En cualquiera de los
infinitos libros publicados por pilotos de combate
de la Segunda Guerra Mundial puede leerse la
descripción de una maniobra arriesgada: aquella en
que el perseguido se convierte en perseguidor
después de ejecutar una elegante voltereta sobre
la cabeza de su adversario —"looping", en inglés—,
y termina dándole caza con cañones y
ametralladoras por detrás, mientras su posición
impide al oponente el uso de sus armas. Por
supuesto, el fracaso llega si el adversario
adivina la maniobra a tiempo, la evade, o se pega
a la cola de su presa. Y también si un tercero
dispara, contra los dos o contra uno, desde la
retaguardia o un costado.
Lo cierto es que, a
esta altura del proceso electoral, justicialistas
y radicales están empeñados en una contienda de
características singulares, cuyos avances, elipses
y silencios los obligan a un curioso tránsito por
el espacio político de la Argentina. En esta
contienda todos los protagonistas esgrimen, para
atacar o defenderse, de un arma ya conocida: las
coincidencias políticas. El justicialismo pretende
que las cumple. El radicalismo intenta
reclamarlas. La Alianza Popular Federalista (APF)
se encarga de resaltarlas.
Por eso, después de un
largo mes durante el que Juan Perón dejó que
llovieran las sospechas sobre cierto plan de
confluencia y sobre la posibilidad de una fórmula
compartida, la UCR rompió un silencio poco claro
con los aplausos de su convención nacional, que
saludaron a una fórmula renovada sólo en su
segundo término.
Los rumores
confluencistas habían menguado la aptitud radical
para una política opositora. El oficialismo podía,
con ese antecedente, referirse a la UCR y a su
prédica rival con una ligera sonrisa, como la que
usó Isabel Martínez de Perón al aludir el carácter
"formal" de las censuras de Balbín y De la Rúa.
Ante esto, el caudillo radical había previsto una
respuesta: desde la primera hora de la etapa
comicial formuló un llamado de atención sobre el
cumplimiento de las coincidencias y la posible
violación de las reglas del juego.
A partir de allí,
Balbín y su compañero de fórmula comenzarían a
criticar los actos políticos del gobierno.
Atacarían, en primer término, el traslado de los
conflictos internos del oficialismo a los planos
institucionales. En segundo lugar, la proclamada
"falta de prescindencia" de las esferas
gubernamentales. Los ejemplos huelgan: al unísono,
Balbín y De la Rúa se explayaban con dureza sobre
la situación conflictiva de Corrientes. A medida
que la campaña avanzó —y como un rítmico
acompañamiento a las visitas que el presidente
Raúl Lastiri realizaba a otras provincias— los
candidatos radicales avanzaron también en su
censura al "proselitismo gubernamental", que tuvo
su mayor eco en el proyecto que el senador Luis
León presentó —y luego retiró— para que se
procediera a la intervención de la provincia de
Santa Cruz, y en la denuncia que formuló el bloque
del radicalismo en la legislatura cordobesa sobre
el uso de los medios de radiodifusión.
Pero fue en Córdoba
donde la oposición radical produjo su acto más
concreto; en un ataque directo a la conducción
central de la CGT, los senadores Eduardo Angeloz e
Hipólito Solari Yrigoyen firmaron, junto a De la
Rúa, un proyecto de comunicación sobre el
encuadramiento sindical de los trabajadores de
Fiat Concord, "fijado erróneamente en la Unión
Obrera Metalúrgica, en vez de en el Sindicato de
Mecánicos y Afines del Trasporte Automotor
(SMATA)".
EL RETORNO CRITICO. El
punto más alto de esta crítica marcaría, entonces,
el lugar más alejado de la elipse que podría
llevar a la UCR (ver Panorama Nº 326) a volver a
usar las coincidencias con el justicialismo. Pero
esta vez para afirmar su incumplimiento, liso y
llano, en varios sectores.
De esta manera, la
crítica circunstancial —traslado de conflictos y
falta de prescindencia— señalaría la cúspide del
"looping", y la denuncia final buscaría la
persecución del aniversario en su propio campo y
con sus propios argumentos. Y quizá fue esto lo
que creyeron percibir algunos observadores cuando
vislumbraron cierta tendencia del Comité Nacional
a recalcar los postulados de la Hora del Pueblo.
