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Proyectos en danza
La política
gubernamental de privatizaciones para achicar
el Estado encuentra creciente —aunque todavía
limitado— apoyo entre los legisladores
oficialistas, mientras la oposición mantiene
silencio, y al menos por el momento no hace
oír sus críticas o apoyos.
Los diputados
radicales presentaron tres proyectos de ley,
mientras los senadores adhirieron a la nueva
política a través de un proyecto de
comunicación.
• Hugo Socchi. Propone la
derogación de la ley 22.177 —que obliga a
privatizar por licitación— y las normas que
disponen sistemas especiales de privatización.
Faculta al Poder Ejecutivo a privatizar en
forma total o parcial, o liquidar todas las
empresas, sociedades, establecimientos o
haciendas productivas, cuya propiedad
pertenezca total o parcialmente-al Estado
nacional. Para acelerar el proceso, se
autoriza al PE a transferir la titularidad,
control y administración de la empresa a
privatizar al órgano o ente que se encargue de
las privatizaciones. La transferencia a los
particulares se podrá materializar mediante:
a) enajenación de activos de las empresas,
como unidad o separadamente; b) venta de
acciones, cuotas partes del capital social o
patrimonios; c) locación por un plazo no menor
a cinco anos, con opción a compra; d)
administración con opción a compra;
transferencia directa cuando el adquirente
fuese una cooperativa formada por personal del
establecimiento.
• Adrián Álvarez y Marcelo
Stubrin. Se autoriza al PE a declarar sin
destino inmuebles, maquinarias y equipos para
el pago de deudas contraídas con acreedores de
carácter público o privado. El Estado
dispondría de 360 días para vender todos los
activos fijos sin destino específico o cuya
afectación no guarde relación con el valor
intrínseco del bien afectado.
• Ramón
Dussol y Luis bencina. La preocupación de los
dos diputados chaqueños es que se inhabilite
para comprar las empresas privatizables a
quienes no reúnan solvencia moral y
responsabilidad económica. Entre los
potenciales inhabilitados figuran: a) los
fallidos o concursados fraudulentos; b) los
condenados con accesoria de inhabilitación
para ejercer cargos públicos y los condenados
por hurto, robo, extorsión, estafas y otras
defraudaciones, usura, cohecho, malversación
de caudales públicos y delitos contra la fe
pública; c) los que tuvieran litigios contra
el Estado; d) los que hubieren transmitido por
venta o por algún otro título su paquete
accionario al Estado en razón de deudas
contraídas con él; e) los que no acrediten el
cumplimiento de leyes sociales.
•
Senadores Luis Braseseo, Antonio Nápoli,
Héctor Velázquez, Juan Trilla, Margarita M. de
Torres, Fernando de la Rúa, Kenneth Woodley,
Faustino Mazzucco. El proyecto de comunicación
solicita al Gobierno la enajenación de "todos
los bienes muebles e inmuebles que no se
encuentren afectados a la directa explotación
de los servicios". Entre los muebles a
liquidar figuran los que están "en absoluto
desuso y deterioro" en la órbita de empresas
como Vialidad, Ferrocarriles, ENTel, ENCOTel,
Obras Sanitarias y las Fuerzas Armadas. Entre
los inmuebles hay estancias en Buenos Aires,
estaciones e instalaciones ferroviarias.
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Privatistas ma
non tróppo
Si el presidente Raúl Alfonsín
sorprendió a radicales y no radicales cuando
decidió impulsar las privatizaciones, y no
pocos observadores interpretaron que el
partido gobernante emprendía así un giro
histórico en su ortodoxia, ahora hay
dirigentes del oficialismo dispuestos a dar
por tierra con el mote de estatistas,
asegurando que nunca lo fuimos.
No pocos
atribuyen a la pulseada entre históricos y
tecnócratas la mora en que cayó el aparato
radical frente a la pragmática decisión del
jefe partidario. Las críticas no llegaron a
aflorar, y en cambio, en forma lenta, empiezan
a llegar los apoyos. Es el caso de diputados
como el balbinista Hugo Socchi, por un lado, y
Marcelo Stubrin y Adrián Álvarez (Junta
Coordinadora), por otro, que acaban de sumarse
a la nueva estrategia a través de dos
proyectos de ley, que apuntan a destrabar la
maraña jurídica que suele frenar las
privatizaciones.
Álvarez y Stubrin quieren
que el Gobierno pueda declarar sin destino
inmuebles, maquinarias y equipos, para
afectarlos al pago de deudas que resulten de
difícil cancelación con los medios ordinarios
de pago, o venderlos o permutarlos cuando
resulten innecesarios. El propósito de Socchi
es que sea posible privatizar —total o
parcialmente— o liquidar "todas aquellas
empresas, sociedades, establecimientos o
haciendas productivas" que el Ejecutivo
"estime conveniente."
Los senadores
oficialistas también se sumaron a la batalla
por la modernización —si bien sólo a través de
un proyecto de comunicación—, sugiriendo al
Ejecutivo que enajene "todos los bienes
muebles e inmuebles que no se encuentren
afectados a la directa explotación de los
servicios de las empresas del Estado o mixtas
con participación estatal.
