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AÑOS DE MADUREZ
-En la década del 40 usted ya
había optado por el cuento, como manera de expresión literaria, y había alcanzado
madurez estilística. Ya había publicado cuentos que podrían considerarse perfectos.
-Bueno, es usted demasiado generoso, no estoy de acuerdo con usted. Además, esos
cuentos pasaron más o menos inadvertidos.
-¿Usted tenia conciencia de que su obra era un aporte importante para nuestra
cultura?
-Bueno, jamás pensé eso. Y no se si puedo pensar en eso ahora tampoco.
-¿Que notaba usted en sus amigos, en la gente que frecuentaba?
-Noté que todos teníamos cierta nostalgia por el pasado inmediato. Y muchos,
incluso, por un pasado inmediato que no habían conocido. Por ejemplo, yo no sé, en qué
año exactamente surge la leyenda de la confitería de "Hansen". Yo nunca he
estado allí, pero un tío mío, que la frecuentó mucho, me dijo que era un lugar de
esparcimiento para familias. La única muerte que ocurrió fue la de un muchacho cuyo
nombre no recuerdo, al que mató un rufián. Pero eso no fue en lo de "Hansen",
fue en un lugar bastante distinto, que se llamaba "El Tambito".
Inexplicablemente lo de "Hansen" se convirtió en un lugar terrible. En todos
los tangos figura, ¿no? Yo he notado que los argentinos, cuando no están en el país
sienten nostalgia por una época que no han conocido directamente. Viven añorando un
pasado de patoteros que no han ejercido nunca. Un muchacho me dijo a mi en Nueva York que
venía de una reunión en la que no se había cantado ni un solo tango. Yo le respondí:
"Bueno, usted se sentirá como en Buenos Aires. Yo jamás he asistido a reuniones en
Buenos Aires en donde se canten tangos".
-Durante la década del 50, Borges, su nombre, en virtud de su obra escrita, había
empezado a alcanzar trascendencia internacional. ¿Cómo recibió usted ese repentino
renombre?
-Con alegría, desde luego. Pero al mismo tiempo con el temor a que se descubriera
que yo no merecía realmente ese renombre, con el temor de haberme convertido en un
impostor, si, en una mezcla de impostor y de chapucero. Algo así como un impostor y un
chambón. Ahora yo hice lo posible para que no ocurriera eso, imagínese. Creo que tengo
ganada una reputación, pero esa reputación es un poco como la de la confitería de
"Hansen". Un poco falsa, ¿no?
-Por supuesto, jamás podría estar de acuerdo con eso.
-Pero fíjese una cosa: los otros días me encontré con un señor acá a la vuelta
de casa, eran las 11 de la noche, me detuvo, me besó la mano -yo me quedé atónito, no
tenía ganas de enojarme con él-, y me dijo: "Pero encontrarme con usted, maestro,
aquí, esta noche es inolvidable para mi..." Yo le dije: "Dígame: de lo que yo
he escrito, ¿qué es lo que más le ha llamado la atención?"
"Francamente", me dice, "no he leído una sola línea suya". Entonces
le dije: "Bueno, mire, le aconsejo que no lea nada mío si quiere persistir en ese
culto. De modo que me parece que usted ha obrado de un modo prudente".
-Borges. ¿Cómo veía usted al país de esos años, me refiero a la década del
50? Estoy hablando de sus amigos, de la biblioteca...
-Es una pregunta demasiado general para mí. Además, yo tengo muy pocos amigos;
frecuentaré una media docena de personas... En cuanto a mi vida pública..., he ido a
congresos literarios, me han invitado a universidades norteamericanas y europeas, pero eso
es circunstancial. Actualmente pertenezco a la Academia Argentina de Letras, pero no voy
casi nunca, de modo que en cuanto a grupos o movimientos, yo puedo hablarle muy poco.
-De acuerdo...
-A mí me incluyen siempre en el grupo "Martín Fierro", y la verdad es
que, como le dije, yo sentía escasa simpatía por aquello: eran personas que querían
llamar la atención. En eso me parezco a mi padre. Recuerdo que cuando me regaló "El
hombre invisible", de Wells, esa admirable novela, me dijo: "Yo quisiera ser el
hombre invisible. Y además lo soy".
"Y AHORA SOLO ME QUEDAN LA VAGA
LUZ, LA INEXTRICABLE SOMBRA"
-¿En qué medida, Borges, su
progresiva ceguera influyó en su vida y en su obra?
