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Un redactor de SIETE DÍAS pudo
alcanzarlo (tras duro esfuerzo, porque andaba a paso redoblado) a tres cuadras del teatro,
sobre la calle Uruguay.
-¿Cuándo tuvo conciencia de que
usted era el ganador del match?
-Nunca antes de que Petrosian abandonara la novena partida.
-¿Considera que Petrosian estuvo ajedrecísticamente a la altura de sus méritos?
-Sí. Hizo todo lo que pudo.
-¿En dónde disputará el título de campeón mundial con Spassky?
-En cualquier parte.
Un rato antes, el martes 26 a las
21.30, cuando el soviético armenio Tigran Petrosian (42) detuvo su reloj y extendió la
diestra al norteamericano Robert James Fischer, al mismo tiempo resignaba la tradicional
hegemonía de los ajedrecistas de la Unión Soviética en la competencia decisiva por el
trono ecuménico. El match concluyó con el triunfo de Bobby por 6 1/2 contra 2 1/2
asestando a Petrosian el peor revés de su historial de gran maestro: nunca, hasta ahora,
había perdido cuatro partidas consecutivas.
La noche de ese martes, la expectativa que mantuvo en jaque a los aficionados argentinos y
de todo el mundo coronó una evidencia que había ido perfilándose desde que, tres días
antes, el domingo 24; el norteamericano sacó tres puntos de ventaja sobre su rival, una
diferencia prácticamente insalvable, ya que su adversario necesitaba ganar tres y empatar
una de las cuatro partidas restantes para, por lo menos, emparejar la contienda (convenida
a doce). Tan notable como la actuación de Bobby resulta el hecho de que durante un mes
-en la fase final del Torneo Candidatura- la sala Martín Coronado del Teatro Municipal
General San Martín, donde se libró la batalla, fue escenario de un fenómeno inédito en
el país. La presencia masiva de público, el entusiasmo que derrochó y la repercusión
que provocó el evento gratificaron por encima de todo cálculo a sus organizadores (la
Federación Internacional de Ajedrez y su afiliada de Argentina) y a quienes colaboraron
estrechamente en su concreción (la Municipalidad porteña y el Ministerio de Bienestar
Social).
Un ejemplo que certifica hasta qué extremos la ronda final del Candidatura fue seguida
con obsesiva atención fuera del país lo proporciona un sobrino del gran maestro armenio,
Héctor Murekian, quien recaló en Buenos Aires cuando ya se habían cumplido las primeras
partidas: "Es sorprendente -admitió-, pero en Europa los entretelones del match
desplazaron de los diarios toda noticia sobre América latina; inclusive, sólo aquí pude
enterarme de que hubo un alzamiento militar para derrocar al presidente Lanusse". Ese
fervor empalma con el revuelo local surgido no bien Petrosian y Fischer se instalaron
frente al tablero: según cálculos hechos por la Federación Argentina, cada partida
redituó al Teatro Municipal una cifra que nunca descendió de los 300 mil pesos viejos;
se llegó a revender al doble las localidades que en ventanilla costaban 500 pesos.
Otra muestra de ese clima la proporcionaron ciertas increíbles actitudes prototípicas
del espectáculo de fútbol, imposible de sospechar durante sesudos, apacibles y
reflexivos encuentros ajedrecísticos: más de una vez hubo conatos de gresca en las salas
adyacentes a la de la disputa, corolario de discusiones sobre la conveniencia de tal o
cual jugada.
Rudamente sometido por el norteamericano, a Petrosian le queda el consuelo de echar mano a
4.500 dólares -sus honorarios-, una panacea capaz de infundirle valor para ensayar
variantes más positivas. Fischer (un profesional nato) embolsará los 7.500 dólares
estipulados para el ganador, y acaso obtenga algunas extras si acepta el ofrecimiento que
le acercó Ernesto Cilley Hernández, subsecretario de Deportes de Bienestar Social, para
realizar una gira por el interior. "En principio, aceptó gustoso", dijo Cilley
a un redactor de la revista.
Más ambiciosa y trascendente resulta la pretensión de que Buenos Aires sea sede del
encuentro entre Bobby y Boris Spassky, una gestión aparentemente bien encaminada, como
surge de la presencia del escocés Max Euwe, presidente de la Federación Internacional;
se estima que su arribo no se debió al mero interés por asistir al desenlace del match
Petrosian-Fischer, sino más bien para observar posibles escenarios para la gran
confrontación. Pero para "ir ganando tiempo", el dirigente y ex ajedrecista
argentino Carlos Guimard puso en marcha ya ese operativo: "Claro que en tal caso ya
no nos serviría el teatro Municipal -bromeó-; por lo menos necesitaríamos el
Colón".
