GIBBONS, en su Historia
de Arabia, no nombró ni una sola vez al camello y
los convencionales de la Unión Cívica Radical, en
las asambleas del sábado 28 y el domingo 29 de
julio último, no mencionaron ni una sola vez la
fórmula Perón-Balbín. Sin embargo, el camello es
tan obvio en el desierto como la fórmula mixta en
la imaginación de los radicales. Fue una martón
política, que con ochenta años a la espalda, han
repetido muchas veces en su historia. No obstante,
desde 1966, cuando Onganía proscribió a los
partidos, los radicales empezaron a acostumbrarse
a reuniones más o menos regulares, no aptas para
insomnes.
La asamblea de fines de
julio fue una excepción. Los cabildeos comenzaron
el sábado a la mañana y a media tarde, cuando
había que empezar a sesionar los convencionales
andaban desperdigados en cónclaves secretos. Todo
este trámite se alargó hasta las 3 de la mañana
del domingo y a las 10 los militantes de la
Juventud Radical, derrotados, seguían con el
estribillo: "Borombonbón, birim-binbín; se fue
Solano y viene Balbín". Los muchachos que secundan
al líder Raúl Alfonsín (45) habían tomado con
suficiente anticipación la Casa Radical, pero
fueron desalojados del salón de deliberaciones por
policías de particular contratados por las
autoridades del partido. Mientras tanto, los
dirigentes máximos, que tenían bloqueados los
accesos al salón, desembocaban sobre el estrado
desde una especie de montacargas.
Tanto escándalo, tantas
prevenciones. tantos conciliábulos, no guardaron
relación con los resultados. Todo lo que pasó en
la convención fue que los delegados aprobaron el
libreto que había sido preparado por el jefe del
partido, Ricardo Balbín (68), y sus asesores. El
guión determinaba que la UCR comisionará a Balbín
y a la decena de dirigentes que integran la mesa
directiva del comité nacional para emprender un
diálogo con los sectores políticos, la CGT, la CGE
y representantes de sectores culturales (?) con el
objeto de encontrar coincidencias que salven al
país de la crisis.
Es curioso: la
manifestación más evidente de la crisis se produjo
con los renunciamientos de Cámpora y Lima; la
acefalía genera un vacío de poder y amenaza con
multiplicar las contradicciones que existen en el
peronismo. Las consecuencias pueden ser
imprevisibles y muy graves, y en todo caso el país
seguirá paralizado mientras los peronistas anudan
y desanudan sus controversias. Lo extraño es que
los balbinistas en la reunión ampliada del comité
nacional, 48 horas antes de la convención no se
mostraron remisos a dar un documento —lo exigía el
alfonsinismo— señalando la gravedad que había
asumido el episodio del 13 de julio. Y si ahora,
después de esto, el peronismo no accede a
dialogar, todo el plan de la UCR se desmoronará y
Balbín protagonizará el peor papelón político de
su vida.
Cómo presionar a Perón
El problema está en que
el diálogo con Perón debe resolverse
necesariamente en la fórmula mixta. Luego se
convocará a la convención el 11 de agosto y los
delegados votarán por el binomio Perón-Balbín (si
para entonces hay un ofrecimiento concreto) o por
una fórmula con candidatos propios. Esa fórmula
propia no podrá competir con Perón, de modo que
está destinada a ser derrotada, aunque serviría
para demostrar que Pe- (Nota M.R.: textual en la
crónica) puede tener en setiembre menos votos de
los que tuvo Cámpora en marzo. Desde luego. Balbín
no la integraría.
Es fácil advertir
entonces que ese potencial binomio radical para el
segundo puesto no tiene otro objeto que presionar
sobre Perón. El líder justicialista no arriesgará
— piensan los radicales— un caudal inferior al de
Cámpora, y estará obligado a transar por la
fórmula con Balbín.
La estrategia
balbinista, en fin, corre serios riesgos, sobre
todo si el segundo término de la fórmula
justicialista (Perón-Jorge Taiana) es aceptable
para el grueso peronista. En ese caso el doctor
Taiana es también una figura respetable para
sectores no peronistas y potable para los
militares, con lo que quedaría así relegada a
segundo plano la aspiración del balbinismo.
Frente a esta
eventualidad, Balbín, que obtuvo el domingo 29 el
apoyo de los dos tercios de los convencionales
(144 votos sobre 54 alfonsinistas) porque sólo se
trató de emitir un documento dentro de la mejor
tradición radical —apertura hacia el diálogo—,
puede encontrarse frente a una derrota sin
precedentes dentro de su partido. Para buenos
observadores políticos el caudillo radical esconde
alguna garantía. De lo contrario no arriesgaría
tanto en algo que todavía está en el aire.
La fórmula Perón-Balbín
había sido el fantasma que recorrió todas las
reuniones radicales del mes pasado, hasta llegar
al plenario del comité nacional del jueves 26 y la
convención nacional del sábado 28.
