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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Juan Verdaguer

• "Un borracho se acerca a un parquímetro, pone una moneda y se queda mirando el medidor. «¡La pucha! -dice-. ¡Ahora resulta que peso media hora!»"

• "Me gusta hacer chistes sobre mi familia. En especial, sobre los parientes de mi mujer. Mi cuñado, por ejemplo, está en todas. La vez pasada se le rompió una canilla, y el idiota -que está en todas- nos aseguró que en cinco minutos la arreglaba. Conectó la cañería con el tubo del gas. Ahora, cuando abro la canilla, sale soda."

• "Estoy casado con una mujer mucho más joven que yo. Cuando me preparaba para la boda, mi hermano mayor me hizo una severa advertencia: «Mirá -me dijo- que prácticamente la doblas en edad. Pensalo bien. Una chica tan joven no es para vos. Puede haber un desenlace fatal». Yo lo pensé y al final me decidí: «Y bueno, yo me caso. Si ella se muere, mala suerte.»"

Revista Gente - 1975
reportaje de Rolando Hanglin
fotos de Alberto Rodríguez

 

 

"En mi grupo de amigos soy el menos cómico. No me parezco en nada al típico gracioso de la barra: cuando llega la hora de contar chistes, yo me quedo callado. Si no, creen que uno sigue trabajando cuando baja del escenario."


Verdaguer no es simpático. Más aún: aunque personalmente resulta más Cordial que en televisión, su presencia tiene siempre un aire seco, tajante, cuando no resueltamente antipático. Siempre adusto, Verdaguer no explota en absoluto su "cara de cómico", pues no la tiene. El físico no lo ayuda como a Jorge Porcel o al legendario Fidel Pintos: en su rostro afilado baila siempre una sonrisa irónica, muy lejos de la simpatía desbordante de Alberto Olmedo o del calor humano de Juan Carlos Altavista. He aquí otro factor que Juan Verdaguer no utiliza: la ternura. Este eximio monologuista no se emociona, no "vende" humanidad. Siempre frío, sobrio, rotundo, puede decirse que practica un estilo cool. No es exuberante como Marrone ni "orre" como Adolfo Stray. Su vida privada es desconocida para todo el mundo. Se le hacen pocos reportajes. No especula con nada, ni siquiera con el cariño del público, un cariño que Verdaguer no busca porque carece de toda ansiedad. de todo desborde. No mueve un músculo: en su show no hay morisquetas, guarangadas. mímica, apelaciones al costumbrismo. Nada.
Y sin embargo Verdaguer hace reír. Posiblemente sea el humorista más puro y limpio del ambiente. El monólogo verdagueriano -tal vez emparentado cori otro legendario monologuista, aunque de estilo diferente; Pepe Arias- responde a una depurada técnica, a una manera de decir, un tempo, un juego de pausas y palabras donde ni siquiera aparecen los recursos de un actor, que no lo es. Eximio artesano del monólogo, orfebre finísimo de la risa: eso sí es Verdaguer.

