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AQUÍ CERCA Y HACE TIEMPO.
Hace más de un siglo que Buenos Aires vive amores apasionados y largos olvidos con el
género. Desde los clandestinos del Bajo, donde el quejumbroso y desafinado sonido de
alguna orquesta de ciegos ritmaba las noches de sexo y violencia, hasta las fervorosas
multitudes de El Nacional, que por oír a Mercedes Simone paralizaban el tránsito de
Corrientes angosta, la solemnidad de los porteños permitió precarios y limitados cauces
para el género.
Finalizaba la década del 50 cuando algunos ínfimos y subterráneos locales dieron
cabida a los adelantados cultores de noches con vino y tango. Pero tan sólo cuando
agonizaban los roaring sixties, amplias capas de la burguesía nativa, en todos sus
niveles y de 25 años para arriba, se convirtieron en adictos del music-hall.
Protestadoras y nostálgicas, agresivas y folklóricas, las nuevas étoiles del
género ganaron terreno, desbordaron los .escenarios convencionales y propiciaron la
epidemia que se propagó en sentido inverso a su historia, esta vez de norte a sur.
En noviembre del 69, Gordin convenció a Carlos Cortés para trasformar, 5 millones
de pesos mediante, el depósito de botellas que yacía bajo su bowling bar en La Cebolla,
La porteña jazz Band, Les Luthiers, Nacha Guevara, Facundo Cabra! fueron las estrellas de
las dos últimas temporadas. "Pero este año decidimos rebajar el precio de la
consumición (de 1.800 antiguos a 15 pesos nuevos) y experimentar con elementos de
calidad, pero no tradicionales en el género", se entusiasma Felipe Barnés,
promocionador del tablado; y diagnostica: "los porteños están hartos de
convencionalismos, aun de los menos obvios, como la protesta cómoda y la agresión
fácil. Hay que abrir el terreno a otras cosas".
EL HOMBRE COMO TEMA.
Miguel Praino en violín, César Strocio en bandoneón, Jorge Sarraute en contrabajo y
Juan Carlos Tata Cedrón en guitarra y canto, construyen un Buenos Aires que desborda
tiempos y espacio. Desde el tango tradicional, hasta los frescos de Raúl González
Tuñón y las fábulas de Juan Gelman, sonidos y letras redescubren una ciudad, sus
perfumes engañosos, sus nostalgias pervertidas, un lenguaje carnal y sus dialectos
eufemísticos.
Dilatando los ojos y el pecho, el Tata elabora, tono a tono, el ritual preciso para
cada poema. En su voz asoman patios de conventillo y pasiones cuchilleras, ingenuos
resplandores de veladas a las que se accedía "con tarjeta de cartón",
funambulescas imágenes de una "vida color de rosa" para la que es
imprescindible echar "10 centavos en la ranura" o el surrealismo mágico,
inagotable, revelador, de historias hilvanadas por Gelman.
Después de explicar ceremoniosamente, y remitiéndose hasta el siglo XV, la pesada
broma que resulta ser cantante en el clima de Buenos Aires, Jorge Schussheim esgrime voz y
guitarra y se dedica implacablemente, a deshollar cuanto mito subyace bajo las apariencias
más inofensivas. Cada vez más inteligente y cómodo en su métier juglaresco, el músico
entona un repertorio que enumera ventajas de una sociedad occidental y progresista. Se
solaza explicando cómo "Todo va mejor" o confesando, junto al Sena, cómo no
pudo gozar "de amor ni riqueza, porque el c... me pesa y me pesa".
OTRAS VOCES, EL MISMO
CANTO. Michelle Bonnefoux nació hace 30 años en Hurlingham y vivió "toda
la infancia en el conservatorio musical de mis abuelos, una casa con cuatro pianos,
guitarras, violines y violas, donde se oía y se hacía música durante todo el
día". Pero a los 14 años comenzó una carrera teatral que, recién el año pasado,
conjugó su impulso con el canto.
Reynaldo Labrin (26) nació y vivió en Neuquén hasta 1965. Su padre, "un
guitarrero de campo, sabedor de que los cantores están demasiado cerca del vino y las
tentaciones de la noche", se oponía a que Naldo lo imitara. Pero por el camino del
rock y la guitarra eléctrica, el barbado neuquino descubrió la poesía y el folklore. En
1969, con su Quinteto Vocal del Sur, gana el Festival del Folklore de Punta Arenas. |
Tata Cedrón
Naldo y Michelle
En 1970 Naldo y
Michelle reúne voz y repertorio: Violeta Parra, Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui,
Nicolás Guillen, Daniel Viglietti son los vates del dúo, que prefiere enfatizar su
solidaridad con una visión de Latinoamérica enraizada en folklore, identificada en
historia y esperanzas. Naldo pulsa una guitarra excelente y canta muy bien, pero Michelle
impulsa hasta el prodigio las sutilezas de algunos tonos, la perfección con que se
gradúan intensidades en cada estrofa.
Juntos consiguen un nivel muy poco hollado en el género y valorizan hasta el
paroxismo las letras elegidas, porque (contrariamente a la costumbre a la que cierto
encanto mediante y gracias a la poca competencia, los espectadores se resignan) no aúllan
ni desentonan escudándose en "la importancia del mensaje".
Antes, durante y después de cada intérprete, Geno Díaz habla, toca el piano, o
hace ambas cosas a la vez. Desde la biografía familiar hasta la "teoría de los
pobres", el monólogo de Geno se ceba en la realidad más concreta y cotidiana,
haciéndola estallar con frases breves, concisas, despojadas de objetivación, ahítas de
maldad.
Según Díaz (44), dibujante, periodista, actor y pianista, "todo consiste en
jugar a la verdad". A los 16 años tocaba el piano en una orquesta y, desde entonces,
el contacto con el público ha limado su estilo y pulido sus armas. Con tono tranquilo y
casi murmurando, el diario o los espectadores son pretextos válidos para lanzarlo a una
despiadada enumeración de tics y ceremonias, miserias y disfraces.
Su análisis filosófico y social-político del "problema pobreza"
esgrime soluciones diversas, éticas ,y estéticas. La más válida propone
"vestirlos de gauchos, para dar color local". En todo caso, la agresión no
esquiva ternuras, y Geno Díaz es capaz de solicitar opiniones entre el público con una
invitación seductora: "atrévanse, no sean tan argentinos". |