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BORGES EN LA GALERÍA DEL ESTE
Las mojadas baldosas de la
Galería del Este de Buenos Aires comenzaron a ensuciarse con el barro de la calle cuando,
cerca de las 18 del jueves, unas doscientas personas confluyeron desde Maipú y desde
Florida y se ordenaron disciplinadamente frente a las vidrieras de la librería La Ciudad.
Casi a las 18.30, el escritor Jorge Luis Borges avanzó por la galería, pálido, con los
labios musitando alguna inaudible plegaria y sostenido por su ocasional cicerone y
secretaria Anneliese von der Lippe. La pequeña multitud se abrió y Borges, vacilante,
fue empujado hacia una mesa. Sus manos se aferraron intuitivamente a una forma
discernible: un florero -que él no veía- lleno de rosas rojas. Iba a comenzar la firma
de ejemplares de su último libro de poemas, La rosa profunda.
La ceremonia no transcurrió sin
incidentes. Por razones desconocidas, la disquería El Agujerito, ubicada frente a la
librería, interrumpió sus emisiones de Pink Floyd y de Mae MacGraw y esperó la entrada
de Borges a La Ciudad para colocar en el plato del tocadiscos la versión de La marcha
peronista cantada por Hugo del Carril. Borges decidió no darse cuenta, aunque luego, ya
en pleno trámite de firmas, demostró poseer un oído finísimo al alabar cinco compases
de Claude Debussy, provenientes de otro parlante. "Me gusta Debussy", acotó,
"y también Stravinsky... Hay una gran felicidad en esa música..." La servicial
señora von der Lippe, ajetreada con el trámite del recambio de volúmenes bajo las manos
del escritor, consintió: "Sí, Borges... claro... Pero yo soy muy anticuada...
Prefiero a Haydn, Mozart, Bach...".
Esta polémica musical no fue la
única: minutos después de su entrada, Borges utilizó el inglés para protestar contra
esa rutina mercantil que la fama le estaba imponiendo. Al firmar el tercer volumen,
levantó su rostro inquisitivo hacia la señora von der Lippe y estimó: "This will
last for ever..." Y luego, más enfáticamente, con cierta desesperación: "For
ever and a day..." . El idioma de los británicos no tiene término más vasto para
definir la eternidad, pero allí estaba, tranquilizadora, la señora von der Lippe:
"Don't worry, Borges... It will be short...".
Fue una mentira piadosa: a las
20.15, Borges seguía estampando, maquinalmente, firmas sobre libros que no veía. Un
señor depositó sobre la mesa con el florero la edición alemana de sus poemas. Advertido
sobre la variante lingüística, Borges chanceó: "¿Debo firmar en letra
gótica?". Y aprovechó la pausa para acotar: "Los alemanes... Un pueblo
equivocado... Pero no es el único... Hay otro, que emitió siete millones de
votos...".
Un filólogo japonés, una alumna
del colegio Champagnat y señoras de variada índole intentaron entablar diálogos. Borges
se excusó siempre, aduciendo estar resfriado. Diligente, la señora von der Lippe hizo
traer una naranjada y ofreció: "¿Un Desenfriol, Borges?", a lo que Borges
contestó con una sonrisa cansada.
La misma sonrisa cansada con la
que contestaba a quienes, aparte de la firma, querían una dedicatoria. "No puedo...
Estoy ciego", repitió una y otra vez. Hasta que, en medio de los fotógrafos, un
joven intimó con voz arrogante: "Una dedicatoria... Para Sánchez Sañudo... Sobrino
del almirante...". Borges inclinó la cabeza y preguntó: "¿Para quién?".
"Sánchez Sañudo", repitió el muchacho. "Sobrino del almirante."
