En el verano de 1964,
cuando Chico Novarro (o Mike Lerman, como se
prefiera) hace explotar sobre la Argentina y el
Uruguay su obsesivo El orangután y la orangutana,
acompañándose con sacudidas epilépticas, todo un
movimiento musical adquiere simbología exacta. Y
La nena Juana fue también un anticipo de lo que
estaba por venir en el terreno de la creación
complaciente. Los argentinos no pudieron
gratificar, una vez más, su masoquismo, porque los
primates atacaban a todo el orbe, en una escalada
cuyo eje iba de Londres a Nueva York. Un
periodista llamó El triunfo de los orangutanes a
esta tendencia que marca a fuego el comienzo de la
década.
Algunas pistas apuntan
—tras antecedentes varios, entre ellos, acaso, El
club de los discómanos, por radio, en 1956, y la
presencia de Baby Bell, en 1958— a Ben Molar como
responsable del movimiento "nuevaolero" en el
país, a partir, en aquel mismo año de 1956, de su
lanzamiento de Elder Barber y el Canario triste.
La misma experimentada fuente aduce que el cantor
de tangos Alberto Castillo, con su gesticulación
brotada de la barra de la esquina, asienta las
bases de lo que, mucho después, sería el estilo
del Club del Clan. Hay, sin embargo, un precursor
convicto y confeso, y rechazado, y prestamente
olvidado: Billy Caffaro, con su barba pionera,
furor discográfico de entonces, hoy dedicado a la
atención de un taller mecánico.
Ben Molar insiste en
ser el padre de la criatura. "Voy a decir la
verdad, lo que nunca dije", anuncia a Panorama, y
espeta: "En 1960, cuando llega al país el
productor Ricardo Mejía, ya con mi amigo, el
periodista Bucchieri, vendía yo libros de
canciones como el pan. El recién llegado se
incorporó a RCA, le propuse grabar 12 éxitos
mundiales que seleccioné especialmente y le
sugerí, inclusive, e] nombre de algunos muchachos
que podían emular a Elvis Presley, o Paul Anka. El
aceptó, yo hice la versión castellana de los hits
y de ahí arranca todo". A mediados de 1962, en el
Canal 11, Ritmo y juventud y La cantina de la
guardia nueva, pasaban casi inadvertidos. Pero el
peso potencial de un éxito que todo auguraba como
seguro, une los esfuerzos de Ricardo Mejía, el
periodista-asesor Leo Vanés y el libretista Quique
Atuel. En noviembre de aquel año nace El Club del
Clan en el Canal 9, que otorga nueva fachada a los
pupilos con que ya contaban los promotores.
LA SUERTE ESTA
ECHADA. La metamorfosis comienza con la
ignota Ana María Adinolfi, que se trasforma en
Violeta Rivas. A los 18 años, Alberto Felipe
Soria, un rubiecito bien parecido, se enfunda en
abigarrados pulóveres y es Johny (con una sola
ene) Tedesco. Raúl Peralta abandona la orquesta de
Héctor Varela y se convierte, a los 25 años, en
Raúl Lavié. Chico Novarro (el más dotado
musicalmente, lo que no es mucho decir) es, ya se
dijo, Mike Lerman, o viceversa. Después, con el
amparo de Diño Ramos, primero, y Leo Vanés, luego,
se cuenta con Ramón Bautista Ortega a quien el
segundo bautiza Palito. "Para fotografiarlo
—memora el periodista—, tenía que hacerle
pronunciar en inglés la palabra cheese, queso, y
ni aun así salía' sonriente. Entonces le dimos una
imagen acorde con su gesto adusto". Este fue el
origen del Changuito cañero, oficio con el que
Ortega sólo está emparentado a través de una
canción.
