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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

EL EXTREMISMO INFANTIL

PERÓN Y EL CARISMA DE SU FIGURA

LA CRISIS PERPETUA


Redacción
1974

 

 

EL EXTREMISMO INFANTIL
Por RODOLFO PANDOLFI

Muchos no peronistas que votaron a Cámpora se proclamaron defraudados por Perón. ¿Defraudados de qué? No eran tan insensatos como para suponer que el veterano dirigente justicialista ex militante conservador bonaerense, pusiera en marcha un Gobierno que significara un salto cuantitativa y cualitativamente revolucionario.
Hacia fines de mayo, estuvo en Buenos Aires una figura importante vinculada a los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo. Su presencia fue detectada solamente por algunos especialistas y por ciertos dirigentes de la izquierda extraparlamentaria, que tomaron contacto con el personaje.
En determinado momento -durante una conferencia con un grupo clandestino o semiclandestino- saltó el problema del Levante. Uno de los argentinos se refirió entonces al general israelí Moshe Dayan con una frase contundente: "Es un fascista", dijo. El visitante respondió parabólicamente, al estilo oriental: "Ocurrió en mi pequeña ciudad, cuando una adolescente se suicidó tirándose por la ventana desde un quinto piso. El dueño del periódico, impresionado -en esas pequeñas ciudades todos son amigos-, mandó al taller un título catástrofe, que ocupaba la mitad de la primera plana: Se suicidó Fulana de Tal. El jefe de redacción, por su cuenta, ordenó cambiarlo por un modesto recuadro y cuando el director preguntó por qué lo había hecho contestó filosóficamente: Si cuando una chica se tira de la ventana mandamos ese título, ¿qué nos quedará cuando alguien tire la bomba atómica? Yo me pasé la vida atacando a Dayan, mi enemigo político, pero si digo de él que es un fascista, qué me quedará para los fascistas?".
Según el visitante, gran parte de los izquierdistas argentinos se mueven de acuerdo a categorías sumamente rígidas, que traban su capacidad de maniobra y que, además, les imposibilitan establecer matices entre sus adversarios. Volvió a su ejemplo sobre el Medio Oriente y, luego de explicar la necesidad de un estado palestino independiente, señaló que había conversado sobre las posibilidades de armisticio con casi todos los dirigentes guerrilleros que encabezan formaciones árabes en Tierra Santa: "Quieren liberar su territorio y se proponen forzar las cosas hasta cumplir el objetivo que se trazaron, que es tener un Estado propio. Pero ni uno solo de los guerrilleros palestinos con que hablé me dijo nunca que Tel Aviv, por ejemplo, es una ciudad árabe. En realidad, a los únicos que escuché decir esas cosas -agregó con ironía- es a algunos jóvenes judíos de izquierda que viven en Buenos Aires o en Nueva York, pero nunca a un palestino".
Más adelante, explicó que mientras toda la izquierda europea considera que el problema levantino es uno de los puntos, más complejos y difíciles para resolver, era evidente que en la Argentina -quizá por la distancia, acotó- se decide todo sin claroscuros ni matices-, con una ligereza que nadie intentaría en el viejo continente. El argumento sobre la distancia geográfica, sin embargo, se evaporó después, cuando describió, azorado, cómo veía. entre los jóvenes radicalizados de la Argentina, un criterio parecido para estudiar su propia realidad, criterio que -desde su punto de vista- podía llevarlos al aislamiento y a la esterilidad política consiguiente.
El visitante quedó convencido que la izquierda juvenil argentina, o neoizquierda, o izquierda radicalizada (es decir, aquella que no incluye a los comunistas), tiende a ver todo en términos absolutos: revolucionarios o fascistas, cara o ceca. Y eso en un país -con la mitad de la población perteneciente a la clase media- donde los tonos intermedios constituyen una categórica mayoría en la opinión. Es suficiente observar que frente a los votos de izquierda y a los votos derechistas se plantan, en el medio, más de diez millones de sufragios (sobre doce) puestos por el peronismo y el radicalismo. Y, sin embargo, ninguna estrategia política eficiente puede elaborarse desde la desaparición de los matices.