-Bueno, no quiero jactarme, pero creo que ha sido benéfica para mi, al menos para
mi literatura. No benéfica, digamos, personalmente... Porque yo hubiera preferido llevar
la vida de antes, me hubiera gustado seguir leyendo... Pero, en el ario 55, cuando me
nombraron director de la Biblioteca Nacional, bueno, ya en ese año comprobé que apenas
podía descifrar lo que ahora no puedo descifrar: las carátulas de los libros, los
títulos impresos en los lomos... Pero eso me ayudó a ejercer una actividad literaria
más continua. Desde luego, yo sentía un gran placer en la lectura y la extraño mucho.
Es muy distinto leer uno a que le lean a uno. Me gustaba hojear un libro, empezar un
párrafo, dejarlo, volver una página, buscar otro..., nunca he sido estudioso, digamos,
metódicamente. Todas mis lecturas han sido un poco azarosas, un poco imperfectas, aun
tratándose de los escritores que yo más quiero. Hay otros escritores que no conozco y
que no tengo ganas de conocer tampoco. Bien, yo pierdo la vista, entonces pierdo la
capacidad de leer. Luego, yo he tenido el vicio o el placer de las largas caminatas, sobre
todo por las afueras de Buenos Aires. Desde el centro he llegado hasta la Chacarita; una
vez fui hasta Puente AIsina y he llegado hasta el bajo Saavedra. Por Barracas he caminado
mucho, también. Bueno, yo me vi privado de esos dos placeres: el de la lectura y el de
las andanzas por las orillas de Buenos Aires. Entonces, a mi no me quedó sino escribir.
Al mismo tiempo, para escribir tenia que dictar. Pero yo he escrito mucho más después de
la ceguera que antes. Porque ahora, ¿qué otra cosa puedo hacer sino imaginar cuentos y
dictarlos después? Supongo que la ceguera total es terrible. Pero una ceguera como ésta,
como la que yo tengo, por ejemplo, que me permite ver una mancha blanca, que es el papel
que usted tiene, que me permite ver dos claridades, que son' esas dos ventanas, que, me
permite ver una agitación más allá, que es el fotógrafo. .. Y todo eso en una especie
de neblina entre verde y azulada y gris no es realmente doloroso. Ahora, posiblemente,
estar en tinieblas, sí. Eso es distinto. Bueno, como yo cada día veo un poco menos, todo
el asunto se hizo muy lento, no ha habido ningún memento trágico. Por ejemplo, una
persona que de pronto pierde la vista puede pensar en el suicidio. Pero una persona que
empieza a perder la vista desde el momento que comienza a ver, desde la niñez, bueno,
viene a ser como una especie de muy lento crepúsculo. Mis 75 años han sido un lento
crepúsculo. De modo que la angustia de la ceguera ha estado como difundida...
-Diluida, de alguna manera...
-Si, diluida, sí...
-Escúcheme, Borges, ¿qué espera de los años que le quedan por vivir? ¿Tiene
algún tipo de expectativa?
-Sí. Ahora estoy esperando que se publiquen mis obras completas. Yo sé que va a
ser una gran emoción para mi. Debo eso a la generosidad de la Editorial Emecé. Yo les
dije que no lo hicieran porque no iban a vender un solo ejemplar. Pero ellos me dijeron
que si, que creían que podía ser una buena especulación comercial. Y yo les dije que
bueno, pero que si no vendían un solo libro que después no me echaran la culpa a mí.
Después de todo, yo había hecho lo posible por que no lo hicieran. Pensé que vender un
libro mío les iba a costar mucho. Pero, desde luego, como la venta de un libro es
cuestión de propaganda, puede ser... Además, sé que voy a sentir un gran placer en ver
reunida en un solo volumen la obra literaria de toda mi vida. Por otra parte, me he tomado
el lujo de dejar caer dos o tres títulos, dos o tres volúmenes que no me gustan. Y he
agregado muchas composiciones nuevas, también. Luego, tengo además, hasta ahora, nueve
cuentos nuevos; me pidieron ocho para un libro, pero yo ya tengo nueve; habrá alguno muy
breve, desde luego, y espero agregar otro. Formarán parte a fin de año o el año que
viene de un libro de cuentos inéditos. Tengo eso. Me parece que con esas dos esperanzas
uno puede seguir viviendo, ¿no? Desde luego, en este momento mi madre está muy grave; ya
ha cumplido 98 años el día del Cabildo Abierto, el 22 de mayo... |
Borges y Bioy Casares
Leonor Acevedo de Borges, madre de Jorge Luis Borges
INFLUENCIAS
-Usted habló en muchas ocasiones
de la influencia que Groussac ejerció sobre usted...