De la mano de Molar
aparece después Juan Ramón, con Oh, mi Señor. Se
especula con la imagen de un muchacho bondadoso
(Juan Corazón), que contados colegas parecieran
reconocer en la realidad. Junto al eterno Luis
Aguilé es, vocalmente, el mejor. Esos, y Los Cinco
Latinos, Lalo Franzen, Jolly Land, Rocky Pontoni,
son algunos de los nombres que abren la década
eufórica. En 1973, son apenas un recuerdo, y no
demasiado nostálgico. Es que una época en la que
un tartamudo puede llegar a grabar sin que se
note, exige, como todas, algún tributo para
perdurar. Aquellos antepasados —superiores a sus
descendientes, sin duda— de Sabú y Raúl Padovani,
lo aprendieron en carne propia. Por eso, los
manager s idearon un curioso artilugio,
representativo de esas luchas: el Disco de Oro,
originario de los Estados Unidos, donde premia la
venta de un millón de placas. Aquí fue ampliamente
distribuido en módica versión de aluminio
bronceado, mientras abundaban los festivales de la
canción y el cine registraba a sus efímeros
paladines. Concretamente, en 1964, descuidado por
un público que ya no lo soporta, el Club del Clan
se desmorona. De las ruinas, perviven los nombres
de Palito Ortega y Leo Dan, en histórica
competencia: respectivamente, el sello CBS y la
provincia de Tucumán, RCA y Santiago del Estero.
EXCEPCIONES Y FRACASOS. Algunos
argentinos andan por el mundo, dando que hablar.
En polos opuestos —el artificio y la
autenticidad—, Waldo de los Ríos con sus
comerciales trascripciones de Mozart o Beethoven,
Gato Barbieri con su fabuloso saxo tenor. En el
medio, Lalo Schifrin escribiendo partituras para
Hollywood. Y, en el plano canoro, Alberto Cortez,
luego de recorrer Europa con la banal Zucu-Zucu,
ancla en Madrid y refulge en la Zarzuela, poniendo
música a poetas americanos y del Siglo de Oro
Español. Con los textos de Antonio Machado, abre
un camino que habrían de recorrer Ibáñez y Serrat.
Pero e] público argentino se resiste —hay varias
razones para ello— a aceptar a Cortez.
Piero es otro ejemplo
de ganador de premios (los mayores que haya
logrado la canción argentina: Buenos Aires, Río de
Janeiro) que no termina de consolidar una imagen
para el público local. Todo lo contrario de
Leonardo Favio, que suscita fervores con Fuiste
mía un verano y llega a componer, con Sandro y
Palito Ortega, un triángulo que se instala más o
menos perdurablemente en el favor popular. Sería
injusto, entonces, no nombrar a la media naranja
artística y financiera de Sandro, el
productor-autor Oscar Anderle. Facundo Cabral,
después de ser el Indio Gasparino, halla su veta
en una imagen mesiánica que, al parecer, convence
a los españoles. Roberto Yanés, con estricto
profesionalismo y módicas dotes, sigue desplegando
boleros por Centroamérica y Nueva York (barrio
latino, claro). La década contempla el ascenso y
caída de casi todo el mundo: Sergio Denis, Hugo
Carregal, Dany Martin, Hugo Marcel, Beto Orlando,
el propio, hasta ayer intocable, Donald. Y Banana,
y Sálako. Engendros de la televisión, como Música
en libertad y sus aún más lastimosas imitaciones
—meros ejercicios de fonomímica— no hacen sino
subrayar la chatura creadora y el colosal esfuerzo
de promoción. Pero, vale destacarlo, algunas
manifestaciones de rock, tango y folklore intentan
desafiar a la trivialidad.
EL SONIDO Y LA
FURIA. "La música argentina con actitud
progresiva, reflejada principalmente en el rock
nacional, es hoy en día la más honesta. Produce
música popular como un arte, y no como un objeto
de consumo. El rock es música para la liberación
total del hombre". La definición pertenece al
periodista Osvaldo Daniel Ripoll (26), director de
la revista Pelo y responsable de los festivales
B.A. (por Buenos Aires, obvio) Rock, realización
comercial que por lo menos permitió valorar la
fuerza masiva de la tendencia: un promedio de 15
mil jóvenes por fecha. Más analítico es el
periodista y poeta Miguel Grinberg (35): "Se trata
de nueva música urbana, progresiva por naturaleza,
donde no sólo interviene el rock sino que también
participan exponentes del jazz, el folklore y el
tango, como Gato Barbieri, Domingo Cura, Hugo Díaz
y Rodolfo Mederos. Salvo en los casos de Moris
(Mauricio Birabén) y Luis Alberto Spinetta, esta
corriente aún no ha encontrado a sus poetas".
