EL TRIO MAS MENTADO QUE PISO UN CAFE - CONCERT
POR PRIMERA VEZ SE REUNIERON EN UN ESPECTACULO AMELITA BALTAR, MARIKENA MONTI Y SUSANA RINALDI. DEBUTARON ESTA SEMANA EN UN CAFE-CONCERT DE MAIPU AL 800 Y DEMOSTRARON QUE POR ALGO LA MUSICA ES, TAMBIEN, UNA MUJER

"Vos lo sabés mejor que nadie. Sos una máquina, pero sabés mejor que nadie que siento uno de esos miedos que te corren por la columna como si fuera un ciempiés descalzo y mojado. Una máquina. La máquina de escribir. Ojalá lo fueras realmente. Me limitaría a esperar que escribas. Pero no. Pretendés con tu sonrisa de cuatro filas de dientes que yo escriba una nota después de diez meses de no hacerlo. Después de diez meses en los cuales toda la actividad de mis dedos fue tocar timbres o moverse para decir "mirá cómo tiemblo". Por eso yo sé que no voy a poder escribir una nota esta semana. Por eso yo sufro. Por eso, para distraer, me, fui a ver el espectáculo que mi compañero Alfredo Garrido y su compañero Alberto Almada montaron en un primer piso de Maipú al 800. No. No te lo niego. Por un momento, máquina, pensé que podía hacer una nota de eso, pero después me convencí de que soy un fracaso, un auténtico fracaso.

* ELLA UNO
Amelita —Baltar, claro— empezó a cantar con su no-voz y el asunto, máquina, comenzó a tomar formas. Siempre que ella, canta uno piensa que viene de gritar los goles de su equipo favorito. Porque tiene una afonía feroz, sensual, cálida, entradora. Porque —con ese tono— dice "calefón" y a uno le suena "te quiero". Pero, ¿qué le podía decir, máquina? Si yo sabía que al preguntarle por qué volvió al folklore ella me diría que en el fondo —a la izquierda— nunca
lo dejó. Si sabía también que cuando allí canta "Valderrama", o esa joyita de Tejada Gómez y César Isella que es "Canción para todos", lo hace con el estómago, la piel, el pecho, las manos y otros sectores no tan púdicos. Amelita Baltar canta como acariciando ásperamente cada sílaba. Así como Edith Piaff fue el famoso "Gorrión de París", ella viene a ser la "Gata Afónica de Buenos Aires". Estaba vestida de esperanza. Tenía un vestido ver. de y largo. Hacía bromas y —sin demostrarlo demasiado— sufría como una madre al tener que abrir el espectáculo en el debut. Vaya a saber uno si ella recordaba que en ese mismo momento su Astor Piazzolla estaba siendo competencia suya en otro lugar de la ciudad. Me imagino, máquina, qué lindo debe haber sido cuando se encontraron en casa esa noche y ella le contó el debut y el genio le contó su noche. Como para grabarlo, ¿no? El asunto es que no tenía mucho que preguntarle a la Baltar. En eso pensaba cuando la "Gata Afónica de Buenos Aires" terminó su parte — siete temas —y se despedía abrigándose con el aplauso de unas 150 personas, las que llenaban el lugar. Nunca sabré por qué se los llama café-concert, ya que allí a nadie se le ocurre tomar café. Deberían llamarse whisky-concert. La "Gata", ronroneó una despedida sonriendo con este pedacito de la boca, nada más, como suele hacerlo. Bajó del escenario y, mientras tomaba unos sorbos de jugo de pomelo, Susana Rinaldi aparecía iluminada con un foco rojo en un costado y decía cosas simpáticas mientras subía al estrado en tinieblas la tercera de ellas. Todavía podía haber nota, máquina. Todavía.

