Para muchos, Borges y Mujica Láinez
son seres casi intocables, monstruos sagrados. ¿Cómo se sienten frente a esa realidad?
Borges: Yo creo que es una invención del
periodismo, y sin duda un disparate. Eso de monstruo sagrado tiene algo de animal de
circo. . . ¡Eso mismo!, como si uno fuera un animal en exhibición.
Mujica Láinez: Personalmente no me siento ni
sagrado ni monstruo, ¡por suerte! Estoy de acuerdo con Borges: en todo esto tuvo mucho
que ver el periodismo. A Lugones. por ejemplo, ni se le conocía la cara. . .
B.: ¡Ah, pero es que Lugones era muy feo!
(risas.)
Sin embargo, la fama tiene que producir
algún efecto en ustedes, ¿o no?
B.: La fama es algo incómodo, es como un
error. Pero por suerte es un error pasajero.
M. L.: Borges y yo estamos en niveles
distintos, no se puede hacer una comparación. Sobre mí se ha escrito muy poco aunque
confieso que el tema me aburre.
B.: En todo caso yo preferiría ser un hombre
invisible. Cuando viajé a Suiza, hace un tiempo, sólo me reconocieron unos amigos
íntimos. Y le puedo asegurar que fue una sensación muy grata.
Si tampoco se sienten best-sellers.
¿piensan que sus libros van a quedar, o eso no les preocupa?
B.: Me gustaría que quedaran algunos cuentos
que alguien reescribiera mejor que yo. Y algún verso que se citara olvidando
mi nombre. Sinceramente, yo espero ser olvidado: además, a la larga todos seremos
olvidados. . . ¡Ese es el destino final!
M. L.: Si me fuese dado volver al mundo
después de muerto, creo que me llevaría una sorpresa: mi libro menos interesante es
seguramente el que va a quedar. . . No sé, pienso en Cané o Mansilla, y no creo que
si pudieran volver les gustara ser reconocidos por Juvenilia o La Gran Aldea.
Pero es comprensible: Cervantes creía que lo mejor de su pluma era Persiles y Segismunda,
y hoy nos parece ilegible.
B.: Posiblemente en el futuro la literatura
vuelva a ser anónima, y ya no se piense en nombres de autores. Algo que me parece bien. .
. es melancólico eso de convertirse en el nombre de una calle.
M. L.: ¿Pero vos estás condenado a busto en
la Biblioteca Nacional, eso seguro! (risas.) En cambio yo, una foto en la Academia, todos
juntos.
B.: No, no. . ., ¡si con mi cara no puede
hacerse nada! (Risas.)
¿Ustedes creen que el país tiene una
literatura propia, una identidad que la diferencia de las literaturas europeas, por
ejemplo?
B.: La literatura argentina tiene una
entonación distinta. Recuerdo siempre un poema de Enrique Banchs que menciona tejados y
ruiseñores. Alguien podría decir que tejados y ruiseñores son elementos literarios que
no se dan en el país: acá no hay ruiseñores, y decimos azotea y no tejado. Pero sin
embargo, esos versos son argentinos. ¿Por qué?: porque son versos discretos que no alzan
la voz.
M. L.: Estoy de acuerdo, ése es un rasgo que
nos diferencia de todas las demás literaturas. Los españoles son enfáticos, por
ejemplo, pero los argentinos tienden a hablar en sus versos, o en todo caso piensan en voz
alta y sin complejos
En relación con los escritores jóvenes,
¿creen que la literatura argentina pasa un buen momento?
B.: No puedo decir mucho sobre el tema",
en 1955 perdí mi vista y desde entonces me dediqué a releer. Schopenhauer decía que no
hay que leer ningún libro de menos de cien años de antigüedad porque no se sabe si es
bueno o malo... (Risas.)
M. L.: No es para tanto. Yo tengo muy buena
impresión de la literatura argentina en este momento, hay varios buenos autores. . . Es
que siempre incomoda dar nombres. . .
B.: Muy cierto. Lo primero que se nota en una
lista son las omisiones, y además uno no convence a nadie con catálogos o adjetivos
superlativos.
¿No quieren dar ni un solo nombre?
B.: Tengo entendido que Zama, de Antonio Di
Benedetto. es una excelente novela. . ., pero no puedo decir mucho más. Salvo que
admitamos que Adolfo Bioy Casares es un escritor joven. (Risas.)
M. L.: Leo pocos autores jóvenes, pero si
tengo que dar nombres creo que Héctor Lastra es un buen narrador.
B.: Las diferencias de edad son muy
importantes cuando uno es joven, pero después se igualan los tantos. Se empardan, como en
el truco.
¿Les preocupa la edad a la que llegaron?
B.: Bueno, yo creo que ya abusé de mi
longevidad, pero no me arrepiento de haber llegado a los 81 años. Claro, me gustaría
vivir unos años más y terminar un cuento que he empezado. . . O conocer China y la
India, considerando que me pasé la vida releyendo a Rudyard Kipling.
M. L.: Cuando cumplí los 60 decía que era
sexagenario (risas), pero ahora que llegué a los 70. . . no sé, tengo curiosidad por ver
qué será de este mundo. Me entristece saber que no llegaré al año dos mil.
B.: El dos mil es una superstición del
sistema métrico decimal. Los 80 años aparecen algo terrible, caen encima de uno como una
lápida. Y además toda la gente te los recuerda. . . pero fíjense que los 81 ya no
parecen gran cosa.
M. L.: Claro, ahí tenes el caso de
D'Annunzio: el tiempo lo favoreció Hace unos años era palabra prohibida. Y hoy está de
moda. Hasta Visconti se basó en él para su último filme. El Inocente.
B.: Es que los escritores son como el cometa
Halley, van y vuelven (risas). A veces tengo la impresión de que el mundo vive un
período de declinación. Es más, creo que este siglo es sin duda inferior al siglo
anterior. Pero reflexionando un poco quizá se deba a que tengo esta edad: el que declina
es uno. y no el mundo