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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Dominio extranjero
El pueblo quiere saber de qué se trata

(continuación)

revista Panorama
marzo de 1971

 

 

Federico Pinedo con nostalgia
"Hemos perdido esta batalla"

A mitad de camino entre Las Armas y General Madariaga, en una zona que se alarga hasta morir, 100 kilómetros al sudeste, en las playas de Villa Gesell y Pinamar, se encuentra San Mateo, la estancia de Federico Pinedo. Es un gran paño verde, de tierras bajas, donde pastan varios centenares de Hereford y algunas pocas vacas Jersey, especie rara en la Argentina que produce una leche muy rica en grasas. Cada mañana -desde diciembre hasta marzo- después de levantarse a las seis y media y abrir las ventanas de la antigua casona inglesa, Pinedo toma un vaso de leche recién ordeñada y trabaja en su estudio hasta el mediodía.
Una semana atrás debió interrumpir su rutina para recibir a un redactor y un fotógrafo de Panorama. A las 10, ya con el sol alto, hacía frío -la noche anterior había caído un diluvio-, y Pinedo salió a la galería de la casa muy abrigado, con pantalones de sarga, suéter, botines altos y un añoso fumoir marrón zurcido en los puños. El sol le rejuvenecía su cara cruzada por arrugas profundas, la barba rala y los escasos pelos mal peinados le conferían el vago aspecto que suele atribuirse a los hombres de ciencia. Algo en su sonrisa y en sus gestos recordaba a Américo Ghioldi, como si la vieja camaradería en el partido de Juan B. Justo hubiera marcado un brillo especial en los ojos, quizás una manera laica de hablar.
Asombra la lucidez de este hombre a los 75 años; habla pausadamente, selecciona con cuidado sus recuerdos y defiende sus discutibles puntos de vista con una lógica implacable. Sólo se descontrola levemente en la charla cuando busca la aceptación de su interlocutor: entonces se ríe, algo nervioso, y repite la frase que le ha parecido efectiva.
-¡Caráspita! Ahora parece que nos quiere enseñar nacionalismo esta gente de apellidos impronunciables. ¿Acaso este Levingston viene de la colonia? Pero fíjese: ¡Hasta tienen un ministro nacido en Marruecos estos nacionalistas!
Pinedo ha intuido el motivo del reportaje y se adelanta, lanza sus primeras estocadas. Después retrocede, se envuelve en los recovecos de la memoria.
-Yo he sido antiinglés en mi juventud. Pero la causa eran mis ideas de izquierda. Después, con el tiempo, llegué a comprender que el pueblo inglés y el pueblo romano han sido los más grandes de la historia humana. Claro, entonces yo era muy chico: entré a la facultad a los 14 años y me hice socialista inmediatamente. Estudié alemán para leer a los clásicos del pensamiento marxista y me fui a Europa. En Alemania conocí a Karl Kautsky y a Rosa Luxemburgo. Kautsky vivía muy pobremente; me invitó a tomar el té y no tenía ni leche ni azúcar. El -a pesar de que estaban distanciados- me recomendó que lo viera a Bernstein, indudablemente la mejor cabeza socialista de esa época. Yo aprendí mucho entonces. Creo que podría afirmar que, en lo esencial, todos mis conocimientos sobre las teorías monetarias los debo a Marx. ¿Quién lee hoy a Marx? Supongo que nadie. Los marxistas y los antimarxistas creen que en esos textos hay mensajes subversivos. Mentira; Marx era un investigador, un estudioso. Fue el último de los grandes liberales. Ignorar su obra es una barbaridad. Acá, el socialismo no caminó. En parte por culpa de Justo. Era un gran hombre pero muy estricto. ¡Imagínese que no dejaba beber a los afiliados, y eran italianos! ¡Pobre Justo! Vivía muy modestamente en Belgrano. Tenía una alfombrita más chica que sus pies. Odiaba a los demagogos y la política criolla.
Por un camino circular ha vuelto al punto de partida. La última frase, como un conjuro, lo trae a la actualidad.
-Esta nación fue hecha con el capital extranjero. La ganadería argentina no hubiera existido sin los frigoríficos ingleses y norteamericanos. Ahora resulta que ellos son los enemigos para el gobierno. ¡Pero si el país les debe gratitud! Gente como la de Bunge y Born, Dreyfus, Baring, Bracht siempre identificaron los intereses de sus empresas con los del país.
Y después están esas declaraciones del señor Alende. Es irrisorio, es verdaderamente estúpido. O lo que dice el ministro Ferrer: "No vamos a discriminar contra el capital extranjero, vamos a proteger al capital nacional". ¡Pero, señor, caráspita!, justamente eso se llama discriminación.
Ya cerca del mediodía empieza a apretar el calor. Pinedo se levanta, entra y vuelve en seguida, más liviano de ropas. Debajo de su saco gris se alcanzan a ver ahora los tiradores, se aprecia mejor la corbata anudada al descuido. Saca de un bolsillo un pañuelo inmenso, casi una servilleta; lo pasa por la cara y continua!
-Se la han tomado también con Krieger Vasena porque trabaja para Deltec. ¿Acaso no habla bien de un hombre que deba trabajar para vivir después de dejar el ministerio? Para mí, Krieger ha cometido algunos errores, pero tiene saldo a favor, igual que Alsogaray. Discrepo con ellos porque creo que el problema es político. Lamentablemente los militares no entienden nada, ¿no es cierto? Hablan de acuerdo al último que les sopla al oído y ahora son nacionalistas. No veo las cosas con pesimismo pero pienso que esta batalla la hemos perdido porque el nacionalismo va para arriba.
Ahora lo rodean sus seis nietos, que han salido de todos los rincones. El se apoya en Sofía, la mayor, con sus 16 años; se encasqueta un sombrero de fieltro y camina hacia el parque.
-Desde chico aprendí a querer las plantas. Teníamos una estancia con cien especies distintas que se extendía desde Arroyo y Carlos Pellegrini hasta el Bajo.
Ha vuelto a sumergirse en los recuerdos. Todo en Pinedo es ya nostalgia. Antes de terminar suelta una frase con amargura:
-¿Sabe por qué hemos perdido la batalla? Porque una gran parte de la burguesía no cree en su propia causa. Y una clase que no cree en sí misma está perdida.

