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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

La psicosis del golpe

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Revista Redacción
septiembre 1975

 

 

 

Quizá el primer antecedente de la crisis militar que culminó en la madrugada del 27 al 28 de agosto con la designación del general Jorge Rafael Videla como comandante general del Ejército deba buscarse en ese mediodía del 25 de Mayo de 1973, cuando manifestantes que aplaudían al nuevo gobierno se dedicaron sistemáticamente a abuchear militares y terminaron impidiendo el desfile de las tropas; quizá el segundo antecedente se registró en la noche del mismo día, cuando se puso en libertad a todos los presos políticos, incluyendo a los guerrilleros, sin que la Ley de Amnistía pasara por el filtro del Poder Judicial, como quería el Ejército.
En los primeros meses, la llamada izquierda del peronismo se convirtió en factor urticante para gran parte de las Fuerzas Armadas y luego, durante casi un año -desde el 13 de julio de 1973 hasta el 11 de julio de 1974-, se reconoció la existencia de alguien que ejercía realmente el Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas, sin que se osara discutir siquiera el relevo del comandante general del Ejército, general Jorge Raúl Carcagno, en diciembre de 1973. Los principales motivos de inquietud civil y militar estuvieron dados, luego del fallecimiento de Perón, por el fulminante e ilimitado crecimiento de la extrema derecha peronista, empeñada durante penosos meses en crear un régimen totalitario, de tipo fascista, con respaldo en ínfimas minorías. Las Fuerzas Armadas sabían que una polarización de ese tipo llevaría al país hacia una encrucijada tremenda, de consecuencias imprevisibles. Durante el reinado de la ultraderecha, el decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Raúl Zardini, podía jactarse del orden impuesto con la mismo superficialidad con que se habían jactado los funcionarios del régimen de Onganía antes del Cordobazo, pero esa férrea disposición de impedir cualquier actividad política en las aulas -aun la acción de organizaciones centristas como Franja Morada- produjo sus resultados inequívocos: según un importante diario porteño, la guerrilla incrementó en un 300 por ciento su nivel de reclutamiento.
Desde otra área, se persiguió tenazmente -aplicando métodos ilegales- a cuanto se consideraba izquierdista: el argumento expuesto por uno de los teóricos de esa línea era que la guerrilla se mimetizaba, y cuando no actuaba militarmente lo hacía políticamente. Con ese criterio, pasaron a ser guerrilleros hasta los militantes del Frente de Izquierda Popular y del Partido Comunista -que rechazan el método insurreccional-, o los jóvenes del Partido Comunista Revolucionario, una, extrañísima combinación política ubicada en la línea Marx-EngeIs-Lenin-Mao Tse-tung-López Rega, que apoyaba denodadamente al Ministro de Bienestar Social y denunciaba como agentes soviéticos a los jefes del Ejército y del Movimiento Obrero. También cayeron, víctimas de una evidente desprolijidad represiva, militantes de la Juventud Sindical Peronista que se caracterizaban por oponerse al lopezreguismo, y de la Juventud Peronista Lealtad que daban dura batalla contra los Montoneros.
Como en el caso de la universidad, las consecuencias de la indiscriminación persecutoria fueron contrarias a las aparentemente buscadas. Por cada hombre del FIP o de la JP Lealtad que caía muerto, diez o veinte se sentían amenazados y buscaban protección en una clandestinidad que solamente podían aprovechar -como ocurrió- los verdaderos guerrilleros.
Debe buscarse, sin embargo, en la manifestación obrera del 27 de junio un eslabón decisivo en el proceso que culminaría con la drástica decisión -ejecutada por el Regimiento "Granaderos a Caballo General San Martín"- de poner fin a la acción, ya para entonces paragubernamental, de José López Rega, a quien diversos sectores, inclusive castrenses, adjudicaban responsabilidad en muchas de las graves irregularidades que estaban ocurriendo. Pero antes, otro eslabón vital había marcado lo que en jerga castrense puede llamarse "Orden Preparatoria". Así es que, en medio del Ejército, se conoció el memorándum del 20 de marzo de 1975 titulado "La crisis actual y la responsabilidad militar".
Varias publicaciones aludieron últimamente a ese importante documento, que ahora en forma exclusiva se reproduce íntegramente. Su texto es el que sigue:

La crisis actual y la responsabilidad militar (20 Mar. 75)

1-La situación nacional se deteriora sensiblemente, con serias amenazas para la vida institucional del país.