Considerado
aisladamente, y si éste es el plan del
radicalismo, podría pecar de ingenuidad. Sin
embargo, algunas circunstancias podrían ayudarlo.
Para algunos, Perón entendería que sólo una
limitada porción del electorado independiente
puede volcarse a su favor y, ante una situación
que no vacila en describir como "estado de
emergencia", prefiere una oposición dialogante:,
por lo que no intentaría debilitar más la posición
de la UCR. Para otros, más simples, clásicos o
tajantes, Perón prefiere, a secas, una oposición
dividida, y no produce más hechos extenuantes al
radicalismo porque entiende que lo actuado hasta
ahora ya es suficiente.
Por fin, cabe otra
hipótesis muy remota, abierta por la legislación
electoral en vigencia. En el caso de que las dos
fuerzas mayoritarias no alcanzaran el 66 por
ciento de los votos, la tercera, si ha reunido el
15 por ciento, entra en el ballottage. Y se llega
al tiempo de recomposición de fórmulas. Segunda o
tercera en la elección, la UCR no tendría
demasiadas opciones v el justicialismo tampoco, ya
que se entiende que la recomposición con Manrique
traería un pronto colapso a las huestes de Perón.
EL TERCERO Y SU LUCHA.
Remontando a la tesis inicial, Manrique ya lucha
—y lo seguirá haciendo— por el segundo puesto en
los comicios del domingo 23 de septiembre. Es el
tercer adversario que guarda una absoluta
independencia de la maniobra política de las
mayorías electorales. Puede atacar —y lo hace— a
los dos contendores principales sin recibir
demasiados daños. Pero intentará viciar o destruir
ante todo la postura de los radicales, a la vez
que ejercita una detonante oposición frente al
oficialismo.
Los resultados de esta
estrategia no están a la vista. Sólo la compulsa
electoral aclarará, en definitiva, si el planteo
es de colores o matices, porque los candidatos
federalistas carecen de argumentos decisivos para
volcar la opción a su favor. El jueves 6, por
ejemplo, Rafael Martínez Raymonda calificó a la
UCR, en Córdoba, de "acompañante del proceso" y de
"partenaire" del peronismo. Ya Manrique, al
principio de la campaña, se había referido a la
"hibridez" del radicalismo. Tal vez lo cierto es
que a los líderes de la APF no les quedan
demasiadas acusaciones estentóreas que formular, y
que pueden tener que conformarse, en las dos
semanas de campañas que restan, con el efecto
subliminal de las reiteraciones. A menos que
redondeen una acusación conspirativa y decidan
afirmar que radicales y justicialistas intentan,
con los mismos fines, turnarse en el poder en la
Argentina. Pero esto no sería muy didáctico,
aunque fuera cierto.
Una nueva diferencia
se podrá encontrar, sin duda, entre las
conclusiones a que arribó Balbín sobre su
entrevista con José Gelbard, realizada en la tarde
del lunes 10, y lo que Manrique declare después de
su encuentro similar, el jueves 12. Tanto la UCR
como los federalistas han formulado críticas a la
política económica del gobierno. De la Rúa
aseguró, por ejemplo, que no hay plan económico, a
pesar de que éste podría instrumentarse
perfectamente a través del paquete de medidas
económicas. Balbín, por su parte, en compañía de
Carlos Perette y de Antonio Tróccoli, se encargó
de remarcar a Gelbard los errores cometidos, a su
juicio, por el conjunto de esa legislación. Algo
más: poco antes de la suscripción del Acta de
Compromiso del Agro, De la Rúa, en Córdoba, había
criticado "la inexistencia de una política
económica coherente que evite las angustias del
productor y el consumidor". Más teórico, Martínez
Raymonda fustigó el pacto que aplicaría "por sus
apresuramientos políticos comunistas y liberales
de principios de siglo".
UN CAMBIO DE TACTICA.
Por último, debe señalarse que el proyecto inicial
de la campaña del radicalismo ha variado en uno de
sus lineamientos; se esperaba que fuera De la Rúa
el candidato que pusiera mayor vigor en la tónica
opositora, y los hechos parecen indicar que el
papel "amargo" prefirió desempeñarlo el mismo
Balbín. La oratoria del viejo caudillo no tiene un
parentesco demasiado cercano con su antiguo
estilo. El jueves 6, ante las cámaras de
televisión, diagramó con claridad su postura ante
la guerrilla, atribuyéndola a la "imprudencia" del
decreto de indulto suscripto por el Poder
Ejecutivo en la noche del 25 de mayo, que calificó
como "un triunfo ante un gobierno impotente".