Un mes de .permanencia en, Buenos Aires permitió a los hombres de SIETE DÍAS trazar un
bosquejo de la, personalidad de cada uno de los eximios ajedrecistas. Tales apreciaciones
fueron expuestas a no menos de una docena de ajedrecistas locales, a Alexei Suetin
(consejero de Petrosian), a Robert Byrne (analista de Fischer y columnista del neoyorquino
Daily News) y al arbitro del match, el alemán Lothar Schmid. Con muy leves variantes,
todos ellos coincidieron en estos puntos:
- Bobby demostró una fluidez
mental y un poder de concentración que ofrece pocos parangones en la historia del
ajedrez. Si bien su estilo de juego y su personalidad frente al tablero se asemejan a los
del cubano José Raúl Capablanca, fuera de él no existen semejanzas entre uno y otro.
Capablanca era un hombre mundano, un play-boy casi; el norteamericano es huraño y poco
afecto al diálogo, inclusive entre los miembros de su equipo. Muy pocos recuerdan haberlo
visto sonreír; al cabo de la octava partida (su tercer triunfo consecutivo), por primera
vez saludó al público, que lo ovacionó, con un movimiento de cabeza. Al cabo de la
novena -y última- quiso hacer lo mismo, pero fue desbordado por el entusiasmo del
público y salió corriendo.
- Tigran Petrosian llegó a
Buenos Aires deprimido, tal vez obsesionado por el esfuerzo que le esperaba frente a un
adversario que había alcanzado la ronda final del Torneo Candidatura (previo al match,
por el campeonato del mundo, con el soviético Boris Spassky, en abril) tras dos triunfos
categóricos ante el danés Larsen y el soviético Taimanov, ambos por 6 a 0. Oficialmente
se echó a rodar la especie de que la humedad de Buenos Aires conspiró contra el
rendimiento del Maestro Emérito de Deportes de la Unión. Soviética. Lo cierto es que
Petrosian, la boa, no jugó de acuerdo a sus reconocidas aptitudes y que, en efecto,
había pedido que la confrontación se hiciera en Atenas, una ciudad de clima tan seco
como el de Moscú. Suetin, uno de sus asesores, conceptó de "increíblemente
suicida" una jugada suya de la séptima partida; tras ella, dio parte de enfermo.
- Ambos contendientes mostraron
algunos rasgos en común: no bebieron un solo vaso de bebida alcohólica, no sé cruzaron
más que gestos y los consabidos apretones de manos al término de cada juego. El
soviético fue siempre austero y metódico en sus costumbres; inclusive fue cordial para
explicar que no concedería entrevistas periodísticas hasta tanto no concluyera el
encuentro; se lo vio siempre en compañía de su mujer, Rona, a menudo encargada de exigir
silencio a los espectadores del Teatro Municipal.
- Fischer no solo rehusó los
reportajes sino que se excusó, toda vez que pudo, de asistir a reuniones en su honor. Por
excepción visitó la casa de Miguel Najdorf, y eso porque otro de los invitados era el
ministro Francisco Manrique, principal gestor de que el enfrentamiento haya ocurrido en
Buenos Aires. En lo de Najdorf, por primera y única vez, Bobby posó para los
fotógrafos, simulando un encuentro con Manrique. Tras su última partida, esa misma
noche, asistió a un programa en Canal 7. Esquizoide típico, prefirió mudarse de un
hotel (el Presidente) a otro (el Claridge) para no correr el riesgo de toparse con los
soviéticos, alojados en el primero. No se permitió otra gratificación, aparte de la de
arrasar a Petrosian, que la de comer: el menú de Fischer consta, habitualmente, de por lo
menos dos bifes, dos huevos fritos y dos bananas con crema.
- Ni uno ni otro aceptaron
discutir sus partidas con jugadores argentinos, y mucho menos analizar las variantes. Con
una sonrisa, Petrosian explicó que tal cosa implicaba otorgar considerables ventajas a
Spassky; más parco. Fischer adujo que había venido a la Argentina a jugar al ajedrez, no
a hablar de ajedrez. En tal sentido, su apego a esa consigna es admirable: no se permitió
un solo rasgo de frivolidad; no sacó provecho de ninguna de las múltiples oportunidades
que se le brindaron de flirtear con chicas. Su sistema de anotación de jugadas en las
planillas reglamentarias demuestra, por si fuera poco, lo astuto y especulativo que es:
sus raros grafismos le ahorran un segundo por cada anotación; en una partida de 80
movimientos (contando los del contrario) dispone de casi un minuto y medio extra para
meditar. No lo necesitó nunca; el reloj apuró siempre a Petrosian.