Se reconocen como causa varios factores conjugados, entre los que se computan:

a) Falta de autenticidad y de representatividad de importantes sectores del gobierno que digitan la política oficial, lo que origina crecientes enfrentamientos, resistencias y tensiones en las bases partidarias del poder central y en la mayor parte de las situaciones provinciales.

b) Maniobras de logias y/o sectas aparentemente infiltradas en ciertos ámbitos oficiales, con connotaciones seudo-religiosas y sectarias, con fines desconocidos por el momento, lo que origina evidente preocupación y confusión en las instituciones responsables (FFAA, Iglesia, etc.).

c) Declaraciones, actitudes y procedimientos de funcionarios de la mayor influencia y gravitación oficial que deterioran la imagen presidencial y proyectan una sensación del "poder" excesivamente centralizado en ciertas personas cuya mediocridad y escasa claridad de conducta, objetivos y propósitos resultan evidentes.

d) Excesos propagandísticos y de controles publicitarios (radios, TV, costosas campañas en la prensa de organismos oficiales, etc.), así como ciertas limitaciones directas e indirectas (asignación de publicidad oficial), que crean una sensación de inhibición y hasta de cierto temor en importantes sectores de la ciudadanía.

e) Alarmante falta de diálogo oficial con sectores políticos y con otros representativos de importantes actividades del quehacer nacional, incluyendo a las FFAA.

f) Creciente sensación de inseguridad y de descreimiento en la autoridad y en la acción de la ley y de las FFSS (crímenes, secuestros, venganzas indiscriminadas, etc.), lo que confunde y llena de estupor a la ciudadanía.
Aparente identificación de sectores extremistas de ultraderecha con algunas de estas manifestaciones, a las que se supone a menudo ligadas, por su impunidad, a grupos parapoliciales o a otros que contarían con el consentimiento y/o apoyo de ciertos niveles oficiales.

g) Impresión generalizada de que se transita por una peligrosa pendiente que puede conducir a una grave crisis institucional, si no se modifican a tiempo las circunstancias que la generan.

h) En los cuadros, una creciente frustración como consecuencia del recrudecimiento del terrorismo, pese al empeñamiento parcial del Ejército contra la subversión, lo que se adjudica en parte al hecho de que no se solucionan muchos de los problemas socio-económicos que originan descontento y alimentan la violencia.

i) Desabastecimiento de artículos de primera necesidad, con su secuela de precios oficiales que no se cumplen, sobreprecios, especulación y mercado negro, lo que afecta especialmente a los sectores más necesitados y origina crecientes preocupaciones y reacciones en los núcleos familiares.

j) Empleo de fondos oficiales en campañas y actitudes proselitistas y hasta demagógicas.

k) Declaraciones públicas de altos funcionarios que con argumentaciones revisionistas caen en actitudes que no condicen con la búsqueda de la conciliación y de la Unidad Nacional, lesionando, por falta de mesura y de prudencia, el sentir de vastos sectores ciudadanos, sin que ello provoque reacción oficial alguna.

2 - Una actitud militar responsable, coherente y patriótica debe asentarse en las actuales circunstancias en:

a) Una posición absolutamente legalista, respetuosa de las instituciones y, fundamentalmente, de pleno respaldo a la investidura presidencial.

b) Una sólida cohesión basada en la unidad espiritual de los cuadros y en un pleno respeto a las jerarquías y a la verticalidad del mando. Evitar toda politización en la institución, pero propiciar un pleno conocimiento y conciencia de la problemática nacional, con enfoques auténticamente nacionalistas y cristianos.

c) Una clara y franca opinión sobre las circunstancias que se viven, canalizada por las correspondientes vías legales, con los puntos de vista de la Institución respecto a las posibles soluciones inmediatas que podrían neutralizar los actuales riesgos institucionales, sin interferir, más allá de ello, en otros aspectos políticos, económicos o sociales que escapan a su responsabilidad y competencia.

d) Una adecuada información a los cuadros sobre los puntos antes especificados, haciéndolos vivir consciente y responsablemente las decisiones de la Institución, revitalizando sus motivaciones y consolidando su coherencia.