Jorge Raventos

Aldo Ferrer
"Argentinización": un término que necesitaba límites

El martes de la semana pasada, en su despacho, el titular de Economía, Aldo Ferrer, mantuvo un extenso diálogo con Luis Guagnini, de Panorama. El objeto de la entrevista: precisar los puntos de vista oficiales sobre el capital extranjero, y los límites de su acción en la Argentina. El tema, ampliamente debatido en los últimos meses, requería, quizás, una delimitación rigurosa por parte del Estado. Los siguientes fueron los tramos esenciales de la charla:

Panorama. -¿Cómo define el gobierno a las empresas extranjeras?
Ferrer. -Provienen de lo que se llama una inversión privada directa de inversores en el exterior, que ejercen la conducción de la empresa para controlar su capital. El elemento central es, entonces, dónde está el centro que decide su comportamiento en la Argentina. Pero la cuestión tiene muchos matices, aunque ése es el aspecto esencial. Interesa su aporte a la innovación técnica original en el país. En la medida en que movilice el talento argentino e introduzca tecnologías novedosas, su grado de integración al sistema económico nacional será mayor. Otra faceta importante es su contribución a las exportaciones. En la medida en que una empresa extranjera vende al exterior -y esto es particularmente significativo en el plano industrial, para el cual el gobierno se ha trazado un ambicioso objetivo de exportaciones, es evidente que su contribución al desarrollo nacional se hace más significativa. En síntesis: independientemente del control, del centro de decisión, hay una serie de enfoques adicionales que si bien no alteran la caracterización de la empresa, sí determinan el grado de contribución que está realizando al proceso de desarrollo.
-¿En qué áreas de la economía nacional cree el gobierno que tiene mucha importancia la participación extranjera? ¿En cuáles considera necesario que se efectúen correcciones?
-Un dato se corresponde tanto con la experiencia de la economía internacional como con la Argentina: las industrias llamadas dinámicas son aquellas de más rápido crecimiento, debido a los progresos técnicos y científicos y a los cambios en la composición de la demanda. Por ejemplo, el progreso de las industrias mecánica o automovilística es más veloz que en los sectores tradicionales. Tales industrias, por ello, van alcanzando una gravitación dominante en el sistema económico: tres décadas atrás aportaban el 30 por ciento del valor agregado por la manufactura; en la actualidad la proporción llega al 50 por ciento. Al mismo tiempo se produce un proceso de expansión internacional de las grandes empresas industriales, que operan en los sectores de vanguardia: por su ritmo de crecimiento, su renovación, la intensidad del comercio internacional de este tipo de bienes. Al mismo tiempo que la economía argentina se trasforma estructuralmente, se produce un proceso de integración mundial a nivel de los sectores dinámicos. Esto, y la insuficiente respuesta argentina para asegurarse una mayor participación en ese terreno, determinó que las empresas foráneas hayan adquirido un papel dominante, a veces exclusivo, en la mayor parte de las industrias. Este fenómeno no debe alarmar, pero sí llamar a la reflexión. La Argentina no llegará a una economía nacional integrada y desarrollada si sus capitales no participan crecientemente en los sectores dinámicos. Por ello un objetivo del gobierno es el estímulo a la inversión privada nacional, y la participación del sector público que sea necesaria para tomar un rol mucho más activo en estas industrias dinámicas. Lo que importa no es si el país tiene, o no, recursos, sino quién los controla. Porque normalmente, incluso en el proceso histórico que he señalado, los recursos los ha puesto fundamentalmente la Argentina, pero no los controló. Muchas veces, pequeños aportes de capital de riesgo del exterior han nucleado financiamiento interno, créditos nacionales, ahorro interno y préstamos internacionales con la garantía del Estado. Todos esos factores apuntalan una pequeña inversión externa.
-Pero la desnacionalización no sólo se ha producido en el sector dinámico sino también en industrias tradicionales: alimentación, tabaco...
-Es un proceso complementario del otro: la capacidad de acumulación de las empresas extranjeras y la necesidad de dispersar sus riesgos las ha llevado a difundir su participación en muchos sectores. Esto no implica desconocer el hecho principal, ya señalado, de que el capital externo se orienta a los sectores superdinámicos. Como ejemplo, en la última década, más del 80 por ciento de las radicaciones extranjeras se concentraron, en la Argentina, en industrias de punta.
-¿Y en el sistema financiero?
-Ese es un aspecto que miramos con preocupación. Se produjo la desnacionalización de parte de la banca privada. El gobierno sigue una política de orientación del crédito hacia las empresas de capital nacional, y las estadísticas de que se dispone indican que, naturalmente, una mayor participación de la banca extranjera en lo financiero implica una mayor proporción de crédito para las empresas foráneas. Pero no debe perderse de vista que el proceso tiene dos caras: sistema financiero y control del aparato industrial. Si el control nacional sobre la manufactura dinámica es escaso, de nada sirve un sistema financiero totalmente argentinizado.
-¿Cuáles son los límites de la política de argentinización de la economía? Porque puede retraerse la inversión externa, que el gobierno también considera necesaria para el desarrollo.
-Las perspectivas y posibilidades de negocio de las empresas del exterior en la Argentina son posibles, y mejoran, sólo en el marco de una política de signo nacional. Porque es una condición necesaria para obtener una rápida tasa de crecimiento, y ésta, en última instancia, determina las posibilidades de inversión. La economía más liberal del mundo, si está estancada, es menos conveniente que una economía nacional, pero en expansión.
-Los indicadores económicos marcan una tendencia a la retracción de la inversión privada en la Argentina, tanto nacional como extranjera.
-Evidentemente se insinuaron, en 1970, algunos problemas que la desestimularon. Obedecen a factores de coyuntura, que serán superados con la aceleración del crecimiento, a través de las políticas de respaldo a las firmas nacionales, trato amplio y generoso a las empresas externas e impulso de la inversión pública, que va a permitir una reactivación sustancial del nivel de la demanda.
-En una reciente declaración de la presidencia se alude a prácticas monopólicas por parte de empresas nacionales. ¿Cuál es la actitud oficial respecto a los grupos empresarios argentinos?

