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La Revolución del 16 de setiembre se
podía percibir en el aire, desde que el bombardeo de plaza de Mayo y la posterior quema
de las iglesias había dividido, irremisiblemente, 30 días antes, a los argentinos. La
conspiración cubría todo el país y avanzaba en relación directa con la
desmoralización de las fuerzas peronistas. Prácticamente incomunicados con su jefe -al
que cercaban sus propios jefes militares-, afectados por las críticas a los contratos
petroleros con la empresa norteamericana California, desalentados por una política social
que amenazaba involucionar (congreso de la productividad, creación de la Confederación
de Profesionales para restar influencia a la CGT), los peronistas veían debilitar su
confianza en el jefe carismático.
La telaraña de la sublevación en cierne se podía vislumbrar; se trasparentaba a
pesar de la reserva con que los opositores pretendían cubrir sus pasos. Era un secreto a
voces. Sólo faltaba, ya, precisar su fecha.
No es fácil comprender la ubicación geográfica de los levantamientos del 16 de
septiembre de 1955 si no se ha oído la reflexión de un alto oficial de la época:
"El ministro de Ejército, general Franklin Lucero, había organizado dos
ejércitos: el de los oficiales adoctrinados con mando en las guarniciones de Buenos Aires
y alrededores y el de los oficiales no peronistas, con mando en las guarniciones del
interior".
Pero de cualquier modo es importante conocer el escenario donde se desarrollaron
los acontecimientos. "Las FF. AA. argentinas están distribuidas en su territorio de
casi tres millones de kilómetros cuadrados, de acuerdo con las necesidades estratégicas.
Así, el Ejército tiene una gran agrupación central en Córdoba, otra en la frontera
oeste (Mendoza, San Juan, Catamarca y La Rioja), otra guarnece la frontera noreste (Entre
Ríos, Santa Fe y Corrientes, con fuerzas en Chaco y Formosa), mientras varios
destacamentos estacionan en la Patagonia (Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz). La
Capital Federal está guarnecida por una división de ejército y la provincia de Buenos
Aires por otra de Caballería."
"La Marina tiene su base naval en Bahía Blanca, donde estaciona la escuadra,
y una base menor en Río Santiago, guarnición de la Escuela Naval y Liceo. En la Capital
Federal se encuentra la Escuela Mecánica y el Arsenal de Marina."
"La Aeronáutica tiene su núcleo principal en Córdoba, donde funciona la
fábrica de aviones, Escuela Militar de Aviación y Escuela de Suboficiales especialistas.
Un grupo de bombardeo compone la guarnición de la base General Pringles, en San Luis,
otro de caza en la base de Tandil, un grupo de observación en Mendoza y otro de
observación en la base de Resistencia y el grupo de Trasportes en la base de El
Palomar."
Es el mismo Juan Perón el que, en una página de "La fuerza es el derecho de
las bestias", facilita, con su explicación, la comprensión de los acontecimientos
de septiembre de 1955.
Los visitantes de la noche
Era la 0.40 cuando el general Eduardo Lonardi, junto
Con el coronel Arturo Ossorio Arana y los demás jefes de la conspiración en Córdoba, se
dirigieron al Casino de Oficiales de la Escuela de Artillería. Se alojaba allí su
director, el coronel Juan Bautista Turconi, al que había que reducir para tomar la
escuela. Antes de salir, Lonardi repitió palabras que había dicho el día anterior;
"Señores, llevamos a cabo una empresa de gran responsabilidad. La única consigna
que les doy es que procedan con la máxima brutalidad". Curiosamente, él seria quien
disparara el primer tiro contra un blanco desusado: la oreja del coronel Turconi. No hay
acuerdo sobre si se le escapó o no. (El hijo del jefe de la Revolución, cronista de los
sucesos, Luis Lonardi, afirma que al atajar un "mandoblazo" de Turconi, se le
escapó un tiro a su padre.) Pero sobre lo que no hay duda es que la oreja raspada de
Turconi valió por toda la Escuela de Artillería. De inmediato la Escuela fue puesta en
pie de guerra. Se emplazaron baterías en los fondos y en el frente apuntando a su
inmediato y preciado objetivo: la Escuela de Infantería.
Casi a la misma hora se recibía la comunicación de la Escuela de Suboficiales de
Aeronáutica: se había sublevado y el comodoro Julio César Krause se hizo cargo del
comando de la guarnición aérea. Poco después se plegó la Escuela de Aviación al mando
de la cual quedó el comandante Jorge Martínez Zuviría.