3 - Acorde con lo especificado en 2 c, se estima que convendría sugerir, con la mayor prudencia y claridad, ciertas medidas que, sin interferir en áreas clásicas del quehacer político o en problemas ajenos a la competencia de la institución, podrían determinar una distensión del peligroso clima que se va insinuando, con evidente riesgo para la institucionalización definitiva del país, única circunstancia que obliga a todas las instituciones a sumir plenamente sus cuotas específicas de responsabilidad en el conjunto:

a) Separación del poder de los elementos negativos y cuestionados que no cuentan con representatividad política auténtica y que son responsables de numerosos errores y deformaciones en el ejercicio de sus funciones.

b) Amplia apertura política hacia todos los sectores, buscando un diálogo fecundo y clarificador en busca de soluciones a los problemas que hoy afectan a la comunidad.

c) Vigencia plena y absoluta de la ley, haciendo respetar y cumplir las legislaciones que rigen las distintas actividades de la vida cotidiana, cortando de raíz toda expresión que se margine de la misma. Ley que sólo harán cumplir las instituciones responsables de su vigencia, con el más absoluto espíritu de justicia y ecuanimidad.

LA PSICOSIS DEL GOLPE

La designación del coronel Damasco desencadenó la mayor crisis sufrida por el gobierno peronista. Con el espantajo del golpe, se intentó una alternativa militar y gremial que murió antes de su nacimiento. La Presidente ratificó su confianza al general Laplane y éste se tuvo que ir. El vacío del poder aún subsiste.
Todo lo ocurrido en las últimas semanas (y para ser más amplios en los últimos meses) parecería dar la razón a la definición de Lord Chesterfield sobre la Historia: "Un confuso fárrago de sucesos". Para cualquier observador, local o extranjero, los acontecimientos de nuestra vida política actual están más cerca de la pesadilla que de la crónica. Son más dignos de Lovecraft, Mussil o Kafka que de los politicólogos nativos. Dicho sea, claro es, con los debidos respetos y distancias hacia unos y otros. Pero como quiera que nuestra obligación mensual con el lector impone el correspondiente análisis y comentario, éste se desarrolla a continuación, no sin antes dejar expresadas las correspondientes reservas de orden lógico, legal y psiquiátrico.

La luz del chalet

El sábado 9 de agosto, mientras en el Luna Park un maduro Nicolino Locche reafirmaba con éxito su juego de cintura, la población se enteraba del nuevo devalúo de la moneda: el 20 por ciento. Y en Olivos, las luces del chalet presidencial restallaban "a giorno": la Presidente recibía a ministros y asesores para decidir importantes cambios en el gabinete. Pero no era un cambio más, como los varios ya ocurridos desde el 1º de julio de 1974. Ni tampoco una mera sustitución de figuras gastadas. Suponía, por el contrario, la consumación de un complejo operativo, con apoyos sindicales y militares, destinado a colocar al "hombre fuerte" que llenara el vacío de poder creado por la salida (vamos a llamarla así) de José López Rega. Ese "hombre fuerte" era, obviamente, el coronel Vicente Damasco.
(Hagamos, a esta altura, una breve digresión etimológica de curiosa connotación: Damasco - como vocablo- tiene un antiquísimo origen; se remonta al hebreo antiguo, anterior a la era cristiana; viene de "dammaquesh" que significa "laborioso", "perseverante". Lo que son las cosas, ¿no?)
El operativo empezó, prácticamente, el 6 de agosto. En esa fecha el teniente general Laplane (teórico, como se sabe, del fallido "profesionalismo integrado") aprobaba un memorándum de sus asesores en el que se expresaba:
"Las Fuerzas Armadas, por un sentido patriótico que no puede rehuirse, aun cuando no se vincula directamente con nuestra función específica, aunque lo es indirectamente, porque se liga a nuestra tarea irrenunciable de velar por la seguridad de la Nación, deben jugar un papel destacado en el actual proceso institucional". En ese documento también se señalaba "la muy urgente e impostergable necesidad de que la Presidente de la Nación cuente con un equipo de gobierno coherente y homogéneo".
Ese mismo día -6 de agosto- la señora de Perón encargó al coronel Damasco -a la sazón secretario general de Gobierno- un plan para la reorganización integral del gabinete. Mientras Damasco enteraba de su misión al ministro Garrido y al comandante general, Laplane, comenzaron los movimientos de sus aliados gremiales y militares. Lorenzo Miguel lograba que las 62 produjeran un manifiesto reclamando "una profunda reorganización de los cuadros del Gobierno". Y en el área castrense se detectaban febriles gestiones de los generales Alberto Cáceres, Guillermo Ezcurra, los coroneles Sosa Molina, Corral, Deimundo (éste después viajó a España), Ramírez, Viola, Pantoli y los tenientes coroneles Díaz, Dagneaux, Vivanco, Arguello y Driolet. En su euforia, algunos de estos oficiales anticipaban que "ha llegado la hora de la verdadera revolución nacional". En Rosario, un dirigente de las 62 diría que "igual que en 1945 volvemos a la unión de Ejército y sindicatos".
En la noche del sábado 9 de agosto, Damasco se reunió en Olivos con la Presidente, el secretario técnico Julio González, Ángel Robledo (que acababa de regresar del Brasil), Garrido y Corvalán Nanclares. Damasco urgió en esa oportunidad la necesidad de una decisión inmediata. Aludió, incluso, al riesgo de una posibilidad golpista en el Ejército que debía ser conjurada con rapidez.