Pocas horas más tarde, sin embargo, Balbín
coincidió con las apreciaciones oficiales sobre el
intento de ocupación del Comando de Sanidad del
Ejército, afirmando que sus protagonistas "están
en definitiva sirviendo a los intereses no
nacionales que declaran combatir".
Quizá éstos sean los
últimos rounds políticos del caudillo de La Plata,
que ya ha aclarado que "de ninguna manera"
proseguirá al frente del partido después de las
elecciones. Del resultado electoral depende, por
consiguiente, cuál de los sectores internos del
radicalismo accederá a su dirección. Un bajo
porcentaje de sufragios puede significar la hora
de Raúl Alfonsín, y un éxito comicial, una fórmula
de conciliación o un heredero.
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Fernando de la Rúa:
Una crisis de fe
En las primeras horas
de la mañana del martes 11, Panorama entrevistó a
Fernando de la Rúa. Durante la semana anterior, el
candidato a vicepresidente por la Unión Cívica
Radical había visitado, en una larga gira
proselitista, varias provincias del interior; esa
etapa de la campaña radical había concluido la
noche del lunes 10, en Bahía Blanca, y De la Rúa
se preparaba a tomar su primer desayuno porteño
después de siete días de actividad electoral. La
conversación se desarrolló con las interrupciones
normales en una casa de familia que recién
despierta. Sigue la síntesis del diálogo:
—Senador: tanto para
el público como para el periodismo, usted es una
"figura-flamante" de la política nacional. Antes
que otra cosa, ¿cómo podría describirse a sí
mismo?
—Empezando con los
datos más comunes. Nací en Córdoba. Provengo de
una familia radical; mi padre fue ministro de
Gobierno de Amadeo Sabattini. Estudié Derecho; me
gradué. Hice un curso de perfeccionamiento en
Italia. Luego, por primera vez, ocupé un cargo.
Fui asesor del ministro del Interior del
presidente Arturo Illia, que también era cordobés.
Cuando cayó el gobierno radical, cuando el
teniente general Juan Carlos Onganía derrocó las
autoridades constitucionales para llevar a mal fin
un experimento que no tenía ni buena raíz ni buen
proyecto, seguí el camino de Illia, de Juan
Palmero y de todos los radicales. Me opuse a que
un gobierno ilegítimo marcara el destino de los
argentinos. Me opuse desde la calle, desde el
partido, desde la cátedra. Desde donde pude, para
ser breve. Luego llegó la hora de un proceso de
institucionalización abierto a pesar de la
resistencia de los enemigos clásicos de la
democracia nacional y a pesar de los caprichos del
gobierno militar de turno. Cuando me tocó afrontar
la segunda vuelta electoral, fui a la campaña con
una sola idea; pedí al electorado que pusiera
control y acción en el Congreso Nacional. El 15 de
abril, la UCR remontó una elección difícil y
triunfó en la Capital. Esa noche sentí que el peso
de una grave responsabilidad caía sobre mí.
Después llegó un capítulo inesperado; la
candidatura a vicepresidente. No me canso de
asegurar que nunca la esperé.
—¿Cuántos años tiene
ahora?
—Tengo 35 años.
—Usted vivió,
entonces, con plena conciencia, las postrimerías
del segundo gobierno de Juan Perón. ¿Qué recuerda
de esta época?
—Algunas cosas. Tenía
17 años cuando la revolución de septiembre de 1955
derrocó a Perón. Fui opositor al peronismo; era
estudiante secundario y, a mi turno, tuve que
correr entre el humo de los gases. Pero ésa es
otra historia. Acabo de decir en Mendoza que a
este país no se lo tras-forma con el recuerdo de
"los dieciocho años", ni tampoco con el de "los
diez años". Si tengo que criticar, no me gusta
echar mano de los antecedentes de nadie, ni nada.
Prefiero analizar la realidad inmediata, poner a
la vista sus falencias, y aclarar si los hechos
van marcando un buen camino, una política
beneficiosa, o todo lo contrario.
—¿Qué significado tuvo
el 11 de marzo?
