cambio, en la creencia de que así
se iniciará una cadena de hechos que terminarán
con el regreso de Perón al poder. En la cima, en
cambio, las actitudes son más complejas, como lo
revela el siguiente informe.
Durante cinco horas y
media, el consejo directivo de la CGT analizó el
miércoles último la situación institucional,
aunque un comunicado emitido por la organización
sólo hizo referencia a las gestiones que se
realizan ante el Gobierno, por otros motivos.
Según lo trascendido, se manifestaron claramente
dos posiciones:
• La primera, que
parece alentada por el prosecretario de Hacienda
de la CGT, Manuel Rodríguez (químico, comunista),
y por Liberato Fernández (marítimo, MID),
solicitaba un claro pronunciamiento antigolpista y
la convocatoria a una reunión de diversos sectores
de la vida nacional (Universidad, partidos
políticos, etcétera) para dar a conocer una
declaración conjunta. Emisarios del Gobierno
frecuentaron la CGT en los días anteriores al
miércoles, en busca de aquel pronunciamiento.
• La otra, sustentada
por el secretario adjunto, Osvaldo Vigna
(gráfico,, sin ubicación política precisa), que
fue apoyada por la mayoría, prefirió no embarcar a
la CGT en una declaración antigolpista y señaló la
conveniencia de aguardar el regreso de la
delegación que concurre a la Conferencia de la
Organización Internacional del Trabajo, en Ginebra
(Francisco Prado, Rogelio Coria y Antonio
Scipione).
En los gremios
vandoristas parece progresar una posición
contraria al golpe, consistente en presionar al
Gobierno para que acepte la institucionalización
del peronismo y el nombramiento de un candidato
potable para las Fuerzas Armadas a la Gobernación
de la provincia de Buenos Aires; esta posición
concuerda con la que políticamente se conoce como
frentista. Sin embargo, no cesan los contactos con
grupos golpistas.
En el gremio de Luz y
Fuerza habría una escisión respecto a este asunto.
Francisco Prado (secretario general de la CGT en
representación de este gremio) participaría de la
actitud vandorista. Juan José Taccone, secretario
general del Sindicato de Luz y Fuerza de la
Capital, por el contrario, optaría por una línea
claramente opositora al Gobierno y hasta
progolpista. En un artículo de fondo de la revista
gremial que inspira, Dinamis, se manifiesta
claramente que poco puede esperarse del diálogo
entre la CGT y el Gobierno y que en poco tiempo
más será necesario asumir posiciones claras y
combativas.
El Movimiento de
Unidad y Coordinación Sindical (MUCS, comunista)
representa, junto con el vandorismo, la tendencia
más decididamente antigolpista dentro del
movimiento obrero. Nada bueno esperan de un
movimiento militar, ya que sea cual fuere el
sector que se imponga, su tesitura será siempre
anticomunista.
Los Independientes,
entre tanto, se sienten defraudados por el
Gobierno. Afirman que han sido utilizados y luego
"arrojados como un limón exprimido" y no perdonan
el tácito acuerdo de conveniencia entre los amigos
sindicales del Gobierno y Vandor. El secretario
general de la Confederación de Empleados de
Comercio, Armando March, parece ser el más
vinculado a sectores castrenses dentro de los
Independientes, y hacia él se dirigen las miradas.
Con motivo del veto a la mayoría de los artículos
de la Ley 16.881 (reformas a la 11.729), March se
colocó rápidamente en la oposición. Otro caudillo
que se considera conectado es Saturnino Soto, de
la Unión Personal Civil de la Nación. Por fin, en
la llamada línea dura del movimiento (viajantes,
municipales) se procura —según todos los indicios—
mantener buenas delaciones con un sector militar
que intentaría un golpe violeta.
En el sector "62 de
Pie" aparece como decididamente golpista el ex
Secretario de la CGT, José Alonso, junto con los
gremios peronistas puros; cumplirían instrucciones
precisas de Perón. En cambio, Amado Olmos
(Sanidad, trotzkista), junto con los otros
representantes de la izquierda (Di Pasquale,
Arias, Eyheralde) están en contra del golpe y han
mantenido entrevistas con dirigentes de otros
sectores que sustentan la misma posición.
Los gremios vinculados
a la Confederación Argentina de Trabajadores del
Transporte, que actúa dentro de la CGT como un
verdadero nucleamiento, inspirado por Mario
Álvarez (Sindicato Unidos Portuarios Argentinos,
amigo de Zavala Ortiz y asesor oficioso del
Ministro de Trabajo), son decididamente
antigolpistas; ya se conocieron declaraciones
públicas de La Fraternidad y la Asociación del
Personal Aeronáutico.