Y sin embargo se crió en un circo, donde todo es desborde, payasada y cabriola.
-En un circo, sí. Terminé sexto grado en la escuela Juan Enrique Pestaloztí. Mi padre, que era acróbata, trapecista, equilibrista y clown, me llevo de gira con el entonces famoso Circo Jockey Club. Yo hice de todo durante dos anos. Ayudaba a armar y desarmar la carpa, daba de comer al elefante, limpiaba la caballeriza. Incluso le enseñé a pararse en dos patas a un perrito, pero mas importante fue cuando yo mismo empecé a pararme sobre las manos. Mi padre me enseñó trapecio, acrobacia, malabarismo, equilibrismo. Un domingo de 1933, en Cruz del Eje, Córdoba, debuté en la sesión matinée haciendo equilibrio sobre una escalera. Este mismo numero, perfeccionado, fue mi tarjeta de presentación en todas partes, y la base de mi carrera.
-¿Cómo es posible que, con un origen circense tan clarito, usted tenga un estilo que se caracteriza por la sobriedad e incluso por la inmovilidad?
-No crea, de vez en cuando hago malabares. Pero tiene razón. El caso es que yo quería salir del circo, hacer un humor totalmente distinto. Por eso acentué el contraste, y es cierto que mi comicidad no tiene nada de circense. Yo trataba de quitarle dramatismo a mis pruebas de equilibrio hilvanando chistes parado arriba de una escalera y alternando el monólogo con las pruebas acrobáticas. Hilvané tantos chistes que ahora me puedo pasar horas deshilvanándolos, sin escalera y sin nada.
-Dicen por ahí que usted es un cómico "inteligente". La palabra en sí no dice nada, pero en el fondo nos entendemos. ¿Cómo explicaría su técnica?
-No sé si soy inteligente. NI siquiera sé si soy cómico: no puedo considerarme actor ni humorista. En todo caso soy un "dicente", un monologuista. Creo que la gracia está en lo que se dice, en el cuándo y en el cómo se dicen las cosas. Hay que hacer la pausa Justa. A veces uno la hace y no da resultado. Pero hay una cuestión de ritmo, de compás. Usted cuenta un chiste y no causa gracia. Pero si el chiste viene como final de toda una ilación de cosas, levanta carcajadas. Por eso me gusta enhebrar el monólogo. Empalmar un tema con otro, y el empalme (yo lo llamo puente) es una especie de reflexión. Por ejemplo: mi abuelo vivía al lado de un cementerio. Era un sitio donde la gente se moría por ir (puente). Eso me recuerda que los cementerios..., etc.
-¿Cómo aprendió esa técnica? Sin duda no se trata sólo de un invento suyo, personal. ¿En quién se inspira? ¿Keaton. Chaplin, Bob Hope, Red Skelton, Pepe Arias, Tati. . .?
-Hay un cierto parecido con Bob Hope, en el sentido de que él también hace monólogos. Pero nada más. Admiré mucho a Pepe Arias, que además era un gran actor, cosa que yo no soy. El tenía un dominio de las pausas y la ironía que lo ubican entre los más grandes del género. Pero no creo que mi manera de actuar tenga mucho que ver. Arias tenia otro "timing". Mire, eso de la pausa y la manera de decir. Incluso el mismo corte de los chistes, es algo innato. Uno lo siente con el público y sabe cuando tiene que arrancar y cuando tiene que hacer un silencio.
-Para ser cómico es usted una persona demasiado seria. Por otra parte se apoya un poco en la imagen del humor inteligente. ¿Se diría que es un intelectual?
-Ni remotamente. No soy nada intelectual. Pero nada. Al contrario: yo diría que soy un artesano. Tenga oficio, creo que bastante. Pero nada de intelectual. Salvo que se me considere intelectual porque leí "Tratado de la risa", por Henri Bergson; "Los chistes y su relación con el subconsciente", de Freud, y "El placer de la risa", por Max Eastman. Entre los tres nos explican qué es lo cómico y por qué. Pero ninguno de los tres fue capaz de subir a un escenario para hacer reír a la rente.
-Esto nos lleva al tema de sus lecturas. ¿Qué hace para abastecerse de chistes? ¿Lee revistas o libros?
-Todo. Leo todo lo que se publica en materia humorística, desde los chistes de "Playboy" hasta las publicaciones españolas, que son muy buenas. Pero sobre todo anoto reflexiones y situaciones de la vida diaria, aunque sea en servilletas, y las guardo. Además, conservo todos mis guiones de radio y televisión.
-Una especie de archivo.
-No. Hay cómicos que tienen un archivo temático. Por ejemplo. una carpeta sobre el tema "Mi suegra", y de ahí van sacando gags. No es mi caso. Yo soy más desordenado. Voy enhebrando los temas un poco caprichosamente y a veces rescato situaciones de hace 10 anos que siguen siendo graciosas.
-¿Quién lo hace reír actualmente en la Argentina?
-Nadie. Y no lo digo con maldad. Cuando uno es cómico profesional conoce la mecánica del chiste, entonces sabe qué va a venir. No hay sorpresa, y sin sorpresa tampoco hay risa. Eso no quiere decir que yo no aprecie lo que es un buen cómico, tipo Gordo Porcel o Adolfo Stray. Incluso a veces me río con ellos. Pero eso no quiere decir que me causen gracia.
-¿Y cuando la gracia radica precisamente en que el cómico se sale de la mecánica, olvida el guión y arma un lío bárbaro, como Alberto Olmedo?
-Claro, lo suyo es pura espontaneidad y una simpatía desbordante. Reconozco que Olmedo me hace reír. Es que tiene autoridad para salirse del libreto. ¿Sabe? A él se lo admiten. A otros no se lo perdonarían. Cada uno tiene autoridad para hacer cierto tipo de cosas, porque es su punto fuerte.
-Eso tiene algo que ver con el encasillamiento.
-Claro. Los productores te adjudican un papel porque saben que uno es eficaz en esa especialidad. Y listo.
-Pero a veces encasillan mal. De pronto, por una casualidad, se descubre que Ernesto Bianco es un gran cómico, que Ricardo Lavié y Beto Gianola .son comediantes de primera...
-Es lógico. Los promotores de espectáculos van a lo seguro y no quieren correr riesgos.
-Se supone que la gente de oficio, como usted, tiene otra amplitud de miras. ¿Nunca se le ocurrió descubrir gente? ¿Escribir para otros?
Descubrir significa sacar a un tipo de lo que está haciendo y decirle: esto va mal. Tenes que hacer esto y esto. Ninguna figura consagrada lo acepta. Sólo se puede hacer con chicos nuevos.
-¿Y usted no tiene ganas? Porque su carrera ya está hecha. Ya no va a llegar más arriba. ¿No sueña con nada?
-Eso que me dice lo pienso constantemente. Por ejemplo... ¿Qué haré dentro de cinco años? ¡No voy a estar presentando el mismo show en el teatro La Cova! La idea es superarse siempre. Ahora, por ejemplo, hago un recital de humor que dura hora y media. Salgo del esquema del monólogo de 30 minutos. Un largo recital donde a veces entra mi mujer para traerme algo, o bien otro personaje para romper la monotonía. Es una novedad. Pero tengo otro espectáculo en carpetas; es una idea, nada más. Se llamaría Varíete, pero no seria exactamente una varíete. Equilibristas, malabares, atracciones mezcladas con todo tipo de sátiras. Ya llegará.

