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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Cada tanto, cuando se transcriben crónicas de época surge como una especie de necesidad advertir que se tenga en cuenta que ésta es la forma en que llegaba la información. Luego de tantos años, muchas de estas cuestiones quedaron dilucidadas. Por ahí refrescarlas solamente sirve para algún núcleo de personas interesadas en el tema, a otros internautas les va a significar un clic más del mouse, nada más que eso... un simple clic y a pasar al siguiente sitio. Este tipo de crónicas puede no resultar fundamental, con tantos libros escritos, por ahí algún estudioso toma la foto escaneada y no creo que pase de allí. Algunos mayores de cincuenta, si la leen completa pueden llegar a obtener algunas sensaciones un tanto confusas, el olvido que le dicen. Pero bueno, así nos hablaban los medios de algo que no fué: La Hora de los Pueblos. Es bastante interesante el lenguaje utilizado y el armado de frases. Las dos crónicas, tanto esta como la que continúa en la sección (que trata sobre Gobierno-CGT) enmarcan el momento inmediatamente posterior al que habían depuesto a Levingston. Todavía me resulta increíble que los medios hablaran de "revolucionario" refiriéndose a un gobierno de facto, cuando todavía en el setenta y uno la palabra revolución tenía un signo totalmente contrario. Por último, último tómese en cuenta la importancia que por entonces, aún en gobiernos militares se daba al Ministro de Bienestar Social (políticamente hablando), sinceramente hoy dudo que preguntado a quemarropa algunos de nosotros podamos responder si existe ese ministerio actualmente y quien es su representante... intentalo. En ese entonces el más popular había sido Manrique, conocido como "el que inventó el PRODE", sentado allí frente a la Plaza de Mayo, en el edificio donde las letras han cambiado: hoy dice A.F.I.P. , Administración Federal de Ingresos Públicos.
Tito demoron (a todos los efectos: consumidor final)

Tras el ajuste de cuentas
la unión de los democráticos

revista Panorama
abril 1971

 

 

En tres semanas más, cuando Alejandro Agustín Lanusse participe a los argentinos el programa de la última etapa del poder militar -previa rendición de cuentas de la tarea realizada por sus predecesores-, el gobierno enfrentará las primeras contingencias del agreste y sinuoso camino que conduce a la salida electoral. Para entonces, según los días, la luz de esa salida se verá diáfana o mortecina; es que la marcha de la legión democrática levantará polvaredas considerables.

Los hombres del gobierno conocen los riesgos de las probables tormentas. Saben que los adversarios se sumarán a los enemigos y que, como tales, acentuarán las embestidas para minar las bases del poder; así, las Fuerzas Armadas, la Iglesia, las agrupaciones políticas y gremiales y las entidades que componen la comunidad de los negocios serán sometidas a operaciones de centrifugación. Pero los gobernantes también saben que los factores de poder no tienen demasiadas opciones, quizá ninguna, ante el fracaso de la emergencia revolucionaria, y que -por primera vez desde el 28 de junio de 1966- el poder militar consiguió un aliado civil de envergadura: el concilio de políticos.

El cuadro revela matices dramáticos para la realidad institucional del país. Por de pronto, los caudillos coaligados en La Hora del Pueblo ofrecen como propios los lineamientos básicos del Plan de Desarrollo y Seguridad aprobado por los altos mandos de las Fuerzas Armadas; ello demuestra, luego de un lustro de marchas y contramarchas, que los políticos veteranos están dispuestos a aceptar la tutoría castrense y que los militares, extenuados por los balanceos, preparan su retorno a los cuarteles confiados en el éxito de la gente que, según Pascual Pistarini, Julio Alsogaray y Juan Carlos Onganía, había fracasado en la tarea de modernizar a la Argentina. Entonces, si los protagonistas de hoy son los mismos de 1966, el pueblo -y sobre todo los jóvenes- tiene derecho a preguntar: ¿Por qué se destituyó a Arturo Illia? ¿Acaso porque desoía los consejos de Balbín y de Mor Roig, o porque aún Paladino creía que los radicales eran gorilas empedernidos?

Las respuestas son numerosas pero prevalece una evidencia: constreñidos por la realidad social y económica, los factores de poder decidieron el derrocamiento de Illia para detener el avance de las corrientes de izquierda y evitar el caos. Los resultados de aquella decisión no pueden ocultarse: el frente popular crece como alternativa de la unión de los democráticos, mientras que los cordobazos y otras turbulencias quedan como antecedentes del gobierno militar. Claro que los políticos no deben engañarse: los episodios que convulsionaron Córdoba, causa fundamental de la caída de dos mandatarios, también se hubieran desencadenado durante una administración civil renuente a sancionar los cambios que reclaman el empresariado nacional, los agricultores y ganaderos afectados por la crisis y, desde luego, la clase obrera.

