LA PATAGONIA entrega sus secretos a los SABIOS ARGENTINOS
Por DANIEL CRUZ MACHADO
La Patagonia

Un grupo de investigadores argentinos ha logrado descifrar en los últimos meses buena parte de los enigmas científicos de la Patagonia. Comprobaron la existencia del paleozoico en su geología; han descendido hasta las tres terrazas en que habitaron tres sucesivos tipos étnicos; las excavaciones sacaron a la luz, por primera vez en el continente, sepulturas en forma de dólmenes; por primera vez, igualmente, el láguido —ese misterioso individuo cuya existencia presuponían los etnólogos— penetra en un Museo; se han estudiado ciertos grabados rupestres que desmienten la creencia de que las culturas patagónicas carecieron de inquietudes artísticas; se ha trazado la clasificación definitiva de esos pueblos; decenas de miles de instrumentos líticos y de hueso, organizados en una colección de valor sin precedentes, permiten reconstruir la vida de los tehuelches; un idioma extinguido —el teushen— resucita...

UN PUÑADO DE ESTUDIOSOS
Todos estos triunfos de la ciencia argentina son obra de los miembros del Instituto Superior de Estudios Patagónicos, fundado hace dos años por el general Armando S. Raggio, entonces gobernador de la zona militar de Comodoro Rivadavia.
Se trata de un puñado de estudiosos, sin antecedentes en el mundo de la erudición, a quienes unió solamente el común amor por la tierra que habitan.
Por lo demás, los trabajos de este equipo joven y entusiasta han despertado el interés de Oswaldo Menguin. El ilustre profesor de la Universidad de Viena, a quien se considera en todo el mundo como la suprema instancia en cuestiones prehistóricas, se ha radicado hace unos años en Buenos Aires y mantiene contacto con el Instituto Superior de Estudios Patagónicos.
La Patagonia ejerció siempre una fascinación irresistible en el espíritu de los hombres de ciencia. Meseta parda, que parece dormir un angustioso sueño de siglos. Cielo de nubes bajas, color pizarra. Tormentoso, desasosegado, trágico. En los hirsutos cerros, la fantasía cree descubrir la silueta fugitiva del guanaco o del huemul. Se corre hacia un horizonte inalcanzable, sin ver en toda la jornada otra cosa que unas matas raquíticas y unas ovejas asustadizas. Vuelven a la memoria los desoladores versos de Browning: "What made those holes and rents/ in the dock's harsh swarth leaves, bruised as to baulk/ all hope of greenness?"
"¿Qué causó aquellas grietas y agujeros/ en las ásperas y atezadas hojas del lampazo, magulladas hasta frustrar toda esperanza de verdor?"
Figúrese el lector que se encuentra en Bahía Solano, treinta kilómetros al norte de Comodoro Rivadavia. Suspendido en la distancia, entre los movedizos límites del viento y del mar, el espíritu se abandona al vértigo del tiempo, al irreductible afán de encontrar el hilo que liga al presente con el pasado.
Hace siglos —se piensa— que la marea baja deja sus conchas en esta playa. ¿Cuántos siglos? ¿Y desde cuándo existe esta playa?

LAS TRES TERRAZAS
Sí, ¿desde cuándo?
Dos geólogos brillantes, el Dr. Tomás Suero y el Dr. Eduardo Meyer, se han empeñado en hallar respuesta a este interrogante. Gracias a ellos, puede asegurarse que la antigüedad de la Patagonia es muy superior a lo que se habia supuesto.
Creíase hasta ahora que el mesozoico patagónico se asentaba directamente sobre el fondo cristalino. En Teca, una comisión dirigida por el Dr. Suero reconoció, de 1945 a 1947, un área de 28.000 kilómetros cuadrados. Nuestro mapa geológico ofrecía allí una enorme mancha blanca, que indicaba la extensión de la zona inexplorada. La comisión, que investigaba las posibilidades petrolíferas de la cuenca del Chubut, encontró, en cambio, fósiles paleozoicos, con sus caracteres perfectamente definidos. Eran los primeros goniatites de América del Sur.
Por su parte, el Dr. Meyer recorría el yacimiento arqueológico de Bahía Solano, en la costa. En el terreno se incrusta una cantidad sorprendente de conchas. Esos moluscos han servido de alimento a los indígenas. La excavación dejó al descubierto tres líneas negras superpuestas, a ochenta centímetros o un metro de distancia una de otra. Esas líneas negras, formadas por el humo y la ceniza, indican las tres superficies en que se encendió fuego, las tres "terrazas" en que se instalaron las distintas culturas patagónicas. El sabio comprobó los efectos de recientes movimientos tectónicos, de levantamientos continentales; pudo trazar las antiguas líneas de la costa y, en una palabra, reconstruir el mapa pretérito de la región.
Realizados tales estudios preliminares, el geólogo señaló con admirable precisión el lugar en que debían hallarse sepulturas. En el curso de una expedición dirigida por el profesor Vignati, se logró el acceso a todo un cementerio indígena.