La génesis del
movimiento puede rastrearse a mediados de 1966, en
La Cueva, de Pueyrredón al 1600, donde algunos
grupos empiezan por emular a Beatles y Stones,
aunque las influencias son múltiples y
reconocidas: Bob Dylan, Joan Baez y, más
recientemente, el fallecido Jimi Hendrix, Crosby,
Stills, Nash y Young, los delirios esquizoides de
Fran Zappa. La rampa de lanzamiento de los
pelilargos nacionales, es el tema La balsa (verano
67-68). Todavía entonces con más ataduras
extranjeras que autenticidad —una situación
totalmente superada a esta altura de las cosas—,
aquellos jóvenes argentinos o uruguayos (Pajarito
Zaguri, Tango, Moris, Litto Nebbia, Shakers e
Iracundos) impulsan el movimiento más
controvertido e innovador de los últimos años,
alcanzando una culminación fugaz en dos grupos
notables: Manal y Almendra. Contemporáneamente, un
alud de trovadoras pone en auge los mínimos
recintos del café-concert, una moda que en 1973
parece tocar fondo: María Elena Walsh, Nacha
Guevara, Marikena Monti, Cipe Lincovsky,
portadoras de endechas nostálgicas o sarcásticas,
por lo general inteligentes, para públicos
selectivos.
¿QUE ES LO
ARGENTINO? El folklore anduvo, en los últimos
10 años, un camino de gloria que ya desciende
hacia el hartazgo. Un enemigo importante es la
hibridez de sus éxitos, con ritmo de balada o de
canción; otro, el pintoresquismo comercializado,
que culmina en los films donde la música sirve
para promover el turismo, o viceversa. Según el
entendido Marcelo Simón, 1963 hereda
principalmente el "salteñismo", encarnado en
Manuel Castilla, Jaime y Arturo Dávalos, poetas de
libros que, a través de la canción, se hacen
conocer por vastos auditorios. Hacia la misma
época, Los Fronterizos, Eduardo Falú y Los
Chalchaleros incursionan en otras clases de
composiciones, y poco después se hará oír —luego
de atravesar los jarabes del bolero, en etapa que
ella prefiere olvidar— la voz única de Mercedes
Sosa. Y la Misa criolla, de Ariel Ramírez y Félix
Luna, tendrá una descendencia numerosa y cada vez
más anémica.
El tango, entre tanto,
ve declinar su estrella en la década. La excepción
es, por supuesto, Astor Piazzolla (ver recuadro
adjunto), quien logró la renovación y el éxito con
temas difíciles de encasillar en los moldes
rígidos del tango tradicional, y también con
títulos menores, como Balada para un loco. Algunas
de sus melodías mejores han llegado a ser
populares. Pero hay otros adelantados: el
excelente Sexteto Tango, Rovira, el conjunto a
cappella y percusión Buenos Aires 8 y, más
recientemente, el Quinteto Guardia Nueva,
Vanguatrío y Cuarteto Colángelo. En distintas
medidas, eligieron el camino de la innovación
amparados por el conocimiento individual de sus
músicos: los bandoneones de Daniel Binelli y Juan
José Mosalini, el piano de José Colángelo, la
batería de Renato Meana, Sin olvidar un sitio
destacado para las orquestaciones de Rodolfo
Mederos.
