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Todo lo que tengo de importante es
mi propia vida. Con errores, con fracasos, con algunos éxitos. Tal vez sea todo lo que he
vivido el mejor argumento que todavía tengo sin escribir.
Admiro y envidio sanamente el talento ajeno. No podría dar una imagen de mi mismo.
Pienso que la mejor imagen de mi, la más fiel, es la que puede dar la gente que me
trató, que me trata, que me escucha, que está cerca de mi: los amigos, mis hermanos, la
gente de mi pueblo.
Todo yo soy un himno de fe en el género humano. Cuando ya no haya nada ni nadie en
quien creer, yo seguiré creyendo. Soy una planta de ternura. Rebroto a cada golpe, en
cada desencanto. Tal vez me los fabrico para reverdecer. Aunque tampoco sé si soy lo que
dice la gente. Lo que yo sé, porque lo siento, es que soy auténtico.
Cuando Juan Carlos Chiappe se sentó a su máquina y repicó estas líneas
iniciales, yo ya estaba por irme con mi entrevista concluida. Sabía que había nacido el
28 de julio de 1914. Que había dirigido radioteatro desde los 24 años. Que había
encabezado como actor y autor su propia compañía del 55 al 69. Y que por año, en las
giras al interior del país, recorría sus 70 mil kilómetros. En definitiva, que había
interpretado y escrito 700 obras. ¿Era esto un record? ¿Por eso lo había venido a ver?
Cuando salí de su departamento de la calle Arcos recordé mi infancia. La fascinación
que Chiappe ejerció en mi adolescencia. Las corridas que me daba a la salida del colegio
para estar sobre el filo del mediodía, con la oreja, la cabeza, el cuerpo todo pendiente
del horror y las aventuras. Audiciones que sembraron mi vida de novelería, que hicieron
de alguna manera que yo fuera el que se sienta frente a Juan Carlos Chiappe y lo oiga y lo
vea por primera vez.
Ahora vivo aquí. Tengo este departamento no sé cómo. Es muy grande para mi solo.
Pero chico para guardar todos los recuerdos. Estrecho para las 70 cuadras que caminaba por
no tener centavos para el tranvía.
De Rivadavia al 8800 hasta Estados Unidos. Ida y vuelta. Ahí estaba Radio del
Pueblo. El hogar donde me hice y el nido donde siempre vuelvo. Un departamento muy chico
para volar en aeróstato. Fue en Parque Patricios. Ganaba 2 pesos por cantar y bailar
durante todo el día en una kermesse del parque. Unos franceses habían traído un globo
más grande que "El Pampero" y me pagaron 25 pesos para que subiera a la
canastilla. Tenía que cantar con un micrófono a 50 metros de altura. ¡Y todo para
atraer gente!
¿Por qué hizo todo eso?
Porque necesitaba comer.
¿Cómo fue su infancia?
Mis padres murieron muy jóvenes. Cuando
murió mamá yo tenía 11 años y cuatro hermanos menores que yo. A los 16 años un
ómnibus atropello a uno de ellos.
¿De qué trabajaba su padre?
Tuvo un puesto en el mercado Alcobendas de
Juan B. Alberdi y avenida La Plata. Mis padres eran argentinos hijos de italianos. Mi
madre era menudita, le decían "Chica". Era muy alegre. En aquellos tiempos en
mi casa no había motivos para ninguna alegría. En Buenos Aires hubo ollas populares.
Nosotros fuimos muy pobres. Pero mi madre sabía arreglárselas para no perder su genio.
¿Cuándo debutó en la radio?
El 28 de febrero de 1928 canté en Radio
Patria. Había tenido que olvidar los potreros. ¡Fui un wing insuperable! Me había
fogueado en los andurriales de Villa Progreso, en el partido de San Martín, y en Floresta
con sus calles de tierra.
HICE DE MI VIDA UNA ESCALERA
El departamento de Chiappe tiene muchas plantas y
muebles de colores. Sillones verdes, amarillos. Un colorido diverso, atractivo. Como para
dejar un rato la máquina de escribir, tomarse unos mates amargos que ceba Chiappe y oír
su historia candorosa:
Vengo de barrios bravos. A los dieciséis
años jugando en la calle vi el primer tiroteo. Nadie en esa época anduvo con vueltas.
