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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

QUINQUELA MARTÍN:
"MI CASA, MI MUNDO"

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Reyes y estibadores, críticos y bohemios admiran a este hombre que nació rodeado de tristeza y sin embargo supo poner alegría en todo lo que hizo. Le puso color a un pueblo, y, más allá de discusiones académicas, nadie que mire con actitud contemplativa a la Boca lo hará sin que se le cuele por la retina ese paisaje, tal como lo interpreta Quinquela Martín.

Revista Gente 1975

 

 

Antes de Quinquela, un manto gris y neblinoso cubría piadosamente el rudo trabajo de los hombres de la Boca. Doblegados bajo el peso de enormes bultos, los estibadores subían y bajaban las planchadas de desvencijadas barcazas. Quinquela fue uno más de aquellos hombres, un frágil muchacho que mientras cargaba grandes bolsas de carbón soñaba con darle un poco de luz a aquella opaca rutina. Y como hay sueños que a veces se cumplen, Quinquela le puso color a un barrio. A su barrio de la Boca. Pero hizo algo más: exaltó el trabajo, dándole jerarquía de obra de arte; gracias a su paleta una dignidad nueva enalteció el esfuerzo de aquellos anónimos trabajadores de la Boca, que, fijados en sus telas, entraron en las más importantes galerías y museos del mundo. Fiel a su origen, Quinquela Martín devolvió a su barrio y a sus hombres todo lo que ellos le dieron transformado en inspiración. Las donaciones y la obra social realizadas por el pintor son un testimonio de esa lealtad que aún hoy perdura, cuando Quinquela acaba de cumplir 85 años.
La vida de Quinquela Martín es una novela que arranca el 1º de marzo de 1890. "Verdaderamente -dice el pintor- no estoy muy seguro de haber nacido en esa fecha. Mi nacimiento se pierde entre las sombras de lo desconocido y nunca lo pude comprobar de una manera irrefutable." Lo único seguro es que el 21 de marzo de 1890, un niño de pocas semanas fue depositado en el umbral de la Casa de Expósitos de las Hermanas de Caridad, junto al niño había un papel con estas palabras: "Este niño ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín". El bebé estaba envuelto en telas de calidad y nunca se supo quiénes fueron sus padres. Así arranca la historia de quien sería después el más popular pintor de la Argentina. En 1896 un matrimonio de trabajadores que desean un hijo que no. tienen, deciden adoptarlo. Sus. nuevos padres, Manuel Chinchella, genovés y Justina Molina, criolla entrerriana, tienen una pequeña carbonería en la calle Irala. Allí ese chico, huraño y de pocas palabras, descubrirá la felicidad de tener un hogar y un barrio. "Los viejos -evoca Quinquela- necesitaban compartir con alguien su pobreza, y me eligieron a mi. No había de ser y quien se quejara demasiado de los mandatos del destino. Don Manuel Chinchella, mi padre adoptivo, era un hombre fuerte, casi hercúleo. En la descarga de los. barcos carboneros se destacaba entre todos por su fortaleza. Descargaba las bolsas de a pares y elegía las más grandes. Levantaba dos bolsas de sesenta o setenta kilos cada una, se ponía una bolsa en cada hombro y descendía del barco a tierra." A los quince años, luego de una fugaz pasada por el colegio, que tuvo que abandonar, Quinquela debió hacer este mismo trabajo. Durante mucho tiempo su profesión fue la de carbonero, aunque ya había despertado su vocación: por las noches hacía unos rudimentarios dibujos, que no se atrevía a mostrar a nadie. Un día ingresó en la Sociedad Unión de la Boca para tomar clases con el pintor Alfredo Lazzari. "Fue el único maestro que tuve en mi vida -evoca Quinquela-. El me enseñó los rudimentos del dibujo y la pintura. Tenia una virtud rara en profesores de academia: dejaba en libertad al alumno para que éste explayara su temperamento, buscara su propia expresión y hasta su propia técnica. Este respeto por la libertad en el arte es uno de los mayores beneficios que saqué de sus enseñanzas."
Alternando con su trabajo de carbonero, Quinquela recorría la Boca en busca de inspiración. Entre los obreros y marineros ya era bastante popular aquel "carbonerito pintor", al que un día por casualidad descubrió don Pío Collivadino, que además de artista era director de la Academia Nacional de Bellas Artes. Collivadino notó su tremenda fuerza expresiva y su originalidad de "primitivo", vaticinándole un gran porvenir y prometiéndole su ayuda. "Creí que aquello era un elogio circunstancial, pero estaba equivocado. Quince días después entra mi padre a mi pieza y me dice agitado: «Benito... Benito... ¡Te busca un señor de guantes!». Era Eduardo Taladrid, secretario de don Pio Collivadino, que se convirtió en mi mentor y en mi amigo." Gracias al entusiasmo de Taladrid, Quinquela Martín