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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

RADICALES
Que no se rompa, que no se doble

Revista Panorama
abril 1971

 

 

En la noche del jueves último Ricardo Balbín enfrentó los auricones de la televisión, apenas dos horas después de que su amigo y correligionario Arturo Mor Roig anunciara, en nombre del gobierno, la reivindicación oficial de los partidos políticos. La cara apergaminada por sus casi setenta años, la voz cascada por tantas arengas de tribuno y largos debates palaciegos, con un vestuario que desdeña los caprichos de la moda, el presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical del Pueblo no parecía fatigado por su medio siglo ininterrumpido de militancia política. Estaba allí "para que el pueblo conozca la verdad histórica sobre el nombramiento de Mor Roig como ministro del Interior".
La síntesis de sus declaraciones: Lamentaba que el elegido por la Junta Militar fuese un correligionario, porque los modos éticos del radicalismo suelen desafinar con los regímenes de fuerza: reconoció que no había dado su consentimiento para que Mor Roig aceptara el cargo, pero que tampoco había consultado al máximo organismo partidario; profetizó que las convulsiones internas de la UCRP, a propósito de ese nombramiento, no lograrían quebrar "la más antigua organización política de América latina" y, por fin, reprochó a los jóvenes por el mal trato que dispensan a los políticos de su generación. Un estribillo que repetiría a todos los reporteros que se acercaron a su mesa de trabajo.

LA PRESIÓN BONAERENSE. Desde que el legendario Leandro N. Alem acuñara la frase famosa -"Que se rompa pero que no se doble"-, los acontecimientos políticos convirtieron el lema en sutiles juegos de pensamiento. Sucede que en las sentencias dialécticas no suele cumplirse la ley matemática de que el orden no altera el producto. Curtido en tales sutilezas, Balbín parece enfrentar ahora nuevos dardos de las siempre vigentes alas de su partido: a diestra y siniestra las acusaciones repiquetean sobre el veterano. Los más radicalizados le espetan "doblez" y amenazan con rupturas. Por su lado, Balbín acierta en el esquema partidario: la UCRP no es una entidad monolítica; más bien semeja una federación de partidos provinciales, sujeta a innumerables versiones internas de lo que significa el ideario yrigoyenista.
En ese damero la provincia de Buenos Aires mantiene una notoria hegemonía. Sin arraigo en los núcleos más pobres de la sociedad, ganados por todos los matices del peronismo, la izquierda o el socialcristianismo, la UCRP bonaerense suele nutrirse de una profusa gama de estancieros, chacareros y arrendatarios. Algunos historiadores hasta han querido ver conexiones entre la evolución de la crisis ganadera y las vicisitudes del añoso tronco radical. Los que así hablan apelan al recuerdo: Dicen que el abandono de la abstención electoral, durante el "justismo", se produjo luego de que el pacto Roca-Runciman definiera la política de carnes para esa época; también afirman que los invernadores -la capa más selecta de la ganadería- fueron quienes influyeron sobre Marcelo Torcuato de Alvear para compaginar aquellos dos hechos.
La historia siempre se repite. Los que se detienen en esas viejas anécdotas quieren asimilarlas al proceso Mor Roig. Esta es su versión: cuando el ahora ministro requirió el aval del Comité Nacional para iniciar las gestiones oficiales que lo llevarían a la cartera política, Balbín vaciló y se inclinó por la negativa. Ese no, de todos modos, no habría sido demasiado rotundo, ya que para muchos era cosa sabida que Mor Roig actuaba hasta ese momento como el contact-man entre Balbín y altos mandos militares. ¿Por qué la duda? Los íntimos de Balbín sostienen que estaba trabado por el temor ante una ruptura partidaria, acaso por los posibles vituperios de sus huestes juveniles. El miércoles 24 habría abandonado su domicilio en La Plata con la decisión de intransigencia: Mor Roig no debía aceptar. Pero, al llegar a la Capital, mudó de criterio. Quizás influyó la desazón de conmilitones porteños -Enrique Vanoli, Raúl Zarrielo, Luis León, entre otros-; temían que Raúl Alfonsín, uno de los caudillos bonaerenses, presunto delfín del veterano y opositor duro, fuera comisionado para redactar una declaración del Comité Nacional reprobando la presencia del oriundo de Lérida en el gabinete de Alejandro Agustín Lanusse.
El equilibrio de fuerzas, por fin, quedó roto bajo la presión de algunos colegas de Balbín. Dos ucerrepeístas de fuste, prominentes ganaderos ambos, volcaron la balanza en favor del colaboracionismo: José Luis Cantilo y Pedro Duhalde en tanto Jorge Daniel Paladino, el vocero de Perón, hacía lo suyo en el mismo sentido desde su butaca en La Hora del Pueblo.
Los partidarios de esta misma tesis, con todo, también gastan buena memoria. Arturo Mathov, por ejemplo, recuerda a propósito de la circunstancia: "Cuando en 1931 los radicales visitaron a Yrigoyen en la isla (Martín García) porque estaban preocupados por el ofrecimiento del gobierno de entonces de salir con Gallo a elecciones libres, la respuesta del Caudillo fue definitiva: con Gallo o con gallina; la cuestión es salir cuanto antes de esto y volver a la Constitución". Para Mathov, "la designación de Mor Roig es una garantía que la Junta ha querido dar al pueblo y a los sectores democráticos". Según él, "no habría aceptado el cargo si no existiera un compromiso cierto y firme de que este gobierno provisional iniciará, como lo ha prometido, un proceso rápido para retornar a las normas constitucionales mediante comicios libres y sin exclusiones, y con el afianzamiento de la democracia representativa mediante el pluripartidismo".
Liberal irreductible, fervoroso mentor de otrora de la alianza democrática en torno de la figura de Pedro Eugenio Aramburu, Mathov confía, lo mismo que Balbín, en la capacidad radical para zanjar diferencias; "No ignoro -confió a Panorama- que la actitud de Mor Roig ganó críticas dentro del partido. Pero entiendo además que la gran mayoría, a medida que el gobierno concrete algunos hechos de normalización institucional, respaldará esta conducta".
Hechos. Los mismos que reclama Balbín en el documento partidario sobre la nueva etapa: "Deben hablar los hechos" se tituló el bando, redactado por Alfonsín, donde no se oculta una eufórica expectativa esperanzada.