Recuerdo aquella maestra de tercer grado que me puso a estudiar en serio. Por ella dejé
de hacerme la rabona. "¿A quién querés más, a la calle o a mí?", fue todo
lo que me dijo Ana Mercedes Zoya. Después me dio clases particulares. Di quinto grado
libre. Quería entrar en el industrial. Ella me animaba. Pero ya había muerto mamá y eso
fue imposible. A fines del año 30 me desmayé en la calle atacado de peritonitis. Cuando
abrí los ojos en el Piñeiro lo primero que vi fue a mi maestrita.
¿Cómo comenzó a escribir radioteatros?
Antes había sido obrero gráfico. Después
trabajé de lustrabotas, de oficinista y de cantante. Por el 38 hubo un concurso donde
presenté un escrito mío. Veía el mundo hermoso aunque yo estaba muy triste. Tenía
ganas de luchar. Una vitalidad heredada de mi madre, de aquella mujercita que pasaba
hambre con una sonrisa. Cuando gané el concurso comencé a trabajar en radio. Al tiempo
me proponen para dirigir una compañía. Tenía 24 años. Trabajaba en "Radio del
Pueblo". Arsenio Mármol, Ismael Aguilar, Martinelli Maza, Héctor P. Blomberg
tenían otros compromisos y no pudieron aceptar el cargo. Era una compañía con 33
actores. Yo escribía y trabajaba como actor. Mi primera novela con ambientación rosista,
gustó a toda la gente del elenco. Pero notaba algo raro en el ambiente. Por fin lo supe.
Yo no era nadie. Era un muchachito. No tenía autoridad, según los empresarios, para
firmar ni dirigir nada. Entonces un escritor conocido en aquella época firmó con su
nombre todo lo que escribía Juan Carlos Chiappe. ¡Qué vueltas tenia la vida! ¡Yo nunca
seria nada!
¿En qué momento puede firmar |o que hace?
En Corrientes y Talcahuano un día escuché a
dos hombres que señalaban a otro. Era el Malevo Muñoz. Fue un instante decisivo. Me
iluminé por dentro. Era ferviente lector de Carlos de la Púa o del Malevo Muñoz,
algunos de los seudónimos que utilizaba en "Critica". Fui a hablar con él. Con
mucho temor le pedí que escuchara mis desdichas. El Malevo era grandote y socarrón. Hizo
un gesto como de estar esgunfiado pero me dejó hablar. A la media hora me había llevado
a su departamento en la esquina de Cangallo. Después me hizo socio de Argentores. Y me
dio una idea para escribir. La leyenda de un pájaro, tema central de "Sangre en el
río". Obra que escribimos juntos. En los teatros de barrios teníamos que volver
hasta diez veces con los hermanos Antonio y Gerónimo Sureda. Ellos habían puesto letra y
música a las canciones. Había hecho de mi vida una escalera y ya subía los primeros
peldaños.
¿Qué le enseñó Carlos de la Púa?
A ser tolerante. A no juzgar apresuradamente.
A tener justificativos para los errores ajenos. A transitar con amor entre la gente. El
logró que dejaran de explotarme. Que fuera alguien. Mi situación humillante, mi pasión
juvenil, habían despertado su simpatía hacia mí. "Yo te entibié las alas. Ahora
volá solo". Con esa frase el Malevo quería decir que desde ese momento podía
firmar con mi nombre todo lo que escribía.
POR BARRIOS Y PUEBLOS
Así va surgiendo la figura de Juan Carlos Chiappe.
El pibe que durmió muchas noches en los asientos de los autos estacionados. Chiappe, el
mismo que hoy escribe para televisión "Las aventuras de Minguito Tinguitella".
El que se desvive por llevar un colchón a una familia de las afueras, por conseguir
medicamentos para la guardería de Retiro, o juntar alimentos para la hermana Celia, para
Genaro Pippo. Juan Carlos Chiappe, el hombre que llenó las 2.000 plateas del Colonial de
Avellaneda durante años.