La pregunta que
surge inevitablemente es si el radicalismo es
estatista o privatista. Desde distintas
ópticas, Socchi y Stubrin sostienen que "nunca
fuimos estatistas. El Gobierno de Illia es la
mejor prueba de ello —dice Stubrin—, porque no
pasó al Estado una sola empresa. Las
estatizaciones se hicieron durante las
dictaduras militares y la gestión de ministros
de Economía liberales".
Según Socchi, "no
hay ningún cambio ideológico en el partido, ya
que nunca estuvimos de acuerdo con las
estatizaciones de empresas", y además la
plataforma partidaria "sólo habla de las
actividades vinculadas al interés nacional que
deben pertenecer al Estado".
Pero la
inclinación privatista tiene sus límites:
Socchi entiende que "no podemos privatizar
improvisadamente y sin discriminar, porque a
nadie se le puede ocurrir vender YPF o
Fabricaciones Militares." "Privatizar —afirma
Stubrin— no quiere decir que pensemos en
destruir el Estado como representación de la
sociedad o como ámbito donde se realiza la
justicia social, sino que buscamos un Estado
integrador en lo económico, con impuestos
justos y distributivos, que estimule la
inversión y resuelva problemas sociales agudos
"
Para Stubrin, "el Estado obeso y
socialmente insensible sólo puede ser
fomentado por los enemigos del país, ya que es
imposible de financiar, no beneficia a nadie y
perjudica a todos. Queremos modernizar el
Estado para que cumpla un papel ágil en la
sociedad, resuelva las injusticias económicas,
oriente las inversiones."
R. C.
Fotos:
Higinio González
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Lidia
López
Control de Estado
Lidia López,
titular de la Sindicatura General de Empresas
Públicas, dio ante SOMOS —primera vez en años
que la máxima autoridad de ese organismo
concede un reportaje— algunas precisiones
sobre la pesadez del Estado, los obsoletos
criterios que privan todavía sobre la función
de una empresa, sus puntos de vista sobre las
privatizaciones y las políticas que permiten
las abultadas pérdidas de las sociedades
estatales. La doctora López afirmó con
seguridad:4 4 Hay que privatizar todo lo
privatizable y liquidar todo lo que se pueda
liquidar". Estas son algunas de sus
definiciones, que cobran singular
significación por provenir de una funcionaría
a cuyo cargo está el control contable,
patrimonial y de gestión de las empresas
estatales.
• Crisis de la empresa pública:
Existe y es parte de la crisis global de las
organizaciones en nuestro país. Las empresas
públicas no son otra cosa que organizaciones
que tienen que dar respuesta exactamente igual
que las empresas privadas. Tienen que ser
eficientes y dar una respuesta de utilidad a
la comunidad a la cual pertenece.
• Cultura
de mando: la crisis tiene un origen cultural.
Durante muchos años existió en nuestro país
una cultura de mando. En una cultura de mando
la clave es la obediencia. En una democracia
moderna, las organizaciones requieren para su
desarrollo una cultura de consenso cuya clave
es el discernimiento y la capacidad para la
toma de decisiones.
• La pérdida de
Ferrocarriles: Es habitual en el mundo que los
ferrocarriles sean empresas deficitarias.
Sucede en muchos países, lo que no quiere
decir que los ferrocarriles sean un elemento
obsoleto, y en este caso el ejemplo más claro
es Japón. No es importante que Ferrocarriles
Argentinos pierda un millón y medio de dólares
por día: lo único importante es saber si esa
pérdida responde a una decisión previa en ese
sentido que puede pasar por lo económico o lo
social. Debemos tener en cuenta la realidad de
nuestro país, y no pensar en el ferrocarril
como ese sistema que permite que quienes viven
en el conurbano puedan venir de una manera
barata a trabajar en la City, y tampoco
podemos pensar en el ferrocarril como ese
sistema de gran capacidad de transporte de los
productos de la pampa húmeda hacia Buenos
Aires. Pensar así podría llegar a permitirnos
diseñar un sistema altamente productor de
utilidades, pero totalmente disociado de las
necesidades del país.
• La idea de la
privatización. Hace unas décadas la soberanía
pasaba por la propiedad, porque ésta
significaba toma de decisión, disponibilidad,
manejo de una cantidad de actividades que se
consideraban totalmente correlacionadas con el
poder político del Estado como Nación. Eso
eran las comunicaciones, dentro de las cuales
estaban los transportes, las redes
telefónicas, la radiodifusión. Las tecnologías
han cambiado el perfil del mundo, y hoy no
puede pensarse que se pone en riesgo la
soberanía si no se dispone del control —por
vía de la propiedad— de la explotación, tanto
sea de teléfonos, como de comunicaciones, de
transportes, palabras y sonidos. Si
reflexionamos que las comunicaciones de gran
sensibilidad pasan a través de satélites
deberíamos arribar a una conclusión: la
defensa de la soberanía pasa por la
disponibilidad tecnológica, no por la
propiedad de la empresa.
Eduardo Tuculet
Fotos: Mario Manusia
Revista Somos
9/8/1985