Hay otro ejemplo. Hace más de tres meses, una revolución derrocó en Portugal al Gobierno de Caetano, quien seguramente encabezaba la administración más anacrónica del mundo occidental. El salazarismo se desplomó en pocas horas, ante el empuje de los militares -con visible hegemonía a nivel de los oficiales jóvenes- y apoyo de los proscriptos partidos opositores. Los sectores populares salieron a vivar al nuevo Gobierno, celebrando el fin de una época que parecía interminable. En pocas horas, la censura cambió de signo -se clausuraron publicaciones de ultra derecha- y hacia fines de junio, en fin, el nuevo Gobierno -luego del acuerdo parcial con el Movimiento de Liberación Nacional angoleño- anunció que se prohibirá la propaganda contrarrevolucionaria del régimen depuesto.
Ya el 28 de abril -tres días después del triunfo revolucionario- un cable de la agencia noticiosa France Press decía: "El dirigente socialista Mario Soares hizo su entrada triunfal en Lisboa, al regresar del exilio y, según todas las apariencias, se convertirá en el jefe del gabinete de coalición que va a ser nombrado. Recibido cálidamente por sus partidarios y por la muchedumbre, Soares celebró inmediatamente una entrevista con el general Antonio de Spínola y dio luego una conferencia de prensa. A su lado se sentó el dirigente comunista Antonio Díaz Lourenco, quien salió ayer de la cárcel de Caixas después de 17 años de detención. Soares afirmó: los comunistas entrarán en el Gobierno, porque son tan portugueses como nosotros, enteramente portugueses. A propósito de la unión de los partidos comunista y socialista, recordó el manifiesto común en el extranjero, en 1973, diciendo que hallará su pleno sentido en el Gobierno de Unidad Nacional. Todo el mundo llevaba claveles rojos en el ojal".
Efectivamente, los comunistas entraron en el gabinete y pasaron a ocupar posiciones importantes, junto a los socialistas que -como en Chile- son allí sus aliados. El Gobierno portugués era reaccionario hasta la exasperación pero, a la caída del salazarismo, se abrieron las puertas de la prisión de Caixas para poner en libertad a todos los presos políticos (guerrilleros inclusive) y hacer entrar tanto a los torturadores como a los acusados por crímenes políticos realizados desde el Estado. Gran parte de los miembros de la Policía Política (PIDE) fueron apresados. Los teatros -algo insólito en Lisboa- comenzaron a exhibir las obras de Bertold Bretch y Jean Paul Sartre. Se autorizó la actividad de los partidos marxistas (que ingresaron al gabinete); se comenzaron a permitir las reuniones políticas; se cerraron las publicaciones fascistas.
El nuevo Gobierno reflejó, en su conformación, una fuerte presencia de la izquierda a través de los partidos socialista y comunista. Se comenzó a negociar la liberación de las colonias mientras se investigaban las tropelías cometidas por las tropas metropolitanas.
Es evidente que el proceso -un proceso donde la libertad a todos los presos políticos fue apenas un pequeño capítulo- está destinado a tener agudas contradicciones en el futuro, contradicciones derivadas inclusive de la situación económico-social. Nadie puede pronosticar cómo evolucionará una situación que está lejos de haber alcanzado su punto de equilibrio. La apertura emprendida tiene sus límites -aunque los capitanes luchan por extenderlos-, y las fuerzas dominantes son heterogéneas.
Pero lo sorprendente es la imagen que algunas publicaciones politizadas ofrecen, en la Argentina, sobre el proceso portugués. En principio, podía haberse supuesto que la izquierda, a través de todos sus matices, recibiría con euforia tamaño descalabro derechista ocurrido, para colmo, a las puertas de la España franquista.
Pero en algunos sectores de izquierda no se advierte ese júbilo. La actitud clásica -sobre todo en la izquierda extraparlamentaria- consiste en insinuar que se cambió algo en apariencia para que nada cambiara y que los hechos demostrarán cómo todo sigue igual en Portugal. En los periódicos más revolucionarios, los famosos monóculos del general Spínola sintetizan una irremediable mentalidad burguesa de la cual -coligen- nada bueno podrá esperarse. Se mencionan, por supuesto, remotos antecedentes del citado militar, incluyendo la actitud ante la guerra civil española (cuando, claro está, simpatizó con los franquistas): es que la selección de los antecedentes, como la selección de las indignaciones, es un recurso polémico, no un método para encontrar la verdad; cuando una persona con antecedentes similares en la Argentina se incorpora a ese tipo de hiperizquierda -sobran ejemplos- el único comentario que su cambio de actitud recibe es que constituye un interesante ejemplo de la crisis ideológica de ciertos sectores pequeñoburgueses.

