Todas las mañanas
deambula, como poseído, por la avenida Colón. Es
que sobre esa abarrotada arteria marplatense el
aparentemente solemne Marcos Mundstock (31,
casado) ha descubierto una tramposa cervecería
que, por las madrugadas, se metamorfosea en
despacho de suculentos cafés con leche y medias
lunas. El mozo del lugar puede detectar su
presencia aun sin verlo: "Mete tal batifondo
masticando las medias lunas y sorbiendo el café
con leche que parece una orquesta. ¡Es imposible
no advertir que él está en el local, tantos son
los slurp y los crunch que descerraja ese hombre
cuando sorbe y deglute!" En realidad, esos sonidos
onomatopéyicos acompañan a Mundstock en forma
permanente, por lo menos mientras está despierto.
"Durante las mañanas, en la playa, parece que
llevara una ranita en la barriga; todo el tiempo
hace cri, cri, cri. Por la tarde, es como si se
hubiera tragado un Ford T: a cada paso hace hoink,
hoink, hoink", confió su esposa a Siete Días. Y
ese curioso hábito, obviamente, no desaparece a la
noche, cuando se presenta en escena junto a sus
compinches del conjunto Les Luthiers exhibiendo
una copiosa ristra de insólitos instrumentos
musicales: sopladores y tocadores de cuernos de
goma, dactilófano, tubófono, latín (o violin de
lata), violata (o viola de lata), cello legüero,
altpipe, basspipe, manguereta, manguelódica
neumática y mate o yerbomatófono. Mundstock —¡no
podía ser de otra manera!— es una de las batutas
de esa estridente, zumbona agrupación
cómico-musical. Por eso, Siete Días no se
sorprendió cuando hubo de toparse con él, café con
leche y medias lunas por medio, en la referida
cervecería. Allí precisamente, se entabló este
disparatado diálogo:
—Por lo que vemos sos
un buen comedor. . .
—También soy buen
living, baño instalado y hall de entrada.
—¿Tenés alguna muela
picada que haces tanto ruido cuando tomas el
desayuno?
—Aunque no lo creas,
el ruido debe venir de otra parte. Uno de los
actos heroicos que realicé este año consistió en
arreglarme todas las muelas. En esa operación casi
pierdo la barba en el dentista.
—A lo mejor sin barba
hubieras quedado con más pinta.
—¿Estás loco? Yo tengo
cara de nene. Si me saco la barba puedo llegar a
parecer un bebé calvo.
—Sin embargo con esa
cara te casaste...
—Bueno, sí. . .
—¿Cuántas veces te
casaste?
—Una sola.
—¿Por qué una sola?
—Porque me gusta estar
casado con mi mujer.
—¿Qué pensás de la
hostia?
—¿De qué hostia me
hablás? ¿De la de Monzón? Mirá. . ., a ésa no me
gustaría recibirla ni en misa: es una hostia
consagrada.
—No, yo me refería a
la otra...
—Sobre la otra no sé
qué decir; mis padres son judíos.
—¿Qué hacés cuando no
comés'
—Trabajo o paseo.
—¿Con quién paseás?
—Por lo general
procuro pasear conmigo mismo.
—De no haber nacido
humano, ¿qué te hubiera gustado ser?
—Un felino, para tener
en el cuerpo esa agilidad que ahora me falta.
Claro, la macana es que, en ese caso, no hubiera
faltado quien me denunciara como un pobre gato.
—Cambiemos de tema
alegrándonos de que no hayas nacido felino. ¿Cómo
celebrás tu cumpleaños?
—Casi siempre con un
desfile. Yo nací un 25 de mayo.
—¿Eras travieso de
niño?
—Sí, muy travieso. No
sólo rompía vidrios en el vecindario sino que
además rompía otras cosas: plantas, por ejemplo.
Me decían "El terror botánico".
—¿Alguna vez rompiste
una mala racha ganando en el Casino?
—He ido muy poco al
Casino. ¡Y eso a pesar de que me agrada el juego!
