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En la noche del jueves último
Ricardo Balbín enfrentó los auricones de la televisión, apenas dos horas después de
que su amigo y correligionario Arturo Mor Roig anunciara, en nombre del gobierno, la
reivindicación oficial de los partidos políticos. La cara apergaminada por sus casi
setenta años, la voz cascada por tantas arengas de tribuno y largos debates palaciegos,
con un vestuario que desdeña los caprichos de la moda, el presidente del Comité Nacional
de la Unión Cívica Radical del Pueblo no parecía fatigado por su medio siglo
ininterrumpido de militancia política. Estaba allí "para que el pueblo conozca la
verdad histórica sobre el nombramiento de Mor Roig como ministro del Interior".
La síntesis de sus declaraciones: Lamentaba que el elegido por la Junta Militar
fuese un correligionario, porque los modos éticos del radicalismo suelen desafinar con
los regímenes de fuerza: reconoció que no había dado su consentimiento para que Mor
Roig aceptara el cargo, pero que tampoco había consultado al máximo organismo
partidario; profetizó que las convulsiones internas de la UCRP, a propósito de ese
nombramiento, no lograrían quebrar "la más antigua organización política de
América latina" y, por fin, reprochó a los jóvenes por el mal trato que dispensan
a los políticos de su generación. Un estribillo que repetiría a todos los reporteros
que se acercaron a su mesa de trabajo.
LA PRESIÓN BONAERENSE.
Desde que el legendario Leandro N. Alem acuñara la frase famosa -"Que se rompa pero
que no se doble"-, los acontecimientos políticos convirtieron el lema en sutiles
juegos de pensamiento. Sucede que en las sentencias dialécticas no suele cumplirse la ley
matemática de que el orden no altera el producto. Curtido en tales sutilezas, Balbín
parece enfrentar ahora nuevos dardos de las siempre vigentes alas de su partido: a diestra
y siniestra las acusaciones repiquetean sobre el veterano. Los más radicalizados le
espetan "doblez" y amenazan con rupturas. Por su lado, Balbín acierta en el
esquema partidario: la UCRP no es una entidad monolítica; más bien semeja una
federación de partidos provinciales, sujeta a innumerables versiones internas de lo que
significa el ideario yrigoyenista.
En ese damero la provincia de Buenos Aires mantiene una notoria hegemonía. Sin
arraigo en los núcleos más pobres de la sociedad, ganados por todos los matices del
peronismo, la izquierda o el socialcristianismo, la UCRP bonaerense suele nutrirse de una
profusa gama de estancieros, chacareros y arrendatarios. Algunos historiadores hasta han
querido ver conexiones entre la evolución de la crisis ganadera y las vicisitudes del
añoso tronco radical. Los que así hablan apelan al recuerdo: Dicen que el abandono de la
abstención electoral, durante el "justismo", se produjo luego de que el pacto
Roca-Runciman definiera la política de carnes para esa época; también afirman que los
invernadores -la capa más selecta de la ganadería- fueron quienes influyeron sobre
Marcelo Torcuato de Alvear para compaginar aquellos dos hechos.
La historia siempre se repite. Los que se detienen en esas viejas anécdotas
quieren asimilarlas al proceso Mor Roig. Esta es su versión: cuando el ahora ministro
requirió el aval del Comité Nacional para iniciar las gestiones oficiales que lo
llevarían a la cartera política, Balbín vaciló y se inclinó por la negativa. Ese no,
de todos modos, no habría sido demasiado rotundo, ya que para muchos era cosa sabida que
Mor Roig actuaba hasta ese momento como el contact-man entre Balbín y altos mandos
militares. ¿Por qué la duda? Los íntimos de Balbín sostienen que estaba trabado por el
temor ante una ruptura partidaria, acaso por los posibles vituperios de sus huestes
juveniles. El miércoles 24 habría abandonado su domicilio en La Plata con la decisión
de intransigencia: Mor Roig no debía aceptar. Pero, al llegar a la Capital, mudó de
criterio. Quizás influyó la desazón de conmilitones porteños -Enrique Vanoli, Raúl
Zarrielo, Luis León, entre otros-; temían que Raúl Alfonsín, uno de los caudillos
bonaerenses, presunto delfín del veterano y opositor duro, fuera comisionado para
redactar una declaración del Comité Nacional reprobando la presencia del oriundo de
Lérida en el gabinete de Alejandro Agustín Lanusse.
