HACE algunas semanas,
poco más de un centenar de invitados se acomodaron
en un subsuelo céntrico de Rosario. A la hora
indicada y atenuadas las luces, surgieron en la
pantalla las rápidas imágenes de un breve
audiovisual realizado por Rubén Naranjo, con el
fondo musical de las guitarras del conjunto Canto
Libre (Mito Sparm y Horacio Sturam). Cincuenta
minutos después, el canto y las guitarras habían
cesado, pero las rápidas imágenes del audiovisual
volvían a la pantalla, y una Moneda cuyo valor se
lee en kilos de carne permanecía unos brevísimos
instantes detenida, para terminar con aquella
magia en la que el relato, los versos, la música y
las imágenes proyectadas, habían convocado,
durante casi una hora, el estupor y la emoción de
aquel público. El drama de La Forestal tenía,
desde aquella noche, su Crónica Cantada.
La obra de Ielpi y
Bollea, puesta en escena por el conjunto Canto
Libre y con los relatos de Carlos Jorge, se ha
venido representando ininterrumpidamente desde
entonces en la misma sala de su estreno, y ha sido
llevada a los escenarios de entidades
universitarias, colegios secundarios y sindicatos.
Los versos rescatan, esencialmente, los
acontecimientos más importantes entre 1915 y 1930,
en esa inacabable historia de explotación y
sojuzgamiento llevada a cabo por la empresa
anglogermana cuya última designación legal fue
"Compañía Forestal de Tierras, Maderas y
Ferrocarriles Limitada", nombre que tomara en
1913, y que fuera precedido por el de la
"Argentine Quebracho Company", y el de "Compañía
de Tierras Santa Fe".
Dos millones
de hectáreas
La increíble historia
del imperio del tanino comienza, probablemente, en
1881, fecha en la que el Gobierno santafesino
debió afrontar una antigua deuda contraída, en
1872, con la firma inglesa "Cristóbal Murrieta y
Compañía". Las engorrosas negociaciones fueron
encomendadas a Lucas González, apoderado de la
empresa en la Argentina, y ex ministro de
Avellaneda y Mitre. En definitiva, la provincia
propuso pagar la deuda de 110.873 libras y 3
chelines en tres partes: una con bonos del Tesoro
provincial, y dos con el producido de la venta de
tierras fiscales.
No obstante la calidad
de personero de la empresa Murrieta, el gobernador
Simón de Iriondo encomendó a Lucas González, con
los gastos a costa de la provincia, la tarea de
encontrar en Europa compradores para las tierras
que se aplicarían al pago de la deuda. Obviamente,
Lucas González dio un final brillante a aquella no
menos brillante operación, y las tierras
santafesinas (1.804.563 hectáreas), fueron
adquiridas por la compañía inglesa Murrieta y
Compañía. La vergonzosa operación implicó la
pérdida de territorio nacional más importante de
la historia argentina (un 12 por ciento del área
de Santa Fe), y el paso a manos extranjeras de la
mayor reserva de tanino del mundo.
Así se sentaron las
bases de La Forestal, el imperio que abarcaba una
vasta zona de los hoy departamentos de 9 de Julio,
San Cristóbal, Vera, y General Obligado (en el
llamado Chaco santafesino), y parte del entonces
territorio nacional del Chaco.
("Argentine Quebracho
Company. / Ese era el primer nombre. / Sus
acciones estaban en New York. / Pero sus garras
caían sobre el quebracho, / el tanino y los
rollizos / y empezaban a hundirse entre los montes
/ del Chaco Grande. / El sitio se llamaba
Tartagal").
Nace el
imperio
A partir de 1913
aquellos montes desolados y salvajes verían
crecer, al conjuro del apetito monopolista, los
pueblos forestales: Las Gamas, Guaycurú, Piracuá,
Piracuacito, La Balanza, El Robón, Ogilvie, La
Sanrosita, Estación Rica, Florencia, Golondrina.
Todos habían nacido para cumplir una función
precisa en el ajustado mecanismo de La Forestal.
Algunos de ellos llegaban a los 7.000 habitantes,
y los que eran sede de las fábricas de tanino,
como Calchaquí, Villa Ana, Villa Guillermina,
Tartagal, y Florencia, duplicaban fácilmente esa
cifra.
Algunos observadores
superficiales del fenómeno podían entonces
asombrarse del adelanto de aquellos pueblos que
daban una sensación de riqueza y progreso, ya que
poseían agua corriente y luz eléctrica; sus calles
estaban afirmadas con aserrín de quebracho, y no
faltaban buenos comercios, farmacia, hospital, e
incluso canchas para golf y tenis. Pero detrás de
aquella fachada, para uso exclusivo del personal
administrativo, los funcionarios, las autoridades
y los visitantes, se hallaba la realidad del
pueblo humillado: las viviendas misérrimas de los
hacheros y obrajeros y sus familias, verdaderas
chozas sin luz ni ventilación, cuyo interior se
transformaba en laguna cuando llovía; los turnos
matadores de 14 horas; y las esperas inacabables
del "recibidor", que acreditaba la leña o los
rollizos cortados en pleno monte, a razón de dos
pesos con cincuenta la tonelada de leña, y 7 pesos
la de rollizo, equivocándose en su evaluación "a
ojo", hasta en 500 kilos por toneladas, a favor,
claro está, de la omnipotente empresa. Los
hacheros y obrajeros debían darse por contentos
con esa evaluación, ya que, como testimonia Juan
Lotito en su informe sobre "El Chaco santafesino",
si una inundación o cualquier otra circunstancia
los obligaba a cambiar de monte, antes de la
visita del "recibidor", el trabajo realizado en el
lugar anterior quedaba perdido, sin derecho alguno
de reclamación, aunque La Forestal, obviamente,
usara la madera.