Con todo, el gobierno parece decidido a propiciar una amplia consulta popular y, lo que es más plausible, a escuchar a tirios y a troyanos; del éxito o del fracaso de esa gestión depende que se llegue a esa luz lejana que marca la entrada al cuarto oscuro, la reivindicación de los políticos que procuran con fervor los altos mandos.

DEMOCRÁTICOS, UNIOS. Arturo Mor Roig, el hombre civil de los militares, cumple con sus promesas. En la noche del jueves 1° de abril llegó feliz a su departamento de la calle Arenales al 2000: había anunciado la rehabilitación de la actividad política para "alcanzar y consolidar, con la participación de todos, una democracia representativa moderna, estable y eficiente". Esa noche el ministro del Interior ratificó que, dentro de los 90 días, el pueblo conocerá el plan político del gobierno y que en ese programa se enunciarán las pautas para el Estatuto de los Partidos Políticos, el sistema electoral y otros aspectos esenciales para alcanzar la institucionalización.

Mor Roig, además, comunicó que el presidente había dispuesto acelerar la actualización de los padrones y la restitución de los bienes a los partidos políticos, resarcimiento que tendrá lugar una vez que se derogue la ley que proscribió a las agrupaciones vigentes al 28 de junio de 1966 y que se sancione el estatuto. Pero, siguiendo los pasos de Arturo Cordón Aguirre, aunque con otra orientación, anticipó que el gobierno estaba dispuesto a iniciar un dialogo franco con los dirigentes de todas las fuerzas que integraban la Cámara de Diputados a la caída de Illia. De tal manera, guiándose por la composición y el número de representantes que tenía cada partido en ese cuerpo legislativo, Mor Roig citó a Ricardo Balbin y a Jorge Daniel Paladino para concurrir a las audiencias previstas para el lunes 5; el martes recibirá a Oscar Alende, por la UCRI; a Guillermo Acuña Anzorena, por el MID, y a Carlos Aguinaga o a Juan Ramón Aguirre Lanari, por la Federación Nacional de Partidos del Centro, para cerrar las conversaciones el miércoles 7, con cuatro entrevistas: Héctor Sandler, por UDELPA; Horacio Sueldo, por el Partido Demócrata Cristiano; Jorge Selser, por el Partido Socialista Argentino, y Juan Antonio Solari, por el Partido Socialista Democrático.

El ministro del Interior, por fin, supo esquivar dos dardos temibles: dijo que recomendará el levantamiento del estado de sitio "cuando las circunstancias lo aconsejen" -los dinamiteros y los comandos rebeldes tienen la palabra-, y que no puede hablarse de plazos, por el momento, para la entrega del poder a los civiles. Confirmó, sin embargo, que el jueves 15 quedará constituida la Comisión Asesora que fijará las pautas del Plan Político.

Dentro de esa comisión, sin duda, tendrá mucho que decir el representante del Ejército, general Tomás Sánchez de Bustamante. Hace tres meses, cuando Roberto Levingston eludía las sugerencias de Lanusse para acelerar la salida política, Sánchez de Bustamante recibió un encargo del Comando en Jefe: iniciar las consultas con dirigentes políticos y gremiales. Las instrucciones eran flexibles, pero apuntaban a "resolver la ecuación social, siempre postergada, de manera que en el momento de la trasferencia del poder a un gobierno representativo, no imperasen las condiciones de irritación que hacen peligrar la estabilidad institucional". En otras palabras: los altos mandos del Ejército le recomendaron a Sánchez de Bustamante que hablara con todo el mundo invocando la "necesidad de un gran acuerdo nacional, sobre la base de la argentinización de la economía y la redistribución de la riqueza en favor de los desposeídos".

Así, Sánchez de Bustamante se reunió con David Diskin, presidente del Banco Sindical y líder de la Confederación de mercantiles; con Raúl Alfonsín, Vicente Solano Lima y Osvaldo Dighero, con el dirigente de Luz y Fuerza Juan José Taccone y otros caciques de la CGT. Las premisas del representante militar: el aggiornamento de las fuerzas políticas y la formación de un genuino y fuerte movimiento nacional. La estrategia reconoce un axioma de Moltke: "Los planes de operaciones no van más allá de la primera batalla". Es decir, que el calendario electoral se instrumentará en relación a la autenticidad del acuerdo interpartidario, sobre la base de la promesa oficial de acortar el plazo de la convocatoria si los dirigentes no plantean divergencias de fondo. No sólo eso: el gobierno, durante el lapso provisorio, llamaría a integrar el gabinete nacional a los más notorios acuerdistas, al tiempo que designaría gobernadores aceptados por la mayoría. En síntesis; un ensayo general de cogobierno.