Informe de Luis
Alberto Frontera
PANORAMA,
AGOSTO 2, 1973
recuadros
Astor Piazzolla:
La apertura constante
Aunque natural cuando
se trata de un ensimismado, resulta insólito:
quien requiera información sobre Astor Piazzolla
deberá recurrir a alguien apodado "Piazzolla", por
su fanática devoción al músico (en realidad,
Víctor Oliveros, un próspero ejecutivo de la
industria de la moda masculina). Por eso, para
referirse simultáneamente al pasado y a los
proyectos, se hace necesario entrevistar a ambos
Piazzolla.
En su departamento de
la avenida del Libertador —leños auténticos
crepitan en la chimenea del vasto hall, para
delicia de Pantaleón, su perro—, el Piazzolla
original sorprende, en el primer momento, con un
tono que oscila entre la rebelión y la melancolía:
"Estoy agotado de trabajar sin alicientes, en el
marco de un país desesperado, políticamente
angustiado desde hace décadas", proclama. Este
cansancio explica actitudes próximas: producción
personal de su discografía, viaje al Brasil por un
mes y luego, un año en París. "Hace seis meses que
no puedo componer un tema y que trabajo salteado.
Europa me llama y necesito estar en un sitio donde
me impulsen a crear". Como paralelamente
advierte que sigue creyendo en lo nacional y
atribuye su éxito europeo a que "hago música
argentina", sus saltos intelectuales recuerdan las
dudas pascalianas. Algo más reconfortado, refiere
su cosecha personal de los últimos diez años,
durante los cuales, estimulado por una fiel
minoría, logró aperturas masivas.
Puente simbólico entre
Piazzolla y el público mayoritario, resultó Balada
para, un loco (Festival Internacional de la
Canción y la Danza, 1969). Su traducción más
visible: el apoyo de la Municipalidad de Buenos
Aires, que en 1972 lo contrató para recorrer el
país al frente de su Noneto. "En 1974 —anuncia—
conocerán a un nuevo Piazzolla, alistado en las
más avanzadas corrientes juveniles, ésas que
vienen para barrer con todo y emprender la gran
revolución cultural argentina". Orgulloso y
pensativo, completa su idea vaticinando que en
esas tendencias no entrarán los falsarios, sus
imitadores, "los que aún siguen tocando como yo en
1946".
Actualmente trabaja en
partituras sobre textos de Mario Trejo, Leopoldo
Marechal, Ernesto Sábato y Julio Cortázar. "No me
importa en absoluto cuando dicen que lo que hago
no es tango —enfatiza—: quienes lo sostienen,
están acostumbrados al que se difunde en locales
turísticos y que entrega una imagen porteña
desaparecida hace ya 50 años". Entiende que Europa
está necesitada de música latinoamericana, ávida
de las nuevas vertientes culturales que brotan en
estas latitudes, criterio que culmina en una
exclamación: "¡Somos el país del futuro". Los
únicos que aún no quieren entenderlo así, serían
aquellos que no se deciden a romper con la imagen
solemne del tango. Y descarga sus iras contra
algunos programas de televisión "que parecen
hechos a propósito para terminar de matar al
tango". Manifiesta deseos de ayudar a los jóvenes
—"a los que no canten en inglés", precisa—,
cualquiera fuere el ritmo que desplieguen, pues
también el tango, argumenta, recibió en sus
comienzos marcada influencia extranjera.
Se manifiesta
admirador de Cobián, De Caro, Gobi (según él,
inventor del vanguardismo), Pugliese, Troilo, Salgán, Federico, Sexteto Tango, Buenos Aires 8,
una lista que parece muy extensa para la fama de
recalcitrante y reservado que tiene Astor. Y, como
quien recorre un forzado círculo, vuelve a
expresar sus pesares "por este país que me duele
como una novia y en el que sigo pensando por más
que me vaya a París o a Tokio".
"Cuando Piazzolla no
está aquí, puede decirse que Buenos Aires es otro,
que le falta un pedazo importante: a mí se me
convierte en una ciudad más triste todavía",
concluye Piazzolla. El otro, claro.
