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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Music-hall: Los porteños aprenden a cantarse

El programa incluye un cuarteto, el del Tata Cedrón, dedicado a inventariar impecablemente los sonidos de Buenos Aires; un vate Jorge Schussheim, que canta, comenta y guitarrea juglarías propias; un dúo, Naldo y Michelle, que nutre su repertorio en el folklore latinoamericano, y un monologuista, Geno Díaz, cuyas sutilezas se aproximan al clima de music-hall europeo que tan difícil resulta a los porteños. Desde las 11 de la noche hasta las 3 de la mañana, el escenario de La Cebolla destila un show generoso y fascinante en dos versiones, con idénticos protagonistas. "Más que el efectismo de ciertos nombres, nos interesa la coherencia y la calidad -pontifica Israel Gordin (43), director artístico del café-concert-; por eso asumimos el riesgo de estrenar talentos, ya que el nivel constante de nuestros espectáculos hace que los habitúes confíen en el lugar y vengan a La Cebolla con el espíritu con que se va, supongamos, a un cine club, seguros de que, aunque no conozcan a los protagonistas, el film debe ser bueno."

Aída Bortnik
abril 1971
revista Panorama

 

 

AQUÍ CERCA Y HACE TIEMPO. Hace más de un siglo que Buenos Aires vive amores apasionados y largos olvidos con el género. Desde los clandestinos del Bajo, donde el quejumbroso y desafinado sonido de alguna orquesta de ciegos ritmaba las noches de sexo y violencia, hasta las fervorosas multitudes de El Nacional, que por oír a Mercedes Simone paralizaban el tránsito de Corrientes angosta, la solemnidad de los porteños permitió precarios y limitados cauces para el género.
Finalizaba la década del 50 cuando algunos ínfimos y subterráneos locales dieron cabida a los adelantados cultores de noches con vino y tango. Pero tan sólo cuando agonizaban los roaring sixties, amplias capas de la burguesía nativa, en todos sus niveles y de 25 años para arriba, se convirtieron en adictos del music-hall.
Protestadoras y nostálgicas, agresivas y folklóricas, las nuevas étoiles del género ganaron terreno, desbordaron los .escenarios convencionales y propiciaron la epidemia que se propagó en sentido inverso a su historia, esta vez de norte a sur.
En noviembre del 69, Gordin convenció a Carlos Cortés para trasformar, 5 millones de pesos mediante, el depósito de botellas que yacía bajo su bowling bar en La Cebolla, La porteña jazz Band, Les Luthiers, Nacha Guevara, Facundo Cabra! fueron las estrellas de las dos últimas temporadas. "Pero este año decidimos rebajar el precio de la consumición (de 1.800 antiguos a 15 pesos nuevos) y experimentar con elementos de calidad, pero no tradicionales en el género", se entusiasma Felipe Barnés, promocionador del tablado; y diagnostica: "los porteños están hartos de convencionalismos, aun de los menos obvios, como la protesta cómoda y la agresión fácil. Hay que abrir el terreno a otras cosas".

EL HOMBRE COMO TEMA. Miguel Praino en violín, César Strocio en bandoneón, Jorge Sarraute en contrabajo y Juan Carlos Tata Cedrón en guitarra y canto, construyen un Buenos Aires que desborda tiempos y espacio. Desde el tango tradicional, hasta los frescos de Raúl González Tuñón y las fábulas de Juan Gelman, sonidos y letras redescubren una ciudad, sus perfumes engañosos, sus nostalgias pervertidas, un lenguaje carnal y sus dialectos eufemísticos.
Dilatando los ojos y el pecho, el Tata elabora, tono a tono, el ritual preciso para cada poema. En su voz asoman patios de conventillo y pasiones cuchilleras, ingenuos resplandores de veladas a las que se accedía "con tarjeta de cartón", funambulescas imágenes de una "vida color de rosa" para la que es imprescindible echar "10 centavos en la ranura" o el surrealismo mágico, inagotable, revelador, de historias hilvanadas por Gelman.
Después de explicar ceremoniosamente, y remitiéndose hasta el siglo XV, la pesada broma que resulta ser cantante en el clima de Buenos Aires, Jorge Schussheim esgrime voz y guitarra y se dedica implacablemente, a deshollar cuanto mito subyace bajo las apariencias más inofensivas. Cada vez más inteligente y cómodo en su métier juglaresco, el músico entona un repertorio que enumera ventajas de una sociedad occidental y progresista. Se solaza explicando cómo "Todo va mejor" o confesando, junto al Sena, cómo no pudo gozar "de amor ni riqueza, porque el c... me pesa y me pesa".

OTRAS VOCES, EL MISMO CANTO. Michelle Bonnefoux nació hace 30 años en Hurlingham y vivió "toda la infancia en el conservatorio musical de mis abuelos, una casa con cuatro pianos, guitarras, violines y violas, donde se oía y se hacía música durante todo el día". Pero a los 14 años comenzó una carrera teatral que, recién el año pasado, conjugó su impulso con el canto.
Reynaldo Labrin (26) nació y vivió en Neuquén hasta 1965. Su padre, "un guitarrero de campo, sabedor de que los cantores están demasiado cerca del vino y las tentaciones de la noche", se oponía a que Naldo lo imitara. Pero por el camino del rock y la guitarra eléctrica, el barbado neuquino descubrió la poesía y el folklore. En 1969, con su Quinteto Vocal del Sur, gana el Festival del Folklore de Punta Arenas.

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Tata Cedrón

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Naldo y Michelle

En 1970 Naldo y Michelle reúne voz y repertorio: Violeta Parra, Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Nicolás Guillen, Daniel Viglietti son los vates del dúo, que prefiere enfatizar su solidaridad con una visión de Latinoamérica enraizada en folklore, identificada en historia y esperanzas. Naldo pulsa una guitarra excelente y canta muy bien, pero Michelle impulsa hasta el prodigio las sutilezas de algunos tonos, la perfección con que se gradúan intensidades en cada estrofa.
Juntos consiguen un nivel muy poco hollado en el género y valorizan hasta el paroxismo las letras elegidas, porque (contrariamente a la costumbre a la que cierto encanto mediante y gracias a la poca competencia, los espectadores se resignan) no aúllan ni desentonan escudándose en "la importancia del mensaje".
Antes, durante y después de cada intérprete, Geno Díaz habla, toca el piano, o hace ambas cosas a la vez. Desde la biografía familiar hasta la "teoría de los pobres", el monólogo de Geno se ceba en la realidad más concreta y cotidiana, haciéndola estallar con frases breves, concisas, despojadas de objetivación, ahítas de maldad.
Según Díaz (44), dibujante, periodista, actor y pianista, "todo consiste en jugar a la verdad". A los 16 años tocaba el piano en una orquesta y, desde entonces, el contacto con el público ha limado su estilo y pulido sus armas. Con tono tranquilo y casi murmurando, el diario o los espectadores son pretextos válidos para lanzarlo a una despiadada enumeración de tics y ceremonias, miserias y disfraces.
Su análisis filosófico y social-político del "problema pobreza" esgrime soluciones diversas, éticas ,y estéticas. La más válida propone "vestirlos de gauchos, para dar color local". En todo caso, la agresión no esquiva ternuras, y Geno Díaz es capaz de solicitar opiniones entre el público con una invitación seductora: "atrévanse, no sean tan argentinos".

 

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