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"Haría falta creer en la
alegría para asegurar el éxito del Carnaval." La aseveración, melancólica antes
que pesimista, no pertenece a un hombre triste: "Todo el mundo sabe lo que pienso
-subrayó la semana pasada el discutido discjockey Edgardo Suárez-, y si bien este año
estoy a cargo de la animación de los bailes del club Velez Sarsfield, no puedo menos que
decir que el Carnaval ha muerto". Esta opinión, deslizada en medio de la lluvia que
no se decide a dejar el verano, no sólo parecía tener un irrecusable marco de coherencia
sino que además amenazaba con volverse unánime. Atento a otros motivos, Enrique Alcoba
del Cid (58), actual responsable de la Dirección Promoción de la Comunidad, un
departamento de la Municipalidad de Buenos Aires, no dudó en lapidar las carnestolendas
de 1971: "El Carnaval porteño -comentó el jueves último- sufre los embates de la
crisis económica que aqueja a todo el país. Por otra parte, el verdadero Carnaval
argentino se extinguió en los años 40; aquella era todavía una época de comparsas
fastuosas, de carrozas y coches convertibles envueltos en serpentinas, bajo una lluvia de
papel picado". Según el funcionario, la suerte del Carnaval quedó sellada cuando,
hace aproximadamente 20 años, los corsos oficiales -acaso únicos templos válidos de la
fiesta- pasaron a manos de comisiones de vecinos. Sin embargo, es probable que esa
trasferencia sólo haya precipitado el curso de la agonía.
"Existen causas más profundas -aventuró Edgardo Suárez- y, con todo, muy
evidentes: la gente no tiene ganas de divertirse porque está preocupada por cosas que
ocurren en el país y también en el mundo. En general, yo creo que hoy interesa más leer
la última incursión de los tupamaros que escuchar el último éxito de Palito Ortega; y
esto tal vez sólo sea desalentador para el Carnaval, o para Palito."
ADIÓS DE UN NAUFRAGO
Hace cincuenta años Oliverio
Girondo pudo narrar las maravillas de un corso "con su olor a pomo y a sudor / y su
voz falsa", imaginando cloroformo bajo los antifaces, o delirantes muchachas que
ofrecían sus senos a las comparsas como última ofrenda o gesto final, cansado "de
querer ser feliz". Esos destellos difícilmente tendrían hoy una réplica veraz: un
edicto policial prohibe a toda persona mayor de quince años, embutirse en un disfraz sin
antes gestionar el permiso correspondiente en la comisaría más próxima a su domicilio;
el caudaloso juego del agua -ese viejo asedio con su evidente agresión sexual- está
limitado al uso del pomo. Los disfraces, además, no pueden de ninguna manera
"herir" por su uso "los sentimientos nacionales de cualquier país",
en sí una compulsión que, aunque vaga, cerca posibilidades imaginativas. Las varitas y
plumeros coloridos han sido calificados como elementos capaces de ocasionar molestias. Su
destino, por lo tanto, es el olvido.
El orden de las prohibiciones roza, curiosamente, otros dominios; uno de ellos es
el de la indiferencia: "Nosotros -explicó Alcoba del Cid- nos limitamos a conceder
los permisos para realizar los corsos. Hasta ahora los autorizados son los de la avenida
de Mayo, Villa del Parque, Boca, San Juan y Boedo, y Liniers. Los pedidos son muchos
porque algunas comisiones vecinales no tienen fondos para alquilar las instalaciones de un
club de barrio y pretenden entonces hacer el clásico baile en la calle. Desde ya la mayor
parte de estos pedidos no fueron aceptados; no podemos permitir que todo el mundo componga
su corso propio". Una licitud de tal índole acaso posibilitara un Carnaval
insólito, apenas previsto por las autoridades: "A lo sumo -se resignó Alcoba del
Cid-, prestamos nuestro apoyo moral para que la diversión no muera del todo".
