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PARECE injusto que el hecho de que
Piazzolla no sea un fabricante de alimentos para mayorías complacientes lo ubique entre
la clase de gente que se relame con el dulce de leche de la vanguardia, entre los que
quieren arrebatarnos "la vida sencilla de la fe y la emoción". Aquellos que lo
conocen saben que siempre se ha fregado en la vanguardia y nunca hizo su tarea como
alguien que escribe una tesis para poner en discusión los valores consolidados por la
autoridad, la tradición, el estilo. El error ha consistido en suponer que Piazzolla es un
ensayista en cambio de considerarlo un creador de música. Obviamente, un creador que vive
en medio de su tiempo, no en la exclusiva veneración de un tiempo que se fue. Si se lo ha
rodeado de cierta mitología apocalíptica, eso sólo corre por cuenta de la minoría
crítica local que como es notorio necesita mantenerse siempre bien
sintonizada.
Que se sepa, jamás nadie ha logrado embarcarlo en sofisticadas especulaciones
sobre el porvenir de la música o el porvenir de cualquier otra cosa. No le llegan a
interesar los révoltés y lo demuestra. Siempre está ocupado con la música. La suya y
la de los otros.
Es también capaz de encerrarse días enteros para pasar revista a la discoteca de
los amigos, buscar en cualquier sitio la voz de un cantante que le da vueltas a la cabeza
hasta encontrarlo, trabajar jornadas sin piedad en la instrumentación de un fragmento que
no lo termina de convencer, caminar la ciudad desde bien temprano por la mañana para
reconocer una ciudad que ningún músico conoce a esa hora. No es un trasnochador, no se
disfraza de tanguero sentimentaloide ni de reventador de mujeres, no tuerce la boca cuando
habla; no ejerce el porteñismo.
Todo esto lo desarrolla distinto a los artistas que sobreviven a la sombra de la
música popular de Buenos Aires. También en este territorio, ser distinto es sospechoso
de intentar elegir para dejar de pertenecer al rebaño. Y, como todos saben, esto no se
perdona ni siquiera en las desinteresadas comunidades rehippys.
"El bandoneón siempre me llevó de la nariz. Tanto, que alguna vez quise
renegar de él. Fue un momento de saturación, allá por el 50. Quería componer para
conjuntos de cámara, dejar de tocar para que bailaran o cantaran. Me parecía que todos
me miraban con desprecio cuando me veían por la calle con la caja funebrera del fueye.
Intuía que los músicos de más edad que yo para quienes trabajaba me miraban con un poco
de susto, tal vez pensaban que estaba loco.
¿Vale la pena recordar que justo por el 50 se ubican los años más
resplandecientes del tango, tal vez su último pico? Recordar por ejemplo que Fiorentino
cantaba Viejo ciego, Cotorrita de la suerte, Fruta amarga, y todo lo que se escuchaba tras
él era el conjunto liderado por Piazzolla con su bandoneón paralizando la respiración
de los fanáticos. Recordar que las joyas que tocaba Troilo (Para lucirse, Inspiración,
Prepárense, Triunfal) eran arreglos del muchacho que asustaba a los veteranos.
"Entonces vino la beca para Francia. Me llevé el fueye porque tal vez podía
ayudarme a conseguir algunos francos más. Formé un conjunto. Pero entonces ya quería
ver a los músicos, dirigirlos. Sentado, con el bandoneón, parecía un Buda solitario. Y
decidí tocar parado. Así nació mi estilo de tocar el bandoneón de pie, con el
instrumento sobre la rodilla".
El bandoneón de pie. De esa definición salió el Quinteto, un nuevo sonido para
la música de Buenos Aires. Salieron también músicos, instrumentistas que nunca habían
sospechado que podían sonar así, tan inéditos, tan cargados de atractivo artístico,
tan expresivos, tan potentes. El violín de Antonio Agri, el piano de Tarantino, la
guitarra de Oscar López Ruiz, el bajo de Kicho Díaz, los parches y los timbres infinitos
de José Correale y Jaime Jacobson, el piano sin olvido de Jaime Gosis, el bandoneón de
Rodolfo Mederos y los músicos que alguna vez recibieron la mano contagiosa de Piazzolla y
ya no pudieron separarse de ella: Leopoldo Federico, Hugo Baralis, Enrique Mario Francini,
Atilio Stampone. Con Piazzolla no hay divorcio. Después de haber tocado con él,
inclusive después de haber abjurado de él, nada hay de valioso en la actualidad musical
de Buenos Aires que no lo evoque.
¿Te acordes de aquel noneto?