LOS PRIMEROS HABITANTES
—¿Qué edad puede tener este suelo?, he preguntado.
El Dr. Meyer, sonriendo con mezcla de melancolía y de buen humor, respondió: —Es lo que me gustaría averiguar. Yo les pido el dato a los arqueólogos y ellos me lo piden a mí. Sin embargo, estamos de acuerdo en que se puede hablar de dos o tres mil años. Como usted ve, la precisión de estos cálculos es muy relativa ...
Deducciones coincidentes de los geólogos y arqueólogos, efectivamente, ya permitían describir tres estratos culturales, tres capas de población. La de los araucanos es la más reciente: llegaron de Chile después de la conquista y encontraron en la Patagonia a los tehuelches, que habían sido los amos de esas pampas nevadas por varios siglos, desde la época en que desplazaron de ella a un tipo étnico que ha recibido el nombre supuesto de láguido.
Al araucano se le encuentra aún por las ciudades chilenas, como Temuco o Loncoche, y en las estancias del Sur argentino. Los tehuelches se han asimilado casi por completo a la población blanca, desde la conversión de Namuncurá, su último caudillo, a quien la Iglesia Católica venerará, quizás muy pronto, en los altares. En cuanto a los ignotos láguidos, ninguna excavación había permitido al antropólogo llegar hasta ellos.

LOS DOS LÁGUIDOS
Los restos humanos, que fueron extraídos con ayuda de las técnicas más novedosas —intervino en esas operaciones el doctor Alberto Rex González, que recientemente cursara estudios especiales en los Estados Unidos— ,son de una antigüedad más considerable que la de todos los que se conocían hasta hoy en la Patagonia.
Dos esqueletos llamaron particularmente la atención, un adulto y un infante enterrados en cuclillas y con un puñal de piedra cada uno; aparentemente, el primero lo tenía clavado por la espalda y el segundo lo sostenía sobre la cabeza. La posición de ambos se explicaría como efecto de una inhumación de segundo grado: tal vez murieron lejos de sus lares y fueron devueltos a sus deudos en una especie de féretro, dentro del cual contrajeron una actitud que la rigidez de la muerte tornó definitiva. En cuanto a los puñales, tendrían un significado ritual.
Por la naturaleza del terreno en que se encuentran las sepulturas, por los caracteres morfológicos de los esqueletos, por las modalidades del enterramiento, el profesor Vignati —que es, sin duda, la primera autoridad en antropología patagónica— los clasificó como láguidos.

EL HALLAZGO DE BÉLTENSHUM
Un mensaje vivo del pasado, la anciana indígena Béltenshum Saynahuel, que acaso tenga ciento cuarenta años, ha venido a acentuar con su presencia la sugestión de las viejas culturas patagónicas. Del toldo de guanaco en que vivía, entre lagos resplandecientes y montañas nevadas, la han trasladado los estudiosos a un sanatorio de Comodoro Rivadavia.
Su fértil memoria permite reconstruir los últimos años de la historia de un pueblo que se ha hundido en la noche de los tiempos. Yo he escuchado sus relatos durante largas horas, y tras la pupila clara y sin luz —pues Béltenshum es ciega— creí entrever toda una ruda epopeya: las hogueras en la noche, las orgías de carne cruda, las feroces cabalgatas erizadas de lanzas y flechas, las escenas de magia.