No parece fácil, sin embargo, imaginar un Carnaval sin problemas adicionales; el
viernes pasado, algunos funcionarios municipales se alarmaban ante la aparición de avisos
publicados en el matutino Clarín; esos clasificados ofrecían la venta de quioscos para
distintos corsos: "Es una maniobra inescrupulosa -sentenció un funcionario- ya que
pretenden estafar a la gente. Es que los quioscos no requieren siquiera una autorización
municipal, en tanto sean instalados en el radio de acción del corso. Es más, la venta,
según el decreto 13.983 del día 8 de febrero, es absolutamente libre; de modo que la
estafa salta a la vista. Inclusive me comentaron que se llegó a pedir un millón y medio
de pesos viejos por cada puesto".
LA FIESTA BLANCA
Quienes participan del negocio
del Carnaval -una rueda millonaria- no abrigaban, hasta el viernes pasado, grandes
esperanzas. En los corrillos de Canal 11 de Buenos Aires, el periodista Tito Jacobson y el
charlista Lucho Aviles confirmaban una certeza que el público maneja desde hace tiempo:
"No hay un éxito musical para esta temporada, y difícilmente pueda esperarse que
alguien lo traiga guardado en la manga, porque de hacerlo estaría loco". "La
gente tararea los jingles -opinó el showman Miguel Angel Merellano (39)-, una realidad
que no tuvo cabida años anteriores, cuando siempre las estrellas de la canción
popularizaban un tema." Esa carencia parece explicar de algún modo la exhumación de
los discos en los bailes: "El club Municipalidad -explicó Merellano, conductor de
esos bailables- usará grabaciones; para eso llevo yo mi discoteca y trabajo con dos
chicos que me asisten en la selección de los temas más buscados por los jóvenes."
Regatas de Avellaneda también decidió incursionar en los discos; allí el líder es
Rubén Machado, un experto en el oficio de discjockey.
Otros clubes, sin embargo, no renunciaron a la tradicional contratación de
estrellas: San Lorenzo de Almagro, Velez Sarsfield y Comunicaciones tal vez simbolicen con
prioridad esa actitud. La técnica, aunque costosa, suele beneficiar el esfuerzo, y las
comisiones directivas delegan ahora todos los intríngulis de la organización a empresas
especialmente dedicadas a esas lides. Los hermanos Martínez, capitaneados por el Cholo
(uno de ellos), prepararon los bailes de Velez Sarsfield; la contratación de artistas
-Joan Manuel Serrat y Sandro son los más caros- corre por su cuenta. Reclutados en un
local donde se prueban grupos musicales beat, los Martínez, junto con Edgardo Suárez
-este año asociado en la producción del espectáculo de Vélez-, estimaban la semana
pasada que el Carnaval no es más que un show donde resulta posible escindir dos actitudes
distintas: la primera -se explicó- la constituye la de la gente joven que busca,
alternativamente, divertirse y hacer una conquista; "si fuera posible -acota
Martínez-, una cada noche". La segunda actitud seria absolutamente pasiva: un
público que ocupa mesas y tribunas para deslumbrarse ante el desfile de estrellas. Para
Edgardo Suárez, esta última es la más nociva: "Porque si la gente no participa de
la alegría es porque, además, no participa en nada, y menos aún de la vida política
nacional", sentencia. |
En la foto Avenida de Mayo
En la foto Edgardo Suárez
Suele ser corriente
que las empresas que arman las "fiestas" de Carnaval busquen entenderse con los
concesionarios del buffet (en rigor, los mayores beneficiados de las carnestolendas). El
motivo de ese tipo de asociaciones admite una razón bastante general: el costo del
arrendamiento que la empresa organizadora debe abonar al club surge necesariamente de un
porcentaje -fijo o móvil- sobre la recaudación de entradas; pero difícilmente ese monto
