"Vos lo sabés mejor
que nadie. Sos una máquina, pero sabés mejor que
nadie que siento uno de esos miedos que te corren
por la columna como si fuera un ciempiés descalzo
y mojado. Una máquina. La máquina de escribir.
Ojalá lo fueras realmente. Me limitaría a esperar
que escribas. Pero no. Pretendés con tu sonrisa de
cuatro filas de dientes que yo escriba una nota
después de diez meses de no hacerlo. Después de
diez meses en los cuales toda la actividad de mis
dedos fue tocar timbres o moverse para decir "mirá
cómo tiemblo". Por eso yo sé que no voy a poder
escribir una nota esta semana. Por eso yo sufro.
Por eso, para distraer, me, fui a ver el
espectáculo que mi compañero Alfredo Garrido y su
compañero Alberto Almada montaron en un primer
piso de Maipú al 800. No. No te lo niego. Por un
momento, máquina, pensé que podía hacer una nota
de eso, pero después me convencí de que soy un
fracaso, un auténtico fracaso.
* ELLA UNO
Amelita —Baltar,
claro— empezó a cantar con su no-voz y el asunto,
máquina, comenzó a tomar formas. Siempre que ella,
canta uno piensa que viene de
gritar los goles de su equipo favorito. Porque
tiene una afonía feroz, sensual, cálida,
entradora. Porque —con ese tono— dice "calefón" y
a uno le suena "te quiero". Pero, ¿qué le podía
decir, máquina? Si yo sabía que al preguntarle por
qué volvió al folklore ella me diría que en el
fondo —a la izquierda— nunca
lo dejó. Si sabía
también que cuando allí canta "Valderrama", o esa
joyita de Tejada Gómez y César Isella que es
"Canción para todos", lo hace con el estómago, la
piel, el pecho, las manos y otros sectores no tan
púdicos. Amelita Baltar canta como acariciando
ásperamente cada sílaba. Así como Edith Piaff fue
el famoso "Gorrión de París", ella viene a ser la
"Gata Afónica de Buenos Aires". Estaba vestida de
esperanza. Tenía un vestido ver. de y largo. Hacía
bromas y —sin demostrarlo demasiado— sufría como
una madre al tener que abrir el espectáculo en el
debut. Vaya a saber uno si ella recordaba que en
ese mismo momento su Astor Piazzolla estaba siendo
competencia suya en otro lugar de la ciudad. Me
imagino, máquina, qué lindo debe haber sido cuando
se encontraron en casa esa noche y ella le contó
el debut y el genio le contó su noche. Como para
grabarlo, ¿no? El asunto es que no tenía mucho que
preguntarle a la Baltar. En eso pensaba cuando la
"Gata Afónica de Buenos Aires" terminó su parte —
siete temas —y se despedía abrigándose con el
aplauso de unas 150 personas, las que llenaban el
lugar. Nunca sabré por qué se los llama
café-concert, ya que allí a nadie se le ocurre
tomar café. Deberían llamarse whisky-concert. La
"Gata", ronroneó una despedida sonriendo con este
pedacito de la boca, nada más, como suele hacerlo.
Bajó del escenario y, mientras tomaba unos sorbos
de jugo de pomelo, Susana Rinaldi aparecía
iluminada con un foco rojo en un costado y decía
cosas simpáticas mientras subía al estrado en
tinieblas la tercera de ellas. Todavía podía haber
nota, máquina. Todavía.
* ELLA DOS
Es nativa de Géminis,
ama a Jacques Brel y a su marido Abel, me deja los
zapatos en custodia antes de subir al escenario, y
cuando la luz le da de lleno se para como le
enseñaron los profesores, los utileros del
desaparecido teatro Buenos Aires, donde ella
debutó. Marikena Monti sonríe, baja el micrófono a
su altura porque es chiquitita, y un segundo
después demuestra que también es cumplidora. Ataca
con "Toma tu libertad, anímate", de Víctor
Heredia. Y la gente brama, máquina. Después le
siguen: "Te recuerdo, Amanda"; "Si un hijo quieren
de mí"; "Ámsterdam", un blue espectacular cantado
en francés, y otros. Canta como pocas veces habrá
oportunidad de escuchar cantar a una mujer en
Buenos Aires. Se va devorando al público poco a
poco, compás a compás. Lo adereza. I0 prepara, lo
condimenta, lo agita, lo pone en el horno y
después del último tema —"América, América",
también de Heredia— se lo come de un bocado. Es
sencillamente excepcional. Consigue ese mágico
sentimiento que sólo consiguen los talentos: el
que está en la platea imagina que le cantan
solamente a él, que no hay nadie más en la sala.