La miopía política

Se buscan los antecedentes del general Spínola porque antes se resolvió suponer que son reaccionarios. Es difícil que alguien, al ver su nombre en los diarios, los haya recordado espontáneamente. Y se resolvió suponer que es reaccionario, fundamentalmente, porque es militar. Es el mismo motivo que explica tanta desconfianza de gran parte de la izquierda hacia el Gobierno peruano de Juan Velazco Alvarado o hacia el Gobierno panameño del general Rafael Torrijos: se pide el todo o nada, pero se pide el todo o nada porque los gobernantes son militares.
En la práctica, el general Spínola -en sus actos, que son los que determinan su política real- está muy lejos de los generales franquistas de 1936 y, más bien, hizo en la práctica todo lo contrario de cuanto aquellos hicieron en España. Tampoco es un revolucionario, por supuesto: es un reformista. Es un reformista que formó un gabinete de coalición y pidió ayuda a todos los sectores antisalazaristas, incluida la izquierda marxista. Si se tiene buena memoria pueden advertirse diversas evoluciones de los gobernantes reformistas: basta leer los primeros discursos de Fidel Castro.
No termina de entenderse -ni siquiera el antimilitarismo lo explica integralmente- el riguroso doctrinarismo que desde esos medios se aplica al caso portugués. Por lo pronto, no parece coherente, en absoluto, con la actitud que tomaron en la Argentina desde 1972 hasta mayo y junio de 1973.
Es casi imposible, para los profanos, comprender tantas reticencias. Los antecedentes de Cámpora no eran revolucionarios; tampoco los de sus ministros (en el gabinete estaba Esteban Righi, por cierto, pero también estaban Gelbard, Otero, López Rega y otros). La apertura de las cárceles, el 25 de mayo de 1973, se produjo en Lisboa el 25 de abril último (donde ocurrieron otros episodios). Y los cambios en materia de política internacional (Spínola estableció relaciones con los países del Este) frente al colonialismo, y en materia social, parecen marchar a rápido ritmo en Lusitania.
Entonces, la única posibilidad consiste en pensar que los hechos portugueses son, en parte, un inmenso test proyectivo. Si eso fuera así, la ineludible interpretación que se desprendería es que la izquierda paraintelectualizada independiente, que hizo en la Argentina la experiencia de acercarse a un contradictorio movimiento de masas, rompió ya con ese movimiento aunque por razones tácticas evita verbalizarlo. Como esa izquierda paraintelectualizada está muy cerca de la Argentina del 25 de mayo de 1973, para ser retroactivamente escéptica sobre la evolución de los acontecimientos, eligió ser escéptica sobre Portugal. Porque, al decir que todo cambio impuro y contradictorio significa mantener en un nuevo estilo al statu quo, esas corrientes de pensamiento están impugnando al peronismo (en todos sus matices, por supuesto) sin quererlo
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PERÓN Y EL CARISMA DE SU FIGURA
Por MIGUEL BRIHUEGA