Lonardi pidió hablar con el director de la Escuela de Infantería, coronel
Guillermo Brizuela. Este, sorprendido, cortó la comunicación y no respondió a las
intimaciones de los revolucionarios, quienes abrieron fuego contra la Escuela. Eran las 3
de la mañana y "la fuerza, en su máxima expresión de violencia, sentó plaza entre
los argentinos", dice Luis Lonardi. "Jamás podré describir lo que fue aquello,
y aunque pudiera, apenas daría una impresión personal." La lucha entre las tres
Escuelas -Artillería, Infantería y de Tropas Aerotrasportadas, que se plegó a la
Revolución- se desarrollaba a oscuras, porque las primeras ráfagas dañaron las
instalaciones eléctricas. El combate duró toda la noche. Las tropas de la Escuela de
Infantería, dispersadas por los alrededores, hacían fuego desde distintos ángulos. La
situación era cada vez más crítica. A las 9.30, el primer parlamentario leal intimó la
rendición de los rebeldes. "Cesaré la lucha cuando no quede ningún hombre
vivo", contestó Lonardi. Junto con la mañana creció la jerarquía del
parlamentario. A las 11 era el subdirector de la Escuela, teniente coronel Piñeyro, quien
proponía una entrevista Lonardi-Brizuela. Los dos estaban exhaustos; vencía el más
obcecado. El diálogo fue dramático y culminó con el cese de la lucha. Brizuela, a pesar
de la insistencia de Lonardi, renunció a la dirección de la Escuela, pero los vencedores
rindieron honores a la valentía de los vencidos. (Desusadamente el episodio mereció
aplausos de todos. De "diligente y serena acción'' lo calificó Lucero.)
Casi a la misma hora, era bastante menos lucida la actuación del general Dalmiro
Videla Balaguer (huido de Río Cuarto y refugiado en Córdoba). Estaba tomando juramento a
los jefes civiles en un domicilio particular, cuando hizo una indiscreta llamada
telefónica: pidió comunicación con San Luis dando su nombre. Esto alertó a la policía
que lo localizó de inmediato, rodeó la casa y la sometió a intenso tiroteo. Un
teléfono afortunadamente conectado permitió a uno de los presentes llamar a la Escuela
de Aviación. Jovencitos de 15 y 16 años salvaron la vida del general que, diligentemente
y por el mismo teléfono, conminó al gobernador a rendirse. Buscó a Lonardi, quien le
facilitó una compañía de fusileros. Logró así reducir a la policía y obtener su
primera victoria.
Pero las fuerzas de Lonardi tenían un grave punto débil; falta de infantería
(con la artillería no podían atacar en distancias tan cortas). Sólo disponía de 180
hombres de la Escuela de Tropas y de los cadetes de Aviación y los aspirantes de la
Escuela de Suboficiales que actuaban como infantes. "El resto tenía que integrarse
con los estudiantes y profesionales, con los obreros y artesanos que rivalizaban en valor
y espíritu de sacrificio." (Luis Lonardi.)
En la tarde del 16, el comodoro Krause ordenó la ocupación de las estaciones
trasmisoras LWl, LV2 y LV3, que estaban custodiadas por la policía. Mientras tanto, malas
noticias llegaban desde San Luis. Las tropas leales del general Morello recibirían
refuerzos en Alta Gracia y pondrían en peligro la revolución, tan débil militarmente
cuanto poderosa en su afán de vencer.
El bautismo de fuego de la Escuela Naval
"Cuando vean a la flota o escuchen sus cañones
-diría "La voz de la Libertad" de Puerto Belgrano casi al finalizar el día 16
sabrán qué no mentimos." Desvirtuaban así rumores sobre la pasividad de la Marina
de Guerra. En efecto, a la 0 hora sublevó todas sus unidades, estableció el Estado Mayor
revolucionario y se dieron las primeras órdenes. El capitán de navío Agustín Lariño
voló a Puerto Madryn para asumir el mando de la escuadra sublevada (estaba haciendo
maniobras) y esa misma tarde levó anclas hacia el río de la Plata.