Y presentó una nómina de candidatos para el nuevo gabinete. Eran todos los que luego serían designados, a excepción de Ernesto Soubelet -para Economía- que fue objetado por Julio González y Corvalán Nanclares.
El domingo 10 se termina la tarea en casa de Damasco, en una tranquila y arbolada calle de Villa Devoto. En la reunión, que se prolongaría hasta la llegada del lechero, Robledo sufrió una decepción: no sería ministro del Interior, como se le había dicho originariamente, sino Canciller. El ministerio político quedaba para Vicente Damasco.

Cheque, cheque, cheque

El 14 de agosto se produjeron dos hechos que importarían serias contrariedades para el nuevo proceso. Uno de naturaleza castrense; el otro de carácter bancario y judicial. En una larga y agitada reunión con el general Laplane, los comandantes del segundo, tercero y quinto cuerpo de Ejército objetaban la designación de un coronel en actividad para la cartera de Interior. Por su parte, el diario La Prensa informaba que la Presidente de la Nación había firmado un cheque de la Cruzada de la Solidaridad Justicialista (más de 3.100 millones de pesos viejos) para ser depositado en la cuenta de la sucesión de Juan Perón.
Mientras los memoriosos (esos seres asociados) recuerdan el "cheque, cheque, cheque" de la Unión Industrial a la Unión Democrática -en 1946-, la calle se llenaba de inquietantes rumores. La larga reunión de los generales (son todos compañeros de camada y se tutean con el general Laplane) concluyó con un comunicado del comandante general de la fuerza donde se decía que la designación de Damasco "es una atribución exclusiva del Poder Ejecutivo" y, además, "se ajusta a las reglamentaciones militares". Las versiones periodísticas señalaron que hubo hasta una votación -cosa inusual- en la que Laplane desempató a favor de la situación de Damasco.
En cuanto al cheque, todas las explicaciones -hasta hoy- son de oficio; la Presidente no ha formulado ninguna aclaración al respecto. Diputados y senadores del oficialismo, sin perjuicio de rechazar el tratamiento sobre tablas de un pedido de informes del bloque de la UCR, han dado diversas interpretaciones. Estas pueden ser enumeradas más o menos así:

1) Se trató de un error imputable al ex ministro del Interior y abogado de la Presidente, Antonio J. Benítez, que confundió las chequeras e hizo firmar a la titular del Poder Ejecutivo la que no correspondía. Esta explicación es interesante: revela, por de pronto, que la señora de Perón podría tener, además de la chequera de la Cruzada de la Solidaridad Justicialista, otra de orden personal con un saldo nada deleznable.