("Todo era limpio y
ordenado entonces / en los amargos pueblos del
imperio. / Agua corriente, luz, farmacia, calles,
/ un hospital, canchas de golf... Lo bueno / para
el Jefe, el Gerente, el Contratista. / Eran
pueblos de lujo en una tierra / de semianalfabetos
humillados, / condenados al sol de doce horas. /
el jején, la viudita, el viboraje, / las moscas
blancas y la garrapata...").
El camino
hacia la sangre
Aquella maquinaria de
explotación que contó según los numerosos
testimonios, con la complicidad de las autoridades
en los diversos niveles (al ya citado Lotito,
agréguense los escritos de Guido Miranda, "Tres
ciclos chaqueños"; y Rafael Virasoro, La Forestal
Argentina", entre otros), constituyó un cerco en
el que 50.000 hombres, pagados con moneda que
carecía de valor fuera de sus confines; más de 50
obrajes, fábricas e ingenios; numerosos pueblos y
puertos y hasta 550 kilómetros de red ferroviaria,
eran los integrantes de un estado extranjero, tan
poderoso que izaba solamente su propia bandera y
pagaba impuestos a la corona británica. Baste para
darse una idea cabal de este insólito fenómeno, el
que en 1916 la compañía pagó en concepto de
impuestos a la provincia de Santa Fe la suma de
300 mil pesos, y en la misma fecha liquidaba por
el mismo concepto al fisco británico, donde tenía
la empresa su asiento jurídico, la suma de 9
millones de pesos.
La política de tierra
arrasada que le hacía abandonar definitivamente
las zonas en las que la explotación indiscriminada
del bosque natural acaba por agotar la riqueza
quebrachera; la aparición insospechada del primer
Centro Obrero, en 1919, y del primer periódico
obrero, el "Añá Membuí", y el descontento de los
explotados que empezaba a manifestarse a pesar de
la cruel represión, determinaron que la empresa
comenzara a cerrar obrajes, a crear su propia
fuerza mercenaria) la feroz "gendarmería volante",
a incendiar poblados para obligar a su evacuación,
entregando por toda indemnización un boleto de
segunda en sus ferrocarriles, hasta los límites
del imperio; a ordenar, finalmente, la matanza
masiva de los obreros, en los episodios que
cubrieron los años 1919 a 1921.
("Ya vienen los
mercenarios, ¿De dónde salen? ¿De dónde? / El
mauser siempre adelante. / ¿Qué vientre los ha
parido? / Ya vienen matando gente / esos gendarmes
volantes. / ¡La. maldición del quebracho / les
alcance hasta los hijos!").
Se terminó el
obraje interminable
La Crónica Cantada
persigue el itinerario sangriento que corre
paralelamente con el desmantelamiento de la
empresa, la destrucción de los pueblos, y la
pasividad oficial ante tanta ignominia que selló
el destino de centenares de compatriotas
totalmente desamparados.
En los próximos días,
el conjunto "Canto Libre" iniciará una gira
organizada por extensión Universitaria de la
Universidad Nacional del Comahue, que llevará la
Crónica a doce poblaciones de Neuquén y Río Negro,
y que culminará en la ciudad de Bahía Blanca.
"Posteriormente
—relató Bollea a Redacción— el espectáculo será
montado en Buenos Aires, ya que Héctor Aure,
miembro del grupo cooperativo que explota la sala
del Lasalle, nos manifestó, ante una gestión de
Aida Bortnik, su interés porque la Crónica subiera
al escenario de aquella sala".
Una vez cumplidos
estos dos compromisos, la Crónica volverá a
Rosario, a ser escuchada en los barrios y en las
escuelas. La obra de Ielpi y Bollea se inscribe,
así. en una labor que tiende a posibilitar la
concientización de los grandes problemas
nacionales. Los versos, transportados por los
ritmos del chamamé, la canción del litoral, o la
milonga, actualizarán para muchos un problema no
resuelto, cuyas últimas consecuencias hicieron
vibrar el norte santafesino hace nos más de cuatro
años en Villa Ocampo.
("Se fue La Forestal,
mi compañero, / pero no terminó la muerte lenta. /
El hambre, amigo, duele como entonces. / Se
terminó la vida, compañero... / Somos los
desplazados del obraje, / los del ingenio y los de
la ganancia. / ¿Qué saben de nosotros, compañeros?
/ ¿Saben dónde vivimos y morimos?").
Revista Redacción
08/1973
|