Salir a los barrios es una prueba de fuego.
Ahí se sabe cuando a la gente le interesa lo que uno hace. Al teatro va un 10 por ciento
del total de la audiencia. Mi primera obra llenó el teatro meses seguidos. Lo que
significaba una audiencia real fabulosa. Después escribí durante 7 años para Audón
López y Héctor Miranda.
¿Qué temas escribía?
Una mezcla de autobiografía y de sucesos del
día.
¿Sus influencias?
Fui un admirador de los pioneros del
radioteatro: Roberto Valenti y Adalberto Campos. Los autores de "El león de
Francia" y de "Fachenzo, el maldito". Leía infatigablemente a Yamandú
Rodríguez, a Javier de Viana, Horacio Quiroga, Erico Veríssimo, Ricardo Gutiérrez, y
cuanto escritor campero hubo.
¿Dónde escribía los radioteatros?
Me iba al recreo "Laura", en el
Delta. Por cábala, iniciaba allí los primeros capítulos. "Marinella, la novia del
río", "Una rosa de sangre sobre la arena", "El gorrión de Buenos
Aires", "El caserón de los Barrientos", y "Por las calles de Pompeya
llora el tango y la Mireya" fueron algunos de mis éxitos.
¿Cuánto duraba cada novela? |
1961 "Juan sin ropa"
1974 con Leonardo Favio
Un taller gráfico donde trabajó a los 16 años:
"esta es mi querida patrona de entonces"
"el clan del aire"
Lo que la gente quería. Si
gustaba, yo no tenia otro remedio que hacer nacer hijos, nietos y tataranietos. Cuando no
andaba, un radioteatro podía terminarse en un par de meses. Escribía una novela de
ambiente campero, otra español, otra italiano y también del Buenos Aires de principios
de siglo. Trabajábamos 15 días en la radio. Dejábamos grabado y nos íbamos 15 días de
gira por los pueblos. Lo que se ganaba en la radio apenas nos alcanzaba para vivir. Cuando
llegábamos a los pueblos teníamos una técnica que dio buenos resultados. Nunca
mostrábamos a las actrices antes de que se hubieran arreglado y maquillado. Los viajes
por lugares de campo cansan a las mujeres. Pero el público tiene que ver a una actriz,
incluso antes de la función, muy bien arreglada. Hasta hace muy poco tiempo, en los
pueblos anunciaban la llegada de la compañía con bombas de estruendo. Así a la gente de
los alrededores no le quedaban dudas. Con lluvia o sin lluvia íbamos a dar nuestras
obras.
¿Qué recuerda de sus giras?
Los viajes interminables en nuestro ómnibus.
La necesidad de llevar desde sogas, hasta telón y faroles. La vida dura de la gente del
interior y lo mucho que es para ellos una función teatral. Incluso, las más humildes
como eran las nuestras. En una ocasión, en Eduardo Castex, fuimos a representar una obra.
Hacia meses que no llovía. La sequía angustiaba al pueblo. Yo soy un hombre de fe.
Perdí la vista dos veces en mi vida y la recuperé. Eduardo Castex era uno de los pueblos
donde mas auditorio tenia. Como sentí muy adentro las dificultades del lugar, hice una
promesa ante el público. Una promesa que me costaba mucho personalmente: no volveríamos
a actuar allí en el caso de que no lloviera antes de tres días. Diluvió al segundo
día. Desde entonces tengo el cariño de aquella gente. Me llaman el brujito.
NAZARENO CRUZ, LEONARDO FAVIO Y CHIAPPE
Movedizo. Inquieto. Sin parar un momento de hablar,
sonriendo con su mirada y saltando de una cosa a otra, así es Chiappe. Un hombre que se
desvive por los demás. Habla mucho. Sí. Pero siempre está hablando de los otros. Es
difícil centrar la nota en su persona.
¿Cuál es su método de trabajo?