LAS VOCES PROVINCIANAS. Lo que pasa es que Balbín encabeza una "complaciente predisposición hacia el oficialismo", y para más datos "el acuerdo con el peronismo y otros conglomerados seudodemocráticos son de gravedad y significación antirradical". Las frases y la irritación pertenecen a Ernesto Sanmartino, ucerrepeísta que todavía vibra con los momentos que lo entusiasmaron, en 1955 ,cuando el derrocamiento de Perón. El Movimiento de Unidad y Reorganización Radical que acaudilla en realidad no preocupa demasiado a la cúspide partidaria; sí, en cambio, el disgusto de la fracción cordobesa, cuyo jefe es el abogado Eduardo Gammond, nada menos que vicepresidente del Comité Nacional.
El sábado 27 los cordobeses dispararon una declaración en la que se enjuicia el paso de Mor Roig como "una traición al partido", y se exige la inmediata salida electoral. En realidad, el núcleo provincial que lideran Carlos Becerra y Conrado Storani, ambos integrantes del Encuentro de los Argentinos, pedía mucho más: la expulsión del flamante ministro y la condena lisa y llana del nuevo gobierno. Fue el ex presidente Arturo Illia, derrocado por la "revolución argentina", quien paradójicamente intervino para moderar los ánimos. Es que el anciano médico de Cruz del Eje teme que el "aggiornamento" radical se precipite en una ruptura que los debilitaría y prefiere actuar de contemporizador. Con todo, es difícil predecirle éxito; hombres como Becerra se sienten intérpretes de la radicalizada pequeña burguesía cordobesa, de "las masas populares" acosadas por la incertidumbre económica y las zozobras sociales. Para ellos el balbinismo repite la suerte del antipersonalismo, lo que acaso sea una exageración. Más vale pensar en el acuerdismo de Alvear, seducido por el oasis del sufragio y de las libertades individuales consagradas por la Constitución. Por ahora, en la industrializada capital provinciana, los radicales no consiguen el acuerdo unánime de sus filas; las críticas rozan incluso al mismo Illia. Directivos como Horacio García, Mario Roberto y Víctor Martínez hubieran preferido el respeto del pacto en La Hora del Pueblo, porque según ellos se trata no sólo de coincidencias programáticas sino también de un compromiso político formal.
En tanto, las agrupaciones juveniles de la UCRP, intransigentes como siempre, suponen que "toda conversación con los voceros del gobierno militar resulta estéril y sospechosa". Uno de sus punteros, Juan Yuyo Gauna, titular del Movimiento de Afirmación Radical (MAR), mantiene sin embargo la cautela: "Mor Roig -según él- ofrece la garantía de su hombría de bien; si advierte que se pretende una innecesaria dilación o una salida tramposa lo dirá con claridad y se retirará del gabinete". Con todo, Gauna se deja seducir por la declaración de Córdoba "por su valor ideológico" aunque respetuoso de la disciplina repite el lema balbiniano: "Hay que dejar hablar a los hechos". Al mismo tiempo, trata de influir sobre la Junta de Acción Política de la Capital Federal -titulares: Roberto Cabiche y José Cardinal- para que en la emergencia "No se coloque a los porteños como furgón de cola de Córdoba o del Comité Nacional". En todo caso. El Chino Balbín no ha terminado de pasar por las horcas caudinas de sus correligionarios: quizás lo consiga en la próxima reunión del Comité Nacional, aún sin fecha cierta, la suerte del cónclave, otra paradoja, depende ahora de la gestión de Mor Roig, quien renunció a su carnet de la UCRP en el mismo momento en que ingresaba al gobierno militar.

