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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

ASTOR PIAZZOLLA
EL BANDONEÓN DE PIE
Por JORGE ARAOZ BADI
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Los formadores de opiniones y de modas argentinos son los culpables de que Piazzolla se le aparezca a mucha gente como un obsesivo destructor de la añeja civilización tanguera, como un místico que prevé cataclismos y reemplazos para todo lo que suena chapado a la antigua. Lo cierto es que en la vida de toda la música, de cualquier música, no hay reemplazos, sino sólo acumulación y enriquecimiento.

Revista Redacción
1975

 

 

 

PARECE injusto que el hecho de que Piazzolla no sea un fabricante de alimentos para mayorías complacientes lo ubique entre la clase de gente que se relame con el dulce de leche de la vanguardia, entre los que quieren arrebatarnos "la vida sencilla de la fe y la emoción". Aquellos que lo conocen saben que siempre se ha fregado en la vanguardia y nunca hizo su tarea como alguien que escribe una tesis para poner en discusión los valores consolidados por la autoridad, la tradición, el estilo. El error ha consistido en suponer que Piazzolla es un ensayista en cambio de considerarlo un creador de música. Obviamente, un creador que vive en medio de su tiempo, no en la exclusiva veneración de un tiempo que se fue. Si se lo ha rodeado de cierta mitología apocalíptica, eso sólo corre por cuenta de la minoría crítica local que — como es notorio— necesita mantenerse siempre bien sintonizada.
Que se sepa, jamás nadie ha logrado embarcarlo en sofisticadas especulaciones sobre el porvenir de la música o el porvenir de cualquier otra cosa. No le llegan a interesar los révoltés y lo demuestra. Siempre está ocupado con la música. La suya y la de los otros.
Es también capaz de encerrarse días enteros para pasar revista a la discoteca de los amigos, buscar en cualquier sitio la voz de un cantante que le da vueltas a la cabeza hasta encontrarlo, trabajar jornadas sin piedad en la instrumentación de un fragmento que no lo termina de convencer, caminar la ciudad desde bien temprano por la mañana para reconocer una ciudad que ningún músico conoce a esa hora. No es un trasnochador, no se disfraza de tanguero sentimentaloide ni de reventador de mujeres, no tuerce la boca cuando habla; no ejerce el porteñismo.
Todo esto lo desarrolla distinto a los artistas que sobreviven a la sombra de la música popular de Buenos Aires. También en este territorio, ser distinto es sospechoso de intentar elegir para dejar de pertenecer al rebaño. Y, como todos saben, esto no se perdona ni siquiera en las desinteresadas comunidades rehippys.
"El bandoneón siempre me llevó de la nariz. Tanto, que alguna vez quise renegar de él. Fue un momento de saturación, allá por el 50. Quería componer para conjuntos de cámara, dejar de tocar para que bailaran o cantaran. Me parecía que todos me miraban con desprecio cuando me veían por la calle con la caja funebrera del fueye. Intuía que los músicos de más edad que yo para quienes trabajaba me miraban con un poco de susto, tal vez pensaban que estaba loco.
¿Vale la pena recordar que justo por el 50 se ubican los años más resplandecientes del tango, tal vez su último pico? Recordar por ejemplo que Fiorentino cantaba Viejo ciego, Cotorrita de la suerte, Fruta amarga, y todo lo que se escuchaba tras él era el conjunto liderado por Piazzolla con su bandoneón paralizando la respiración de los fanáticos. Recordar que las joyas que tocaba Troilo (Para lucirse, Inspiración, Prepárense, Triunfal) eran arreglos del muchacho que asustaba a los veteranos.
"Entonces vino la beca para Francia. Me llevé el fueye porque tal vez podía ayudarme a conseguir algunos francos más. Formé un conjunto. Pero entonces ya quería ver a los músicos, dirigirlos. Sentado, con el bandoneón, parecía un Buda solitario. Y decidí tocar parado. Así nació mi estilo de tocar el bandoneón de pie, con el instrumento sobre la rodilla".
El bandoneón de pie. De esa definición salió el Quinteto, un nuevo sonido para la música de Buenos Aires. Salieron también músicos, instrumentistas que nunca habían sospechado que podían sonar así, tan inéditos, tan cargados de atractivo artístico, tan expresivos, tan potentes. El violín de Antonio Agri, el piano de Tarantino, la guitarra de Oscar López Ruiz, el bajo de Kicho Díaz, los parches y los timbres infinitos de José Correale y Jaime Jacobson, el piano sin olvido de Jaime Gosis, el bandoneón de Rodolfo Mederos y los músicos que alguna vez recibieron la mano contagiosa de Piazzolla y ya no pudieron separarse de ella: Leopoldo Federico, Hugo Baralis, Enrique Mario Francini, Atilio Stampone. Con Piazzolla no hay divorcio. Después de haber tocado con él, inclusive después de haber abjurado de él, nada hay de valioso en la actualidad musical de Buenos Aires que no lo evoque.