realiza su primera exposición individual en la Galería Witcomb. La muestra fue un éxito. El público y la critica descubrieron de pronto algo nuevo, casi insólito. Esas poderosas escenas de trabajo en el puerto cautivaban a la mayoría, aunque eran censuradas por algunos académicos. La segunda exposición se realizó nada menos que en los aristocráticos salones del Jockey Club de Buenos Aires. Otro suceso. Los diarios y las revistas comienzan a ocuparse de los éxitos del carbonero-pintor de la Boca, relatan su vida azarosa, mientras los críticos se trenzan en ásperas polémicas acerca de su arte. De todos modos Quinquela Martín -que ya había castellanizado su apellido-, está definitivamente lanzado al gran mundo artístico.
Lo que sigue después es una sucesión de triunfos internacionales, que quizá ningún otro pintor argentino haya logrado. Su primera exposición en el exterior se lleva a cabo en 1920 en la ciudad de Río de Janeiro. Asiste el presidente del Brasil, doctor Epitacio Pessoa y el gobierno adquiere un cuadro, que es colocado en el salón de actos del palacio de Guanabara.
El próximo paso de Quinquela Martín es Europa. El presidente argentino, Marcelo T. de Alvear, le facilita la gira nombrándolo canciller del consulado argentino en Madrid, con un sueldo de trescientos pesos mensuales. En noviembre de 1922 se embarca a bordo del vapor "Infanta Isabel", con destino a Barcelona. En España, el ex carbonero alternó con Alfonso XIII, con la reina Victoria y con la Infanta Isabel, con destino a Barcelona. Durante el año que vivió en España estableció estrechos vínculos de amistad con los prominentes miembros de la intelectualidad y el arte españoles. El Museo de Arte Moderno adquirió dos cuadros suyos, y otros dos el circulo de Bellas Artes. Quisieron condecorarlo por ser el primer argentino que figuraba en el Museo de Arte Moderno de Madrid, pero Quinquela rechazó la condecoración. Lo mismo ocurrió cuando quisieron nombrarlo "Cavallero Oficíale" en Italia o cuando lo propusieron para la legión de Honor en Francia. "Yo me sentía, ante todo, pintor de la Boca, y por mi sensibilidad de artista de barrio y mi condición de carbonero del puerto no me consideraba preparado para aceptar tales homenajes." Al día siguiente de regresar de España, Quinquela volvió a encerrarse en su estudio de la Vuelta de Rocha para preparar nuevas exposiciones y su próximo viaje a Francia. "Con el dinero que gané en España -recuerda Quinquela- compré la casa de la calle Magallanes 887, donde mis viejos seguían atendiendo la carbonería, que por entonces estaba en estado de quiebra. La cerré y regalé la casa a mis padres adoptivos. Aquella casa era un regalo que España me había hecho a mi y que yo transferí a mis viejos. Habíamos realizado gracias a España el sueño de la casa propia. Desde entonces puedo decir, con todo fundamento, que nuestra casa era en verdad, la casa de España." En 1925, en la sala Charpentier de París, se repite el éxito de España. Uno de sus grandes cuadros, "Tormenta en el Astillero", fue adquirido por su director para el Museo de Luxemburgo. Vendió numerosas obras entre acaudalados coleccionistas y argentinos radicados en París y fue motivo de grandes homenajes. Críticos franceses de la jerarquía de Camile Mauclair elogiaron su originalidad, su tuerza expresiva y lo saludaron como pintor de masas.
Dos años después el suceso se repite en las Anderson Galleries, de Nueva York, donde vende varias obras a muy buenos precios. Dos cuadros suyos son adquiridos con destino al Museo Metropolitano de Nueva York. Uno de los magnates del acero, Mr. Parrel, le hace una oferta tentadora: medio millón de pesos para que decorara con murales sus establecimientos siderúrgicos en Pittsburg. Quinquela rechazó la oferta con estas palabras: "Yo sólo pinto en mi país, y aun dentro de mi país prefiero los motivos de mi barrio, la Boca".
En 1929 expuso en el Palazzo delle Exposizione, de Roma. Sus gigantescas telas con temas del trabajo portuario impresionaron grandemente a los italianos. El rey Victor Manuel II dijo ante uno de sus cuadros: "Jamás he visto una riqueza tal de movimiento en un cuadro". Por aquel entonces era el auge del fascismo en Italia, es decir, un tiempo político de masas. Benito Mussolini, al ver sus telas, le dijo a Quinquela: "Lei é il mió pittore". ¿Por qué? "Porque usted pinta el trabajo", le contestó el Duce, que adquirió para el Museo de Arte Moderno de Roma, un cuadro titulado "Momento violeta". En 1930 Quinquela Martín se presentó en Londres, en la Galería Burlingthon. Le fueron adquiridos siete cuadros para museos del Imperio Británico. Uno de ellos está en el Museo de Arte de Londres, tres en el Museo de Nueva Zelanda y los restantes en los museos de Birmingham, de Sheffield, y de Swansea. Con anterioridad a esta muestra ya había dos cuadros de Quinquela en Inglaterra: uno en el Museo Cardiff y otro en el Palacio Saint James.