Poco antes de medianoche había llegado a Río Santiago el general de brigada Juan
José Uranga con otros oficiales. Había fracasado el intento, de sublevar el Colegio
Militar, según lo dispuesto por Lonardi, y después de informárselo se incorporó a la
Marina de Guerra.
A las 6.10 de la mañana el Comando Metropolitano (leal) dirigió dramático
mensaje a la base de Río Santiago "Si dentro de diez minutos no contesta
comunicación será bombardeada". El patrullero King fue atracado al muelle de la
escuela para actuar como batería flotante contra los ataques que se esperaban de La
Plata. El Murature lo acompañaba. "A las 9.30, aproximadamente, se escuchó a la
distancia el estampido característico de cañones ametralladoras. El combate del río de
la Plata había comenzado", recuerda el contraalmirante Carlos Sánchez Sañudo a
Panorama. Durante la mañana, en pleno río, los destructores La Rioja y Cervantes -que
habían zarpado de la Escuela Naval tripulados por personal regular y cadetes de 2º, 3º
y 4° años, para patrullar el río de la Plata esperando que llegara la Flota de Mar-
fueron atacados por los Gloster Meteor de la base de Morón que produjeron bajas y
averías. Fue un ataque sorpresivo. "Cuando oímos los disparos, pensamos que se
atacaban entre ellos", recuerda hoy un cadete que tripulaba el Cervantes. Luego
vieron que el La Rioja contestaba. Después de tres o cuatro pasadas el La Rioja comenzó
a escorarse y largar humo. "Entonces nos dimos cuenta de que nos atacaban. Después
de 15 ó 20 minutos el blanco fuimos nosotros," Los Gloster Meteor hicieron 4 pasadas
sobre el Cervantes y "el resultado fueron cinco muertos y veinte heridos". Los
buques -en servicio desde 1928- no resistieron el embate: sin defensa, con los cañones
destrozados, los cadetes recibieron la orden de abandonar sus puestos de combate.
Enfilaron hacia Montevideo y en el camino un Avro Lincoln de la Fuerza Aérea arrojó
cuatro o cinco bombas que cayeron a unos 300 metros de los barcos. "Parecería que
erraron el blanco ex profeso", continúa nuestro informante, porque "es
imposible que hubieran calculado tan mal la distancia. Tal vez tenían que cumplir la
misión y no quisieron hacernos más daño", concluye. A las 19 el Cervantes
-comandado por el capitán de fragata Pedro Gnavi, actual jefe del arma- entraba en el
puerto de Montevideo. El La Rioja -al mando del capitán de fragata Palomeque- quedó río
afuera para evitar el riesgo de la internación, con un muerto y quince heridos que
entregó al remolcador uruguayo Capella y Pons. Mientras tanto, la Escuela, el Liceo y la
Base eran sometidos a intenso bombardeo. "Los impactos hacían trepidar los
edificios, destruían depósitos, alcanzaban al personal e iluminaban con sus rojos
resplandores las escenas de la batalla en la que nosotros no disponíamos de un solo
avión", continúa Sánchez Sañudo, "El King y el Murature disparaban
bizarramente con sus ametralladoras antiaéreas."
Bajo el bombardeo de los Gloster Meteor, las fuerzas de Martín García, embarcadas
en lanchas torpederas, llegaban a Río Santiago.
En Puerto Belgrano, el capitán de navío Arturo Rial, llegado de Buenos- Aires,
tomó contacto con el jefe de la base, capitán de navío Jorge Perrén, quien le
manifestó que su fuerza ya estaba sublevada y lista para entrar en combate. Se dispuso el
envío de bombas a la base aérea Comandante Espora y el alistamiento de los batallones de
infantería de marina. Estos son los que por la mañana del 16 jaquearon a las autoridades
de Bahía Blanca y se adueñaron de las radios. De inmediato se inicia el hostigamiento
aéreo al regimiento 5 de infantería de guarnición en la ciudad, que continuaría hasta
el día siguiente.