2) Fue un error de la propia Presidente, subsanado luego con un escrito presentado ante el Banco de la Nación Argentina, cuyas autoridades permitieron la devolución del cheque, previa restitución del importe afectado.

Con todo, una cosa queda en claro: el importe en cuestión (3.151.655.150 pesos) se depositó en el expediente sucesorio el 28 de julio de este año. Así lo informaría oficialmente el juzgado el 25 de agosto, tras una presentación de los abogados Antonio J. Benítez y Santiago Carro. No se aclaró -y es una lástima- si el depósito era en cheque o en efectivo. Días más tarde, un hecho casi pintoresco generó nuevas perplejidades: el ex diputado peronista Eduardo Colom (abogado en la sucesión de doña Juana Ibarguren de Duarte) al notificarse del monto de lo depositado en el expediente, con destino a las hermanas Duarte, planteó una cuestión por regulación de honorarios. Adujo haber percibido una suma ínfima con relación a lo que le correspondería de acuerdo al nuevo haber patrimonial reconocido a las hijas de su difunta clienta.

Más dificultades

Los primeros pasos de la gestión del nuevo gabinete, virtualmente dirigido por el coronel Damasco (la Presidente permaneció más de 15 días recluida en Olivos, salvo cuatro que destinó a un descanso en Mar del Plata y un par de horas para correrse hasta el congreso partidario y leer una desconcertante autocrítica) tropezaron con serias dificultades: recrudeció la actividad subversiva; el partido oficialista volvió a fisurarse a raíz de la designación "a dedo" de las nuevas autoridades, y un sonado escandalete acompañó la renuncia del Secretario de Prensa y Difusión, José Stupenengo.
El sucesor de José María Villone mostró una insospechada independencia de criterio: se opuso a la compra de los equipos para la televisión en colores (400 millones de dólares) y no aceptó órdenes del ministerio del Interior para apoyar a la fracción Laplane-Cáceres-Damasco en el pleito militar. Resultado: le aceptaron la renuncia con las gracias por los servicios prestados y le dieron cinco minutos para abandonar su despacho, previo corte de sus líneas telefónicas.
Pero el gran conflicto se desencadenó a partir del lunes 25. Ese día, después del sepelio del coronel Larrabure (oportunidad en que el general Laplane con su discurso político produjo inocultable irritación en las filas militares), los mandos abrieron una definitiva deliberación sobre el caso Damasco.
En todos los comandos de cuerpo (Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Bahía Blanca) como así también en el acontecimiento de Campo de Mayo, se sucedieron reuniones en todos los niveles, desde general hasta subteniente. En diversos momentos de la jornada funcionó la red de teléfonos y radios para que los generales Delía Larroca, Suárez Mason, Viola, Videla y Urricarriet ultimaran los detalles de una decisión final: pedir el retiro de Damasco y el relevo de Laplane. A las 9 de la mañana del martes 26 llegaron los correspondientes radiogramas al comando general. Con ellos en la mano, Laplane voló a Olivos.
La Presidente recibió al comandante general, acompañada por los ministros Cafiero, Damasco y Garrido. Fue una reunión tensa, con ribetes de dramaticidad. Laplane expuso el cuadro de situación: "Estamos frente a un planteo que pone en peligro la estabilidad del Gobierno y, sin perjuicio de lo que la señora Presidente disponga, ofrezco desde ya mi pedido de retiro si ello ayuda a una solución".
Inicialmente, la señora de Perón rechazó, exaltada, la renuncia de Laplane. Pero unos minutos después, tras conversar con Damasco, Julio González y Emery, que se agregaron a la reunión, condicionó la salida de Laplane a la designación del general Cáceres como nuevo comandante general. Ello suponía el retiro inmediato de los generales Videla, Viola, Suárez Mason, Delía Larroca, Betti, Miró y Urricarriet.
Un llamado telefónico de Laplane al general Rosas, jefe de estado mayor, deparó una noticia ingrata para los deseos presidenciales: el general Cáceres no aceptaba el ofrecimiento. "Que sea entonces el general Ezcurra", clamó la señora de Perón, con tono imperativo.
"Eso no puede ser, señora Presidente -se apresuró a advertir Laplane-, el general Ezcurra es muy moderno y si usted lo designa tendrán que pasar a retiro la mitad de los generales en actividad".
Todos los presentes, incluida la Presidente, se miraron en silencio. Este sólo se quebró cuando ella, recobrando energías, impartió una orden: "General Laplane, lo ratifico en sus funciones; hágase cargo de la situación".
Casildo Herreras, que junto con Lorenzo Miguel, acababa de incorporarse al cónclave, interrogó entonces con timidez:

-¿Cómo piensa el señor general conjurar la situación?
Laplane, totalmente recompuesto por la ratificación presidencial respondió sin hesitación, mientras Damasco tomaba notas en un pequeño block:
-En primer lugar, debo advertirle que la situación del Ejército está bajo control; las actitudes golpistas han sido convenientemente detectadas. En segundo lugar, procederé a convocar a mi despacho a los comandantes. Si no desisten de su actitud los relevaré en el acto.
Casildo Herreras volvió a interrogar, acentuando su timidez, tal vez deliberadamente:
-¿Y si los generales no van a su despacho?
Con ceño duro y voz altiva, Laplane contestó, mientras graficaba la respuesta bajando la mano derecha con el dedo índice extendido:
-Los relevo a todos por radiograma y ordeno que los segundos comandantes se hagan cargo.
Con un empecinamiento poco frecuente, Casildo Herreras hizo una tercera y última pregunta, bajo la mirada de disgusto de su compañero Lorenzo Miguel:
-¿Y la Marina y la Aeronáutica qué actitud asumirán?
La respuesta de Laplane llegó breve y tajante:
-Las otras fuerzas son absolutamente prescindentes; éste es un problema del Ejército.

Al término de la reunión, Laplane marchó al comando para convocar a los generales y los titulares de la CGT y las 62 a sus respectivas sedes, donde, alentados por las palabras del jefe del Ejército, dieron un comunicado conjunto en el que expresaron "el apoyo incondicional del movimiento obrero a la compañera Presidente de la Nación".
Esa noche Laplane tuvo ingratas sorpresas. Los comandantes rechazaron la convocatoria. Y casi todos los oficiales superiores y jefes computados al principio en la adhesión al tándem comandante general-ministro del Interior, comenzaron a borrarse. Solo, desconcertado y melancólico, Laplane pernoctó en el edificio de la calle Azopardo.
El miércoles 25 se inició con la difusión periodística de los radiogramas de los comandantes de cuerpo. "Acá no hay nada subversivo, como se ha querido apuntar desde ciertos círculos. El Ejército está y estará al servicio del país", afirmaba el general Suárez Mason. "Hace dos semanas pudo dar una solución; ahora ya es tarde y Laplane tiene que irse para evitar males mayores", expresaba el general Delía Larroca.
Mientras los rumores y versiones reptaban por despachos oficiales, bloques parlamentarios y redacciones, en Campo de Mayo se constituía el comando general a cargo de Delía Larroca, en su condición de general más antiguo. Se esperaba la decisión final de la Presidente ante la nueva renuncia presentada esa mañana por Laplane, quien evidentemente había repenado las respuestas de la víspera a Casildo Herreras. Su soledad era ya mayor que la de un personaje de Ibsen.
Después del mediodía, en la residencia de Olivos se inició una dilatada y tumultuosa reunión, cuyo escenario central fue la planta baja del chalet principal. Hacia la media tarde se encontraban bajo el mismo techo ministros, legisladores, gobernadores de provincia, dirigentes gremiales y conspicuas damas de la rama femenina del peronismo. La Presidente permanecía en sus habitaciones privadas, y de cuando en cuando recibía a Julio González que le llevaba novedades y sugerencias.
Hubo, a lo largo de las diez horas, varias instancias rescatables. E incluso antologizables. Resumiremos algunas:.

• Un alto funcionario de la Presidencia interrumpía constantemente las discusiones solicitando silencio para poder hablar por teléfono. Los presentes escuchaban con ansiedad cada vez que alzaba el tubo y decía: "Sí, coronel, lo oigo. Aja, sí, sí. Así que Campo de Mayo está con el Comandante en Jefe. Muy bien. Informaré". O también: "De acuerdo, general; le informaré a la Presidente. Sí, sí. El tercer cuerpo desconoce a Delía Larroca". Al anochecer, alguien comprobó que ese teléfono estaba desconectado.