Por fin, los 32
Gremios Democráticos, aunque en la práctica son
casi inexistentes, tienen relaciones con sectores
colorados de las Fuerzas Armadas y han asumido una
posición fuertemente crítica frente al Gobierno y
censurado el pacto de reunificación de la CGT.
Apoyarían sin vacilaciones un golpe preventivo
destinado a frenar al peronismo.
Los empresarios
El dique de
contención, no sólo al peronismo sino a todo el
movimiento gremial, parece ser uno de los pocos
motivos de interés de los empresarios en un cambio
institucional. Sin embargo es éste uno de los
campos más divididos, no sólo en el plano de la
decisión sino también en el de la información.
Hace una semana, un dirigente frentista sostenía
que en la actualidad sólo apoyan el golpe la
Sociedad Rural, la Unión Industrial y ACIEL,
agregando que esta última entidad acaba de
producir una declaración provocadora, como en
vísperas del derrocamiento de Frondizi. Sin
embargo, visto desde adentro, ACIEL no parece en
condiciones de lanzarse a un apoyo decidido del
golpe: la entidad está debilitada, y se juzgan
vanos los esfuerzos de su presidente Jorge Oria,
por intentar fortalecerla económicamente.
Por otra parte,
durante los últimos quince días, un asesor letrado
de entidades empresarias que realizó una encuesta
privada llegó a la conclusión de que los
empresarios no tienen información directa de los
mandos militares. No la tendrían, por ejemplo, el
presidente de la Sociedad Rural, Faustino Fano, a
quien se atribuía respaldo al golpe, y sólo de
segunda mano, el presidente de la Bolsa de
Comercio, Luis Baudizzone. En una reunión de
empresarios del sector acielista celebrada la
semana pasada, dos conspicuos dirigentes se
presentaron al mismo tiempo con opuesta
información: "Ahora sí que estoy bien enterado
—anunció uno—. El golpe es un hecho". El otro lo
contradijo: '"Pero si yo acabo de saber que todo
se desinfló".
Por otra parte, la
falta de contacto entre empresarios y militares no
es casual: jefes de las tres armas temen que tales
encuentros, de realizarse, trasciendan y originen
obvias suspicacias; también temen comprometerse y
quedar convertidos en defensores de intereses
privados.
Sin embargo, la
actitud no es uniforme: si bien los dueños de
empresas temen lo imprevisto del golpe y lo
anhelan sólo en la medida en que ponga término a
la indisciplina sindical, los ejecutivas jóvenes
parecen más inclinados a aceptarlo y dialogan,
personeros mediante, con algunos oficiales en
actividad. La razón estaría en una creencia común
de que el gobierno militar permitirá mejorar la
eficiencia en la administración pública, una
posibilidad que los fascina.
Los políticos
La posibilidad de un
golpe de Estando obedece, en buena parte, al
fracaso de los partidos políticos. Es lógico, por
lo tanto, que en ellos no se advierta entusiasmo
por un movimiento que ocupara su lugar. La mayoría
de las agrupaciones, conscientes de que están
frente a un proceso que no pueden determinar ni
controlar, se contentan especulando con el golpe:
algunos, porque pretenden así asustar al Gobierno
y obligarlo a efectuar concesiones (partidos
liberales); otros están cansados de la lucha o no
tienen votos ni esperanzas de conseguirlos, y
adulan a los golpistas pensando integrar el elenco
civil de la subversión. Otra distinción: los
liberales suponen que el golpe es evitable si el
Gobierno cambia a tiempo; los que adulan al
golpismo son fatalistas y lo hacen porque creen
que el golpe es inevitable a estas alturas.
El único partido
legalista sin condiciones es el Socialista
Argentino porque tiene todo que perder (bancas,
concejalías) y ninguna chance de sobrenadar por la
falta de vinculación con el golpismo. Antes bien,
si el golpe llega para liquidar las
"infiltraciones marxistas", ellos serán sus
víctimas. Por eso no puede extrañar que hayan
hecho ya una declaración pública: "No aceptamos
bajo ningún concepto que las Fuerzas Armadas se
arroguen la representación de toda la Nación y
menos aún que los planteos se traduzcan en
conmociones y factores de perturbación". Esto, a
pesar de ser mi partido de abierta oposición a
Illia.