"La búsqueda. No quiero
abandonarla nunca. ¿Por qué los tangueros se quedaron todos en lo mismo? ¿Tienen miedo
de perder su público? ¿Qué pasa que no se mueven del casillero? ¿Eso es lo que llaman
estilo? ¿Entonces el estilo resulta que es algo parecido a la comodidad? El Quinteto, el
Octeto, el Noneto no fueron búsquedas de comodidad. No podíamos quedarnos atrás del
tiempo de Buenos Aires. |
Teníamos un lenguaje riquísimo y
nos manejábamos sólo con un puñado de palabras y media docena de actitudes. Metimos la
mano sin miedo en la música, en toda la música. Si también nosotros éramos dueños de
la música del mundo, ¿por qué teníamos que arrinconarnos en la timidez, en una horma
que nos hacía caminar achatados? Pero claro, teníamos que estudiar, responderle con
coraje a la música. Tocábamos alegres, no tristones. Cuando teníamos que hacer gritar a
los instrumentos les dábamos con todo. Cuando teníamos que cantar cantábamos con toda
la voz. ¿Te acordás de Noneto?".
Piazzolla se sonríe como cuando se mira la foto del pibe que uno fue. La gente
caminaba por Corrientes al mil quinientos y podía decidir si entraba al San Martín o lo
dejaba para mañana o la semana siguiente. Ahí estaba y la gente ya se había habituado a
esa anormalidad. El Noneto tocaba en una de las salas. Por unos pocos pesos el oyente se
sentaba en una butaca y tenía al natural, a unos metros, la expresión más nueva y
auténtica que podía arrimar a sus orejas, los músicos sobre el escenario saboreando el
sonido, el bandoneón de pie. Hasta que un día la cajita de música se rompió, Piazzolla
guardó el fueye y se fue a Europa. ¿Piazzolla declara que se va porque no le alcanza
para vivir? No puede ser, dice la gente. Si a todos nos gusta tanto. Y la gente sigue
haciendo lo suyo. Llega un momento en que da lo mismo un tipo que canta bajo la ducha que
un tenor del Colón. Piazzolla ancló en Roma y todo anduvo vertiginosamente, al menos
para quienes lo miraban desde aquí. Los discos grabados en Milán (de los que localmente
se conocieron Libertango y Reunión cumbre entre Piazzolla y Mulligan); todas sus
grabaciones anteriores editadas en bloque en Francia ante la demanda de los discómanos:
el premio de la crítica italiana; las producciones para TV en Alemania; la gira de Margot
Fonteyn con el Royal Ballet de Londres con un programa basado en temas del disco Nuestro
Tiempo; el llamado de Jeanne Moreau para su película Lumiére: el de Nadine Trintignant
para la suya. Viaje de Bodas; y el del chileno Helvio Soto para Llueve sobre Santiago
donde, entre otros, actuarán Annie Girardot y Bibi Anderson.
"Todos me piden el sonido del bandoneón como personaje central. Lo coloqué,
claro, en las diversas combinaciones. Llamé a Agri a Europa para que grabáramos nada
más que un dúo con violín para la totalidad de una de las películas. Y trabajé
buscando enfoques que me permitieran desarrollar todas las posibilidades del instrumento.
Enseguida de terminar esos tres trabajos recibí otros encargos multiplicados por cuatro
de parte de cada uno de los directores: en total 12 bandas musicales para otras tantas
películas".
¿Y entonces?...
"¿Entonces queres decir
qué estoy haciendo aquí? Vengo a cargar las pilas. Cambié de criterio. Antes, residía
en Europa y. pensaba que podía venir a trabajar aquí. Ahora residiré aquí e iré a
trabajar allá. Mi bandoneón se alimenta de Buenos Aires. Mi estómago no. Pero qué le
vas a hacer. Si me desprendo de Buenos Aires me convierto en un higo seco. De paso voy a
hacer una gira bien amplia por América Latina incluido Brasil, me presentaré con el
conjunto en dos conciertos en el Coliseo y trabajaré un par de semanas en algún sitio de
la noche de la ciudad. No para vivir de eso. ¿Se entiende?".
Se entiende. Pero duele. Piazzolla es el más importante creador de música que
tienen los argentinos en la escena internacional actual. Cuantitativamente, el más
fecundo. Cualitativamente, el más auténtico. Artísticamente, los pueblos despiertan por
ciclos periódicos. Buenos Aires le debe a Piazzolla el retrato de su último despertar.
Pero él sigue siendo una especie de exiliado. El mismo día que llegaba a Ezeiza, de
regreso a su país, un matutino publicaba una estadística del último año de actuación
de la Sinfónica Nacional, la orquesta oficial de los argentinos, su cara musical en
serio. ¿En serio? En ese ciclo, desde marzo, habían actuado 22 intérpretes entre
directores y solistas, extranjeros y locales. Ninguno de ellos ha logrado aún cobrar sus
honorarios. Como pregunta Simone Weil: "¿Alguna vez se podrá transferir al hombre
la aparente emancipación lograda por la sociedad?". |