Borges esperó un momento, estampó su firma, apartó el libro con cierto fastidio y
repitió: "No puedo... Estoy ciego".(La Opinión, 21 de septiembre de 1975)
ELECCIONES EN EL JOCKEY CLUB
Con urbanidad y disciplina -como
corresponde a caballeros- 2.484 asociados del Jockey Club desfilaron el miércoles ante
las diez mesas instaladas en el primer piso, sector biblioteca, de la sede social, en
avenida Alvear al 1300. Siguiendo una costumbre cuyos orígenes nadie conoce -anterior,
sin duda, a la ley Sáenz Peña-, eligieron una de las cuatro boletas dispuestas sobre la
mesa, rubricaron con su firma el dorso de la misma y la entregaron al fiscal. Esta
supervivencia del voto cantado no obstaculizó, sin embargo, el triunfo del arquitecto
Roberto B. Vázquez Mansilla, una figura a la cual muchos asociados consideran una
vanguardia dentro de la institución. Los derrotados son Alfredo Rueda, a quien se sindica
en cierta forma como un continuador ideológico del presidente renunciante Agustín S.
Roca, Eduardo Acevedo Díaz y Alfredo Agote Robertson, este último opositor perdidoso en
varias confrontaciones.
Con todo, estas elecciones sólo
anuncian las regulares que el Jockey Club deberá efectuar el mes próximo: en mayo de
cada año, la comisión directiva se renueva por mitades y teóricamente Vázquez Mansilla
deberá lidiar con media comisión que aún perdura del mandato de Roca, renunciante por
motivos de salud. "Puede ser que ocurra cualquiera de estas dos cosas",
pronosticó el ex juez y socio del Jockey Club, doctor Francisco Carlos Lynch. "O
bien la mitad cuyo mandato vence en 1976 renunciará, facilitándole así la tarea a
Vázquez Mansilla, o bien este hará algunas concesiones para contemporizar hasta el año
próximo con el grupo opositor."
Nadie oculta que el Jockey Club,
con el aura rancia que todavía circunda su nombre, es un organismo deficitario.
Las cifras más dispares, en las
cuales un cero más o menos no importa, circulan entre los asociados para evaluar el monto
mensual de esa pérdida. Hay quienes hablan de veinte millones de pesos viejos; otros
duplican o triplican esas millonadas sin que les tiemble el pulso cuando el sable de
esgrima cimbrea en la pedana. Sí, hay coincidencia, en cambio, en señalar que el
déficit existe sobre todo a causa del largo pleito entre el Poder Ejecutivo y el Jockey
Club, suscitado cuando la administración del hipódromo de San Isidro pasó a manos
estatales, conservándole a la institución, sin embargo, la tenencia de los terrenos.
"La situación jurídica es engorrosa", sostiene Lynch. "Por ejemplo, la
empresa que instaló las totalizadoras en el hipódromo está pleiteando contra el Jockey
Club, que a su vez derivará el juicio al gobierno." Por otra parte, varias de las
plataformas presentadas a las elecciones de anteayer coincidían en una reducción
inclemente de los gastos. "Hay costosas revistas extranjeras que llegan y nadie
lee... Hay gastos de bar, restaurante y servicios varios que resultan desmesurados para
las necesidades reales del club. Por ejemplo, el bar... Yo, como socio, no voy porque me
parece que está desatendido y no cumple con ninguno de los requisitos que debería tener
un lugar de esa jerarquía... Si quiero tomar una copa, no voy al Jockey... Me voy a
Periplo, frente a la plaza San Martín..."
El mismo sector reformista que
acaba de llegar a la presidencia encarnado en Vázquez Mansilla es el que criticó,
durante años, una "política de viejos idiotas seudoaristocratizantes"; el
mismo que, en 1958, cuando el gobierno del teniente general Pedro Eugenio Aramburu
restituyó al Jockey Club su personería y sus instalaciones, propuso construir un gran
edificio comercial en la calle Florida, reservándose el último piso como sede social, en
vez de adquirir, como finalmente se hizo, el carísimo edificio de la sucesión de
Concepción Unzué de Casares, en la Avenida Alvear. "Un edificio antipático,
pretencioso y gélido", sostiene un vocero de ese sector. "Por lo que se gastó
en su refacción, pudo haberse construido una sede moderna y funcional. Pero no... Los
retrógrados de la institución insistieron en que tenía que ser una antigualla. Y ahí
está..."