Ya sé, ya sé, vas a decirme, máquina, que podría
haber escrito la nota con estas sensaciones. Pero,
¿qué le iba a preguntar? Si ya sabía que lo que
Marikena quiere es unir Latinoamérica para hacer
entre todos LA canción americana. Esa que sirva
para exportar a Europa, a Asia, al Mundo. Lograr
lo que logró Brasil con su música. También sabía
que se siente en el mejor momento de su carrera y
realmente lo está. Que todos los miércoles se
despacha un recital de hora y media en el teatro
San Martín. Que se sigue sacando los zapatos para
cantar por una sensación de libertad —bella
palabra, ¿no?— y ya casi también por cábala. Que,
probablemente, lo único que le falte ahora sea ese
hijo que vendrá algún día y que, si sale con sus
pulmones, cuando dé el primer berrido van a tener
que cambiar todos los cristales de la casa. Algo
anecdótico, ¿decís? Mirá, sin preguntármelo te lo
cuento yo solito: hace siete años fumaba 60
cigarrillos diarios y dejó de pitar porque su
iluminador del teatro Buenos Aires se los sacaba
de la boca a cachetazos para defenderle la voz. El
hombre tenía una hermana que tuvo que abandonar el
canto por fumar demasiado. Por eso, máquina, se me
escapaba otra esperanza de nota como si me
hubieran puesto en la mano un cuarto de kilo de
mercurio. Cuanto más quería aferraría más se me
colaba entre los dedos. La luz se apagó de golpe,
dejando la imagen de Marikena con los brazos muy
abiertos, como crucificada en el viento. Habló
desde otro costado Amelita, y enseguida apareció
la tercera.
• ELLA TRES
La luz le cayó encima
como un baldazo de estrellitas. Estaba sentada en
un taburete y con la cabeza inclinada, seguramente
agradeciendo los aplausos o disculpándose
humildemente y en forma anticipada por opacar un
minuto después a todas las que canten tangos. Era
la primera vez que Susana Rinaldi volvía a la
escena luego del nacimiento de su segundo hijo, el
primer varón. Se paró, máquina, y se le acomodaron
armónicamente sus ojos de asombro adormecido; su
estupenda boca de clown generoso; sus mejillas de
galleguita recién llegada y su pelo ahora recogido
porque —según ella— trabajando tres mujeres juntas
se pueden llegar a agarrar de los pelos en
cualquier momento, y ésa era una manera de
defenderse. Y cantó, máquina, cantó. "Sur", "Sueño
de barrilete", "Vals municipal", "El trompo azul",
"Los mareados", "El choclo". Y se mezclaban,
bailando alrededor de ella una ronda de amor,
Cobián, Cadícamo, Discépolo, María Elena Walsh,
Cátulo, Manzi, Eladia Blázquez, Viltoldo, qué sé
yo. La "Señora Tango" tiene mucho más que buena
voz. Canta con tanto amor y tantas ganas que
parece que cada letra la terminó de escribir ella
misma hace un ratito. Y mueve las manos lenta
pero exactamente, casi como moldeando la
plastilina musical en el aire para que salga
redondita, redondita. Y sale, che. Piro la miraba
como un beduino a una Coca-Cola. Parecía estar
diciendo "ésa es mía, viejo". De vez en cuando se
inclinaba al iluminador para soplarle "bajale la
luz en este tema", o al sonidista para
recomendarle "dale más agudo a la guitarra". Era
nota, máquina, ya lo sé. Pero también sé que
Susana Rinaldi —me consta— se viene preocupando
por los problemas sociales desde hace mucho y sin
hacer bandera, porque ella piensa que es como debe
hacerse. No le iba a preguntar nada sobre eso,
¿no? Que es feliz lo sabe cualquiera que la vea.
Que su primera hija se llama Ligia, como la hija
de Edmundo Rivero, es sólo anecdótico y lo sabe
todo el mundo. Además, cuando se apagaron las
luces y el aplauso era como un petardo de
comunicación yo tenía resbalando por la piel tanto
placer que prefería adormecerme sobre él sin
preguntar nada. Qué le vas a hacer, máquina, no
hubo nota. Para vos es fácil estar delante mío y
esperar.
* ELLAS TRES
El espectáculo se
llama "Tres mujeres para el show". Y realmente son ellas tres sólitas
peleando con la cosa. Garrido y Almada prepararon
todo muy bien, pero en cuanto se encienden las
luces ellas tres son las que deben ir al frente.
Lo bueno es que sean tan excelentes y tan
diferentes. Que digan tantas cosas y de tantas
maneras distintas. Y que no falle nada la luz, la
música, los "tempos", la gente. Lo siento,
máquina. Siento profundamente no haber podido
hacer la nota. Todo esto fue sólo para explicarte
mi fracaso, si es que los fracasos tienen
explicaciones. Quizás la semana que viene. Fueron
diez meses lejos tuyo, extrañándote como a una
novia. Y diez meses pe. san máquina. Vos lo sabés.
Vos lo sabés mejor que nadie.
VICTOR SUEIRO
Fotos: ALDO ABACA
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