La muerte de un conductor —figura de padre para muchos de sus seguidores— suele traer, tras un período de querellas, unión y creación organizadas. Eso pasó con Yrigoyen: la unión, en ese caso, se llamó Cívica Radical. Todavía llevan los radicales huellas de ese período carismático. El cambio implica sufrimiento, trascender la pérdida. Para el justicialismo, se trata nada menos que pasar del verticalismo a la institucionalización ...
Para muchos argentinos, Juan Domingo Perón representó lo que un padre severo y protector. Gracias a él otros tantos tuvieron techo, alimento y seguridad. Como aquellos pater familias de antaño, les exigió absoluta obediencia y más de una vez hizo tronar su descontento sobre los vastagos rebeldes, aunque en otras ocasiones navegara por el diálogo paciente y comprensivo, como se supone que deben hacerlo los buenos progenitores.
¿Por qué tanta gente se sintió tan desvalida como para necesitar una figura paterna? ¿Cuáles fueron los motivos profundos de que varones y mujeres de todas las edades pusieron su esperanza en la autoridad de Perón, subordinando a una disciplina casi militar gran parte de la propia libertad crítica y de la democracia partidaria?
Todas estas preguntas, que pueden tener múltiples respuestas, han sido desplazadas pragmáticamente por otra inquietud más actual: ¿qué pasa después de perder una figura de tanto contenido emotivo?
Este artículo no pretende ser exactamente una respuesta sino una interpretación que, tratando de soslayar los riesgos de un psicologismo abusivo, busca en la psicología las explicaciones y, con prudencia y sin precisión metodológica, la anticipación de cómo ha de seguir el proceso. El jefe de psicoterapia de la Clínica Cormillot y directivo de la Sociedad por la Infancia y la Adolescencia, Rubén Zukersfeld, cree que el hecho de que personas no politizadas, sin noción exacta de la realidad política argentina, lloraran al conductor como a un familiar, hace bastante valedera la hipótesis de la pérdida de una figura de tipo paterno. "Actualmente —explica Zukersfeld— puede haber una necesidad de reemplazarla por otra pero, por lo menos durante un largo lapso, eso es imposible (pese a que aparezcan otras como la de Balbín). La gravitación de Perón fue tan grande que sólo puede dar paso a las instituciones. Por supuesto, antes de la deseable unión fraternal que lleve a esa institucionalización, puede haber intentos de acaparar todo el legado de Perón por aquellos que se sientan más fuertes. Pero es difícil que, si la evolución es normal, se modifique el devenir previsible. En lo fundamental —agrega— este se plantea como fraternal unión — que no implica la pérdida de personalidad de quienes la integran— y como superación del verticalismo en el partido gobernante. La verticalidad, la dependencia de un conductor carismático, tiende a ser desplazada. Al dirigente fuerte, con libido, con "polenta", de los grupos primarios, le va sucediendo la organización secundaria con distribución de las funciones, sin carisma", concluye Zukersfeld.
Esto no solamente sucede en política; en psicoterapia grupal, el psicoterapeuta se integra, no lidera. Se han superado las escuelas para padres con reglas dadas de arriba hacia abajo y lenguaje técnico. Los aviadores ya no son héroes aislados, sino parte de una organización en tierra y aire. Patrones mandones, países de organización policíaca y familias muy tradicionales, con padres fuertes, van dando paso —lenta pero inexorablemente— a modalidades más democráticas en que la mujer llega a tener su lugar y hasta suplanta al varón en funciones que parecían privativas de la masculinidad.

Aunque la revista Time sostenga que "muchos macho-argentinos rechazan la idea de una presidenta", María Estela de Perón ha sido aceptada sin resistencias, y por todos cuantos quieren que no se interrumpa el ejercicio de la soberanía popular expresada en el único sitio valedero: las urnas.