Ese fantasma no había
llegado a corporizarse y aun así tentaba y
atemorizaba a aquellos dirigentes que durante los
últimos 15 días venían contando las horas, a la
espera de que Perón invitara al jefe del partido,
Ricardo Balbín. a acompañarlo en la fórmula.
En esas dos largas
semanas de expectativas los radicales aguardaron
en vano que el líder justicialista ofreciera a
Balbín la candidatura a vicepresidente de la
Nación, luego de abrazarlo en la puerta de Gaspar
Campos o a la entrada de la misma residencia del
líder radical, en La Plata, o un domingo por la
mañana, en un cruce de caminos hacia la quinta de
San Vicente, donde podría demorarse el
conciliábulo secreto.
Las hipótesis,
presunciones, especulaciones y versiones que se
echaron a rodar, anticipando la entrevista y el
ofrecimiento histórico, fueron múltiples, y se
basaron en una cuota de realidad y en otra —mucho
mayor— de ficción.
El ingrediente real fue
abonado por un proceso de coincidencias que la
Unión Cívica Radical y el Justicialismo
ejercitaron desde La Hora del Pueblo, creada hacia
fines de 1970 para posibilitar la solución
electoral tras el Gran Acuerdo Nacional, a la
sombra del caudillo militar Alejandro Agustín
Lanusse.
Los protagonistas de
esas coincidencias, formuladas a través de bases
programáticas, fueron desde el comienzo del
operativo institucional, Balbín y Perón. El primer
delegado justicialista, Jorge Daniel Paladino, fue
mucho más permeable que el segundo, Héctor J.
Cámpora, al plan de los radicales —y del mismo
Lanusse— de fundar el acuerdo sobre el pivote de
una fórmula mixta.
Tácticas y estrategias
Lo que fue de Paladino
a Cámpora, de un modus operandi más flexible a
otro mucho más duro, traducía un cambio de táctica
de Perón que iba presionando a los militares para
arrancarles primero la convocatoria electoral y
luego la inhabilitación de Lanusse para ser
candidato. Esa inhabilitación, en aquel célebre
decreto del 25 de agosto, fue también para Perón.
El único dirigente del
GAN que no quedó inhabilitado fue Balbín, quien
presentó su candidatura presidencial en los
comicios de marzo y resultó ampliamente derrotado,
acumulando un escaso 22 por ciento de votos.
Lanusse y los militares
de su staff se fueron de la Casa de Gobierno el 25
de mayo pensando que el culpable del fracaso del
GAN era Balbín, que debió autoproscribirse —según
ellos— para permitir que el acuerdo funcionara con
algún candidato que pudiese expresar la síntesis
de las coincidencias. La postulación de Balbín
impidió el surgimiento de otro candidato con más
plafond en las urnas.
La estrategia del
balbinismo consistió en convencer a los militares
que la UCR era el reaseguro para que el peronismo
pudiese gobernar dentro de las pautas
democráticas. Los radicales actuaban como los
garantes del peronismo frente a las Fuerzas
Armadas, y el documento estaba firmado por
Lanusse.
Esa estrategia de
Balbín provocó resistencias en las filas de su
partido. El líder fue acusado de continuista por
las huestes de dirigentes de la generación
intermedia y de la Juventud Radical, quienes
rodearon a un nuevo caudillo, Raúl Alfonsín, tras
un programa de reivindicaciones de centro
izquierda.
El balbinismo consintió
la política de Lanusse instrumentada por su ex
correligionario Arturo Mor Roig, y los
alfonsinistas la atacaron y crucificaron al
ministro del régimen; Balbín calló frente a la
matanza de Trelew del 22 de agosto y Alfonsín la
condenó; Balbín habló de la paz social y la tregua
y Alfonsín preguntó si no era para favorecer al
régimen, a los monopolios y al imperialismo; y así
sucesivamente. En el fondo fue creciendo en la UCR
una controversia ideológica.
Dos actitudes
Forzosamente la
divisoria radical tendió a parecerse a la polémica
peronista y de ese modo el balbinismo concilió con
Perón y los alfonsinistas con la Juventud
Peronista y la izquierda. Mientras unos tramaban
acuerdos en el restaurante Nino, de Vicente López,
y en las tertulias ofrecidas a los conmilitones de
La Hora del Pueblo por Manuel Rawson Paz, otros se
abrazaban en las manifestaciones estudiantiles por
la libertad de los presos políticos, en las
facultades y en las plazas.
La derrota electoral
del radicalismo vino a promover una severa crítica
de los alfonsinistas. "El partido -aducían-
ofreció una imagen neutra: no se distinguió de
Lanusse, no buscó el apoyo de las masas populares,
no esclareció suficientemente sobre las
reivindicaciones antimperialistas del programa."
La noche del 11 de
marzo, cuando los balbinistas asimilaban el
fracaso confiando en que Perón los llamaría a
ocupar puestos en el Gabinete de acuerdo con la
promesa de que, cualquiera fuese la suerte de las
urnas, peronistas y radicales compartirían el
gobierno, los alfonsinistas reclamaron la
convocatoria de la convención, la defenestración
de los dirigentes del partido —el "comando de la
derrota"—; y una apertura hacia los sectores
populares, en particular el peronismo, basada en
las metas de liberación nacional.