Me levanto a las cinco y media. Escribo
"humor". Después voy a la radio. Vuelvo a las tres y media de la tarde. Trabajo
hasta las once. Escribo sin comer. Necesito sentir languidez, hambre. Eso me inspira y me
hace pensar diferente. Cuando me pongo a escribir me olvido de todo. Hablo, discuto,
grito. Soy pasional. Escribiendo se me va la vida. Yo soy todo lo que escribo. Cada novela
mía está hecha con cachitos de mi vida. ¿Me la crees?
¡Pero claro, Chiappe! ¡Claro que le creo! ¿O
acaso en 1973 no escribió diez programas simultáneos? "Malena muchacha de mi
pueblo" (El Mundo), "Inocencio" (Mitre), "El humor de El clan del
aire" (Mitre), "Lito, el diariero de la esquina" (Splendid), "Beba, la
de la feria" (Argentina y 28 emisoras), "Marta y yo" (Excelsior), "De
buen humor" y "Cosas que viví y las cuento" (LU 13 Necochea), un
radioteatro (Del Pueblo) y también "Inocencio", para televisión. Sí, Chiappe.
Le creo. Y tampoco me olvido que Favio le dedicó su película "Juan Moreira".
Cuando supe que Favio dijo eso quedé muy
emocionado. Era algo inexplicable. Después decidió filmar "Nazareno Cruz y el
lobo", un radioteatro mío del 51. Desde entonces la gente trata de comprender más
objetivamente mis trabajos.
¿Cómo escribió "Nazareno Cruz y el
lobo"?
Fue en Bahía Blanca. Después de una
función. El intendente nos invitó a toda la compañía a pasar la noche en su estancia.
Se llama "El Fachinal". Era muy pequeña. De noche el lugar era tétrico. El
viento aullaba entre los árboles. Ahí se me ocurrió recrear el lugar y vincularlo a la
leyenda del séptimo hijo varón que se convierte en lobo. El terrorífico
"lobizón", Rafael Jijona Sánchez escribió un ensayo donde rastrea la leyenda
por todo el mundo. Pero lo que va a filmar Favio es algo muy distinto de lo mío. Uno
tiene un hijo. Lo cría. Sabe cómo es. Pero son los demás quienes descubren siempre su
riqueza. Eso es lo que ocurre en este caso. La película es fundamentalmente una obra
poética mágica.
Chiappe, usted que trabajó tanto tiempo en un
medio masivo como la radio y que siempre presenta personajes populares, ¿qué opina sobre
cultura popular?
Principalmente hacer cosas con temática
cotidiana es hacer cosas populares. Con lo que ocurre cerca nuestro. Hablar del dolor de
la gente y sus ganas de salir adelante. Una vida cotidiana embellecida. Aunque muchas
veces el escapismo de las novelas saque a la gente de la realidad, haga confundir los
problemas más urgentes. El hombre también necesita olvidar. Soñar.
No sé hasta qué punto esta nota, estas fotos, dan
cierta imagen del hombre que es Juan Carlos Chiappe. Del que amó a los cirqueros (Antonio
Gordiano, del circo "Facio"), a los actores de raigambre popular (Totón
Podestá y Atilio Suparo). Gente, poquita gente, de todos los nombres que surgen del
delirio vital, palabrero, evocador nostálgico, sentimental y veraz de Chiappe. ¡Cómo
transcribir: "Hubo un tiempo en que robaba radicheta y me la comía cruda y sucia del
hambre que pasaba"! Y cómo dejar de ver a este hombre que llora en una tarde de
invierno en la calle Moreto, que ya no es la de su infancia ni donde murió su madre, sino
tan sólo una calle de tristeza fulera. Volvamos, Chiappe. Dele que está de gira por
Pigüé, Coronel Pringles, o vaya a saber por dónde. Y Juan Carlos Chiappe pasa ahora
conmigo por Parque Avellaneda. Mira la arboleda de su infancia y me dice: "Los
caballos se desbocaban cuando aparecía el fantasma entre los eucaliptus".
Alberto Perrone
fotos Eduardo Forte
revista Gente y la actualidad
julio 1974 |