UNA ANCIANA VIGOROSA
Cuando Béltenshum oye el rumor de pasos extraños, se apresura a guardar bajo su almohada la bolsita de tabaco y a componer su aliño.
Escucha luego nuestras primeras palabras —cuyo sentido ignora, pues el español le es desconocido— y adopta una actitud de prevención. Es la típica desconfianza del indio para con el blanco. Poco a poco accede a hablar. Y su primera frase —en tehuelche, desde luego— es de una sencillez conmovedora:
—Me da vergüenza. Estoy tan fea ...
Doña Agustina, su sobrina —75 años, según su propia confesión— me traduce estas voces y las comenta risueñamente. En verdad, las arrugas de la más anciana son impresionantes. La ceguera ha acentuado la depresión de su máscara. La vincha que ciñe sus sienes encuadra una expresión de fatiga y melancolía. Pero conserva su dentadura casi completa, no tiene una sola cana y su labio inferior avanzado revela una suprema energía.
Béltenshum sabe, sin duda, el secreto de la fuente de Juvencia.
—Hay que vivir en cueros —dice—. Comer solamente carne de guanaco, de yegua o avestruz. Y es preciso conocer los yuyos del campo, que levantan de la cama hasta a indios moribundos.

BÉLTENSHUM Y SUS DESCENDIENTES
Yo echo mano a mi D'Orbigny, que me acompaña en todas mis excursiones patagónicas, y compruebo una vez más la exactitud de las referencias anotadas por ese prodigioso observador.
En su "Viaje a la América Meridional" se enfrenta con los tehuelches y habla de "sus dientes, que no se caen nunca". "A cualquier edad, hasta en la mayor ancianidad —prosigue— son siempre bien alineados, de una igualdad perfecta y, sobre todo, de una blancura extraordinaria". Pero hay más: "nunca he visto una cabeza calva en esas tribus salvajes y diré que también los cabellos raramente encanecen".
Conocía D'Orbigny muy bien a esos pueblos nómades, que así como pasaban fugazmente por médanos y pampas, desaparecen de la historia sin dejar rastros, debido, sobre todo, a su pobreza. Pobreza que cabe atribuir a dos causas. Primera, el suelo estéril que se vieron obligados a habitar: son elementos étnicos desplazados, marginales, que otros más fuertes o de cultura material más evolucionada, expulsaron de las tierras fértiles. Segunda, su desprecio por la propiedad, por la herencia, que se manifiesta, por ejemplo, en "la costumbre de matar sobre la tumba del muerto todos los animales que le han pertenecido", como declara D'Orbigny. Los habitantes de la Patagonia nunca pudieron —o no quisieron— otorgar a sus descendientes una base económica, que les hubiera permitido elevar el grado de cultura del pueblo de que nacieron.
Así, pobre de solemnidad, ha pasado esta anciana más de un siglo, siempre reclinada con indolencia sobre esos mismos cueros de oveja. Se bautizó y se puso el nombre de Matilde; casó con Chapalala, un cacique que ha muerto recientemente; sus hijas y nietas han constituido familia con araucanos y cristianos; sus biznietos, a quienes ella procura en vano inculcar el idioma de sus antepasados, visten el delantal blanco y contemplan sin asombro el avión.

EL APOYO OFICIAL
El general Julio A. Lagos, gobernador militar de Comodoro Rivadavia, se ha convertido en un animador fervoroso de estos trabajos científicos, en su despacho —y aun en los de sus colaboradores— es frecuente encontrar pipas indígenas, lanzas, trinchetas, que no son los únicos; de otros igualmente valiosos me ocuparé más adelante. Me dijo el general Lagos:
—Estas dos realizaciones de mi antecesor, el Instituto Superior de Estudios Patagónicos y el Museo Regional de Comodoro Rivadavia, han conferido a nuestra gobernación —la más joven de las gobernaciones argentinas— una imprevista jerarquía como centro de cultura. En mis preocupaciones de gobernante, prevalece la convicción de que debe estimularse activamente la actividad de estas instituciones, que este mismo año dispondrán de dos hermosos edificios propios. Estoy orgulloso —y conmigo todos los habitantes de Comodoro Rivadavia— del trabajo de nuestros estudiosos.
Millares de hombres ávidos de conocer y comprender, como éstos, necesita nuestro país, para que en él lleguen a armonizar el espíritu nacional y el espíritu universal. Para que prospere nuestra originalidad y alcance en el mundo la resonancia debida. Para que se decante nuestro modo propio de ser hombres.

Revista Argentina
1/11/1949

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