Este mismo grupo de avanzada
viene proponiendo, desde el triunfo peronista de 1973, que se eliminen partes de las tres
canchas de polo de San Isidro y se destine esos terrenos al futbol o a otro deporte
popular. "No se quieren convencer", dice Lynch, quien no oculta, ni podría
hacerlo, haber votado a Vázquez Mansilla, "que las zonas aledañas de Buenos Aires
no sirven para el polo. Las caballerizas se inundan, las tierras están anegadas... Un
desastre..." En otras fuentes, se obtuvo una caracterización de las elecciones del
miércoles que el mismo Instituto Gallup no vacilaría en suscribir. "Por Vázquez
Mansilla votaron los más jóvenes (lo que en términos de Jockey Club significa tener
entre cuarenta y cincuenta años). A Rueda lo votó, sobre todo el sector del golf y lo
perjudicó su manía de contar la historia de la batalla de Pavón, unos pagos por donde
el candidato posee tierras. (Esa manía, aclaran los informantes, le ha valido a Rueda el
sobrenombre de "dueño de Pavón".) "Acevedo Díaz tuvo consigo al sector
de las piletas, insuficientes, al parecer, para otorgarle el triunfo. Y Alfredo Agote
Robertson contó con el apoyo del sector del bar del subsuelo y de los esgrimistas... Pero
es un eterno perdedor." |
En la historia del periodismo argentino, Enrique Raab es el
cronista emblemático de los años '60 y '70. su firma al pie de una nota, una reseña o
un reportaje rubricaba textos siempre eruditos y sarcásticos, de ingeniosa sensibilidad y
claras convicciones revolucionarias. En 1977, Enrique Raab -conocido sobre todo por sus
artículos en el diario La Opinión- fue secuestrado y asesinado en la ESMA
---o---
Las complejas finanzas de una
entidad, en cuyos miembros debería suponerse una solvencia intachable, dependen -se
coincide- de una aproximación al gobierno. Vázquez Mansilla tiene vinculaciones -se
afirma- con la Comisión de Edificios Judiciales del Ministerio de Justicia. La entente
resulta clara: una aproximación al gobierno podría solucionar, sin más, esos déficits
crónicos y molestos que aquejan a la institución.
No en vano la lista triunfante de
Vázquez Mansilla llevaba como distintivo una raya roja que atravesaba su borde superior.
Ese rojo no tiene, desde luego, las connotaciones políticas que podrían inferirse, pero
sí representa la exhumación de viejo emblema autonomista, o sea la fraterna unión de
conservadores y radicales. En el caso del Jockey Club, esta ideología es casi
revolucionaria, si se piensa que el miércoles por la noche, en la avenida Alvear al 1300,
primer piso, sector biblioteca, un socio entendía que uno de los candidatos no tenía
derecho a postularse. "Es un caradura...", cuentan que argumentó. "Hay que
tener tupé para querer presidir el Jockey sin haber viajado nunca a Europa."
(La Opinión, 4 de abril de 1975)
LA CANCHA DE BOCA Y LA TV CONVIRTIERON
A BUENOS AIRES EN UNA CIUDAD DESIERTA
El conductor del remise se
manejaba con términos cortesanos, casi versallescos. Camino a la Boca, haciendo avanzar
su Falcon por los primeros tramos de la avenida Almirante Brown, definió con formulación
exquisita su propia relación con el fútbol: "No sé cómo decirle... La verdad es
que de joven yo sentía inclinación por este deporte... Pero en cierto modo, me espanta
la grosería, el atropello, la prepotencia... Hay cosas, ahora, que resultan más de mi
agrado...".
Inclinación, grosería, agrado:
vocabulario heredado de algún libro de máximas de La Rochefoucauld. Nada que ver con los
compactos grupos que desfilan por Almirante Brown hacia el Sur, doblan por Wenceslao
Villafañe, llegan, exaltados hasta Enrique del Valle Iberlucea y se enfrentan con la
Bombonera. En el camino, por donde uno mire, se venden cosas: vinchas de Boca Juniors,
gorros tejidos con los colores azules y amarillos: "mejor un gorrito que una vincha,
pibe... Mira que la noche viene fresca...". O si no, los churros, los sandwiches de
matambre, la empanada fatta per la mamma, como anuncia en italiano impecable un carrito
instalado en Pinzón e Iberlucea.
A las 21.30, Boca Juniors se
enfrentaba con River Plate, en un torneo cuya fascinación no se desgasta a pesar de
haberse dirimido ya cien veces exactas a partir de 1931, o sea en la época que los
tecnócratas definen como "dentro del profesionalismo". Pero no importa: poco
después de las 18, ya están las dos tribunas, semi llenas, enfrentadas. Del lado de
Aristóbulo del Valle, los hinchas de Boca; del lado de Brandsen, los de River.