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diplomáticos saludan a Lanusse y De Pablo Pardo

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los lujos de ser antiperonista, Sanchez de Bustamante hace 20 años

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Roberto Marcelo Levingston acusa
más vale nunca que tarde

ECOS DEL PASADO. Entretanto, mientras los políticos veteranos y los militares viven su luna de miel, perduran los ecos de las reyertas desatadas durante las dos últimas semanas del gobierno de Levingston. El ex jefe del Estado, el martes 30, enjuició ásperamente a Lanusse y al ministro de Bienestar Social, Francisco Manrique; al presidente lo acusó de "entorpecer" su gestión revolucionaria y al ministro de gestionar créditos bancarios para empresas constructoras e inmobiliarias de la familia Lanusse.

Levingston fustigó a todos los que "defienden poderosos intereses internos y externos", a los políticos "de la sorprendente alianza de La Hora del Pueblo", pero no aclaró algo importante: por qué le dio las gracias a Manrique "por los importantes y patrióticos servicios prestados" en el momento de su renuncia, y por qué consintió el supuesto entorpecimiento de Lanusse cuando era todavía presidente de la Nación. Una de dos: o toleró actos reñidos con el mínimo decoro, lo que es grave, o de lo contrario sus denuncias lindan con lo temerario, porque jamás un presidente había sacado a relucir episodios de la trastienda del poder.

Ese mismo martes, por la mañana, Levingston había concurrido a la citación del Tribunal de Honor integrado por el general en retiro Julio Alsogaray, el brigadier Carlos Armanini y el almirante Vicente Baroja, ambos retirados. Trascendió que el ex mandatario se ratificó en la indagatoria de la versión oficial sobre el frustrado relevo de Lanusse, por lo que sus inquisidores decidieron recomendar la formación del Tribunal Superior de las Fuerzas Armadas para que juzgue su proceder. Los jueces de Levingston: brigadier mayor Jorge Barnard, presidente del tribunal; brigadier auditor Jorge Gómez, secretario, y los generales Enrique Maffei y Agustín Matorras y los brigadieres Edmundo Civatti Bernasconi y Virgilio del Bosco, vocales. Levingston podría perder el grado militar y la prohibición del uso del uniforme.

Al día siguiente, el miércoles 31, la ciudad se pobló de rumores inquietantes. Se dijo que había descontento en los cuadros de la Fuerza Aérea y que su comandante, Carlos Alberto Rey, podía ser relevado por el cónclave de brigadieres. La especie no tenía consistencia pero reconocía un antecedente cierto. El sábado 27 de marzo Rey llegó a Córdoba sin previo aviso y convocó a los mandos de la Escuela de Aviación Militar y a los de la Escuela de Suboficiales de la Fuerza Aérea para explicarles los episodios que culminaron con el transitorio relevo de Ezequiel Martínez, jefe del Estado Mayor Conjunto, y con la destitución del primer mandatario.

Al parecer, una vez que Rey explicó los detalles de la crisis, los comodoros, vicecomodoros y comandantes le habrían participado el descontento de los mandos por los pases a retiro de los brigadieres Numa Sánchez y Jorge Fernández, y por los supuestos informes de la Guarnición Aérea de Córdoba con respecto a la decisión gubernativa de declarar a la provincia zona de emergencia. Algo más: los comodoros le habrían manifestado a Rey su inquietud por los contactos del gobierno con los políticos de La Hora del Pueblo, agitación que compartirían los mandos de las bases de El Plumerillo, Villa Reynolds y Morón.

Pero el malestar, de ser tal, distaba mucho de trasformarse en el planteo de los aviadores. Es que la Fuerza Aérea, como la Armada y el Ejército, aguardan que progresen las expectativas políticas en el pueblo. Los caciques acuerdistas dieron, el jueves último, un paso al frente: emitieron un documento que glosa los planes militares para desarrollar el país. ¿Podrán hacerlo si llegan al poder? La respuesta es problemática. Mientras tanto, la junta militar y el presidente garantizan, por ahora, la permanencia, en el cargo a sus ministros. Se disipó la posibilidad de que Antonio Pagés Larraya reemplace a José Luis Cantini en el Ministerio de Educación. Los puestos de combate no deben abandonarse así no más.

revista panorama abril 1971

 

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