—El 11 de marzo, y
también el 25 de mayo de este año, fueron fechas
de esperanza. Los argentinos habían votado a un
gobierno; el poder lo tenían los representantes
del pueblo. El
11 de marzo y el 25 de
mayo marcan el retorno a la legitimidad.
—Pero usted no opina
lo mismo respecto del 13 de julio...
—Es claro que no. Ese
día el pueblo vio, con un asombro muy cercano a la
estupefacción, que el gobierno elegido renunciaba
después de 42 días de instalado. Yo me pregunto si
alguien sabe cuáles fueron las causas reales de
las renuncias de Héctor Cámpora y Vicente Solano
Lima. La UCR, a través de sus legisladores, aceptó
las dimisiones de los miembros del Poder
Ejecutivo. Por supuesto, nada podía hacerse en
contra, ya que eran indeclinables. Pero el
radicalismo rechazó los términos, los fundamentos
de esas renuncias. Nosotros entendíamos que por
ninguna causa un proceso interno de un movimiento
político podía poner en peligro el proceso
institucional.
—¿Y usted cree que se
puso en peligro el proceso?
—Nadie puede esquivar
el lenguaje directo de la realidad. Por de pronto,
se ha provocado una crisis de fe en la República.
El pueblo mira, sin entender, cómo entran y salen
intendentes, cómo las administraciones
provinciales se debaten en conflictos provocados
por enfrentamientos internos. Hay inquietud en el
Poder Judicial. Hay empleados públicos que temen
por su estabilidad. Los trabajadores ven que hasta
de aquí a dos años no podrán discutir sus salarios
en las paritarias, mientras la CGT no organiza un
paro de protesta sino una marcha partidaria, y el
gobierno se dedica con entusiasmo al proselitismo.
Para mí, un año está a punto de perderse.
—¿Sobre qué bases pone
en tela de juicio el radicalismo la prescindencia
electoral del gobierno provisorio?
—Sobre bases reales.
Hay gobernadores de provincia que inciden
directamente sobre el proceso comicial. El país ha
visto a un vicegobernador encabezar una
manifestación partidista, y hace dos días he
debido negarme a una gentil invitación de un
mandatario provincial porque había hecho algo
semejante. Un legislador radical de Córdoba ha
señalado que el partido tuvo dificultades para la
obtención de un espacio de televisión para
trasmitir el acto de proclamación. Hasta Ricardo
Balbín se ha quejado de las equivocaciones de una
agencia oficial. En mi opinión, hay ya una
situación general que a pocos se les escapa, por
lo menos involuntariamente: existe una enorme
desigualdad de condiciones entre el oficialismo y
la UCR.
—Usted ha dicho que
"el radicalismo es la oposición"; creo que en San
Juan. Y yo le pregunto: ¿desde cuándo?
—Desde el 25 de mayo.
¿O no señalamos nuestra discrepancia cuando se
trató de dictar las leyes de amnistía y de
derogación de la legislación represiva? ¿O no se
presentó un pedido de informes al gobierno sobre
la situación universitaria? ¿O no se rechazaron
—como ya le dije— los términos de las renuncias de
Cámpora y Solano Lima? ¿O no se ha estado en
contra de una ley de blanqueo de capitales que
sólo sirve para que algunas poderosas empresas no
paguen millones de pesos, pero que no sirve para
que se pague a los maestros argentinos? Nosotros
nada tenemos que ver con este oficialismo que
obrando a través de cualquiera de sus sectores
provocó este proceso que generó inestabilidad,
incertidumbres y demoras. Este oficialismo que
alguna vez puso dudas sobre la posibilidad de un
comido que él mismo había convocado.
—¿Usted cree que la
amnistía, en vez del indulto, habría impedido un
suceso como el del miércoles 5?
—Vamos por partes. La
amnistía, sancionada por el Poder Legislativo y
dispensada por los jueces era un acto elemental de
prudencia política. Yo no sé si hubiera evitado o
no el asalto al Comando de Sanidad, y no me gustan
las hipótesis. Pero sí fui contrario al indulto,
que fue arrancado al Poder Ejecutivo,
disminuyéndolo en su autoridad. Hay un hecho
cierto en todo esto: el radicalismo condenó
siempre la violencia, sin diferencias de alturas.
