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¿REBELIÓN EN LA SELVA?
Pero si el drama del algodón
parece desesperante, hay quienes viven en condiciones mucho más alucinantes que los
colonos y cosecheros. La semana pasada, SIETE DÍAS se internó en el monte chaqueño por
una picada abierta entre los quebrachos colorados, a 22 kilómetros de Los Frentones (un
caserío plantado en el desierto, con ranchos de tablas y enormes cardones, cerca de la
frontera con Santiago del Estero). Reinaba un silencio sólo interrumpido por el seco
golpeteo de innumerables hachas invisibles; un chasquido monocorde al que respondía otro
más lejano, como desgranando un código indescifrable.
Ramón Gilvera (47) estaba abriendo un claro en el monte; vestía una camiseta
agujereada y una gorra pasamontaña. "Hace 3 meses que no nos pagan -informó-; pero
nos dan alimentos en la tienda de obraje." Las manos de Gilvera conformaban un solo
callo amarillento y estaban húmedas, como suele ocurrir con los enfermos de tuberculosis.
"Yo tenía una cuñada aquí -dijo el hachero- y se enfermó; el médico dijo que era
el Chagas y la mandaron a Buenos Aires. Como ve, sólo se consiguen enfermedades, pero
plata... A veces nos querían pagar con cheques de fecha adelantada pero es como si no nos
pagaran. Nosotros podemos sacar unos 450 pesos por día, cuando trabajamos; a veces, hasta
600, pero como no se ve un centavo, de quinientos hacheros que había quedaron cien."
El trabajo de Gilvera comienza a las 4 de la mañana y se prolonga hasta el anochecer. En
verano, el azote se llama calor, mosquitos y garrapatas. En invierno, fríos de cinco
grados bajo cero. En cualquier estación Gilvera come una sola vez al día; el menú es
invariable: tortilla santiagueña, hecha con harina y grasa (la harina cuesta 45 pesos el
kilo; la grasa, 110), y vino (110 pesos el litro). Confiesa que le gustaría manejar una
motosierra: "esa máquina que realiza el trabajo de diez hacheros juntos". Los
únicos vínculos de Gilvera con el resto del país son una radio a transistores
("para seguirlo a Boca") y su postura política ("Yo soy de Perón. Desde
que lo rajaron, todo se vino abajo y estamos cada vez peor"). Una lírica funcionaria
que acompañaba a SIETE DÍAS empalmó el razonamiento del hachero con un pronóstico
personal: "Perdé cuidado, Ramón, que esas manos que hacen sangrar las tuyas, algún
día van a sangrar". Gilvera la miró, con una sonrisa: "¡Uh!... para entonces
ya no voy a existir".
El mundo del hachero no puede abstraerse del panorama general del drama chaqueño.
En Resistencia, el meticuloso ingeniero agrónomo José Yurkevich (42, tres hijos),
asesor de la Asociación de Productores Forestales, esgrimió esta comparación: "Del
mismo modo que no hay política algodonera, tampoco existe planificación forestal. Es
cierto que los hacheros viven muy mal, pero los 200 obrajes no están mucho mejor. No
tienen dinero para pagar jornales dignos -explicó Yurkevich-; en el Chaco, siempre se
dependió de las empresas industrializadoras de tanino, que fijan los precios sin
preocuparse de los problemas del obrajero".
El más agresivo de los portavoces obrajeros es Miguel Cury (30, dos hijos),
gerente de la Asociación dé Productores Forestales: "Aquí hay algo más profundo
que la situación espantosa en que vive el hachero -explicó-: es preciso descubrir las
causas. Todo se debe al enfrentamiento entre productores argentinos e industrias
extranjeras". Para el quijotesco Cury "existen cuatro grandes empresas
tanineras, de las cuales sólo una cuenta con cierto capital nacional". Además de
denunciar la acción de La Forestal, acusó al ex canciller Nicanor Costa Méndez,
"quien será próximamente el personero de una empresa de capitales ingleses".