También serían
legalistas, pero con condiciones, la Federación de
Centro, la Democracia Progresista, el Partido
Republicano Democrático (PRAR), el partido de la
Reconstrucción Nacional (Alsogaray) y el
Socialismo Democrático. Su lema bien podría ser:
"Habiendo escalera, el propietario no se
responsabiliza por los accidentes que pueda
ocasionar el uso del ascensor". Casi todos
mantienen contactos con los núcleos golpistas,
pero a la vez prometen apoyar al Gobierno si éste
accede a compartir el poder con ellos o a
facilitarles su marcha de otra manera. Hay algunas
distinciones:
• Los conservadores
gobiernan en Mendoza, San Luis y Corrientes, y
desearían mantener esos bastiones, a menos que en
el reparto les tocara una tajada más jugosa, lo
que ven difícil. Pero no hay unanimidad en la
FNPC, ya que los importantes distritos de Buenos
Aires y Córdoba descreen de la posibilidad de que
el Gobierno se rectifique y postulan el apoyo y el
ingreso al golpe.
• El PRAR, orientado
por Cueto Rúa, no le pide cambios al Gobierno ni
lugares en el gabinete —considera con cierto
fatalismo que los radicales no pueden cambiar—,
pero cree en la salida electoral a partir de un
plan político consistente en que el peronismo se
integre en un frente opositor más amplio y
renuncie a candidatos propios para los distritos
claves, temporariamente. El Gobierno debería
facilitar este proceso y proscribir al peronismo
que no se someta a él.
• El Partido Demócrata
Progresista ha sido legalista aun cuando no estaba
en el Parlamento (1962) y busca ahora que se forme
un gabinete de coalición, medida que debería
complementarse; con la integración del Consejo
Económico y Social con representantes del
Ejecutivo, del Legislativo, de las organizaciones
obreras, empresarias, técnicas y culturales.
Está luego el grupo,
bastante menos homogéneo, de los partidos que dan
un apoyo crítico a la legalidad. La Democracia
Cristiana, que no impone condiciones al Gobierno:
descree de él y del liberalismo que le dio origen,
pero tampoco respaldará un golpe porque lo que
postula es una utópica revolución social
cristiana. "El Gobierno se merece un golpe, pero
el país no" sostuvo el Diputado Enrique de Vedia.
Su compañero de ruta
en esa tesitura es el Partido Comunista, que ahora
está fuera de la Ley Electoral, como víctima de lo
que llama "una de las caras del golpismo, la que
presiona dentro del régimen actual". Es visible
que prefiere esta cara antes que el golpe, pero
también interpreta que éste sobrevendrá casi
fatalmente como continuidad de aquélla.
Los vaivenes de la
política han querido que algunas fuerzas se
transformaran circunstancialmente eh neutrales; se
colocan en oposición a Illia, le niegan su apoyo,
pero no favorecen el golpe, que no los
beneficiaría tampoco en la actualidad: no sería
"para ellos"; a lo sumo les ofrecería una nueva
coyuntura donde, posiblemente, tendrían cabida
nuevas posibilidades de maniobras políticas. Así
actúan por el momento el MID de Frondizi y UDELPA
de Aramburu. El MID dedica sus energías, como es
habitual, a la construcción del Frente Nacional.
Aramburu, en cambio, no puede decidirse ahora
porque sus amigos están repartidos en los dos
bandos (el legalista y el golpista) y porque,
además, también como de costumbre, prefiere
esperar un deterioro mayor de la situación
institucional.
Solamente dos partidos
parecen abiertamente enrolados en el golpe: la
UCRI y el Conservadorismo Popular, convencidos de
que el desplazamiento es algo inexorable. En buena
medida, además, el golpismo de la UCRI se vincula
con la acendrada vocación de servicio a los azules
que siempre exhibió Oscar Alende. Como es natural,
no hay declaraciones que hagan publica esta manera
de pensar, como no las hay tampoco en el
Conservadorismo Popular. Este último respira por
la herida que le infligió a Solano Lima la
frustración comicial del Frente, en 1963. Sin
embargo, Cueto Rúa cree que está a tiempo de
rescatar al menos algunas fracciones del PCP.
El peronismo
Aunque partícipe a
medias de las características del resto de las
agrupaciones políticas, el peronismo se distingue
francamente de ellas. Su fuerza trasciende a la de
un partido y parece, por ahora, en suspenso. En
recientes conversaciones entre José Alonso y Juan
Perón, en España (página 15), habría quedado
establecido:
• El peronismo no
apoya el golpe ni se opone a él. Cree que el país
no tiene salida sin una profunda reforma de
estructuras y que si el golpe es dado por el
Ejército como institución, cualquiera fuese la
primera orientación que predominara, a la postre
se repetiría el proceso de 1943-46 y tomaría una
línea popular. El peronismo debe prepararse para
ese momento y entonces apuntalar un programa de
gobierno públicamente enunciado, pero no
determinadas figuras.
• Perón cree que el
Gobierno está condenado y que lo único que detiene
el golpe es la falta de equipos civiles para
gobernar, en particular en el campo económico.