E! arte de Quinquela Martín surje justo en medio del tiempo político de las grandes masas en el mundo, de la organización poderosa de los trabajadores, y eso es lo que él refleja en su pintura. No es ni el infierno ni el paraíso del trabajo: es sencillamente el esplendor del trabajo, su dinamismo creador, la integración de hombres y de máquinas. Sus cuadros ponen de relieve la dignidad del hombre que trabaja, y ellos entran así por las puertas del arte como protagonistas del esfuerzo con que se construyen los pueblos. En 1946 escribió el crítico José de España: "Así como ha logrado Quinquela Martín el aparente milagro de que su arte llegara y emocionara a las masas. Así ha realizado el artista su prodigio, sin paralelo en nuestra historia estética, de que el nombre del pintor pudiera desbordar los círculos del amateurismo y de la especialidad, difundiéndose con la latitud de los ídolos populares. Rapsoda plástico de la gesta del trabajo, con amplio sentido humano, sin limitación de facción o de bandera, ha refirmado con su vida lo que predicaba con su arte. Y toda su fortuna de pintor, generosamente donada en fundaciones de asistencia y educación social, ha servido para devolver al pueblo el calor y la inspiración que del pueblo había recibido. La popularidad de Quinquela Martín no es un accidente aleatorio, un ocasional capricho de la fortuna, sino la confirmación y el resultado expresivo de una posición fundamental que define los caracteres de una obra y aclara los efectos de su resonancia en el público.
"Yo soy popular por la obra social, más que por la obra pictórica -sostiene Quinquela-. En la Boca hay personas que me conocen aunque no hayan visto un cuadro mío jamás." Con el dinero ganado con la venta de sus cuadros en Europa y los Estados Unidos, Quinquela compró los terrenos donde se levanta el complejo de obras culturales, escolares y sanitarias, único en el mundo. En estas obras, posibilitadas por sus donaciones, se encierran la obsesión y los desvelos de más de 50 años. La escuela Museo de Bellas Artes alberga una escuela primaria con espaciosas aulas y patios, en las que se han colocado 18 grandes murales de Quinquela. En ellos desarrolló vastamente sus temas del puerto, adecuando los motivos a las aulas. Todo es color en la escuela, e integración del arte con la educación. Quinquela demostró que los murales no distraen a los niños, sino que los tonifica espiritualmente, haciéndoles grato el estar y aprender. Además de la escuela y del Museo, el complejo consta de un teatro, una escuela de artes gráficas, un jardín de infantes, un lactarium y un instituto de odontología infantil.
Llueve sobre Buenos Aires y Quinquela debe resignarse a permanecer dentro de su casa de la calle Suárez. Desde la ventana mira con melancolía las rosas de su jardín. Hace ya bastante tiempo que no pinta en su estudio de la calle Pedro de Mendoza; sin embargo, ahora que su salud se lo permite, ha vuelto a tomar los pinceles; sobre un caballete está su último cuadro a medio terminar: uno de sus característicos temas portuarios en el que resalta el tono celeste de una barca.
Evoca la creación de la República dé la Boca. "Se me ocurrió estando en París -dice- cuando fui invitado a una comida de artistas en la República de Montmartre. Entonces yo me dije: «Esta idea se la afano y la llevo a Buenos Aires». La idea prendió en seguida y a los pocos meses de mi regreso a la Argentina, la Boca ya era una República con todas las autoridades." En esta república de camaradería y humorismo, y de cuyo gobierno "Quinquela fue y sigue siendo -porque el cargo es vitalicio- Gran Almirante de Tierra y Mar, hubo memorables y divertidas reuniones que fueron presididas por e] pintor luciendo su imponente uniforme y sus pintorescas insignias. "El arte no está reñido con la sonrisa y estas reuniones fueron siempre un pretexto para divertirnos. El mismo espíritu reinaba en la desaparecida "Peña de Arte y Letras", integrada por escritores, poetas y músicos que sirvió con alegría a la cultura durante veinte anos. Allí se instituyó la orden del tornillo, aludiendo al dicho común de que todos los artistas tienen algo de locos o les falta un tornillo..." Quinquela, que es Gran Maestre de esta divertida hermandad, cada vez que otorgaba una condecoración lo hacía con estas palabras: "Este tornillo no los volverá cuerdos; por el contrario, los preservará contra la pérdida de esa locura luminosa de la que se sienten orgullosos". Esta orden fue impuesta a 320 personalidades de todo el mundo. "Entre ellas -recuerda Quinquela- al ex presidente de Indonesia, Achmed Sukarno, y al doctor Matera, y ¡qué sé yo a cuántos más!