Mientras tanto, en Río Santiago, oficiales del Ejército y de la Infantería de
Marina a las órdenes del general Uranga cruzaron el canal, lucharon con fuerzas
policiales y del ejército y se adueñaron fugazmente de las radios de La Plata. Estas
fueron recapturadas y muchos oficiales detenidos. En las primeras horas de la tarde se
inició el repliegue, cruzándose nuevamente el canal en dirección a la base que junto
Con la Escuela eran atacadas por el Ejército con fuego de hostigamiento de morteros. Se
Interceptó una comunicación del regimiento de Artillería de Azul: avanzaba hacia Río
Santiago para bombardear. La orden de evacuación fue inmediata y se realizó bajo la
protección perimetral de los efectivos de Infantería de Marina y un grupo de cadetes de
marinería. Cuando las autoridades recibieron el parte de todos los efectivos embarcados
eran las 21. Rojas y Uranga y el estado mayor embarcaron en un BDI (barco de desembarco de
infantería) lleno de cadetes, que hacía agua como consecuencia de los impactos
producidos en los ataques aéreos. Los cadetes de la escuela naval habían recibido, con
exceso, su bautismo de fuego...
"Una moral demasiado dispersa"
A las 22 una trasmisión de radio de Puerto Belgrano
"La voz de la Libertad" informaba sobre los hechos y terminaba: "Vaya a
nuestros camaradas el aliento fervoroso de quienes ven en ellos un ejemplo indiscutible de
la moral revolucionaria".
Los oficiales estaban con la revolución, pero las tropas totalmente dispersas
cuando el general Julio Lagos, tras su penoso viaje, llegó a Cuyo con orden de sublevar
la guarnición, a "la cero del día 16". Faltaban pocas horas para el plazo
previsto, sólo cuatro, cuando pudo comunicarse con el teniente coronel Fernando Elizondo
(colaborador del general Raviolo Audisio, jefe de la guarnición Cuyo), por indicación
del general Eugenio Arandía. Prometió Elizondo tomar contacto con los demás jefes.
Había que armar nuevamente la trama conspirativa desmantelada con motivo de la última
postergación y dificultada por las maniobras de las tropas dispersas cerca de Mendoza,
Uspallata, Tupungato, San Rafael y Campo de los Andes, incluso en la provincia de San
Juan.
La noticia del levantamiento de Córdoba llegó por una informante decidida: la
cuñada de Elizondo. Como consecuencia de la rebelión, el general José María Sosa
Molina, que estaba en San Luis, había venido a organizar la columna de Cuyo para
dirigirla a Córdoba y reprimir a los revolucionarios. Otra vez el destino jugaba sus
piezas del mejor modo: un teniente coronel revolucionario alertaba a los jefes mientras un
general leal les estaba juntando las tropas dispersas. Todo indicaba a los desconectados
revolucionarios cuyanos que la rebelión había estallado tal como estaba previsto.
Incluso la información oficial, que hablaba de un levantamiento en Curuzú Cuatiá,
aunque decía que ya había sido sofocado.
Y realmente allí había sido todo bastante complicado para el mayor Juan Montiel
Forzano. La sublevación a la 0 hora se hizo sin dificultad, pero pasó el tiempo y los
que debían aparecer como jefes de la revolución no llegaban. El general Pedro Eugenio
Aramburu y el coronel Eduardo Señorans habían sido detenidos por la policía en el
camino. En Gualeguay -adonde llegaron en lancha- debían tomar un avión y sufrieron un
ataque de los gubernistas, ya alertados.
"Los esperábamos en el extremo de la pista con los motores en marcha, listos
para despegar en cuanto llegaran", dice a Panorama el capitán de fragata Aldo
Molinari, agente de enlace con la Marina de Guerra. "Sólo esa precaución pudo hacer
que alcanzaran a despegar. Yo tuve que quedarme herido de un tiro en una
pierna."Todas estas demoras de los jefes dificultaron el mantenimiento del clima de
revolución en Curuzú Cuatiá. |
Los suboficiales organizaron un
movimiento contrarrevolucionario que venció después de media hora de combate. Pactaron
con concesiones recíprocas: los revolucionarios liberarían a los jefes detenidos; los
gubernistas permanecerían en sus cuarteles. Pero a la llegada de Aramburu y demás
oficiales, ya era inminente el arribo de columnas provenientes de Monte Caseros, Mercedes
y Paso de los Libres, para reprimir la sublevación. Se organizó una columna blindada
para salir al encuentro de las tropas leales que, por razones de abastecimiento, se vio
obligada a volver a Curuzú Cuatiá. Eran casi las 23. Los jefes revolucionarios, fieles a
la consigna "no derramamiento de sangre", dejaron la guarnición. "Se
guarecieron en chacras de las inmediaciones esperando el momento oportuno", dice el
capitán Molinari. Sin embargo la circular Q. D. 14253/55 trasmitía a las jefaturas de
policía la orden de captura: "El general Aramburu, coronel Señorans, coronel Arias
Duval y teniente coronel Ayala, desplazáronse en jeep desde Curuzú Cuatiá hacia el sur,
intentando fugar hacia el Uruguay".