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-Le sigue gustando el circo...
-¡Muchísimo! Siempre voy. No tiene gracia porque conozco perfectamente la técnica del malabar, la carrerita del salto mortal, todo. Pero me gusta porque me siento otra vez "en casa". Adoro el clima del circo.
-Es raro, porque usted no parece adorar nada. ¿Le gusta el fútbol, el cine...?
-Las dos cosas. Soy hincha de Independiente. Desde muy chico. Confieso que ya no voy a la cancha. Me cansé. Muchas incomodidades: estacionar, hacer cola, todo eso. Si tengo un amigo que me lleve en coche y tiene una platea, fenómeno. Pero si no...
-Entonces... ¿Qué hace los domingos?
-Sencillísimo. Ya le dije que no soy nada intelectual. Salgo a almorzar por ahí con toda la familia y después me vengo a ver la tele.
-¿Por necesidad profesional o por gusto?
-Para entretenerme o para dormir. ..
-¿Y el cine?
-Me gustan las del oeste. Cuanto más tiros y muertos, mejor.
-En los últimos años se ha registrado un auge del humorismo argentino. ¿Hay alguien que le atraiga especialmente?
-Sobre todo se ha superado el público. Hay chistes que antes no caminaban y ahora veo que la gente los pesca. La juventud "agarra" todo. Lo noto en el teatro, donde por primera vez tengo un público de 18 ó 20 anos. Antes me venía a ver la gente madura. Estos chicos tienen ganas de divertirse y creo sinceramente que la gracia está en ellos. En cuanto al humorismo gráfico, está en un gran momento. Landrú, Caloi, Garaycochea. Hay muchos, y todos son excelentes.
-¡Por favor, reconozca que esa gente lo hace reír!
-Perdóneme, pero tampoco. Me paso la vida leyendo chistes, todos los chistes, y es aburridísimo. Una novela por lo menos me atrapa, porque tiene trama. Pero tragarse centenares de chistes inconexos es algo terrible. Lo hago por necesidad.
-Además de ser sobrio en su estilo, usted se regatea mucho. O sea: trabaja seis meses y después "se borra"... ¿Es a propósito?
-Claro. Fíjese que las grandes figuras internacionales vienen una vez cada dos años y siempre tienen su público. Yo resido en Buenos Aires; por lo tanto no puedo aparecer tan esporádicamente. Entonces hago giras por América latina. Gusto mucho en México. También suelo actuar en Bogotá: grabo 13 programas en 4 semanas. Venezuela, Puerto Rico, etc. Luego vuelvo y me gradúo para no saturar. Porque cansar al público es horrible. Mire: en los últimos tres años sólo he realizado tres espectaculares al año por TV. Como se dice en el ambiente, dejo que "descanse la plaza".
-Usted sabe perfectamente que los artistas tienen rachas de popularidad y períodos de declinación. Por ejemplo, ahora Verdaguer está de moda. ¿A qué se debe? ¿Hay alguna relación entre sus momentos de éxito y su propia conciencia de estar trabajando bien?
-¿Por qué no me lo explica usted a mi? Las rachas son simplemente rachas. Se trata de un problema de oportunidad, lugares, gente que corre la bolilla. Estuve una temporada entera en Sans Souci, plena calle Corrientes. El espectáculo anduvo bien, pero nada más. Ahora resulta que estoy en un teatro de Martínez, a 30 kilómetros de la Capital, actuando sólo viernes y sábados (por suerte; es comodísimo) y todo el mundo habla del show. Vienen chicos jóvenes, hay comentarios... no sé.

La charla con Juan Verdaguer se prolongó durante largo rato. A último momento hubo que preguntarle algunos datos elementalísimos que se habían quedado en el tintero. Nació en 1920, en Montevideo, pero desde los tres meses es porteño por adopción. Está casado con una mujer de 28 años, llamada Nevia. Tiene cuatro hijos: Jorge (ya mayor) y María Eugenia (13 años), de su primer matrimonio. Virginia y Valeria (3 y medio, 1 y medio), de su unión con Nevia. Durante sus largas giras por México, Puerto Rico y Venezuela se lleva a toda la familia, incluyendo a la perrita chihuahua Tequila, que le fuera regalada en México y tiene un carácter insufrible. No tuvimos tiempo de decirle gracias. Por el whisky, por el café, por no mandarse la parte, por no ser demasiado ególatra, por no vender ternura, por ser simplemente el señor Juan Verdaguer.

 

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