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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Misceláneas
1968

revista Panorama

 

 

ARTES VISUALES
Gigantismo y color en el Gran Premio de Pintura

A su modo, él también conmovió a París: su última exposición en la capital francesa, en el vanguardista reducto de la galería Iris Clert, consistió en muebles y prototipos que enmarcaron la imagen estatuaria de hermosas modelos. Pero ésa es cosa vieja para este porteño de 30 años, apariencia taciturna, dispuesto a repetir en Buenos Aires -la ciudad que lo vio partir sin conmoverse- el estremecimiento de su elite: dentro de dos semanas, las salas de la galería Rubbers serán el cuartel general de Nicolás García Uriburu, de profesión pintor.
Antes de lanzarse hacia Europa, García Uriburu se había distinguido por su sentido del humor, por su casi naif tratamiento del Buenos Aires cotidiano. Los elogios cayeron sobre su larga figura con la serie de los colectivos, donde los personajes eran los detalles de la iconografía ambulante que los conductores utilizan para engalanar a sus mastodontes. París sugirió un cambio en profundidad: el humorístico costumbrismo permaneció, pero se hizo universal. Atareados críticos de plástica franceses encontraron un minuto para asistir a promovidos vernissages, para escribir elogiosos comentarios sobre la creativa Irreverencia de ese argentino remiso a los ismos en boga.

NGU y las favoritas

Después de los primeros tanteos, García Uriburu concibió un homenaje a las favoritas que pespuntean la historia de Francia: una larga serie recreó las imágenes, claro que estereotipadas, de María Antonieta, de Agnés Sorel, de madame Du Barry, la Montespan, la Pompadour, Diana de Poitiers, la Valliére. Extasiado, acaso gozoso, por una detención en su ardua travesía en busca de la Novedad Absoluta, el crítico de "Planéte" saludó la aparición de García Uriburu como "el anuncio claro del preciosismo ye-ye, la quintaesencia gentilmente sublimada del rock-art and rold-painting".
Tampoco la primera premonición cierta, el primer hallazgo: intuitivamente, casi un año antes de su advenimiento, Nicolás García Uriburu había prologado la invasión de París por el Flower Power, el aluvión hippie que ya se va remansando en Europa. Los elogios no lograron detener una evolución plagada de audacias, una búsqueda que tiene por objetivo final llevar la decoración a la dimensión de un arte. Dos cuadros de aquella muestra contenían las claves del futuro inmediato: una Mona Lisa y una María Antonieta acariciaban sendos corderos echados sobre el regazo. El color, paralelamente, penetraba con audacia en el alarido de la calidez.

NGU y la naturaleza

Desde las favoritas en adelante, García Uriburu entró en la espiral del presente eterno: en sus telas el pasado no tiene lugar. Y otro giro definitivo: la percepción de lo natural, que se trasmite en el cada vez mayor tamaño de los cuadros, en la adopción de las pinturas acrílicas que se realzan a sí mismas por su brillantez. Con esas premisas nacieron sus personajes, bucólicas imágenes que se apretujan y crecen hasta la desmesura en cada trabajo: carneros, ovejas, plantas y pachamamas vagamente dieciochescas. Es el Rubens argentino del pop: la voluptuosidad de sus formas sólo tiene paralelo en la fecundidad casi obsesiva de su producción. En su heráldica plástica merece figurar un cuerno de la abundancia que derrama ovinos hasta la saciedad.
Para los críticos europeos, la tendencia al gigantismo y la rabiosa explosión de colores traducen su propia imagen sobre la inimaginada América, sobre la renombrada exuberancia de sus paisajes. Para los americanos, en cambio, la predilección de formas y tonos puros configura una extravagancia, la intención de sorprender al espectador con un impacto difícil de asimilar.

NGU y los premios

El trampolín de García Uriburu hacia Francia fue, en 1965, el premio Bracque. Su primera muestra individual en París le valió, el año pasado, el codiciado premio Lefranc que cada año saluda el advenimiento de nuevas y promisorias figuras al coto cerrado del arte grande. Luego hubo otro más: el periodístico, que ganó a punta de audacia en junio de este año. No hubo periódico en el mundo entero que no reflejase su contrariedad o su aplauso por ese joven argentino que se animó a teñir de verde (necesitó 30 kilos de anilina especial, y la complicidad de .un gondolero-pintor) el Gran Canal de Venecia: el arresto de dos horas se compensó largamente con la mención de García Uriburu en todo el mundo.
Pero en Buenos Aires lo aguardaba una sorpresa: una tela pintada en París, presentada sin muchas aspiraciones al Salón Nacional, acaba de obtener el Gran Premio 1968. El tema es "Las tres gracias": son las clásicas grandes matronas griegas, rodeadas -faltaba más- por una hecatombe de ovejas, carneros, plantas y flores que se entrechocan con el solo y envidiable objeto de posar para el pintor hoy de moda en Buenos Aires.