alcance a cubrir todos los gastos. El "arreglo" con el bufetero cubre entonces
el temido déficit. El sistema, sin embargo, es repudiado por el grupo Améndola,
organización que montó el espectáculo en San Lorenzo de Almagro: "Cuando uno le
brinda al público lo mejor, no necesita recurrir a ayudas accesorias; lo que hacemos en
San Lorenzo es una revista ágil -precisó Horacio Martínez (27), socio de Luis
Améndola-; la prueba es que empezamos hace un mes con bailes de precarnaval y vienen
resultando exitosos". Delfor, el humorista, y Leo Rivas tienen a su cargo la
conducción del show; y si bien Horacio Martínez insiste en asegurar que quienes bailan
constituyen la mayoría, las saturnales de San Lorenzo -donde relumbran Palito Ortega,
Sandro, Serrat y conjuntos como Los Gatos y Manal- no dejan de ser, al fin de cuentas, una
vistosa revista para que se balconee el espectáculo. En suma, "una fiesta
blanca", como desliza Mario Gutiérrez (34), un teorizador de la barriada de Almagro:
"El Carnaval fue siempre una fiesta del pueblo, es decir, una fiesta de color:
desprovista de su espontaneidad, se vuelve blanca, inofensiva, como un bravo animal
domesticado".
ÍDOLOS Y CARETAS
Para las luminarias de la
canción popular el Carnaval tiene, sin embargo, dientes filosos. Hace menos de quince
días, Sandro debió soportar un asalto caníbal en pleno Hermitage de Mar del Plata;
allí, una joven enardecida ante el ídolo no tuvo mejor idea que abalanzarse sobre él y
morderle un muslo a riesgosa altura: "Fue necesario abrirle las mandíbulas -narró
Juanito Belmonte, administrador del divo- para salvar a Sandro". La peripecia dejó
como saldo un hematoma del tamaño de una naranja; además, sirvió de advertencia para
que "el gitano" reforzara su guardia personal. Ahora, en los bailes del rey
Momo, cinco fornidos guardaespaldas -uno de ellos su chofer personal- sufren en su lugar
los excesos de la admiración.
Más cauto, el "Rey" Palito Ortega se filtra a los lugares donde actúa
utilizando una estrategia de desconcierto: viaja de incógnito, llega tarde, emplea media
docena de remises y entra al local por las puertas de servicio. Este año su cachet -un
millón 200 mil de los viejos- está ligeramente debajo de los dos contrincantes
principales: Joan Manuel Serrat (volvió de España para lograr el millón y medio por
noche); Sandro, imbatible, iguala esa cifra. Es posible entonces que Palito pueda aflojar
su estrategia. Leonardo Favio, en ese sentido, descansa mucho más aligerado: su cachet no
alcanza el millón.
Al margen de esas constelaciones, otros artífices del Carnaval dibujaron el
viernes pasado aspectos varios de la fiesta: "El Carnaval ya es un mito -declaró
Pascual Antonuchi, contador de la legendaria casa Lamota- y, a pesar de eso, nosotros,
curiosamente, estamos vendiendo más disfraces que el año pasado. Del Carnaval del 70 nos
quedó un sobrante de 2.500 disfraces; este año se nos agotan los vestidos de dama
antigua, bailarina y Zorro". Esos atuendos son también de menor calidad y no han
sufrido cambios fundamentales en los modelos; tampoco aumentaron sus precios. Según José
María Moreno, responsable de Vany's Juguetes en la avenida Callao (una firma mayorista de
"nieve" en aerosol), todavía es imposible hablar del fracaso económico del
Carnaval: "Los precios, por el momento, no difieren demasiado de los del año
último. Y, por ahora, la nieve sigue siendo novedad, es el caballito de batalla que ha
reemplazado a la serpentina y el perfume. También los antifaces y las caretas pasaron de
moda, quizá porque ya nadie teme mostrar su cara triste".
Rodolfo Rabanal
Martín Waderanan |