CANTO A LA VIDA EN LOS OBRAJES
Desde Rosario, por RODOLFO VINACUA
El escritor Rafael Oscar Ielpi y el músico José Luis Bollea presentaron al público su "Crónica cantada", un poético relato de la vida en los obrajes, cuando se pagaban jornales con valores en kilos de carne y se perseguía a los hacheros con la "gendarmería volante". Los versos rescatan pasajes de una historia que incluye la cesión de dos millones de hectáreas a la graciosa corona inglesa.
La Forestal

HACE algunas semanas, poco más de un centenar de invitados se acomodaron en un subsuelo céntrico de Rosario. A la hora indicada y atenuadas las luces, surgieron en la pantalla las rápidas imágenes de un breve audiovisual realizado por Rubén Naranjo, con el fondo musical de las guitarras del conjunto Canto Libre (Mito Sparm y Horacio Sturam). Cincuenta minutos después, el canto y las guitarras habían cesado, pero las rápidas imágenes del audiovisual volvían a la pantalla, y una Moneda cuyo valor se lee en kilos de carne permanecía unos brevísimos instantes detenida, para terminar con aquella magia en la que el relato, los versos, la música y las imágenes proyectadas, habían convocado, durante casi una hora, el estupor y la emoción de aquel público. El drama de La Forestal tenía, desde aquella noche, su Crónica Cantada.
La obra de Ielpi y Bollea, puesta en escena por el conjunto Canto Libre y con los relatos de Carlos Jorge, se ha venido representando ininterrumpidamente desde entonces en la misma sala de su estreno, y ha sido llevada a los escenarios de entidades universitarias, colegios secundarios y sindicatos. Los versos rescatan, esencialmente, los acontecimientos más importantes entre 1915 y 1930, en esa inacabable historia de explotación y sojuzgamiento llevada a cabo por la empresa anglogermana cuya última designación legal fue "Compañía Forestal de Tierras, Maderas y Ferrocarriles Limitada", nombre que tomara en 1913, y que fuera precedido por el de la "Argentine Quebracho Company", y el de "Compañía de Tierras Santa Fe".

Dos millones de hectáreas
La increíble historia del imperio del tanino comienza, probablemente, en 1881, fecha en la que el Gobierno santafesino debió afrontar una antigua deuda contraída, en 1872, con la firma inglesa "Cristóbal Murrieta y Compañía". Las engorrosas negociaciones fueron encomendadas a Lucas González, apoderado de la empresa en la Argentina, y ex ministro de Avellaneda y Mitre. En definitiva, la provincia propuso pagar la deuda de 110.873 libras y 3 chelines en tres partes: una con bonos del Tesoro provincial, y dos con el producido de la venta de tierras fiscales.
No obstante la calidad de personero de la empresa Murrieta, el gobernador Simón de Iriondo encomendó a Lucas González, con los gastos a costa de la provincia, la tarea de encontrar en Europa compradores para las tierras que se aplicarían al pago de la deuda. Obviamente, Lucas González dio un final brillante a aquella no menos brillante operación, y las tierras santafesinas (1.804.563 hectáreas), fueron adquiridas por la compañía inglesa Murrieta y Compañía. La vergonzosa operación implicó la pérdida de territorio nacional más importante de la historia argentina (un 12 por ciento del área de Santa Fe), y el paso a manos extranjeras de la mayor reserva de tanino del mundo.
Así se sentaron las bases de La Forestal, el imperio que abarcaba una vasta zona de los hoy departamentos de 9 de Julio, San Cristóbal, Vera, y General Obligado (en el llamado Chaco santafesino), y parte del entonces territorio nacional del Chaco.
("Argentine Quebracho Company. / Ese era el primer nombre. / Sus acciones estaban en New York. / Pero sus garras caían sobre el quebracho, / el tanino y los rollizos / y empezaban a hundirse entre los montes / del Chaco Grande. / El sitio se llamaba Tartagal").