El equilibrio de fuerzas, por fin, quedó roto bajo la presión de algunos colegas
de Balbín. Dos ucerrepeístas de fuste, prominentes ganaderos ambos, volcaron la balanza
en favor del colaboracionismo: José Luis Cantilo y Pedro Duhalde en tanto Jorge Daniel
Paladino, el vocero de Perón, hacía lo suyo en el mismo sentido desde su butaca en La
Hora del Pueblo.
Los partidarios de esta misma tesis, con todo, también gastan buena memoria.
Arturo Mathov, por ejemplo, recuerda a propósito de la circunstancia: "Cuando en
1931 los radicales visitaron a Yrigoyen en la isla (Martín García) porque estaban
preocupados por el ofrecimiento del gobierno de entonces de salir con Gallo a elecciones
libres, la respuesta del Caudillo fue definitiva: con Gallo o con gallina; la cuestión es
salir cuanto antes de esto y volver a la Constitución". Para Mathov, "la
designación de Mor Roig es una garantía que la Junta ha querido dar al pueblo y a los
sectores democráticos". Según él, "no habría aceptado el cargo si no
existiera un compromiso cierto y firme de que este gobierno provisional iniciará, como lo
ha prometido, un proceso rápido para retornar a las normas constitucionales mediante
comicios libres y sin exclusiones, y con el afianzamiento de la democracia representativa
mediante el pluripartidismo".
Liberal irreductible, fervoroso mentor de otrora de la alianza democrática en
torno de la figura de Pedro Eugenio Aramburu, Mathov confía, lo mismo que Balbín, en la
capacidad radical para zanjar diferencias; "No ignoro -confió a Panorama- que la
actitud de Mor Roig ganó críticas dentro del partido. Pero entiendo además que la gran
mayoría, a medida que el gobierno concrete algunos hechos de normalización
institucional, respaldará esta conducta".
Hechos. Los mismos que reclama Balbín en el documento partidario sobre la nueva
etapa: "Deben hablar los hechos" se tituló el bando, redactado por Alfonsín,
donde no se oculta una eufórica expectativa esperanzada.
LAS VOCES PROVINCIANAS.
Lo que pasa es que Balbín encabeza una "complaciente predisposición hacia el
oficialismo", y para más datos "el acuerdo con el peronismo y otros
conglomerados seudodemocráticos son de gravedad y significación antirradical". Las
frases y la irritación pertenecen a Ernesto Sanmartino, ucerrepeísta que todavía vibra
con los momentos que lo entusiasmaron, en 1955 ,cuando el derrocamiento de Perón. El
Movimiento de Unidad y Reorganización Radical que acaudilla en realidad no preocupa
demasiado a la cúspide partidaria; sí, en cambio, el disgusto de la fracción cordobesa,
cuyo jefe es el abogado Eduardo Gammond, nada menos que vicepresidente del Comité
Nacional.
El sábado 27 los cordobeses dispararon una declaración en la que se enjuicia el
paso de Mor Roig como "una traición al partido", y se exige la inmediata salida
electoral. En realidad, el núcleo provincial que lideran Carlos Becerra y Conrado
Storani, ambos integrantes del Encuentro de los Argentinos, pedía mucho más: la
expulsión del flamante ministro y la condena lisa y llana del nuevo gobierno. Fue el ex
presidente Arturo Illia, derrocado por la "revolución argentina", quien
paradójicamente intervino para moderar los ánimos. Es que el anciano médico de Cruz del
Eje teme que el "aggiornamento" radical se precipite en una ruptura que los
debilitaría y prefiere actuar de contemporizador. Con todo, es difícil predecirle
éxito; hombres como Becerra se sienten intérpretes de la radicalizada pequeña
burguesía cordobesa, de "las masas populares" acosadas por la incertidumbre
económica y las zozobras sociales. Para ellos el balbinismo repite la suerte del
antipersonalismo, lo que acaso sea una exageración. Más vale pensar en el acuerdismo de
Alvear, seducido por el oasis del sufragio y de las libertades individuales consagradas
por la Constitución. Por ahora, en la industrializada capital provinciana, los radicales
no consiguen el acuerdo unánime de sus filas; las críticas rozan incluso al mismo Illia.