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-Hay que separar dos cuestiones. Una cosa son las grandes empresas, otra las combinaciones que restringen la demanda y comprometen el desenvolvimiento normal de la economía. De ninguna manera la actitud del gobierno es hostil hacia la gran empresa, y mucho menos cuando es nacional. El proceso de desarrollo de una sociedad moderna implica la formación de grandes compañías. Pero el Estado dispone de una serie de herramientas para combatir las combinaciones monopólicas. También cuenta con la importación, para competir en el mercado interno, cuando hay maniobras que comprometen los intereses generales.
-¿Qué actitud adoptará el gobierno ante empresas nacionales que corren peligro de pasar a manos foráneas por dificultades financieras?
-La preocupación oficial es legítima. Pero en la economía nacional se carece de instrumentos idóneos para enfrentar casos específicos. La creación del Banco Nacional de Desarrollo, y dentro de éste, de una poderosa sección de préstamos para empresas nacionales en proceso de rehabilitación, modernización y expansión, va a ser probablemente la herramienta más importante para darle al empresario nacional una opción para mantener su planta y modernizarla. Argentinizar no quiere decir mantener el statu quo, vamos a argentinizar creciendo. Cuando una empresa tiene dificultades, la solución está en darle a sus titulares la posibilidad de salir adelante. En todo caso asociarse, en la mayor medida posible, con capitales nacionales, y eventualmente del exterior, para continuar el desarrollo. Nuestra política es prudente, moderada. Sigue siendo, con todo, un esquema sumamente generoso y amplio de tratamiento a las empresas extranjeras. Y se basa, sobre todo, en un principio en el que se ha insistido reiteradamente; de lo que se trata es de apoyar lo argentino, sin discriminar contra lo exterior.