- En líneas generales, Fischer
acaparó tantos elogios por su juego exuberante, agresivo y simplista a la vez, como
Petrosian criticas de reprobación por su escasa vitalidad, por su ya conocida -pero ahora
acentuada- tendencia a medrar con el error ajeno. En una fiesta que le dispensó la
colectividad armenia en la Argentina, el viernes 22, dijo: "No me siento bien,
transpiro constantemente; algo pasa con mis nervios". A juicio de conspicuos
observadores, la única verdad' es que "Boby es una locomotora, un genio que auna la
lucidez a la audacia como ningún otro ajedrecista en el mundo". Como para trastornar
los nervios de cualquiera.
Antonio Carrizo: "¡No se
metan con Bobby!"
Desde que el gran maestro
internacional norteamericano desembarcó en Buenos Aires, nadie estuvo tanto tiempo junto
a él como Antonio Carrizo. Ocurre que el popular showman, locutor y .periodista de la
televisión ha trabado una íntima, fulminante amistad con el extravagante Fischer. Pero
esos reiterados contactos le significaron últimamente, una serie de acusaciones que
urticaron el habitual buen humor de A.C. SIETE DÍAS dialogó con Carrizo a mediados de la
semana pasada para que aclarase conceptos y revelase algunas facetas personales de su
amigo. Como toda respuesta. Carrizo -un entusiasta del juego ciencia- se despachó con el
monólogo que sigue: "Estoy indignado. De ningún modo Bobby Fischer puede ser
acaparado por nadie porque es un muchacho de una terrible fuerza vital, que sabe lo que
quiere y no tolera ninguna fiscalización de sus actos. Es muy puro, con ansias de saber y
profundos conceptos morales y religiosos.Tiene un sentido de la ética poco común; es tan
poco alienado que, en este mundo de alienados, él, que debiera ser el anormal, es el
realmente normal. Vive su vida con plenitud, haciendo lo que le gusta: jugar al ajedrez.
Todo lo demás lo encara como ejercicio lúdico: la comida, la conversación, la música,
la gente, la ciudad. Mientras juega un torneo desecha todo lo que le exija otro esfuerzo
intelectual. De ahí su aversión por las requisitorias periodísticas o por los
compromisos que puedan perjudicar su concentración para la única obligación que tiene:
el ajedrez. Pero hay quienes no lo entienden. Cuando mi amigo Miguel Najdorf me invitó a
su casa fui con Miguel Angel Quinteros y Bobby. Ya en la fiesta, Boby se retiró a
conversar con el ministro Manrique y varias autoridades del deporte.Yo me fui al balcón
con Quinteros y una hija de Najdorf. |
Antonio Carrizo
Robert Fischer
Tigran Petrosian
A los quince
minutos se acercó Bobby, diciéndome discretamente que se quería ir porque había mucho
ruido y no le hacia bien. Saludó afectuosamente a todos y nos fuimos. Con nosotros, en el
ascensor. salieron Julio Bolbochán y un colega de Canal 11. En la vereda Julio me dijo
que necesitaba entrevistar a Fischer para el diario en que trabaja. Yo, señalándole a
Bobby, que estaba a diez metros, le contesté: Ahí lo tenes, pero va a ser muy difícil
porque se niega sistemáticamente a todos los intentos periodísticos. Nos acercamos, nos
medimos la altura con Bobby, nos reimos de los demás porque eran más bajos y nos
separamos de Julio que se iba en su automóvil. Eso significó un brulote en el diario
para el que Bolbochán me había pedido la entrevista; allí me acusan de extraño amigo y
absurdo paternalista que impide el diálogo con Fischer. ¡Es increíble! Fíjate que
nunca se me ocurrió presionar a Fischer para que vaya a alguno de mis programas de radio
o televisión. Y te imaginas que ganas no me faltaban. Por eso es absurdo presuponer que
soy su tutor. Bobby es un genio que vive del y para el ajedrez. No mira fijo las jugadas;
mueve nada más que los ojos. Y es como si estuviera leyendo el diario. Camina muy
rápido, a zancadas. No fuma ni bebe café. Tampoco alcohol, aunque lo he visto beber un
trago de cerveza. Y tiene razón. No le hacen bien, lo debilitan. Es muy celoso de su
intimidad, respetuoso de los demás... En fin, ¿gustos?: podría decirte que se sabe de
memoria las canciones de Favio, las de Sabú y Sandro. Pero lo que no sabe es que una
computadora estableció en 36 años la edad ideal para jugar, al ajedrez: Bobby está ocho
años por debajo de ese tope; Petrosian, seis por encima. Curiosamente, 36 años es la
edad de Boris Spassky." |