Según Cury, varios políticos de Buenos Aires, de diversa extracción, están vinculados
a las empresas tanineras. Acusaciones al margen, Cury propone "humanizar el trabajo
del monte; para lo cual es preciso atacar las causas: el obrajero es sólo el
intermediario ante las sociedades anónimas de tanino". Si se promoviera la
capitalización de los obrajeros, las condiciones en el monte -según sostiene la
Asociación de Productores Forestales- mejorarían rápidamente. Pero, como sucede en el
ámbito de las cooperativas algodoneras, faltan dirigentes empresarios. "Algunos
obrajeros son tan analfabetos como sus hacheros -arriesgó Cury-; empezaron con un par de
carros y hoy ni siquiera llevan sus libros. Pero es innegable que esos hombres
construyeron el Chaco y con ellos hay que trabajar. Porque ésta es la ley de la selva
-poetizó el vocero patronal- y siete chanchos del monte tienen que unirse contra el
cazador: la salida está en la integración de sociedades anónimas locales." Para el
obrajero Carlos Palacios (46, seis hijos), la presión económica de las sociedades
tanineras es feroz: "Nosotros pedimos 3.700 pesos por tonelada de quebracho y ellos
nos pagan 3 mil: la atomización de los obrajes impide defender los precios. El Chaco, que
posee la mayor reserva de maderas tánicas del mundo, tiene una legislación que favorece
a las sociedades extranjeras; aquí ni siquiera se propicia la creación de algo muy
elemental: secaderos de madera; además, no hay créditos que estimulen al
productor", fustigó Palacios.
Mientras las fábricas tanineras apenas emplean a 1.500 trabajadores, los obrajeros
controlan a 12 mil hacheros que, con sus familias, implican una población de 60 mil
personas. Además -según los productores forestales-, el tanino no es el único destino
que puede recibir la reserva maderera del Chaco: Ferrocarriles del Estado, por ejemplo,
que requiere dos millones y medio de durmientes anuales, y los altos hornos de Zapla, que
consumen enormes cantidades de carbón vegetal, pueden permitir que los ingresos madereros
queden en la provincia. Con todo, la situación del hachero no es la más infernal de las
que soportan los pobladores chaqueños. Ese privilegio le corresponde al aborigen.
DE ESPALDAS AL ESTADO
"Soy comandante Rojas
-exclamó el mataco en los arrabales de El Pintado, un pueblo de escasos 70 habitantes,
ubicado en medio del monte, a 500 kilómetros de Resistencia, sobre la frontera con
Formosa-. Me llamo comandante porque sí, porque ese nombre me gusta." Lo cierto es
que el comandante Rojas vive entre unas ramas cubiertas parcialmente por un toldo de
arpillera. Junto a él, un pastor evangélico, Juan Alberto (30, cuatro hijos), también
mataco, reveló a SIETE DÍAS: "Con esto (sacó una Biblia del bolsillo) yo no tengo
miedo". No sabía leer, pero "por el Evangelio, nosotros no tomamos más y
estamos tratando de curamos el dolor de pecho". En algunas regiones chaqueñas, el 70
por ciento de los indígenas sufre de tuberculosis y el promedio de edad es de 45 años;
la situación de los tobas y mocovíes es prácticamente la misma.
A 40 kilómetros de El Pintado existe una de las misiones católicas más
singulares de América latina; se denomina Nueva Pompeya y funciona en un viejo convento
franciscano, con torre de ladrillos sin revocar, que fuera construido a fines del siglo
pasado. El sacerdote Oscar Agustín Cervera descubrió el año pasado a unos 4 mil matacos
que vivían ignorados entre los montes de El Impenetrable, una inmensa espesura selvática
que se prolonga, al oeste, hasta Taco Poco, y al norte, hasta El Pintado. Actualmente, en
ese remoto rincón del Chaco, entre yaguaretés, leones americanos, víboras de coral,
bolicheros que imponen su ley, aborígenes que se dejan morir bajo un árbol por una
picadura de serpiente, se movilizan dos monjas de la Congregación Hermanas del Niño
Jesús, que viven en el viejo y semiderruido convento franciscano. Una de ellas, sor
Guillermina, acababa de viajar a Buenos Aires para volver con víveres e implementos;
quienes la conocen, la vieron siempre "de pantalones y botas y con una pistola al
cinto para defender al monasterio y a sus indios de los animales salvajes". SIETE
DÍAS dialogó con su compañera, la hermana María Teresa Odiard (27, entrerriana), quien
lucía remera, blue-jeans y una gran cruz sobre el pecho.