Perón no inventó la verticalidad

Aunque el liderazgo se ejerza desde arriba, nace de la necesidad de depositar en el conductor parte de la capacidad de opción y de la responsabilidad implícita. Esto se expresa en otros campos. Es notable la resistencia que suscita la originalidad en todos los órdenes y la preferencia por lo probado, las adaptaciones, la imitación directa o disimulada.
Con la verticalidad, el único y verdadero creador —para sus seguidores— .es el conductor. Pero no debe creerse que, por eso, la verticalidad no pueda producir a veces progresos visibles. Lo que sucede es que tiende a desaparecer, o a ser reemplazada por las instituciones. Así, Hipólito Yrigoyen cedió el paso a una unión (la Cívica Radical) en que no es difícil percibir todavía, pese al tiempo de evolución, los restos arqueológicos del primitivo verticalismo.
El mismo Perón lo comprendió. Predicó en sus últimos tiempos, la institucionalización del justicialismo como medio de prolongarlo en el tiempo, después de la desaparición de quien le dio nacimiento.
El psiquiatra Everardo Power, director de la Escuela de Hipnosis Clínica y Psicología Médica, cree que las figuras paternales son propias de las comunidades que no han alcanzado todavía su madurez o, dicho de otra manera, representan una etapa en la evolución hacia una mejor integración social; "Es indispensable sufrir las pérdidas y cambios, para crecer. Hay gente que se asusta de la precocidad de los chicos actuales, de la intensidad de vida de los jóvenes, del pensamiento absolutamente original. Últimamente ha sobrevenido una revolución interior manifiesta en el divorcio de las generaciones, en la demolición de cánones inamovibles tomados en serio (o fingiendo hacerlo) por gente que vivió, en gran parte, una vida ficticia y llena de hipocresías". Perón fue figura paterna para algunos. Para otros es un grande y auténtico político, o representó la esperanza de liberarse del imperialismo. Algunos lo vieron como una manera de acomodarse mejor, hubo quienes fueron sus acérrimos adversarios. Esto independientemente de que fuesen ricos o pobres, ¿por qué? Porque es el hombre único e irrepetible, aquel que no se da dos veces, quien integra el pueblo, quien elige el sentido de la historia. Lo hace en la medida de su individual responsabilidad, indeclinable. "Soy independiente —dice Power—, no pertenezco a ningún partido, pero señalo un riesgo en la masificación y en la verticalidad. El múltiple-choise (que decide un examen con pocas preguntas), la cultura popular del tipo Selecciones del Reader's Digest (en la que falta la sustancia cultural y sólo permanece de cascara) todo lo que produzca achatamiento de la personalidad, es pernicioso. No son para la política las opiniones dogmáticas e indiscutibles, propias de las religiones. Ni los magister dixit inapelables. Pueden surgir en los inicios, o en situaciones de emergencia (De Gaulle, Churchill). Luego, los pueblos van madurando hacia organizaciones menos personalistas. Advierten el peligro de depender totalmente de una, dos o tres personas irreemplazables. No de otro modo, los hijos, sin dejar de quererlos, se liberan de la tutela de los padres y éstos, si saben cumplir su deber, aceptan y hacen cumplir su deber, aceptan y hacen posible ese crecimiento".

