Los espíritus obtusos del barrio de
Flores comprendieron bastante bien estas ideas. Llegaron a descubrir que la razón permite
sostener opiniones opuestas con idéntica destreza. Y con juvenil asombro pasaban las
horas jugando a discutir.
Pero lo que empezó como un juego se convirtió con el tiempo en una verdadera
obsesión. Sucedió que algunos hombres adquirieron una habilidad superior para
argumentar. Las técnicas se fueron perfeccionando y finalmente un pequeño grupo de
personas alcanzó una solvencia polémica que estaba muy por encima de los modestos
retruques de la gente sencilla.
De allí nace el Círculo de Discutidores Profesionales, una entidad que marcó
rumbos en la zona y que funcionaba en un salón de la calle Bogotá.
El propósito fundamental del Círculo fue poner un poco de orden y concierto en
las discusiones montaraces. Se editaron folletos con consejos y recomendaciones, se
impartieron clases y se realizaron excursiones a barrios hostiles, como Colegiales, para
discutir como visitantes y vivir nuevas experiencias.
Sin embargo, la institución logró fama y renombre gracias a las espectaculares
Mesas Redondas de los Sábados que se realizaban en su sede y que atraían no sólo a
grandes polemistas, sino también a sus hinchadas.
El procedimiento corriente era elegir un tema de discusión y luego sortear las
posiciones a sostener por cada uno de los participantes.
A veces, en medio del debate, se obligaba a los discutidores a cambiar de bando.
Esto producía un efecto muy atrayente. Y así, el que había defendido los derechos de la
mujer en el mundo moderno, pasaba a refutarse a sí mismo y clamaba por el confinamiento
femenino en la cocina y sus aledaños. Se podía tener razón las dos veces, o ninguna.
Al principio, los temas de las Mesas Redondas eran más o menos previsibles: ¿Es
el suicida un cobarde? ¿Pueden ser amigos el hombre y la mujer? ¿Importa más la forma o
el contenido? ¿Librecambismo o proteccionismo?
Más adelante el público se aburrió de estas cuestiones vulgares y exigió el
examen de asuntos más arduos: ¿Medialunas de grasa o de manteca? ¿Es mejor el colectivo
o el tren? ¿Frío o calor? ¿Rubias o morochas?
En los años dorados del barrio del Ángel Gris, el salón de la calle Bogotá
conoció verdaderos colosos.
Aquel olímpico doctor Arnaldo Garcete, que citaba autores y tratadistas en catorce
idiomas, la mayoría de ellos absolutamente desconocidos para él. Garcete llegó a
formular sus argumentaciones en versos rimados, hábito que fue abandonando pues advirtió
que su apellido era una enorme ventaja para sus adversarios.
El abogado Hugo Varsky basaba su técnica en la gesticulación. Mientras exponían
los otros, movía el dedo y la cabeza en señal negativa y con eso desalentaba a
cualquiera. Llegado su turno, marcaba el compás de sus disertaciones con golpes de puño
sobre la mesa, de modo que sus palabras parecían escritas en rojo. El ritmo de sus
puñetazos iba en ascenso hasta culminar en una especie de candombe que impedía oír lo
que estaba diciendo, pero que dejaba una sensación de triunfo inapelable.
Famoso fue también el boticario Antonio Carrozzi, que apoyaba sus razones en el
testimonio ajeno. Casi siempre se remitía a testigos ausentes o simplemente muertos.
"Ahí está el finado Menéndez que no me deja mentir". Y nadie se atrevía a
contradecirlo.
Más temible aún era Andrés Guzmán, hombre de pocos argumentos pero de fuerte
pegada. Generalmente cerraba las discusiones con frases tales como: "Yo te voy a dar
dimensión ontológica, pelandrún", Y se acababan las discrepancias.
Hubo muchos otros... Rodolfo C. Pagani, el mago de los silencios; el gritón
Frustaci, que aturdía con sus reflexiones; el viejo Vitale, que iba a menos por cortesía
o el timorato Ernesto Cipolla, que daba la razón a todos y repetía lo que había dicho
el último en hablar.
Como ocurre casi siempre, la preocupación por la victoria a cualquier precio
deslucía las competencias. Los más tramposos pusieron su ingenio al servicio de las
zancadillas y las maniobras malintencionadas.
El propio Manuel Mandeb, que solía asistir al Círculo como espectador, propuso un
reglamento en el que se prohibían ciertos recursos infames. El polígrafo de Flores los
clasificó y les dio nombre. Veamos algunos.
RECURSO DE LA DEFINICIÓN SOLICITADA
Consiste en pedir al expositor
que defina cada una de las palabras que dice. Por ejemplo alguien declara:
-A los niños hay que tratarlos
con bondad. El tramposo dirá entonces:
-Depende de lo que entienda usted
por bondad. Se puede continuar indefinidamente, solicitando ante cada respuesta nuevas
definiciones.
RECURSO DEL EJEMPLO CERCANO
Se trata de pretender que un caso
particular constituye una regla general.
-Todos los niños son unos
papanatas. Ahí lo tiene usted a mi sobrino.
Lo peor de esta jugada es que
permite al adversario defenderse con un ejemplo contrario:
-Sin embargo, el hermano de mi
novia es una lumbrera.