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Quinquela Martin

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El hombre que pintó con tanta fuerza y convicción la vida, también dio unas pinceladas sobre su propia muerte. Aquí descansará algún día, rodeado de color

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Para el hombre que le puso color a su barrio, su estudio no podía ser la excepción. Hasta la cocina de Quinquela tiene los colores de su paleta

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Pintó miles de obras, incansable, vigorosamente "sueño con un cuadro durante meses -Asegura Quinquela- pero luego lo pintó en solo dos días, a veces en menos tiempo

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Otro aspecto del estudio de Benito Quinquela Martin. A pesar de la sencillez y austeridad de este baño tiene la colorida personalidad de su dueño

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El casi monacal dormitorio de su estudio. Una colcha riojana y su uniforme de Gran Almirante de Tierra y Mar de la República de la Boca, lo adornan

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El pintor y su esposa Alejandrina Marta Cerruti. Ella fue su fiel secretaria durante casi toda la vida. Se casaron hace un año.

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Hace ya mucho tiempo que el maestro no va a su estudio de la calle Pedro de Mendoza. Sin embargo ahora que su salud se lo permite, continúa pintando en su casa. Este es el último cuadro de Quinquela que acaba de cumplir 85 años. Un fuego que no cesa.

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Este piano cuya compra se la aconsejó el maestro Arturo Toscanini, se encuentra en el Museo de Bellas Artes de la Boca junto a 28 óleos de gran tamaño donados por Quinquela Martín.

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Sus cuadros no muestran ni el infierno ni el paraíso del trabajo, sencillamente revelan su esplendor

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Un tema clásico de Quinquela

Pero lo que es seguro que la orden ha trascendido a las esferas universales. Hace poco tiempo recibí una carta del órgano periodístico del Vaticano, el diario "L'0sservatore Romano", pidiendo informe sobre la orden y sus características. Les contesté que perseguimos finalidades de carácter espiritual y buscamos la hermandad de los cultores del arte y enamorados del ensueño; lo que nos acerca a Dios. Vamos a ver qué pasa. En una de esas entro a la Capilla Sixtina por la puerta grande..."

MANUEL CALDEIRO

Fotos: RICARDO ALFIERI

 

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