LA CRISIS PERPETUA
Por SALVADOR FERIA

"¿Qué va a pasar?" es la pregunta que se formulan los argentinos dado el futuro imprevisible del país. y no respecto al año 2000 sino al próximo mes. Desde hace dos décadas se vive una crisis crónica que no ha podido ser superada ni por la restauración del peronismo. Este en un año produjo cuatro presidentes, otros tantos gobernadores depuestos y no ha podido hasta el presente contener la escalada extremista.
Vivimos en estado de emergencia, esperando siempre el desenlace de una situación que nos resulta conflictiva y anormal. Como en una novela seriada de radio o TV, cada vez que creemos llegar a la culminación feliz del drama, se nos añade un nuevo capítulo para mantenernos en suspenso. Con cada gobierno nuevo creemos que el mal está superado, para constatar al poco tiempo, azorados, que el problema subsiste, y volver a preguntarnos "¿qué va a pasar?".
Durante dos décadas tuvimos o gobiernos civiles hostilizados por militares, o gobiernos militares resistidos por los civiles. Y ahora que formalmente hemos superado esa situación, este hecho no ha producido la ansiada normalidad. ¿De qué se trata entonces?... Ensayaremos algunas respuestas: Asistimos a una inacabable disputa por el poder y por la modelación del país. Está en juego el cómo debe ser y cómo no debe ser la Argentina, en el marco de una inconformidad casi metafísica. Y hay constantes de inseguridad e insatisfacción. La inflación que vuelve imprevisibles todos los presupuestos y que todos los gobiernos se transmiten inexorablemente como si fuera una enfermedad hereditaria, es una de ellas. (Muchos califican a los gobiernos en base al ritmo inflacionario.) Las bandas armadas de izquierda y derecha, protagonistas ante nuestros ojos asombrados e impotentes de un feroz duelo de metralletas, es otra, Y hay factores circunstanciales que provocan escepticismo y una sensación de inseguridad y precariedad. Empecemos por éste: Ejerce la presidencia una mujer a quien nadie desea ver sustituida ni mediante un golpe militar de los cuales se tiene una experiencia negativa concluyente, ni por un anticipado llamado a elecciones al que se considera un estéril perdedero de tiempo; pero a quien tampoco nadie imaginó ni quiso nunca en ese cargo. Por lo tanto tenemos una primera magistratura que nos resulta una imposición del destino, al margen de nuestra explícita voluntad, tal como nos sucedía con los presidentes militares, y aunque cuenta con la mejor buena voluntad de parte de la inmensa mayoría de la población, no pueden evitarse interrogantes respecto a su capacidad de conducción y arbitraje.
La desaparición del general Perón nos enfrenta asimismo con la falta de grandes prestigios políticos, vacío que se siente y que nunca podrán compensar las ideologías. Necesitamos un plantel de dirigentes en quienes creer, a quienes seguir. Porque así como las leyes necesitan del criterio del juez que las aplica, las ideologías precisan del dirigente que las adecua a las circunstancias y las convierte de ideas abstractas en esperanzas. En estos momentos la mayoría de los argentinos carece de una fe intensa en quienes hacen política. Al respecto debemos convenir en que durante muchos años nos hemos complacido en destrozar honras personales, y que ningún argentino con la mínima pretensión de viveza creerá en la honestidad o rectas intenciones de algún político.
Otro factor: no se visualiza una política de recambio. Aunque nadie lo desea, podría suceder que esta política no tuviera una culminación exitosa, y para tal eventualidad sería saludable tener a la vista una política de reemplazo. No la hay. Ricardo Balbín ha explicitado reiteradamente cuál es el sentido de la política conciliadora que el partido radical ha adoptado con el gobierno peronista: que en 1977 podamos votar. Todos compartimos este deseo, pero el voto, que en definitiva es un medio y no un fin, no puede constituir el núcleo de una política. ¿No tiene el radicalismo un plan de gobierno diferenciado para ofrecemos ya mismo al margen de votos y elecciones? Los partidos tienen el deber de plantear con claridad e insistencia sus planes de gobierno, aún estando lejos del calendario electoral, para que quienes gobiernan sepan cómo harían las cosas sus rivales, y eventualmente corrijan y enmienden sus propios planes en curso. El justicialismo ha expuesto su proyecto: desarrollo mediante el plan trienal en el marco de una entente cordial entre empresarios y trabajadores, con un objetivo prioritario: aumentar la participación de los asalariados en la distribución del ingreso nacional. Esto es todo, aunque le pese a quienes creen que el peronismo da para otra cosa y esperen mucho más. Una política de recambio, apuntando a los mismos fines y partiendo tal vez de otras premisas contribuiría a infundirnos cierto optimismo. Pero en nuestro país toda prédica opositora se considera como golpista y exponer con insistencia un plan disidente o criticar al gobierno, es tomado como un intento de hacerlo caer.

La falta de planes

Gobierno y partidos políticos trabajan enmarcados por dos grandes miedos: el miedo al golpe militar, que nadie desea, y el miedo a la ultraizquierda guerrillera en la que nadie cree. No estamos seguros de haber superado el tiempo insurreccional, y el ejército y la guerrilla siguen siendo los protagonistas solapados del proceso.
El frente centro-izquierda, que encabezaron Alende y Sueldo, se diluyó con las elecciones, como si los partidos políticos fueran pura y exclusivamente máquinas electorales, o como si la política fuera un negocio que al alejarse las posibilidades de venta se hiciera superfluo seguir hablando de la bondad del producto. Entonces más allá de cada gobierno se nos presenta el vacío. La izquierda juvenil que se nuclea en torno a la organización Montoneros tampoco exhibe un proyecto claro y coherente. Con un pie en la legalidad y otro en la clandestinidad es muy difícil hacer política. Es muy difícil hacerla con el pensamiento en la revolución y la vida en la contemporización y la negociación. No sabe tomar distancia del clasismo marxista y no comprende que la burocracia sindical, como fenómeno, responde a las características burguesas de un amplio sector de nuestra clase obrera. Empeñada en expropiarle la simbología al peronismo ortodoxo, enredada en una feroz e inconcluyente disputa de poder, personaliza excesivamente, cuestiona hombres muchas veces sin explicitar cargos, y sin señalar qué haría en el gobierno en la situación de este gobierno. No sabe luchar por temas concretos, y cuando toma alguno y lo lleva a la calle, se trata de algo desvinculado del interés general como las reformas al código penal o la impugnación del jefe de policía. A la inmensa mayoría de la población le importa un comino sí cuando cae preso un guerrillero le dan dos años de prisión o 45, y tampoco le resulta de interés que la jefatura de policía la ocupe un hombre de Lanusse, o no.
El verticalismo peronista traba la libre expresión de las bases políticas y sindicales. Pero estos muchachos de la izquierda juvenil que tan vehementemente reclaman por la libertad de expresión de las bases sólo la quieren al efecto de lanzarlas violentamente contra el poder. Critican acerbamente el pacto social pero no dicen qué política debería sustituirlo. Hablan hasta el cansancio del cambio de estructuras pero nunca exponen con claridad e insistencia en qué consiste. ¿Reforma agraria? ¿Participación obrera en la gestión de las empresas? ¿Estatización del comercio exterior? ¿Reducción drástica del presupuesto militar? ¿Por qué no se lo propone en detalle, en concreto y con firmeza?