Julio Irazusta
De Virginia Woolf a Aldo Ferrer

Su figura recuerda a Aldous Huxley y hasta podría afirmarse que es un genuino "caballero inglés". Cuando se lo dicen, lo acepta sin enojo. Más aún: se ríe a carcajadas hasta que las lágrimas le asoman en sus ojos grises y todavía vivaces. Es que a Julio Irazusta, entrerriano nacido en el pago de Gualeguaychú allá por el novecientos, no puede ofenderlo que lo confundan con un súbdito de SMB, el estigma esencial para ciertos nacionalistas. Es explicable: él y su hermano Rodolfo, muerto hace un lustro, fueron los dinamiteros más pertinaces del interés imperial en la Argentina, una tarea riesgosa en los años 30 y 40, cuando aún las candidaturas a presidente solían proclamarse en la Cámara de Comercio Argentino-Británica.
La anglofobia perjudicó a los Irazusta. Rodolfo tenía auténticas condiciones políticas y se fue a la tumba sin el reconocimiento póstumo del nacionalismo. Julio tuvo más suerte. Pero como estudioso del pasado: el tímido reconocimiento de los liberales al revisionista serio, justamente cuando a los jóvenes comenzaba a interesarles Ernesto Guevara más que Juan Manuel de Rosas. Quizá eso justifique el ingreso de Julio Irazusta en la Academia de la Historia, meses atrás. No quiere hablar del tema. Sólo arriesga: "No todos los liberales son malos. Los hay patriotas. Claro que los oligarcas no nos perdonaron por aquel ensayo La Argentina y el imperialismo británico.
Juan Perón tampoco los perdonó. A su caída, cuando Raúl Prebisch deseaba demostrar que los británicos habían pagado sus deudas a la Argentina contraídas entre 1938 y 1950, los Irazusta aseguraban lo contrario. No sólo eso: enjuiciaban la compra de los viejos ferrocarriles -"un regalo de Perón a los ingleses", según ellos- y el despilfarro del ahorro nacional para construir departamentos en Mar del Plata y para sostener la quimera de una industria liviana independiente de las grandes corporaciones internacionales. Los Irazusta, creyendo que los burgueses argentinos estaban dispuestos a escucharlos, dijeron que "Perón había sido un agente inglés". La réplica también fue contundente: "Son grandes gorilas", sostuvo Perón.
Julio Irazusta mantiene su posición pero olvidó viejos agravios. Se entristece cuando le preguntan si cree en "el inevitable triunfo del nacionalismo", proclamado junto a Ernesto Palacio en vísperas del golpe contra Hipólito Yrigoyen; prefiere que le hablen de Virginia Woolf, de sus maestros Pearsall Smith y George Santayana, de las verdes lomas con margaritas silvestres de Southampton, allí donde pasó dos veranos en una casa de campo. "Por aquellos años sabía muy poco de historia argentina. Fíjese que vivía a menos de un kilómetro del cementerio de Southampton y no se me ocurrió visitar la tumba de Rosas".
Habló largo sobre Oxford, los clásicos y el colapso del imperio inglés, sin alterarse. Pero cuando surgió el tema "de la entrega" se puso colorado, casi rabioso. "La entrega es dogma nacional. Es el sistema, formado en un siglo largo, de admitir que la dirección del país y en gran parte la propiedad de sus fuentes de riqueza se hallen en poder de los extranjeros". Hace historia: "Hasta el fin de los saladeros, la industria de la carne había quedado en manos nacionales. Cuando empezó la exportación de congelado y del enfriado, una fábrica construida en Quilmes -mejor que las yanquis de entonces- fue arruinada por los gravámenes municipales, según lo denunció el vicepresidente Quirno Costa. En cambio, se dejó establecer un monopolio frigorífico inglés, más tarde anglo-yanqui, que reguló a su antojo nuestro mercado y ejerció tanta influencia política como el ferroviario".