Agresividad de las consignas que sin embargo, como en un juego de precisas reglas
caballerescas, no se superponen: cada bando espera a que el adversario termine la suya
antes de entonar la propia.
Mientras la calle Iberlucea
registra un desfile entrecruzado de grupos que corren, sin mucha lógica, de un lado para
otro, en las tribunas se entonan los cánticos guerreros: desde Brandsen, la popular de
River ataca: "Vamos, vamos River / vamos a ganar / que este año no paramos / hasta
ser campeón mundial...". Silencio embarazoso del lado de Aristóbulo del Valle. El
triunfalismo de River desarma a la hinchada boquense. Después de un silencio que parece
extenderse durante siglos, los muchachos de Aristóbulo del Valle contestan con la Marcha
Peronista y luego, ya recuperado el fervor, con el grito ritmado de Ar-gen-ti-na...
Ar-gen-ti-na... La consternación de los hinchas de River es palpable: de repente, la
tácita acusación de extranjerizantes contenida en ese grito crea, en la cancha, una vaga
sensación de malestar.
Y entretanto, por Iberlucea, el
Cuerpo de Policía Montada hace galopar los caballos por la cuadra. Los pingos cabriolean
sobre la acera, los vecinos de la cuadra se meten en sus casas, las muchachas fingen unos
exagerados chillidos de terror. "¡Ay, qué brutos...!", se queja una, hasta que
en la casa de al lado, en Iberlucea 864, justo frente a la cancha, una mujer joven, de
anteojos, arriesga una definición inesperada:
"Vamos, vamos, River, vamos
a ganar...", corea, junto con los muchachos de la tribuna de Brandsen, mientras su
madre, su padre y sus hermanitos la paran, pretenden hacerla callar, le dicen:
"Porota, estás loca... Metete adentro de la casa...", y la arrastran desde el
portal hacia un patio interno, explicando:
"No sabemos qué le pasó...
Siempre creímos que era de Boca... Como vivimos enfrente... Y justo hoy se sale con
esto...". Los vecinos menean la cabeza, compadecen a la madre y al padre, no
entienden nada de esa brusca rebelión contra el medio condicionante por parte de una
reprimida hincha de River que tiene la desgracia de vivir a veinte metros de la Bombonera.
Y luego, ya pasadas las 20, las
calles del centro se vacían, Lavalle parece un emporio la cual, una o dos veces por año,
los mercachifles le están fallando.
Todos los cines han desalojado
las pizarras de sus boleterías, reemplazando las localidades numeradas por el cartel de
continuado. Sólo El pibe Cabeza, de Torre Nilsson, en su día de estreno, mantiene la
pizarra tradicional: "Hoy el cine no es negocio", sostiene uno de los boleteros
del cine Trocadero. "Entre los sesenta y cinco mil que están en la cancha y los tres
millones que lo van a ver por televisión, lo mismo podríamos no hacer la
función..."
La presidente de la Nación, se
sabe, solicitó personalmente que ese partido fuera televisado: más tarde, después del
segundo gol de River, la hinchada de River -los muchachos de la calle Brandsen- contestaba
con un estribillo la temprana acusación de gorilismo que los boquenses les habían
enrostrado. Cantaron, ante el silencio hostil del sector de Aristóbulo del Valle:
"Ya lo ve, ya lo ve / la Boca está bailando a pedido de Isabel...".
A las 21, la población de Buenos
Aires estaba en sus casas: los diales de los aparatos se clavaban en canal 7; por
centésima vez, "dentro del profesionalismo". Boca Juniors se enfrentaba con
River Plate. Sólo el teatro Maipo, en la calle Esmeralda, no mermó sensiblemente su
caudal de concurrentes. En la boletería, un caballero que copiaba su imagen de viejo
verde de la que creó Enrique Serrano, sostenía: "Sí, ya sé que hay partido...
Pero, ¿qué le voy a hacer...? Entre las gambas de Perfumo y las de Violeta Montenegro,
¡me quedo con las de Violeta...!".
(La Opinión, 18 de abril de
1975) |