Palito Ortega:
Diez años de euforia
Exponente y líder
de una década musical signada —en el género que él
cultiva— por la euforia y las contorsiones, Ramón
Bautista Palito Ortega (30) halla su coronación
inapelable en dos terrenos insospechados: la
política y el deporte. Concentraciones partidarias
y "torcidas" futbolísticas, adaptan sus
estribillos a melodías pergeñadas por Palito. En
tres horas de diálogo con Panorama, la semana
pasada, Ortega desgranó declaraciones nada
tradicionales en su área: "César Vallejo
representa mi despertar a la poesía mayor.
Recientemente viajé al Perú, para que su viuda me
autorizara a ponerle música a textos de Los
heraldos negros, Trilxe y Poemas humanos. El
proverbial mal carácter de esa señora, me hizo
abandonar la empresa". También reconoció que acaba
de ganar un premio en un concurso de poesía
organizado por la Asociación de Actores y que su
inquietud esencial, por ahora, es grabar un larga
duración con sus "poemas-poemas", ilustrado por su
amigo el pintor Carlos Alonso; y que ausculta la
poesía venezolana, especialmente la obra de Andrés
Eloy Blanco.
Lo que resulta menos
claro es cómo, después de explorar a Vallejo,
produce Para llegar a ti, o cómo, después de
"llorar por el cierre de los ingenios" en su
Tucumán natal, lucubró Tírate al río. Es que todo
ídolo, llámese Gardel o Palito Ortega, en un
momento de su carrera debe desdoblarse entre
cantor y publicitario, compositor y ejecutivo,
alternar los gorjeos con la conducción empresaria
en el show business. O sea, cumplir con las pautas
de comercialización artística vigente: otro
terreno donde Ortega derrota a sus competidores.
En la actualidad, al frente de su editora Clanort,
dirige a 15 empleados, entre los que figuran dos
abogados, redactores periodísticos y managers.
Para algunos traslados, utiliza un deportivo
Mercedez-Benz; para otros, un avión Cessna de su
propiedad, y el sueldo de un piloto permanente.
La primera impresión
es que, salvo su folklórico apego al mate cocido,
el multimillonario de hoy se fagocito al chiquitín
aquel que a los 9 años voceaba La Gaceta en el
Ingenio Mercedes, en Tucumán. Pero el cantor ha
sabido preservar, entre otras cosas, algo a lo que
puede atribuirse, seguramente, gran parte de su
éxito como "rock'n roller": el lenguaje, el claro
checheo de sus temas, acorde con la realidad
argentina. En cuanto a ideas políticas, expresa su
adhesión a un socialismo humanista que, pese a
varios intentos, no llega a definir concretamente
en el plano ideológico.
Probablemente el de
Ramón Ortega sea un caso sin precedentes. Quizá,
nunca se consiguió tanto con tan poco: 10 años de
permanencia en una cúspide que fue rozada por
decenas de nombres que pasaron sin pena ni gloria.
"Hay un momento —reflexiona— en el que desaparecen
publicitarios y managers, en el que uno debe
arreglárselas solo, con lo que sabe. Haber salido
airoso en tal circunstancia* es mi fórmula".
Mesurado en sus gastos, guarda las cifras bajo
estricta reserva y tan sólo musita que ganó lo
suficiente como para, si debiera retirarse, seguir
viviendo cómodamente con su familia (Evangelina
'Panky' Salazar, Martín, Julieta y un hijo más en
camino).
Su gran contrariedad
actual es la famosa ley "del 75 por ciento", de
inminente sanción, en cuanto declararía al rock
(de alguna manera hay que llamar a la hibridez de
ritmos actuales) música extranjera. "Antes que
marginar así —deplora Palito—, habría que seguir
el mucho más coherente ejemplo del Brasil: todas
las inversiones hechas allí para grabar música
nacional, son deducibles de réditos". De los 700
millones de pesos que SADAIC facturó en 1972 por
edición de temas nacionales, el mayor porcentaje
no correspondió ni a tango ni a folklore, sino a
lo que, para la nueva ley, sería música foránea.
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