Generalmente el debate queda
reducido a un mutuo tiroteo de ejemplos y hay pocas cosas tan aburridas.
RECURSO DEL CAMBIO DE TEMA
Hay mil maneras de conseguirlo.
Desde elogiar la corbata del contrincante hasta cuestionar la pronunciación de una
palabra cualquiera. Así, la discusión versará sobre corbatas, pronunciaciones o lo que
el tramposo quiera.
RECURSO DE LA DESAUTORIZACIÓN MORAL
Consiste en hacer creer que los
defectos personales de alguien se transmiten a sus argumentos. Por ejemplo:
-¿Qué me viene con gnoseologia.
usted que es un borracho perdido?
Los razonamientos pueden ser
expuestos por un canalla o un santo, sin ser por ello ni más ni menos veraces. Sin
embargo, ésta es una de las trampas más difundidas en este juego.
RECURSO EXTREMO BUSCANDO UN ACUERDO
Lo usan los tramposos cuando se
ven perdidos. Se trata de mimetizar la opinión propia con la del adversario.
-Al final estamos diciendo lo
mismo, pero con distintas palabras.
Al oír esta última frase, puede
pensarse que a veces ocurre algo mucho más peligroso: decir cosas diferentes con las
mismas palabras.
El recurso extremo puede usarse
también en su variante "Finíshela":
-Mire, ni yo lo voy a convencer a
usted ni usted me va a convencer a mi. RECURSO DE LA METÁFORA COMO ARGUMENTO
Consiste en atribuir
rigor científico a las comparaciones poéticas. Alguien dice:
-El país es como una casa y hay que construirlo desde los cimientos.
Si uno toma demasiado en serio esta afirmación podrá seguir hablando de techos, paredes,
puertas y ventanas, para terminar diciendo que nuestra salvación esta en manos de los
albañiles.
Mandeb denuncia en su trabajo mas de setentas maniobras y trampas. Los directivos del
Círculo nunca le hicieron mucho caso y hasta el día de hoy los recursos antedichos se
siguen usando con total impunidad.
Las Mesas Redondas
de los Sábados siempre tuvieron una gravísima dificultad. Resultaba muy difícil
establecer quién era el ganador. Se utilizaron muchos sistemas diferentes: jueces,
jurados, puntajes, aplausos. Ninguno funcionó, pues invariablemente los resultados eran
discutidos por los perdedores.
Los más sabios sugirieron entonces que no era necesario buscar un ganador. Para ellos el
fin de la discusión era llegar a una conclusión positiva, a acuñar un juicio definitivo
sobre el tema central de la polémica. Este disparate tuvo bastante aceptación, aunque
las dificultades para redactar la conclusión eran las mismas que para consagrar a un
ganador.
Alguien que confundía la voluntad con la realidad propuso someter las cuestiones a
votación. El aplauso de los demócratas saludó la propuesta y así una noche de verano
se resolvió por 11 votos contra 4 que la capital de Suiza es Oslo. El aserto fue admitido
también por los que perdieron, quienes juraron sostener hasta la muerte aquella
conclusión por más que se quejaran suizos y noruegos.
Estas coincidencias no le gustaban al público, que las sentía como aflojadas, Las
muchedumbres exigían un poco de encono y al no encontrarlo se fueron alejando de la calle
Bogotá.
Para peor entró en escena la Comisión de Comedidos y Componedores, unos individuos que
recorrían la barriada para meterse a separar en las broncas. Hartos de que los molieran a
palos, trataron de evitar, ya que no las peleas callejeras, al menos las discusiones del
Círculo. Para lograrlo apelaron al viejo cuento de la tesis, la antítesis y la
síntesis.
La acción de estos pisaverdes precipitó la decadencia de las Mesas Redondas. El Círculo
de Discutidores alcanzó a sobrevivir algún tiempo gracias a la venta de opiniones y
argumentos. Como podrá suponerse, el surtido era enorme y la demanda también. Los
mejores clientes fueron los actores, cantantes, bailarinas, recitadores y peluqueros de
ésos que van a la televisión a hablar de aquello que ignoran.
Agotado su stock, el Círculo se cerró para siempre.
Contra lo que puede suponerse, los Hombres Sensibles de Flores tuvieron cierta simpatía
por los Discutidores. Las polémicas enseñaban que existen razones perfectas para afirmar
cualquier cosa, cierta o falsa. Y los muchachos del Ángel Gris pensaron que ésta era una
gran lección. No para ellos, desde luego, sino para las gentes incautas. Los Hombres
Sensibles supieron siempre que las verdades hay que buscarlas con el corazón. Por estas
verdades del sentimiento vale la pena morir. Las otras son apenas fichas de un juego
interesante.
Por ahí andan los hombres sin corazón diciendo que ninguna causa merece que uno muera
por ella. Tienen razón en su mundo pequeño de teoremas. ¿Quién se hará degollar para
defender el principio de Arquímedes?
Dejemos a los nuevos Discutidores que se diviertan con sus argumentos. No está mal para
una tarde de lluvia, Pero recordemos siempre que fuera del salón está la vida con sus
pasiones, sus héroes, sus canallas, sus mártires, sus puñales y sus muertes. Y el
destino no entiende razones. Buenas noches.
Alejandro Dolina
|