¿Te acordes de aquel noneto?

"La búsqueda. No quiero abandonarla nunca. ¿Por qué los tangueros se quedaron todos en lo mismo? ¿Tienen miedo de perder su público? ¿Qué pasa que no se mueven del casillero? ¿Eso es lo que llaman estilo? ¿Entonces el estilo resulta que es algo parecido a la comodidad? El Quinteto, el Octeto, el Noneto no fueron búsquedas de comodidad. No podíamos quedarnos atrás del tiempo de Buenos Aires.

Teníamos un lenguaje riquísimo y nos manejábamos sólo con un puñado de palabras y media docena de actitudes. Metimos la mano sin miedo en la música, en toda la música. Si también nosotros éramos dueños de la música del mundo, ¿por qué teníamos que arrinconarnos en la timidez, en una horma que nos hacía caminar achatados? Pero claro, teníamos que estudiar, responderle con coraje a la música. Tocábamos alegres, no tristones. Cuando teníamos que hacer gritar a los instrumentos les dábamos con todo. Cuando teníamos que cantar cantábamos con toda la voz. ¿Te acordás de Noneto?".
Piazzolla se sonríe como cuando se mira la foto del pibe que uno fue. La gente caminaba por Corrientes al mil quinientos y podía decidir si entraba al San Martín o lo dejaba para mañana o la semana siguiente. Ahí estaba y la gente ya se había habituado a esa anormalidad. El Noneto tocaba en una de las salas. Por unos pocos pesos el oyente se sentaba en una butaca y tenía al natural, a unos metros, la expresión más nueva y auténtica que podía arrimar a sus orejas, los músicos sobre el escenario saboreando el sonido, el bandoneón de pie. Hasta que un día la cajita de música se rompió, Piazzolla guardó el fueye y se fue a Europa. ¿Piazzolla declara que se va porque no le alcanza para vivir? No puede ser, dice la gente. Si a todos nos gusta tanto. Y la gente sigue haciendo lo suyo. Llega un momento en que da lo mismo un tipo que canta bajo la ducha que un tenor del Colón. Piazzolla ancló en Roma y todo anduvo vertiginosamente, al menos para quienes lo miraban desde aquí. Los discos grabados en Milán (de los que localmente se conocieron Libertango y Reunión cumbre entre Piazzolla y Mulligan); todas sus grabaciones anteriores editadas en bloque en Francia ante la demanda de los discómanos: el premio de la crítica italiana; las producciones para TV en Alemania; la gira de Margot Fonteyn con el Royal Ballet de Londres con un programa basado en temas del disco Nuestro Tiempo; el llamado de Jeanne Moreau para su película Lumiére: el de Nadine Trintignant para la suya. Viaje de Bodas; y el del chileno Helvio Soto para Llueve sobre Santiago donde, entre otros, actuarán Annie Girardot y Bibi Anderson.
"Todos me piden el sonido del bandoneón como personaje central. Lo coloqué, claro, en las diversas combinaciones. Llamé a Agri a Europa para que grabáramos nada más que un dúo con violín para la totalidad de una de las películas. Y trabajé buscando enfoques que me permitieran desarrollar todas las posibilidades del instrumento. Enseguida de terminar esos tres trabajos recibí otros encargos multiplicados por cuatro de parte de cada uno de los directores: en total 12 bandas musicales para otras tantas películas".

—¿Y entonces?...

"¿Entonces queres decir qué estoy haciendo aquí? Vengo a cargar las pilas. Cambié de criterio. Antes, residía en Europa y. pensaba que podía venir a trabajar aquí. Ahora residiré aquí e iré a trabajar allá. Mi bandoneón se alimenta de Buenos Aires. Mi estómago no. Pero qué le vas a hacer. Si me desprendo de Buenos Aires me convierto en un higo seco. De paso voy a hacer una gira bien amplia por América Latina incluido Brasil, me presentaré con el conjunto en dos conciertos en el Coliseo y trabajaré un par de semanas en algún sitio de la noche de la ciudad. No para vivir de eso. ¿Se entiende?".
Se entiende. Pero duele. Piazzolla es el más importante creador de música que tienen los argentinos en la escena internacional actual. Cuantitativamente, el más fecundo. Cualitativamente, el más auténtico. Artísticamente, los pueblos despiertan por ciclos periódicos. Buenos Aires le debe a Piazzolla el retrato de su último despertar. Pero él sigue siendo una especie de exiliado. El mismo día que llegaba a Ezeiza, de regreso a su país, un matutino publicaba una estadística del último año de actuación de la Sinfónica Nacional, la orquesta oficial de los argentinos, su cara musical en serio. ¿En serio? En ese ciclo, desde marzo, habían actuado 22 intérpretes entre directores y solistas, extranjeros y locales. Ninguno de ellos ha logrado aún cobrar sus honorarios. Como pregunta Simone Weil: "¿Alguna vez se podrá transferir al hombre la aparente emancipación lograda por la sociedad?".

 

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