Balbín logró entonces
sortear esa embestida de sus bases partidarias y
aquietar el radicalismo a la espera de lo que
haría Cámpora. Mientras tanto se mostraba
reticente: "Un acuerdo de coincidencias —afirmaba—
no puede expresarse en la toma de cargos públicos
por parte de los radicales. Se requiere algo más
importante para salvar a la República". Y lo más
importante comenzó a proyectarse después de la
entrevista a solas, de una hora, que mantuvieron
en el Congreso —en el bloque de diputados
radicales— Perón y Balbín el 24 de junio.
El fantasma del viejo
GAN
De esa entrevista
Balbín salió eufórico como nunca. Un político
pragmático como el líder radical había sido ganado
por la promesa de Perón, quien le ofrecía el
coliderazgo de un gran partido nacional (la
coalición radical-peronista), compartir cargos en
el Gabinete y en las gobernaciones y llegar así a
las elecciones de renovación presidencial, dentro
de 4 años, donde la UCR recogería —según esa
ilusión— el legado peronista.
En esa entente nada
tendrían que ver las alas izquierdas de la UCR y
del peronismo. Si querían actuar, que formaran una
suerte de Frente Amplio al estilo uruguayo; pero
de todas maneras nunca podrían superar en las
urnas al flamante partido nacional.
Y era obvio, aunque no
se dijera, que el plan no podía funcionar si Perón
no se aseguraba el poder desde el Gobierno. Por
eso allí también, en ese 24 de junio, quedó
sellada la suerte de Cámpora en la Presidencia y
de sus ministros más jóvenes.
Según los radicales,
Perón no admitía otro interlocutor que Balbín para
el plan de cogobierno. Esa interpretación
constituyó un error del balbinismo y un principio
de frustración, ante la falta de ofrecimiento de
Perón, pues entonces comenzó la angustiosa demora
en definir la famosa fórmula compartida.
La conducción no
ignoraba que los días de Cámpora estaban contados,
y mientras el balbinismo esperaba una definición,
las huestes alfonsinistas, a la par de la Juventud
Peronista, exaltaban la "dinámica progresista",
impulsada desde el camporismo por los ex ministros
Esteban Righi y Juan C. Puig y por los gobernantes
de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza.
La reunión del
comandante en jefe del Ejército, Jorge Raúl
Carcagno, con Perón primero y con Balbín 48 horas
después, dio evidentemente la pauta de que la
fórmula mixta era también el fantasma del viejo
GAN.
Para muchos radicales
constituía una esperanza: no era solamente la
promesa de llegar al Gobierno (Perón convaleciente
de su enfermedad o en gira por América Latina
dejaría a Balbín dueño de la Casa Rosada) sino de
institucionalizar al radicalismo. Para otros
suscitaba una enorme desconfianza: Arturo Illia y
Francisco Rabanal; los sabattinistas de Córdoba.
Santiago del Estero y Tucumán, advertían al líder
radical que todo eso era "el abrazo del oso".
Para los alfonsinistas,
el juego táctico tramado presuntamente por Perón,
la cúpula militar y la partidaria, los precipitaba
en una dramática situación, pues oponerse de
entrada al acuerdo con Perón podía ser tomado como
una actitud típicamente gorila, y plantear la
autonomía e individualidad del partido en el
espíritu del caudillo Hipólito Yrigoyen, era,
cuando menos, un anacronismo político.
El balbinismo en
seguida se hizo a la idea de que la fórmula, tarde
o temprano, tendría que cristalizar, a despecho de
otros binomios tentativos que iban a expresar la
lucha por el poder dentro del peronismo:
Perón-Cámpora; Perón-López Rega; Perón-Isabel
Martínez.
En ese sentido los
balbinistas confiaron en que el GAN resucitaría de
todas maneras.
Con ese clima, el
comité nacional preparó las reuniones del plenario
y de la convención nacional. El plenario tendría
que decantar las últimas resistencias ante la
fórmula mixta y la convención tendría que
consagrarla.
Pero como una fórmula
donde uno de los términos podía ser extra
partidario (Perón) sólo podía ser elegida por
comicio interno, con los votos de los dos tercios
de los afiliados, la cosa no pareció tan simple en
la práctica. Sobre todo en un partido tan celoso
de su personalidad política como es el
radicalismo.
Desde los tiempos del
cisma radical de 1956 (la convención de Tucumán),
los candidatos siempre se eligieron en comicios
internos, nunca salieron de las convenciones. Ese
fue por ejemplo el quid de la ruptura de Balbín
con Arturo Frondizi, quien fuera consagrado
candidato por una convención luego desconocida por
el balbinismo. Por eso, después del cisma de
Tucumán, los balbinistas introdujeron una cláusula
que obligaba a consultar siempre a las bases.
Revista Redacción
08/1973
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