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Será un espectáculo insólito. En
junio próximo, los vecinos de las Barrancas de Belgrano verán cómo los trenes que unen
Retiro con Tigre se aventuran -como si se tratara de simples tranvías- por medio de la
avenida del Libertador. Será por poco tiempo, claro; apenas el necesario para terminar un
túnel por el que los automóviles sortearán el obstáculo que significa la vía del
ferrocarril Mitre. Otros tres callejones subterráneos perforarán las entrañas de Buenos
Aires en el futuro: dos de ellos se excavarán en la avenida Corrientes- bajo las vías
del San Martín (a la altura de Dorrego); el tercero -si la idea toma cuerpo- pretende
estirar la avenida 9 de Julio desde Santa Fe hasta Posadas.
EL TÚNEL
Para abrir la brecha fue
necesario que una excavadora apartara 50 metros cúbicos de tierra por hora, cuando no se
topaba con algún caño de Obras Sanitarias no señalado en los planos. La primera
dificultad surgió hace un año, cuando a la vista de los azorados técnicos asomó su
cuerpo gris un tubo de 4,60 metros. Apartarlo significó un apreciable retraso en la obra.
Otra demora no tiene explicación: la Municipalidad pidió al ferrocarril Mitre que
apartara el trozo de vías necesario y, hasta la semana pasada, los obreros no habían
terminado su labor. Tanta dificultad amenaza con acrecentar el costo de la obra, estimado
en mil millones de pesos viejos.
Cuando el viaducto se haya
terminado el tramo tendrá 700 metros de largo, pero el túnel verdadero -en plena curva-
se conformará con 28. Los 20 metros de ancho, divididos en dos manos de tres carriles
cada una, permitirán la circulación de 7.200 vehículos por hora. Sin embargo habrá que
cuidarse; la curva puede ser fatal, porque allí los carriles estarán divididos por
pilotes de cemento que aparecerán sorpresivamente a la vista del conductor.
En noviembre -si no aparecen
nuevas dificultades- podrá comprobarse la eficacia de la obra, un triunfo de Antonio
Antonini, Gerardo Schon y Eduardo Zemborain, los únicos arquitectos que propusieron un
túnel como solución.
LOS DESPLAZADOS
La avenida del Libertador, al
ensancharse en el tramo que va desde Pampa a Monroe, obligará a cambiar de domicilio a
los vecinos que viven sobre las seis cuadras. Una veintena de ellos fue entrevistada por
Panorama y sólo uno se mostró satisfecho de su nuevo destino, pese a que la
Municipalidad construyó puntualmente el Conjunto Pampa (tres edificios de tres pisos con
un total de 176 departamentos: 2, 3 y 4 ambientes) en la manzana de Pampa, Sucre, Húsares
y Cazadores. En 1968, una comisión censó la zona para establecer cantidad de habitantes,
composición familiar y poder adquisitivo; el cómputo electrónico de estos datos
proporcionó las características de los bloques edilicios de reemplazo. "Mucha
electrónica -se quejó Antonio Chevaia, dueño del café Petit Belgrano, en la esquina de
Echeverría-; pero a mí me pusieron que vivo solo y gano 150 mil pesos. La verdad es que
vivo con mi hermano y gano 60 mil". Para corregir el error ya mandó tres cartas;
asegura que no tuvo respuesta.
Al parecer, los comerciantes son
los más perjudicados: "Quedamos en Pampa y la vía -bromeó Elías Viana (45) dueño
del café de la esquina de Mendoza-; nos sacaron el negocio y ahora qué nos queda...
¿morirnos de hambre?". Más grave es la situación de Miguel Sadi (77), que arregla
zapatos y cacerolas "desde la revolución de Uriburu". Vive al 5900 de
Libertador, pero por poco tiempo: "Como estoy solo, me tengo que ir a los caños
-dice mientras chupa un pucho amarillento-; ¡esto es una injusticia, señor!" Son
varios los que están en la misma situación; la Comisión Municipal de Viviendas no
contempla el alojamiento de los solteros. |
Los inquilinos y propietarios
desplazados por el ensanche de la avenida del Libertador optaron por la compra de los
departamentos del Pampa. Amortizaron en tres cuotas el dos por ciento del precio total y
para el resto deberán angustiarse durante 15 ó 25 años, según opten por el plan de 12
mil o 26 mil pesos mensuales, de los viejos. El 23 de marzo último, el alcalde Manuel
Iricíbar entregó las llaves a los flamantes propietarios. Sin embargo, dos días
después, dos docenas de compradores denunciaron que, a pesar de haber firmado contrato y
pagado las cuotas, se los dejaba en la calle con los bártulos embalados. Los lamentos
llegaron a oídos de Iricíbar y poco después recibieron también su vivienda.
Hay quien vive a los sobresaltos.
"Hasta edificios nuevos y en construcción se encuentran de pronto en la línea de
avance de la piqueta y los expropian por sumas ridículas", se enojó un vecino. Esa
fue la causa de la paliza recibida, días pasados, por un empleado municipal. "Ahora
viene con dos guardaespaldas, pero si alguien toca un ladrillo de estos edificios le juro
que los baleamos", advirtió otro vecino, más exaltado. Y agregó: "¡Como para
no hacerse guerrillero en este país!".
La que más sufre ante la fiebre
demoledora es la madre Josefa (86), fundadora del Instituto Santa Ana, que alberga a 1584
alumnas sin cobrarles un solo peso. El ensanche de la Libertador destruirá el 60 por
ciento del edificio y parte del prolijo jardín en el que las niñas toman sol durante las
tardes apacibles. "No estoy contra el progreso -dijo con calma la religiosa-, pero no
es posible que me tiren todo abajo". Tiene razones sentimentales para quejarse: ella
misma fundó el colegio en 1917 y desde entonces recorre diariamente los silenciosos
pasillos. La expropiación le proporcionará tan sólo 15 millones de pesos viejos, aunque
la madre Josefa está dispuesta a entablar juicio "para lograr una suma más
Justa".
Cada vez que Buenos Aires
necesita crecer sobre sí misma -o por debajo- lo hace -no puede ser de otra manera- a
costa de sus propios habitantes. Y nada duele más que la piqueta, esa herramienta
devastadora que se propone cambiarle la cara a la gran ciudad.
A. B. |