Directivos como Horacio García, Mario Roberto y Víctor Martínez hubieran preferido el
respeto del pacto en La Hora del Pueblo, porque según ellos se trata no sólo de
coincidencias programáticas sino también de un compromiso político formal.
En tanto, las agrupaciones juveniles de la UCRP, intransigentes como siempre,
suponen que "toda conversación con los voceros del gobierno militar resulta estéril
y sospechosa". Uno de sus punteros, Juan Yuyo Gauna, titular del Movimiento de
Afirmación Radical (MAR), mantiene sin embargo la cautela: "Mor Roig -según él-
ofrece la garantía de su hombría de bien; si advierte que se pretende una innecesaria
dilación o una salida tramposa lo dirá con claridad y se retirará del gabinete".
Con todo, Gauna se deja seducir por la declaración de Córdoba "por su valor
ideológico" aunque respetuoso de la disciplina repite el lema balbiniano: "Hay
que dejar hablar a los hechos". Al mismo tiempo, trata de influir sobre la Junta de
Acción Política de la Capital Federal -titulares: Roberto Cabiche y José Cardinal- para
que en la emergencia "No se coloque a los porteños como furgón de cola de Córdoba
o del Comité Nacional". En todo caso. El Chino Balbín no ha terminado de pasar por
las horcas caudinas de sus correligionarios: quizás lo consiga en la próxima reunión
del Comité Nacional, aún sin fecha cierta, la suerte del cónclave, otra paradoja,
depende ahora de la gestión de Mor Roig, quien renunció a su carnet de la UCRP en el
mismo momento en que ingresaba al gobierno militar. |
Arturo Illia
Ricardo Balbin
Raúl Alfonsín
Ricardo Balbín: "Deben
hablar los hechos con claridad"
Ricardo Balbín se muestra eufórico. Cinco años de atonía política, a veces
quebrada voluntariamente por apariciones que terminaban en discusiones con la policía,
actuaban sobre él como un sedante inyectado a la fuerza. Ahora, más que la perspectiva
del retorno a la tribuna callejera, lo entusiasma la batalla interna que seguramente
tendrá que librar en la UCRP. Pero, como pocos, sabe fingir calma.
Balbín: -No habrá problemas;
la unidad no está comprometida. Por otra parte, las discrepancias son una característica
de nuestro partido, donde, en definitiva, se respeta el pronunciamiento de los cuerpos
orgánicos.
Panorama: -Sin embargo, se
pronuncian sectores de oposición enconada.
-Son sellos que se dan pequeños
grupos de gente que carecen de significación y en algunos de ellos hasta se ignoran sus
componentes. Los naturales cuerpos orgánicos de las provincias han ratificado el
comunicado del Comité Nacional, que exhibe con claridad la posición del partido.
-No puede negar que, de todos
modos, existen núcleos enfrentados.
Balbín está sin saco,
apoltronado en su oficina. Ante las palabras del reportero, se yergue sobre el sillón y
acomoda las mangas de la camisa blanca como si se dispusiera a pelear. En el recinto
parecen resonar las voces que en los mitines partidarios coreaban: "Y dale, Chino,
dale" ...
-No habrá batalla. Habrá,
sí, un lógico cambio de ideas para estructurar el futuro del partido y porque, sin
dudas; hay apreciaciones distintas. La presencia de Mor Roig junto al gobierno en nada
altera las posiciones del radicalismo, que ha reclamado desde el comienzo y sigue
reclamando la institucionalización del país. En esta etapa deben hablar los hechos con
claridad y, naturalmente, los enunciados del ministro del Interior son acordes en el
sentido de aquellas aspiraciones que, presumo, habrán de concretarse en el menor tiempo
posible.
Es viernes por la tarde; una
secretaria del estudio de Rivadavia al 800 se acerca a Balbín y le entrega un sobre
cerrado. No alcanza a disimular el membrete: Ministerio del Interior. El jefe de la UCRP
lo lee con rapidez, como si ya conociera su contenido. Después comenta:
-Concurriré a la invitación
que me formula el gobierno para iniciar el diálogo con los partidos políticos. |