-Si, creo que ha influido mucho en mí. Pero, sobre todo, en el sentido negativo,
en el sentido de enseñarme a prescindir del lujoso estilo de Lugones. Usted ve, hay
cuentos, "Las ruinas circulares", por ejemplo, que escribiría ahora de un modo
más sencillo. En aquel tiempo yo escribía bajo el influjo de Chesterton, que era, como
yo, un escritor barroco. Ahora creo que Groussac escribía mejor prosa que Lugones y
pensaba mucho mejor que Lugones. desde luego. Pero Groussac ha tenido esa desdicha de ser
desconocido en Francia y de ser considerado aquí un francés intruso.
-El siempre se sintió algo así como exiliado...
-Si, eso se ve en la dedicatoria de un libro que dice: "A mis hijos, a quienes
dio patria mi destierro". Luego intentó explicar que destierro no significaba
destierro sino estar lejos de su tierra... Cómo no va a saber él la connotación de la
palabra destierro.
-Y aparte de Groussac y de Macedonio Fernández, ¿qué otra influencia decisiva
reconoce en su obra?
-Bueno, Stevenson y el Rudyard Kipling de los cuentos. Por ejemplo, en los cuentos
de "El informe de Brodie" hay un relato que yo creo es el mejor cuento mío,
"La intrusa". Ese cuento lo escribí después de releer algunas ficciones que
Kipling escribió cuando muchacho. Yo pensé entonces que lo que un muchacho de genio
puede escribir a los veinte años, quizá pudiera escribirlo un viejo hombre de letras
que, desde luego, sabe que no tiene genio. Es decir, una historia muy densa y muy apretada
al mismo tiempo; una historia que contenga, como contienen tantos cuentos de Kipling, la
densidad de una novela en unas pocas páginas.
-Hablemos de literatura francesa... ¿En qué medida influyó en usted la
literatura francesa del siglo XIX? Me refiero, por ejemplo, a Baudelaire o a Rimbaud...
-No, yo elegiría otros autores. Sobre todo está Hugo, y luego hay un escritor que
tiene que haber influido en mi por lo mucho que lo he leído y releído y por el afecto
casi personal que le tengo: Flaubert. En cuanto a Baudelaire, yo fui muy devoto de él,
todavía puedo repetirle muchas "flores del mal", pero eso era cuando yo tenia
21 años; actualmente no, no me gusta, me parece un poeta muy torpe, muy inferior a su
maestro, Poe, que tampoco me interesa como poeta. Poe, fíjese qué caso curioso: yo veo a
Poe como un hombre de genio, pero como un hombre de genio que está en casi toda su obra
pero que resulta difícil encontrar en alguna página suelta. Lo más importante de Poe es
la imagen que él deja. Si uno analiza una página suya, uno ve, bueno, que hay muchos
ripios, muchas decoraciones, balines que ha gastado... Por ejemplo, creo que "El
cuervo" es uno de los peores poemas que se hayan escrito. Sin embargo, él lo cree
muy bueno. Pero actualmente ese tema, ese cuervo, esa muchacha que los ángeles llaman
Leonor, todo eso, yo no puedo conmoverme con eso, hago lo posible, pero la verdad es que
me siento definitivamente escéptico. Y lo mismo me pasa con las poesías de Baudelaire.
-¿Y Rimbaud? ¿No ha dejado ninguna huella en usted, aunque más no sea lateral o
superficial?
-No, Rimbaud no. Yo supe de memoria algún libro suyo, luego intenté fortuna con
otros escritos, pero la fortuna fue escasa. Como persona no me interesó tampoco. Ahora
Verlaine, si. Fue uno de los grandes poetas, no sólo de Francia sino de todo el mundo.
Hay una inocencia en Verlaine, una espontaneidad... Será, posiblemente, que uno admira en
otros escritores lo que uno no puede tener. Porque yo sé que si logro algo bueno será a
fuerza de trabajo. Entonces admiro a poetas como Verlaine o Words-worth, que pueden
escribir con inocencia. Creo que el mismo Shakespeare escribió con inocencia, a pesar de
lo barroco de su estilo. Ese barroco era algo orgánico en él, algo natural. Ahora
Verlaine, yo creo que es un gran poeta; desde luego, eso es un lugar común. Luego hay
otro poeta -yo voy a deshonrarme nombrándoselo a usted-. Leconte de Lisle. No los poemas
descriptivos, creo que la poesía descriptiva es un error, pero si aquellos poemas en los
que él expresa su pesimismo. Me parece que son admirables. |