—¿Cuál es el juego que
más te apasiona?
—La escondida.
—¿Qué edad te gustaría
tener?
—Veinte años. Pero
preferiría tenerlos con mi actual edad mental.
—¿Qué es para vos la
mente?
—Un mate cebado con
bombilla. Pero. . ., ¡ojo! Hay que saber a quién
convidar con ese mate . . .
—Si no fueras lo que
sos, ¿qué te hubiera gustado ser?
—Mirá, si no fuera un
Luthier comedor de medias lunas me hubiera gustado
ser ingeniero (dejé mis estudios en tercer año),
químico, aviador, tenor de ópera o Tarzán. Sí,
creo que ser Tarzán me hubiera apasionado.
—¿Por qué?
—Me gustaría poder
lucir el lomo de Tarzán para hacer pinta y por
tener fuerza. Pero con mi físico me debo conformar
jugando al fútbol una vez por semana. Cada vez que
juego la palabra más ingeniosa que digo es: ¡Ay!
—Muchos de tus amigos
afirman que sos un caradura; ¿tienen razón?
—En realidad soy muy
vergonzoso, pero eso ocurre sólo cuando estoy
frente a cuatro o cinco personas. Cuando delante
mío hay más de doscientos individuos se me pasa la
batata y me suelto como un loco. Ese es un costado
de mi personalidad que yo llamo "el de los
porcentajes".
—¿Qué querés decir con
eso?
—Mirá es fácil de
entender. Tengo un 23,5 de vergüenza; un 2,75 de
lo otro; un 3,72 por ciento de lo que está más acá
y otro 12,23 de no me acuerdo en este momento qué;
se revuelve bien, se le agrega un poco de sal, se
sirve frío y aparece mi completa personalidad,
desglosada en cifras y porcentajes.
—De esos porcentajes
que vos imaginas, ¿cuál es tu preferido?
—Supongo que vos
querés saber si yo en realidad prefiero mi perfil
de caradura, ¿no as así?
—Bueno, algo de eso es
verdad.
—Entonces te diré que
el asunto depende: Si hay un tinglado que protege
de la lluvia siento predilección por mi costado
sencillito.
—Hay quienes afirman
que todos los grandes hombres fueron o son
personas muy sencillas. ¿Es por eso que vos optas
por ese porcentaje?
—Mirá, flaco, yo soy
un tipo inteligente pero no me creo el ombligo del
mundo.
—¿Tu frente ancha, el
pelo escaso y las entradas muy destacadas son
signos visibles de tu inteligencia?
—Para nada, ¿no te
enteraste que de madrugada me pongo el traje de
Hare Krisna y salgo a tocar tambor y los platillos
por la calle?
—¿Esa dosis de
misticismo oriental impide, por ejemplo, que creas
en los horóscopos?
—No creo en los
horóscopos porque están hechos por una legión de
chantas. Eso sí, soy un ferviente partidario de la
parapsicología. Claro que no te voy a decir por
qué, puesto que es un secreto mío que guardo
celosamente.
—¿Por qué creés en la
parapsicología, entonces?
—Qué sé yo, flaco.
Pregúntame algo más fácil, ¿no te gustaría saber
qué pienso de Colón?
—Bue... está bien:
¿qué pensás de Colón?
—Que es un infierno de
tránsito, pero como avenida es muy linda y hasta
pintoresca.
—Decime, ¿no te
consideras un tipo pesado?
—Uf, todos los años
aumento de peso, ahora estoy en 73.
—Si tuvieras que
morirte, y otra opción no te queda, ¿cuándo te
gustaría dejar el mundo de los vivos?
—¿Querés que te diga
la verdad? Me agradaría abandonar este mundo un
día después que termine.
—¿Por qué?
—Pienso que el día del
Apocalipsis será de noche y a mí me gustaría poder
tomar un desayuno más, con doble porción de medias
lunas.
Julio Bonamino
Fotos: Mario Paganetti
Revista Siete Días
Ilustrados
18.03.1974
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