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Arturo Illia

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Ricardo Balbin

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Raúl Alfonsín

 

Ricardo Balbín: "Deben hablar los hechos con claridad"
Ricardo Balbín se muestra eufórico. Cinco años de atonía política, a veces quebrada voluntariamente por apariciones que terminaban en discusiones con la policía, actuaban sobre él como un sedante inyectado a la fuerza. Ahora, más que la perspectiva del retorno a la tribuna callejera, lo entusiasma la batalla interna que seguramente tendrá que librar en la UCRP. Pero, como pocos, sabe fingir calma.

Balbín: -No habrá problemas; la unidad no está comprometida. Por otra parte, las discrepancias son una característica de nuestro partido, donde, en definitiva, se respeta el pronunciamiento de los cuerpos orgánicos.

Panorama: -Sin embargo, se pronuncian sectores de oposición enconada.

-Son sellos que se dan pequeños grupos de gente que carecen de significación y en algunos de ellos hasta se ignoran sus componentes. Los naturales cuerpos orgánicos de las provincias han ratificado el comunicado del Comité Nacional, que exhibe con claridad la posición del partido.

-No puede negar que, de todos modos, existen núcleos enfrentados.

Balbín está sin saco, apoltronado en su oficina. Ante las palabras del reportero, se yergue sobre el sillón y acomoda las mangas de la camisa blanca como si se dispusiera a pelear. En el recinto parecen resonar las voces que en los mitines partidarios coreaban: "Y dale, Chino, dale" ...

-No habrá batalla. Habrá, sí, un lógico cambio de ideas para estructurar el futuro del partido y porque, sin dudas; hay apreciaciones distintas. La presencia de Mor Roig junto al gobierno en nada altera las posiciones del radicalismo, que ha reclamado desde el comienzo y sigue reclamando la institucionalización del país. En esta etapa deben hablar los hechos con claridad y, naturalmente, los enunciados del ministro del Interior son acordes en el sentido de aquellas aspiraciones que, presumo, habrán de concretarse en el menor tiempo posible.

Es viernes por la tarde; una secretaria del estudio de Rivadavia al 800 se acerca a Balbín y le entrega un sobre cerrado. No alcanza a disimular el membrete: Ministerio del Interior. El jefe de la UCRP lo lee con rapidez, como si ya conociera su contenido. Después comenta:

-Concurriré a la invitación que me formula el gobierno para iniciar el diálogo con los partidos políticos.

 

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