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Luces de otros mundos en Tucumán
Trancas, Tucumán

¡Vengan! ¡Hay un accidente en las vías! ¡Algo se está Quemando!
El llamado de Dora Martín Guzmán, de 15 años, retumbó en la noche. Delante de ella, a no más de cien pasos, el terraplén del ferrocarril podía divisarse apenas en medio de la cerrada oscuridad. Eran las 9 y media de la noche, el 22 de octubre pasado, que es casi como decir las 2 ó 3 de la mañana en la quieta finca de don Antonio Moreno, situada a 4 kilómetros del villorrio de Trancas y a unos 80 al norte de San Miguel de Tucumán.
Dora había advertido algunos intermitentes resplandores en el patio de la casa. Cuando empezó a vocear, acudieron don Antonio Moreno, de 72 años; su mujer, Teresa Kairuz, y sus hijas, las señoras Argentina Moreno de Chávez y Yolié Moreno de Colotti. Todos pudieron atestiguar, tres horas después, la visión de un espectáculo que raramente se ofrece a los ojos humanos: los merodeos de una escuadrilla de platos voladores.
De acuerdo con la minuciosa versión proporcionada por el diario La Gaceta, de Tucumán, la presunción de incendio que había lanzado Dora Martín no duró sino lo que sus voces: cuando la señora de Colotti salió al patio para observar el terraplén, vio que desde dos centros luminosos, a unos 70 metros sobre las vías, eran lanzados cegadores haces hacia el suelo. También, a pesar de la distancia, se divisaba gente caminando alrededor de los golpes de luz. "Fue como si, repentinamente, una cuadrilla de peones se hubiesen puesto a trabajar en el terraplén —dijo la señora de Chávez—. Pero no se movían como seres humanos. Más bien se desplazaban raudamente, lo mismo que gigantescas orugas."
La primera reacción de los testigos fue escapar hacia el camino de Las Arcas. ubicado a unos 80 metros de la finca. No pudieron. Justo entonces, desde atrás del jardín y sobre el mismo portón de acceso, nuevas luces blancas y gaseosas horadaban la noche.
La señora Kairuz de Moreno, que llevaba consigo una linterna de mano, procuró iluminar el portón. Casi instantáneamente, y a manera de respuesta, uno de los círculos de luz cambió de tonalidad hasta convertirse en un fuego violeta que los encegueció y cayó sobre ellos como una plancha de calor, obligándolos a refugiarse en la galería.
Desde allí pudieron ver, sobre las vías, otros tres objetos iluminados que desprendían un gas blanquecino. Se sintió un leve e intermitente zumbido, al tiempo que un aroma acre envolvía la región.

Los rastros del otro mundo
La historia coincide, curiosamente, con algunas especulaciones deslizadas en las novelas de ciencia-ficción: según muchas de ellas, los visitantes, aunque de aspecto humanoide, tienen un sistema óptico sólo sensible a los rayos infrarrojos; sus quemantes haces, así, no estarían disparados sobre las criaturas terrestres agresivamente: ver es lo único que, al menos por ahora, les importaría a los recién llegados.
El episodio de Trancas parece no haber durado más de 40 minutos. Los testigos seguían aún refugiados en la galería cuando uno de los platillos (la escuadra constaba de 6) lanzó dos rayos rojizos hacia el gallinero de la finca, un galpón de unos 20 metros de largo que dista 50 pasos de la casa. "Los chorros de luz eran paralelos —describe la señora de Colotti— y mantenían su forma sin difundirse."
A esa altura, el señor Moreno, cuya enfermedad lo retenía en la cama, optó por levantarse y caminar hacia el terraplén para observar de cerca los discos volantes. "Vi —asegura— seis ventanillas circulares en cada uno, y todas variaban de color a intervalos. Cuando lo hacían, iban desprendiendo una nube gaseosa y acre."
Poco después de las 22, una levísima señal rayó el aire. Simultáneamente, los discos se elevaron entonces por el cielo, no demasiado, quizá 100 ó 200 metros, y enfilaron hacia las sierras de Medina, al norte de la provincia.
Algunos pocos rastros persistieron en el área de su aparición durante media hora más: el pesado y picante aroma del gas y un polvillo grisáceo, ceniciento, casi impalpable, sobre las hojas de los árboles y las flores del jardín. A medianoche, cuando los enviados de La Gaceta llegaron al lugar, el polvillo se había volatilizado por completo.

Los animales inmóviles
Atribuir el episodio a una alucinación colectiva es Una hipótesis que desecharon drásticamente los médicos que conocen a la familia Moreno: "Sus hábitos son rurales —dijo uno de los médicos—. Trabajan en la tierra, se acuestan al anochecer, como si fueran monjes retirados del mundo. Nadie podrá argumentar que la imaginación es su fuerte. Su costumbre es mirar antes dónde pisan."
Pero el episodio de los discos voladores ha quebrado esa rutina por completo. En la tarde del miércoles 23, la familia se trasladó a San Miguel de Tucumán porque temía una nueva aparición de los visitantes. Entonces, comenzaron a reflexionar: "El tiempo no pareció existir esa noche —dijo la señora de Moreno—. Escondí a los niños en sus cuartos, tomé la linterna y salí al patio. Sólo ahora advierto que los perros estuvieron inmóviles, como piedras, a lo largo de aquellos 40 minutos. Las gallinas no saltaron de sus nidos. La voz también se nos quebró a nosotros en la garganta. Cuando los discos se fueron, fue como si la vida resucitara a nuestro alrededor. Con un cambio apenas: los perros ya no dejaron de aullar hasta que amaneció, y el gas estuvo flotando un largo rato sobre las plantas, como en los días de neblina."
"Pero, por favor —pregunta el señor Moreno—, ¿puede saberse quiénes eran ellos?"

Revista Primera Plana
5/11/1963

 

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