Nace el imperio
A partir de 1913 aquellos montes desolados y salvajes verían crecer, al conjuro del apetito monopolista, los pueblos forestales: Las Gamas, Guaycurú, Piracuá, Piracuacito, La Balanza, El Robón, Ogilvie, La Sanrosita, Estación Rica, Florencia, Golondrina. Todos habían nacido para cumplir una función precisa en el ajustado mecanismo de La Forestal. Algunos de ellos llegaban a los 7.000 habitantes, y los que eran sede de las fábricas de tanino, como Calchaquí, Villa Ana, Villa Guillermina, Tartagal, y Florencia, duplicaban fácilmente esa cifra.
Algunos observadores superficiales del fenómeno podían entonces asombrarse del adelanto de aquellos pueblos que daban una sensación de riqueza y progreso, ya que poseían agua corriente y luz eléctrica; sus calles estaban afirmadas con aserrín de quebracho, y no faltaban buenos comercios, farmacia, hospital, e incluso canchas para golf y tenis. Pero detrás de aquella fachada, para uso exclusivo del personal administrativo, los funcionarios, las autoridades y los visitantes, se hallaba la realidad del pueblo humillado: las viviendas misérrimas de los hacheros y obrajeros y sus familias, verdaderas chozas sin luz ni ventilación, cuyo interior se transformaba en laguna cuando llovía; los turnos matadores de 14 horas; y las esperas inacabables del "recibidor", que acreditaba la leña o los rollizos cortados en pleno monte, a razón de dos pesos con cincuenta la tonelada de leña, y 7 pesos la de rollizo, equivocándose en su evaluación "a ojo", hasta en 500 kilos por toneladas, a favor, claro está, de la omnipotente empresa. Los hacheros y obrajeros debían darse por contentos con esa evaluación, ya que, como testimonia Juan Lotito en su informe sobre "El Chaco santafesino", si una inundación o cualquier otra circunstancia los obligaba a cambiar de monte, antes de la visita del "recibidor", el trabajo realizado en el lugar anterior quedaba perdido, sin derecho alguno de reclamación, aunque La Forestal, obviamente, usara la madera.
("Todo era limpio y ordenado entonces / en los amargos pueblos del imperio. / Agua corriente, luz, farmacia, calles, / un hospital, canchas de golf... Lo bueno / para el Jefe, el Gerente, el Contratista. / Eran pueblos de lujo en una tierra / de semianalfabetos humillados, / condenados al sol de doce horas. / el jején, la viudita, el viboraje, / las moscas blancas y la garrapata...").

El camino hacia la sangre
Aquella maquinaria de explotación que contó según los numerosos testimonios, con la complicidad de las autoridades en los diversos niveles (al ya citado Lotito, agréguense los escritos de Guido Miranda, "Tres ciclos chaqueños"; y Rafael Virasoro, La Forestal Argentina", entre otros), constituyó un cerco en el que 50.000 hombres, pagados con moneda que carecía de valor fuera de sus confines; más de 50 obrajes, fábricas e ingenios; numerosos pueblos y puertos y hasta 550 kilómetros de red ferroviaria, eran los integrantes de un estado extranjero, tan poderoso que izaba solamente su propia bandera y pagaba impuestos a la corona británica. Baste para darse una idea cabal de este insólito fenómeno, el que en 1916 la compañía pagó en concepto de impuestos a la provincia de Santa Fe la suma de 300 mil pesos, y en la misma fecha liquidaba por el mismo concepto al fisco británico, donde tenía la empresa su asiento jurídico, la suma de 9 millones de pesos.
La política de tierra arrasada que le hacía abandonar definitivamente las zonas en las que la explotación indiscriminada del bosque natural acaba por agotar la riqueza quebrachera; la aparición insospechada del primer Centro Obrero, en 1919, y del primer periódico obrero, el "Añá Membuí", y el descontento de los explotados que empezaba a manifestarse a pesar de la cruel represión, determinaron que la empresa comenzara a cerrar obrajes, a crear su propia fuerza mercenaria) la feroz "gendarmería volante", a incendiar poblados para obligar a su evacuación, entregando por toda indemnización un boleto de segunda en sus ferrocarriles, hasta los límites del imperio; a ordenar, finalmente, la matanza masiva de los obreros, en los episodios que cubrieron los años 1919 a 1921.
("Ya vienen los mercenarios, ¿De dónde salen? ¿De dónde? / El mauser siempre adelante. / ¿Qué vientre los ha parido? / Ya vienen matando gente / esos gendarmes volantes. / ¡La. maldición del quebracho / les alcance hasta los hijos!").

Se terminó el obraje interminable
La Crónica Cantada persigue el itinerario sangriento que corre paralelamente con el desmantelamiento de la empresa, la destrucción de los pueblos, y la pasividad oficial ante tanta ignominia que selló el destino de centenares de compatriotas totalmente desamparados.
En los próximos días, el conjunto "Canto Libre" iniciará una gira organizada por extensión Universitaria de la Universidad Nacional del Comahue, que llevará la Crónica a doce poblaciones de Neuquén y Río Negro, y que culminará en la ciudad de Bahía Blanca.
"Posteriormente —relató Bollea a Redacción— el espectáculo será montado en Buenos Aires, ya que Héctor Aure, miembro del grupo cooperativo que explota la sala del Lasalle, nos manifestó, ante una gestión de Aida Bortnik, su interés porque la Crónica subiera al escenario de aquella sala".
Una vez cumplidos estos dos compromisos, la Crónica volverá a Rosario, a ser escuchada en los barrios y en las escuelas. La obra de Ielpi y Bollea se inscribe, así. en una labor que tiende a posibilitar la concientización de los grandes problemas nacionales. Los versos, transportados por los ritmos del chamamé, la canción del litoral, o la milonga, actualizarán para muchos un problema no resuelto, cuyas últimas consecuencias hicieron vibrar el norte santafesino hace nos más de cuatro años en Villa Ocampo.
("Se fue La Forestal, mi compañero, / pero no terminó la muerte lenta. / El hambre, amigo, duele como entonces. / Se terminó la vida, compañero... / Somos los desplazados del obraje, / los del ingenio y los de la ganancia. / ¿Qué saben de nosotros, compañeros? / ¿Saben dónde vivimos y morimos?").

Revista Redacción
08/1973

 

Ir Arriba