Aramburu había perdido en el trascurso de pocos días su segunda oportunidad. La
tercera se le daría unos meses después.
"Misión Imposible"
La posibilidad de que los revolucionarios pudieran
comunicarse entre sí y que la población civil siguiera los acontecimientos sin
interferencias era uno de los objetivos del grupo católico de comandos civiles que
colaborarían con la Marina de Guerra en la revolución. Para lograrlo, bajo el
asesoramiento militar del actual coronel Manuel Reimundes y la coordinación de un joven
doctor en Ciencias Políticas, Raúl Puigbó, debían neutralizar temporariamente las
radiodifusoras mediante la inutilización de elementos esenciales de las plantas de
trasmisión, todas situadas en el Gran Buenos Aires. Se pretendía despejar el éter para
que pudieran escucharse las radios de Mendoza, Bahía Blanca y Córdoba, desde donde se
trasmitirían noticias rebeldes y de las radios uruguayas, siempre bien predispuestas a
este tipo de actividades. El operativo se cumplió con precisión. A las 2 de la mañana
del día 16 los grupos cumplieron eficientemente su cometido, excepto los que debían
"volar" las radios Rivadavia y Libertad.
"Fallaron los elementos humanos", explican algunos, y seguramente no
tuvieron mucho tiempo para analizarlo en el momento, porque hubo un cambio imprevisto en
los planes. Cumplido el operativo debían dirigirse a distintos lugares donde había
tropas rebeldes para unirse a ellas. El cambio de orden determinaba que debían volver a
entrar a Buenos Aires y dirigirse al Hospital Naval. No les gustó la modificación, pues
volver a la capital era harto peligroso, pero la aceptaron disciplinadamente. Así
llegaron al nuevo punto de concentración. La contraseña sería "Rosa Negra" y
un pañuelo llevado hacia la cara. Pero en lugar de gente amiga se encontraron con
potentes reflectores que los dejaban en descubierto dentro de un cerco policial con
ametralladoras; fueron detenidos y muchos de ellos torturados. Aún ahora, a través de
los años, no aciertan a saber qué pasó. "Errores de organización -responde al
interrogante el capitán Molinari, que era enlace del "grupo radios" con la
Marina. Fue todo tan rápido que no se sabía ciertamente quiénes estaban y quiénes
no." Pero los "trampeados" tienen sus dudas, "La zona era
jurisdicción del capitán Vago. ¿No se levantó? Entonces es muy raro que lo hayan
ascendido", reflexiona uno de los integrantes de la "misión imposible".
Los muy suspicaces ven en la ratonera algo así como una mala pasada ideológica...
El gobierno se tenía fe
"En Buenos Aires no había repercusión armada,
salieron algunos grupos de comandos civiles que fueron inmediatamente capturados por la
policía", recuerda ante Panorama el entonces ministro del Interior, doctor Oscar
Albrieu.
Desde las primeras horas estaban en el Comando en Jefe de las fuerzas de
represión, el presidente Perón, el ministro Franklin Lucero, el comandante en jefe del
Ejército, general José Domingo Molina, y el jefe de Operaciones general Francisco Imaz,
actual gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Las primeras informaciones iban llegando por distintos caminos. La temida
filtración de noticias ("No hay que informar a los grupos civiles hasta después de
la 0 hora para evitar infidencias" había dicho Lonardi) se estaba produciendo a
través de indiscreciones de los militares. Asegura el general Lucero que su primera
información fue que "el teniente coronel Heriberto Kurt Brenner, de la Escuela
Superior de Guerra, había tomado previsiones con el objeto de asegurar recursos
destinados a su esposa, porque debía participar en un movimiento revolucionario en las
primeras horas del día". También Luis Lonardi afirma que los revolucionarios
cordobeses se encontraron con dos compañías de la Escuela de Infantería preparadas para
la defensa, porque les habían "pasado noticias". De cualquier modo era
inevitable y "casi necesario cubrir la falta de comunicación entre los distintos
grupos y prácticamente -imposible que no se deslizaran informaciones fuera de los
naturales cauces", reflexiona un alto oficial de las fuerzas revolucionarias. Las
primeras informaciones oficiales que se tuvieron en círculos gubernistas fueron: de
Córdoba el general Alberto Morello comunicó la toma de la Escuela de Artillería por
Lonardi y Ossorio Arana. Aloé daba la primera alarma sobre la actitud de la base de Río
Santiago; la Policía Federal detenía a grupos de civiles armados en las calles de la
Capital Federal y Gran Buenos Aires. Sin duda se trataba de un movimiento revolucionario
en gran escala. "Cuando se largan a un movimiento de esa naturaleza, uno se da cuenta
de que están dispuestos a todo", reflexiona ante Panorama el general Angel Manni,
uno de los oficiales que integraron la Junta de Generales que definió la revolución.