Asegura haber recibido a emisarios del Gobierno
que buscaban una manifestación suya contra el
golpe, episodios que comentó diciendo que "el
peronismo no se atará a un ancla; sólo se ataría a
una boya". (El ancla sería el Gobierno que, para
él, está condenado a irse al fondo).
• Perón cree que las
FF. AA argentinas tienen ahora un sentimiento
antinorteamericano porque los Estados Unidos
eligieron a Brasil como país clave de su política
en Latinoamérica, y que la Marina está despechada
porque no obtiene de USA renovación de materiales.
Las FF. AA. se inclinarán, piensa, a buscar apoyo
en Europa continental: Francia, Alemania, Italia.
Pero ni Alonso ni
tampoco Perón son todo el peronismo. Tomando a los
dos grandes bloques en que el movimiento aparece
dividido, a nivel de dirigentes, se observa:
• El vandorismo
comenzó a pensar que, luego de producido un golpe,
quizá las nuevas autoridades negocien directamente
un respaldo madrileño, puesto que Perón probó su
hegemonía en recientes elecciones. De allí que
este sector haya dejado, en los últimos meses, de
azuzar el golpe. Ahora, los vandoristas, ya no
desdeñan cultivar el electoralismo; por si acaso,
mantienen sus contactos con militares
revolucionarios, aunque evitan definiciones: "Que
den el golpe primero y después veremos qué hacer",
sería el lema forjado por el propio Augusto
Vandor. La única excepción estaría en el
Movimiento Popular Mendocino, pro-golpista; en
cambio, siempre dentro del vandorismo, las
eternas corrientes electoralistas como Unión
Popular o el Partido Justicialista, son
legalistas.
• El isabelismo,
teóricamente, debería favorecer un golpe, pues fue
creado con el único objeto de obedecer las órdenes
de Perón sin discutirlas. No obstante, en las
ultimas semanas, algunos de sus integrantes han
conferenciado con militares legalistas: los
seguidores de Isabel, dirigentes políticos de
segundo plano en su mayoría, temen que un golpe
los devuelva al anonimato en que naufragaban antes
de la llegada de la dama. No les queda, como a los
vandoristas, el vasto campo de acción del
sindicalismo. Sin embargo, el isabelismo cuenta
con golpistas decididos; entre ellos se sindican a
los Diputados Cornejo Linares, Sá y Rodríguez
Vigil, aunque estas posiciones —claro está— no
pueden confirmarse.
Oficialismo y FF.AA.
Aunque el año pasado
el Senador Ricardo Bassi, en un memorándum a
Illia, recomendaba el autogolpe al juzgar que era
preferible la caída del régimen a manos de los
militares que su derrota en las elecciones de
1967, ningún sector del oficialismo (Gobierno y
UCRP) anhela un desborde militar. La comprobación
resulta ociosa; pero si no hay expresiones
favorables al golpe, conviven disímiles posiciones
partidarias:
• Para el balbinismo
de izquierda, si Illia ejecutara una política
popular (reforma agraria, moratoria de la deuda
externa, ruptura con el FMI, destierro de las
compañías petroleras) se lograría apoyo peronista
y "el torrente hará retroceder a los militares".
El balbinismo de derecha, el de "Don Ricardo",
huye de lo popular y alienta "caer con las
banderas enhiestas, como una ofrenda a los
principios". Así, si Illia es derrocado, no bien
haya elecciones triunfará el radicalismo porque
supo defender los principios; si, al revés, cede,
morirá políticamente.
• El sabattinismo,
sector vernáculo de la UCRP, afín a las prácticas
de comité y las trenzas internas, también cree en
la necesidad de una política popular y hasta de un
pacto con Perón. Así vencerá el golpe.
• El unionismo es la
variante transaccional. Sus primeras figuras
(Perette, Zavala Ortiz, Suárez) están conectadas
con los colorados y fueron golpistas bajo
Frondizi. Son los más pesimistas en cuanto a la
duración del Gobierno y piensan que el Presidente
debe aceptar la presión militar: también en esto
difieren con los otros dos sectores.
En algo coinciden
todas estas líneas: el golpe es una posibilidad
cada día más cierta, aunque algunos inflamados
dirigentes suponen que una resistencia civil se
opondrá al derrocamiento.
¿Y cuál es la posición
de las Fuerzas Armadas? Los indicios señalan que
el golpismo tiene sus baluartes en la Aeronáutica
y el Ejército, donde también hay grupos
legalistas, como es notorio. La Marina, en cambio,
sufre un proceso de indecisiones y parece optar
por la neutralidad. No es una novedad descubrir
que de todos los sectores nacionales, el de las
FF.AA. alberga a la mayoría golpista más decidida.
28 de junio de 1966
PRIMERA PLANA
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