"El sentido de nuestra consagración está al servicio de Dios, pero a través
del prójimo -dijo María Teresa-. Hace un año, este monasterio era un mero depósito del
almacén vecino." Centro de alfabetización y de primeros auxilios, la Misión es,
además, proveeduría de alimentos; "en 400 kilómetros a la redonda no hay nadie
más que nosotras para ayudar a esta gente a convertirse en seres humanos, con orgullo de
tales". Las aborígenes, en cuclillas, tomaban sol contra la pared de ladrillos sin
revocar, frente a la plaza con juegos infantiles rodeada por un par de casas, la
comisaría y la escuela. Más allá, amenaza el monte, enredado de vinales, una planta que
es plaga y tiene espinas como puñales: "por donde pasa el vinal -dicen los
lugareños- la tierra se vuelve árida y no crece más nada".
Este es el panorama del norte chaqueño; un mosaico de parajes aislados que
agonizan porque ningún gobierno les ha prestado ayuda. En rigor, y salvando diferencias
de paisaje y durezas climáticas, ésa es la situación de todo el Chaco.
Tal vez, y como respuesta a ese desinterés, una de las más estentóreas
cachetadas que aplicó la comunidad chaqueña al Estado nacional se manifestó en la
creación de la Asociación Gabriela Mistral. Un grupo de 200 colonos del partido de
General Güemes, cuya cabecera es Castelli, la fundó en 1959; compraron una avioneta
Cessna, construyeron por su cuenta 16 pistas de aterrizaje e instalaron equipos de radio
en todos los rincones de El Impenetrable chaqueño donde hay habitantes. |
Monja misionera
P. Cervera
Todo lo hicieron
prácticamente sin ayuda Oficial. Hace algún tiempo, la avioneta se destruyó en un
accidente, un tornado pulverizó el hangar, pero el nuevo Cessna 172 que por fin lograron
obtener del gobierno provincial reanudó la tarea y ya invirtió 2 mil viajes sólo en el
traslado de enfermos. Única en su tipo en todo el. país, la Asociación Gabriela Mistral
ni siquiera obtiene gratuitamente el combustible para surtir a su aeroplano.Con mezcla de
tozudez y resignación, el presidente de la Asociación, Ricardo Todero (43, tres hijos),
admitió: "Estamos acostumbrados a que nadie nos tome en cuenta. Si no nos arreglamos
solos, ¿quién lo va a hacer por nosotros?" Sin embargo, viento de fronda soplan en
la provincia: una tormenta reveladora de males mayores estalló hace unas semanas, cuando
la Federación Económica provinciana, con amenazas de apagones y planteos a la
gobernación, logró la renuncia del director de Rentas, el porteño Luis María Peña,
quien se obstinaba en cobrar puntualmente los impuestos.
"El gobierno admitió que la descripción de las dificultades financieras era
acertada -reveló en Resistencia a SIETE DÍAS el contador José Ozich (27), subsecretario
de Hacienda y flamante director de Rentas-. Por lo tanto, se ofrecieron planes de
financiación pero no se anularon los cobros impositivos."
Actualmente, tanto la Federación como las autoridades provinciales consideran que
esa crisis fue superada. Pero nadie ignora que la tormenta desatada en torno al ex
recaudador de impuestos fue sólo un efecto. "Las soluciones de fondo hay que
buscarlas a nivel nacional -aseguró el coronel (RE) Miguel Ángel Basail (55, cuatro
hijos), gobernador provincial-. Tratamos, por nuestra parte, de diversificar la
producción agrícola, reduciendo las áreas de plantaciones algodoneras para evitar que
los stocks no puedan ser colocados en el mercado."