Pero también condenó —y en esto se jugó solo
muchas veces— a la guerrilla. La violencia y todos
sus métodos deben ser desterrados, sin distingos
de categorías ni de ocasión.
—Anteayer un matutino
ha afirmado que la UCR modificaría tos
lineamientos de su campaña electoral, fundando su
oposición en la falta de cumplimiento de las
coincidencias sustentadas en la Hora del Pueblo.
Se reclamaría el cumplimiento de los objetivos
comunes. ¿Hasta qué punto esto es cierto?
—Es cierto desde el
principio hasta el final. Pero no es novedoso. Le
voy a hacer una cita: "La campaña electoral de la
UCR se desarrollará dentro de los términos de
coincidencia y de pacificación nacional". Esto lo
dijo Balbín en la madrugada del domingo 12 de
agosto, cuando la convención nacional del partido
lo proclamaba como candidato. ¿Nota algún cambio
entre lo dicho entonces y lo que se afirma que se
hará ahora?
—El cambio puede estar
en lo dicho por la fórmula radical durante lo que
va de la campaña...
—De ninguna manera. Lo
que se quiere, fundamentalmente, es afirmar en el
país un estilo político que destierre el agravio
como arma de lucha pero que sea contundente en la
defensa de las propias ideas de los sectores.
Hemos criticado al gobierno por su falta de
prescindencia política. He hecho notar que no
existe un plan económico. Ese reclamo no daña las
coincidencias. Lo que sí podría dañarlas es el
propio plan económico, si se hiciera en contra de
lo establecido por ellas. Pero esto no se puede
discutir por anticipado. Nosotros no recreamos
antinomias ni fomentamos desencuentros, pero
consideramos que la discrepancia es esencial para
que podamos construir. Nada obtendrá el país de la
uniformidad, provenga de la indiferencia o de la
imposición autocrática. Queremos asegurar el
equilibrio político, el cambio y el porvenir en la
República: todo cuanto haga el oficialismo, a
nuestro juicio, en contra o al margen de estos
fines últimos, será señalado hasta la reiteración
desde cada tribuna que la UCR ocupe.
—¿Por qué ha criticado
la participación de la Argentina en la Conferencia
de Países no Alineados de Argel?
—La Argentina está en
una situación intermedia; puede actuar como un
factor de mediación entre países desarrollados y
en desarrollo. La importancia política de este
posible papel moderador no puede excluirse como
poderosa fuerza argumental en cualquier examen de
nuestra política en los foros internacionales.
Deben evitarse, pues, las fórmulas de compromiso
que no tengan un valor permanente. He seguido con
atención el trámite de la conferencia de Argel;
nuestro país ha obtenido un éxito parcial al
lograr apoyo para la fórmula jurídica de la
consulta en materia de construcciones sobre cursos
de agua internacionales. Pero también he visto que
esa moción se presentó a través de otro país. ¿No
se hubiera logrado lo mismo con la participación
en la conferencia como "observador"? ¿No se
hubieran evitado así silencios e indecisiones
cuando se trató de enfocar otros temas, y un clima
de cierto recelo en el plano de nuestras
relaciones diplomáticas con otras naciones que no
participaron en la conferencia? Yo no soy un
experto en el tema, pero creo que el país debe
resguardar su cuota de libertad de acción en el
plano internacional con el mayor de los cuidados.
—¿Y qué piensa del
Brasil?
—Lo que la historia
nos ha dejado como enseñanza. Siempre ha existido
un estado de discusión entre nuestro país y el
Brasil. Es que, cada cual a su turno, ambos han
tratado de lograr la mayor cuota de influencia en
el espacio del Cono Sur continental. Entiendo que
la idea integradora es la que debe privar. El
concepto de desafío no implica una enemistad, pero
sí una rivalidad que no excluye áreas de
entendimiento y cooperación. El continente debe
entenderse y realizarse en conjunto. Pero la
Argentina debe apoyar su postura en la sólida
cohesión del frente interno mediante un clima de
permanente progreso político, y así conformada,
construir las obras y producir los hechos que den
fuerza a sus derechos indudables. Necesitamos una
política exterior imaginativa y eficiente, que una
a los argumentos diplomáticos toda la capacidad
constructiva de la Nación.
—¿Y qué política
interior?
—La del radicalismo.
Revista Panorama
13/09/1973
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