* ELLA DOS
Es nativa de Géminis, ama a Jacques Brel y a su marido Abel, me deja los zapatos en custodia antes de subir al escenario, y cuando la luz le da de lleno se para como le enseñaron los profesores, los utileros del desaparecido teatro Buenos Aires, donde ella debutó. Marikena Monti sonríe, baja el micrófono a su altura porque es chiquitita, y un segundo después demuestra que también es cumplidora. Ataca con "Toma tu libertad, anímate", de Víctor Heredia. Y la gente brama, máquina. Después le siguen: "Te recuerdo, Amanda"; "Si un hijo quieren de mí"; "Ámsterdam", un blue espectacular cantado en francés, y otros. Canta como pocas veces habrá oportunidad de escuchar cantar a una mujer en Buenos Aires. Se va devorando al público poco a poco, compás a compás. Lo adereza. I0 prepara, lo condimenta, lo agita, lo pone en el horno y después del último tema —"América, América", también de Heredia— se lo come de un bocado. Es sencillamente excepcional. Consigue ese mágico sentimiento que sólo consiguen los talentos: el que está en la platea imagina que le cantan solamente a él, que no hay nadie más en la sala. Ya sé, ya sé, vas a decirme, máquina, que podría haber escrito la nota con estas sensaciones. Pero, ¿qué le iba a preguntar? Si ya sabía que lo que Marikena quiere es unir Latinoamérica para hacer entre todos LA canción americana. Esa que sirva para exportar a Europa, a Asia, al Mundo. Lograr lo que logró Brasil con su música. También sabía que se siente en el mejor momento de su carrera y realmente lo está. Que todos los miércoles se despacha un recital de hora y media en el teatro San Martín. Que se sigue sacando los zapatos para cantar por una sensación de libertad —bella palabra, ¿no?— y ya casi también por cábala. Que, probablemente, lo único que le falte ahora sea ese hijo que vendrá algún día y que, si sale con sus pulmones, cuando dé el primer berrido van a tener que cambiar todos los cristales de la casa. Algo anecdótico, ¿decís? Mirá, sin preguntármelo te lo cuento yo solito: hace siete años fumaba 60 cigarrillos diarios y dejó de pitar porque su iluminador del teatro Buenos Aires se los sacaba de la boca a cachetazos para defenderle la voz. El hombre tenía una hermana que tuvo que abandonar el canto por fumar demasiado. Por eso, máquina, se me escapaba otra esperanza de nota como si me hubieran puesto en la mano un cuarto de kilo de mercurio. Cuanto más quería aferraría más se me colaba entre los dedos. La luz se apagó de golpe, dejando la imagen de Marikena con los brazos muy abiertos, como crucificada en el viento. Habló desde otro costado Amelita, y enseguida apareció la tercera.

• ELLA TRES
La luz le cayó encima como un baldazo de estrellitas. Estaba sentada en un taburete y con la cabeza inclinada, seguramente agradeciendo los aplausos o disculpándose humildemente y en forma anticipada por opacar un minuto después a todas las que canten tangos. Era la primera vez que Susana Rinaldi volvía a la escena luego del nacimiento de su segundo hijo, el primer varón. Se paró, máquina, y se le acomodaron armónicamente sus ojos de asombro adormecido; su estupenda boca de clown generoso; sus mejillas de galleguita recién llegada y su pelo ahora recogido porque —según ella— trabajando tres mujeres juntas se pueden llegar a agarrar de los pelos en cualquier momento, y ésa era una manera de defenderse. Y cantó, máquina, cantó. "Sur", "Sueño de barrilete", "Vals municipal", "El trompo azul", "Los mareados", "El choclo". Y se mezclaban, bailando alrededor de ella una ronda de amor, Cobián, Cadícamo, Discépolo, María Elena Walsh, Cátulo, Manzi, Eladia Blázquez, Viltoldo, qué sé yo. La "Señora Tango" tiene mucho más que buena voz. Canta con tanto amor y tantas ganas que parece que cada letra la terminó de escribir ella misma hace un ratito. Y mueve las manos lenta pero exactamente, casi como moldeando la plastilina musical en el aire para que salga redondita, redondita. Y sale, che. Piro la miraba como un beduino a una Coca-Cola. Parecía estar diciendo "ésa es mía, viejo". De vez en cuando se inclinaba al iluminador para soplarle "bajale la luz en este tema", o al sonidista para recomendarle "dale más agudo a la guitarra". Era nota, máquina, ya lo sé. Pero también sé que Susana Rinaldi —me consta— se viene preocupando por los problemas sociales desde hace mucho y sin hacer bandera, porque ella piensa que es como debe hacerse. No le iba a preguntar nada sobre eso, ¿no? Que es feliz lo sabe cualquiera que la vea. Que su primera hija se llama Ligia, como la hija de Edmundo Rivero, es sólo anecdótico y lo sabe todo el mundo. Además, cuando se apagaron las luces y el aplauso era como un petardo de comunicación yo tenía resbalando por la piel tanto placer que prefería adormecerme sobre él sin preguntar nada. Qué le vas a hacer, máquina, no hubo nota. Para vos es fácil estar delante mío y esperar.

* ELLAS TRES
El espectáculo se llama "Tres mujeres para el show". Y realmente son ellas tres sólitas peleando con la cosa. Garrido y Almada prepararon todo muy bien, pero en cuanto se encienden las luces ellas tres son las que deben ir al frente. Lo bueno es que sean tan excelentes y tan diferentes. Que digan tantas cosas y de tantas maneras distintas. Y que no falle nada la luz, la música, los "tempos", la gente. Lo siento, máquina. Siento profundamente no haber podido hacer la nota. Todo esto fue sólo para explicarte mi fracaso, si es que los fracasos tienen explicaciones. Quizás la semana que viene. Fueron diez meses lejos tuyo, extrañándote como a una novia. Y diez meses pe. san máquina. Vos lo sabés. Vos lo sabés mejor que nadie.
VICTOR SUEIRO
Fotos: ALDO ABACA

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