La gran crisis algodonera se inició -según el mandatario- hacia 1950;
actualmente, no es posible competir en el mercado internacional. "Estados Unidos
subvenciona a su agricultura con la industria, y Brasil cuenta con mano de obra más
barata; en tal sentido, el Chaco tiene dificultades para la exportación", detalló
Basail, quien se preocupó en exaltar el aumento en la producción de sorgo ("Este
año se obtuvieron 400 mil toneladas") y otros cereales. Además, acusó a las
hilanderías porteñas de manejar el mercado y remarcó la participación de especialistas
chaqueños en la confección de las bases del Fondo Algodonero; "algo que servirá
para subsidiar la exportación de excedentes, a fin de que no queden stocks de años
anteriores, como sucedió con las 40 mil toneladas que nos sobraron de la cosecha
pasada". También fustigó a las sociedades tanineras: "Hay que exigir a esas
empresas que paguen lo que corresponde".
De las 800 mil toneladas anuales de madera que produce el Chaco, más de 300 mil
están siendo drenadas por los consorcios explotadores de tanino: "Hay que formar
empresas locales de cierta envergadura -aconsejó el gobernador- para defender los
precios". Luego desplegó ante SIETE DÍAS su obsesión preferida: la erección de
una planta de arrabio, un tipo de acero muy puro. Los yacimientos están en Brasil y
Bolivia: Basail -cumpliendo casi con un ritual- mostró un trozo de mineral que había
tomado de una barcaza que bajaba por el río Paraguay. "El país utiliza ahora 130
mil toneladas de arrabio y un estudio de mercado prevé un consumo de 270 mil para 1975.
Hasta ahora se lo importa totalmente -aclaró el gobernador-. Para alimentar nuestra
planta de arrabio necesitaríamos unas 200 mil toneladas de carbón vegetal que el Chaco
puede producir sin ningún problema", aseguró Basail. Eso obligaría a talar los
montes provinciales, sumando tierras a la agricultura y la ganadería y provocando la
radicación de industrias.
Para costear la anhelada planta de arrabio -dos altos hornos- se necesitan unos 4
mil millones de pesos viejos; "ya se está integrando una sociedad anónima mixta,
con absoluto control estatal, cuidando, además, que el capital privado sea netamente
argentino". El plan suena factible, como el proyecto de emplazar una usina
hidroeléctrica en colaboración con Corrientes (para explotar energéticamente los Saltos
del Apipé) o el de construir carreteras que vinculen al Chaco con el Atlántico (vía
Brasil) o el Pacífico (vía Chile). Pero lo cierto es que, por ahora, las urgencias
exigen salidas más inmediatas. Resistencia se ha convertido en una cabeza de Goliat que
repite, en la provincia, el mismo mecanismo centralizador -con su cordón suburbano- que,
con respecto al país, cumple la Capital Federal. En tanto, los chaqueños buscan
soluciones provinciales que frenen el éxodo casi imparable. Para monseñor Di Stefano es
necesario "que el slogan Radicación de Capitales sea suplantado por el más
auténtico de Formación de capitales sociales de productores en base a las cooperativas
zonales".
Para el chaqueño medio, la disyuntiva es de hierro: en la estación Retiro,
Cesáreo Melgar (46, tres hijos), ex colono, confesó a SIETE DÍAS, apenas arribado a la
Capital Federal: "La gente le pone un precio al sacrificio. Me aguanté el clima, las
enfermedades, me aguanté todo. Pero tengo que comer, ¿no? Y entonces dije basta. Y aquí
me tiene". Acurrucado junto a sus bártulos, sus hijos, su esposa y acosado por el
tumulto y los empujones de la estación terminal, Melgar se atrevió: "Dígame,
señor, ¿no sabrá de algún trabajito?".
GERMÁN ROZENMACHER
Fotos: HUGO PÉREZ CAMPOS |