• Cuando llegó el general Cáceres, llamado al parecer por la Presidente, las damas peronistas lo rodearon. "Hágase cargo, general; termine con los gorilas", decían las más prudentes.
Cáceres -que según algunos observadores llegaba con el propósito de aceptar la comandancia general- se encaró con los miembros del gabinete, incluido Damasco, y les dijo: "No puede ser; no se está en fuerza para controlar la situación. Habrá que nombrar a un general más antiguo que yo". El titular de Bienestar Social le pidió un nombre. Cáceres respondió: "Si se descarta a Delía Larroca y a Videla, quedaría el tercero en la lista que es el general Luis Miró". Otro ministro interrogó perplejo: "Pero, ¿es de los nuestros?". Cáceres, sin ocultar su fastidio, pidió que se le repitiera la pregunta. Después, repuso: "Señores, hablemos con seriedad; yo sólo puedo dar información profesional", y a los pocos segundos abandonó precipitadamente la reunión.

• Cuando llegó el presidente provisional del Senado, Italo Luder, un grupo de legisladores lo condujo hacia un costado. "La situación es muy difícil -se le dijo- usted tendría que prepararse para asumir el Gobierno en caso de que esta noche no se llegue a una solución". Luder dio una respuesta que desconcertó a sus interlocutores: "Yo sólo asumiré si me lo pide la Presidente y en forma pública".

• La llegada de Fautario y Massera marcó la reconversión final de los acontecimientos. Mientras esperaban ser recibidos por la Presidente, asistieron, mudos y sorprendidos, a la asamblea de la planta baja. Luego, al ingresar al escritorio de la señora de Perón, Massera manifestó: "Venimos a decirle, señora, que esta situación tiene que terminar de inmediato para bien del país y para seguridad del Gobierno. No cabe otra alternativa que reemplazar al general Laplane por el general Videla".

A la medianoche, cuando los visitantes de la jornada ya habían abandonado el chalet, dejando ceniceros ahitos de puchos y pocillos de café diseminados por todas las mesitas, la Secretaría de Prensa y Difusión anunció la designación del general Jorge Rafael Videla. Una vez más, como en el caso de Celestino Rodrigo o en el de López Rega, la Presidenta optaba por una decisión enérgica, naturalmente contraria a la del día anterior.
El argumento clave del sector que colocó al coronel Damasco en el ministerio del Interior, desatando la mayor de las crisis del último año, fue el de "parar el golpe gorila-liberal". Curiosamente, los imputados (de hecho, el noventa y ocho por ciento del Ejército) sólo se movieron en función de la institucionalidad y la cohesión militar. En cambio, los acusadores intentaron -en vano, de acuerdo al resultado- implementar una coalición militar-sindical de tufo innegablemente corporativista, ajeno y contrario a la legalidad que decían defender.
La psicosis golpista, tan usada en esta ocasión, viene de antes. Cada vez que las cosas no resultan o se llega, por impericia, a una situación límite (como en los casos de Rodrigo, López Rega, Vignes, etc.) alguien saca a relucir el peligro del golpe. Eso sí, nunca se dice quiénes son en concreto los golpistas, y dónde están. Se llega a la paradoja de declarar, una y otra vez, que los gremios, los partidos opositores, las Fuerzas Armadas, están por la continuidad institucional y luego, sin inhibición intelectual alguna, se denuncia el riesgo golpista.
¿Quiénes son, en definitiva, los del golpe? ¿Acaso, los boy-scouts? Porque si los militares no son, los políticos de la oposición tampoco, el margen de búsqueda se limita demasiado. Se "surrealiza". Obliga a un salto irracional, casi místico. De lo contrario, habría que pensar que hay un golpe en marcha, con "tutti", pero el Gobierno y sus aliados no se atreven a llamarlo por su nombre y apellido reales. Lo cual, a la luz de la lógica, es imposible. Porque de ser cierto, ya habría triunfado.

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