-¿Pero nadie se oponía a la entrega? ¿O era que el país progresaba?
-Había gente que denunciaba la entrega y que se daba cuenta del progreso condicionado. El senador Vidal, por ejemplo, en 1924 denunció con incomparable vigor al monopolio frigorífico extranjero. Claro que por aquellos años los frigoríficos ganaban plata y después, según parece, trabajaron a pérdida. En 1969, aquí en Buenos Aires, el ministro de Comercio de Gran Bretaña confesó que desde 1966 hasta 1968 su país había quedado debiéndonos 50 millones de libras esterlinas por año, o sea el valor de la exportación de carne, unos 100 millones de dólares anuales. Nadie le preguntó ni nadie dijo cómo se saldó esa deuda de 300 millones de dólares. En cambio, los diarios hablaron de préstamos británicos a la Argentina, que serían como aquellos que mencionó Miguel Miranda en el Senado: préstamos sobre dinero que nos debían.
-¿Cree que el gobierno lucha contra los monopolios?
-El ministro Ferrer, que algo sabe de eso, dejó sin imprimir su informe sobre Carnes: comercio anglo-argentino, en colaboración con Monsalve. Aunque amenaza con no pagar un peso por empresas quebradas, paga garantías horarias debidas por el monopolio. Y pese al nacionalismo de sus palabras, se estrena con una receta fracasada: el aumento de los precios oficiales, lo que significa que nada cambiará en la conducción económica por los agentes de las empresas extranjeras.
-¿Y en materia petrolera?
-Queda YPF como una reserva nacional. Pero las compañías extranjeras siguen haciendo buenos negocios. De lo contrario se irían. Con la petroquímica pasa lo mismo. Me gustaría saber quién prestará los fondos para adquirir la maquinaria de la planta estatal.
-¿Es pesimista entonces?
-Mire, un país rico como éste no tendría que soportar una crisis tras otra si no fuera expoliado desde el exterior. Desde hace 30 años, sin sufrir guerras, la Argentina progresa lentamente. Gobernaron liberales y nacionalistas, gente que creía en el desarrollo y en la ayuda extranjera; adeptos a la libre empresa y partidarios del estatismo. El resultado: deterioro constante. En suma, la exportación de ganancias ajenas nos quita la mayor parte del fruto del esfuerzo nacional. Es que el interés privilegiado extranjero sigue influyendo en los sucesivos gobiernos, que siempre se asesoran con los agentes de las empresas extranjeras, únicos capaces -según Onganía- de asumir la dirección de la economía nacional.
-¿Se podrá quebrar esa constante?
-El aparato montado para evitar el menor cambio es más poderoso que el soviético. Un disidente argentino jamás alcanzará la fama mundial que se le fabrica al primer escritor ruso que logra hacer pasar sus quejas al extranjero. La entrega argentina es tabú para el mundo occidental.
Irazusta se calmó. Como esos apasionados por el bowling que gozan después de haber tumbado a cuanto palo tuvieron por delante, salió al balcón de Panorama y miró el río. Le llamó la atención que estuviera azul, con pequeñas olas que morían en la escollera. De pronto advirtió la silueta gris del Sheraton, todavía un esqueleto, y preguntó: "¿Qué es ese dinosaurio?" Quedó enterado. Entonces, mirando hacia el reloj de la Torre de los Ingleses, murmuró: "Es la hora de los yanquis".

Jorge Lozano

 

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