Una conformidad básica

Hay ideas patológicas pululando en el cuerpo político argentino, y la principal de ellas es la idea insurreccional, esa que los militares golpistas comparten con la izquierda alocada. Se ha establecido una premisa: el país necesita una revolución. Los años pasan y la revolución queda (pendiente), convertida en el fantasma de la política argentina, en el punto de referencia de todos los fracasos y todos los escepticismos. Estamos intoxicados de estrategias, de tácticas, de dobleces, de acciones psicológicas, de teorías "científicas" sobre el curso de acción política. Somos todos de profusa verborragia revolucionaria pero en el fondo tímidos burgueses. Tenemos un gobierno que se dice revolucionario sin serlo, una izquierda que se finge peronista, un peronismo que prometió una revolución y después le llamó revolución al pacto social, una oposición que no quiere ejercer su derecho de crítica por el miedo a facilitar un golpe militar.
Nada efectivo se hace desde el gobierno para desarmar a las bandas de derecha que algunos llegan a presumir como "parapoliciales"; y las organizaciones juveniles de izquierda que actúan en la legalidad, jamás se toman la molestia de repudiar en serio, con vigor, la continuidad de la guerrilla clasista. Unos y otros parecieran estar convencidos de que los grupos armados son instrumentos valiosos de los cuales sería errado desprenderse. Juegan con fuego. O porque creen que la solución final pasa inevitablemente por la guerra civil, o porque piensan que en este país se puede amenazar con la guerra indefinidamente sin que nunca se produzca. Y mientras tanto esta homeopática mini-guerra cobra todos los días una nueva víctima. Permítaseme que yo exprese una vez más mi pesimismo revolucionario. Es ya una verdad consagrada que los militares argentinos sólo hacen golpes y nunca revoluciones. Y otra verdad que debe consagrarse es que quienes mataron a Rucci, al padre Mugica y a Ortega Peña, tampoco hacen revoluciones, aunque sean capaces de crear el caos. Pueden acosar, perturbar, fastidiar, pero no tomar el poder, hazaña que no pudieron consumar sus congéneres los tupamaros uruguayos en mejores condiciones.
Además estoy convencido de que si no somos capaces de comportarnos políticamente con mayor honradez, si no hay un ennoblecimiento y sinceramiento de la vida política argentina, es perder el tiempo pensar en revoluciones. Nosotros seríamos capaces de hacer fracasar no sólo el socialismo más avanzado sino incluso el mismísimo reino de los cielos. ";Qué va a pasar?" No podemos saberlo, pero sí podemos saber lo que está pasando. Una disputa sin reglas de juego por el futuro argentino, que puede dejarnos sin futuro. Una polarización sutil en torno a las fuerzas armadas y los grupos extremistas. Una notable falta de claridad en los fines que se persiguen y falta de fe en las soluciones pacíficas. No se puede vivir sin esperar. Pero para que la espera no produzca una neurosis colectiva debe existir cierto orgullo del país, cierta conformidad básica; hombres en quienes creer y una mística de cambio que en nuestro caso no puede ser otra que la de un socialismo democrático y libre, nacional y popular. Durante mucho tiempo creí que a eso se le podía llamar "justicialismo". Pero desde el oficialismo peronista se insiste en presentar el justicialismo como antítesis del socialismo.

 

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