"Era demasiado para quedar en nada, y el que quisiera pararlo tenia que estar
dispuesto a que pasara lo que pasara." Estos pensamientos debieron ser también los
del presidente Perón y de los oficiales leales, porque pusieron en marcha su aparato de
represión con el máximo de fuerza disponible. Sé hizo efectivo el estado de sitio en
todo el territorio del país y se resolvió atacar con violencia los focos rebeldes. Dada
la superioridad de fuerzas no tenían dudas sobre el resultado.
El imperio del derecho
El gobernador Aloé se trasladó al Comando del 2º
Ejército cuyo comandante, general Eraclio Ferrazzano, se encontraba ausente (llegó al
mediodía). El gobernador dispuso que la Guardia de Seguridad y de Policía, bien
equipadas y con armas automáticas, colaboraran con el Ejército. Esta acción permitió
rechazar el avance a la ciudad Eva Perón (ex nombre de La Plata) intentado por los
revolucionarios al mando del general Uranga. Ferrazzano dispuso reunir los regimientos 6 y
7 de Infantería y 2 de Artillería de Azul, con los que reemplazó a la Policía y
planifica el ataque y la ocupación de la Base y la Escuela Naval.
En Córdoba, el general Morello, replegado en Alta Gracia, se preparaba para atacar
a los rebeldes con tropas leales desde el Norte, el Este y el Oeste.
En la Mesopotamia, el jefe de Estado Mayor, general Enrique Lugand (reemplazó al
comandante, general Lucas Mariano Fraga, que se enfermó repentinamente el día anterior)
y cercó Curuzú Cuatiá. La fuga de los jefes revolucionarios permitió a los jefes
leales retomar las unidades con facilidad.
En la zona de Bahía Blanca, el avance para oponerse a los rebeldes de Puerto
Belgrano se inició con la 3ª División de Caballería y la 5ª División de Montaña del
general Jorge Boucherie y la Agrupación Motorizada del general José Cáceres. En algún
caso -el general Torres Queirel, de Caballería- se observó la "incertidumbre"
de los oficiales y se los reemplazó por gubernistas insospechados.
En Cuyo las tropas realizaban maniobras mientras su comandantes el general Raviolo
Audisio, se encontraba en Buenos Aires. Viajó a su destino, donde debía encontrarse con
el general José María Sosa Molina, que fue desde San Luis para organizar la columna de
Cuyo. Previamente, Raviolo Audisio pasó por San Luis y se entrevistó con el general
Eugenio Arandía -jefe de Estado Mayor del 2º Ejército-, "quien se mostró
particularmente atento", recordaría más tarde el visitante. A las 24 llegó a
Mendoza y supo que las primeras unidades ya habían marchado hacia Córdoba, organizadas
por Sosa Molina, con el objeto de enfrentar la sublevación.
El comando de las fuerzas de represión ya estaba en acción. Era más poderoso que
las fuerzas revolucionarias, pero tenía difíciles problemas que superar: la
descomposición de su propia organización y la imprecisión de sus mandos.
"Juan Domingo Perón ha caído víctima de la traición de sus subalternos en
el Ejército Argentino", escribía poco después "El Mundo" de Colombia.
Por el contrario, los oficiales argentinos dicen que se levantaron en armas para
"establecer el imperio del derecho" (Señorans despidiendo los restos de
Lonardi). Pero eran cada vez más los que entendían que esto ultimo era la verdad. Por
eso, el 16 de septiembre, en medio de una aparente victoria gubernamental, Perón no
sabía muy bien quién era todavía amigo y quién, ya, enemigo. |