El jueves, si no llueve, la calle Florida conocerá el neo-happening

Narcisa Hirsch, Marie Louise Alemann y Walter Mejía: happening visual en la calle Florida al 900, el jueves 29 de agosto.
El próximo jueves -si llueve, el viernes- a las cinco de la tarde, el alboroto habitual de la calle Florida aumentará considerablemente. Tres manos de tamaño sobrenatural recorrerán las dos transitadas cuadras desde Córdoba hasta la plaza San Martín, introduciéndose en la Galería del Este y su "calle de las artes" para finalmente encontrar reposo en una plazoleta interna. Una vez depositadas por sus jóvenes portadores, un enjambre de curiosos contemplarán las estructuras de papel encolado, similares a cabezones carnavalescos, e interrogarán a los creadores de este happening visual, la pintora Narcisa Hirsch, Marie Louise Alemann, fotógrafa, y Walter Mejía, polivalente decorador y profesor de yoga.
El trío es responsable de otras experiencias similares, destinadas a estimular la imaginación mediante acontecimientos insólitos. En agosto del año pasado, durante el estreno de "Blow-up", organizaron un happening comestible en el hall del cine Coliseo, llamado la "Marabunta", durante el cual el público devoró a una gigantesca figura de mujer compuesta de frutas, pan y otras vituallas. Hace dos meses, en Florida y Sarmiento, distribuyeron manzanas a confusos transeúntes que sospecharon algún ardid publicitario.
El objetivo de estos artistas es provocar una reacción del público, demostrar que no todo lo imprevisto o impactante proviene del sector comercial: actúan dentro de una línea que se podría llamar el "neo happening". Últimamente, en las calles porteñas, se han multiplicado los actos de los adictos a la comunicación, que al modo del genial dibujante americano Steinberg señalan con flechas o manos lo que en último caso son ellos mismos: la presencia del hecho estético en la ciudad.

TELEVISIÓN
Historia de una desolada angustia

Israfel (Canal 11, Lunes 19 de agosto, 21 hs.) Programa especial. Libro: Abelardo Castillo. Interpretes: Alfredo Alcón, Milagros de la Vega, Lalo Hartich, Cristina del Valle, Alfredo Tobares. Puesta en escena: Osvaldo Bonnet. Dirección: Nicolás del Boca. Duración: 120 minutos.

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Nicolás García Uriburu: antes de París pintaba colectivos, después de París prefiere la brillante frivolidad
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"Las tres gracias", bucólica creación de NGU que obtuvo el Gran Premio Nacional
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un trío de artistas y tres manos gigantescas serán protagonistas de un nuevo ruido
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Poe: el poeta y sus fantasmas

A mediados de 1963, un jurado espectacular formado por Eugene lonesco, Alfonso Sastre, Christopher Fry y Diego Fabbri, consideró que el "drama en dos actos y dos tabernas" Israfel, del argentino Abelardo Castillo, era la pieza más notable de las muchas presentadas ese año al concurso para autores latinoamericanos organizado por el Instituto Internacional de Teatro dependiente de la UNESCO. Sin embargo, la obra no pudo ser conocida por el público porteño hasta tres anos después, cuando Inda Ledesma se decidió a estrenarla en la sala del teatro Argentino interpretada por Alfredo Alcón. Su éxito le permitió luego mantenerla en cartel durante dos largas temporadas.
Israfel intenta constituir una biografía del poeta norteamericano Edgar Allan Poe, recreando algunos momentos de su vida estragada por el alcohol, la neurosis y el láudano. Pero fundamentalmente, narra la angustia de un creador en medio de una sociedad insensible que margina el talento, actualiza la atormentada historia de un escritor que no puede vivir de su literatura y al mismo tiempo sufre la constante persecución de fantasmas que lo acosan desde la niñez, se aparecen detrás de los espejos y pueblan sus delirios como un macabro anuncio de la muerte.
Alfredo Alcón reiteró ante las cámaras su excepcional actuación teatral, vibrando con el sufrimiento de Poe, viviendo cada una de sus obsesiones, encarnando auténticamente a ese hombre que recorre los pasillos de la Casa Blanca enfurecido porque ningún burócrata comprende el drama que lo obliga a mendigar un puesto para poder sobrevivir.
Los primeros planos permitieron seguir paso a paso el crescendo interpretativo de Alcón, rematado cuando Poe, en su delirio final lanza su último desafío a su doble, al fantasma que lo persiguió durante toda su vida.
Cristina del Valle brindó a su personaje un rostro aniñado adecuado a Virginia, la joven esposa del poeta que muere tísica en plena adolescencia. Algo estática Milagros de la Vega y correcto el resto del elenco. La puesta en escena de Osvaldo Bonnet y la dirección de Nicolás del Boca aprovecharon el movimiento de cámaras y la iluminación para acompañar a Alcón en su interpretación de un personaje hecho a su medida, que le permitió demostrar nuevamente que es uno de los más capacitados actores que ha producido la escena argentina en las últimas décadas.

 

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