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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

El mito Gardel

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Revista Siete Días Ilustrados
junio 1967

 

 

 

¿Está muriendo el mito de Gardel?

La generación de Tito Lusiardo y Arturo Jauretche aún lo quiere entrañablemente; la de Rodolfo Kuhn o Juan José Sebrelli lo analiza sin piedad, y los jovencitos como Marilina Ross, ya son indiferentes.
A treinta y dos años de la debacle de Medellín, su voz sigue conmoviendo a los argentinos. Esta vez, como todos los 24 de junio desde 1935, centenares de radios de toda América latina dedicarán horas enteras a memoriosas audiciones en las que Gardel cantará "El día que me quieras" o "Por una cabeza", como si estuviera vivo. Después, el locutor lo evocará como si ese 24 de junio acabara de morir. ¿Qué significa Gardel para los argentinos, latinoamericanos y aun europeos? ¿Cuál es la explicación de su tenaz vitalidad que renace cada día? SIETE DÍAS ILUSTRADOS efectuó una minuciosa encuesta donde dos generaciones dan su versión.

LA VIEJA POLÉMICA

"Ese es Gardel", dice Tito Lusiardo —su viejo camarada— recordando hoy una de las infinitas anécdotas: "porte y figura". Cuando Lusiardo trata de explicar, tiene pocas posibilidades de tomar distancia, demasiado enredado con la época y con Gardel, su monarca; quiere demasiado todo eso para no poder decir otra cosa que: "Fue, cómo le podría decir, un hombre muy querido, nunca estuvo en estrella, cuando filmaba, era un obrero más". Hay otras razones tradicionales de admiración: "quiso a su madre"; "fue una persona increíble, y aunque se fue para el cielo hoy Gardel es inmortal".
Para Marilina Ross el problema es menos patético: "Por las fotos y las cosas que se cuentan, lo veo como una especie de Perón chiquito; para mí Gardel no agrega una presencia viva; eso de que cada vez canta mejor puede decirlo Julio Jorge Nelson: cómo va a cantar si está muerto". Para la "nena", Gardel "sólo representa lo exterior, lo verdaderamente porteño es Discépolo".
Carlos Peralta, de quince años, alumno de segundo año del industrial Manuel Belgrano, es más taxativo: "Gardel es un mito que a mí no me incumbe, no me interesa, no es de mi época". No le parece que cante mal, pero prefiere escuchar a Los Beatles. "Todas las letras de tango llegan al mismo punto, al pobre porteño que está tirado, que lo deja la mina, que se le muere la madre; es completamente idiota." Sin embargo, "hay uno lindo:«Yira-Yira»".
Montado en "su" jeep del diario donde trabaja, a veces a bordo de un colectivo, Alfredo Boeri —de cincuenta y cuatro años, que se gana la vida como chofer, a veces como fotógrafo, a veces como cronista— sueña todavía con una lechería de la calle Defensa, "en la cortada Lujan, frente al cine Cecil", la noche aquella en que el "Morocho" "se cantó un par de tangos". Esto ocurrió "un par de años antes de que se fuera". Y otra vez reaparece la simpatía: "buen mozo, elegantemente vestido, muy sencillo, muy simpático, bueno, si se quiere un poco dandy en su aspecto general, pero sin aparatosidad, muy natural, un hombre que salía de lo común." En una palabra, las razones de admiración siguen siendo contradictorias, como la que todo mito desencadena; aunque se lo niegue como tal: "Gardel no es mito, es una realidad; como mito no lo he visto nunca, Gardel es histórico." Aunque no haya más remedio que reconocer: "después de la muerte, para mí, se infló un poquito el globo; la muerte lo ha popularizado, pero aun vivo, hubiera sido un éxito".
"Gardel me parece bárbaro", dice Rodolfo Kuhn y como advierte que esta respuesta no es satisfactoria, indaga: "¿tengo que opinar más en profundidad?" El joven director de cine advierte que sus presunciones son exactas; "me parece que Gardel es el que mejor expresó su época, con sus contradicciones y demás, pero lo hizo. Tiene algún tipo de condición para ser líder porque expresa cosas que están en la gente; digo líder en el sentido que puede serlo un tipo que canta, en la medida en que lo es Palito Ortega. Claro, a mí me gusta Gardel, pero no Palito Ortega; Palito Ortega no me despierta nada, Gardel, sí, aunque sea el porteño de antes. Del porteño de ahora quizá tenga el individualismo. No creo que sea único, pero por ahora no hay ningún otro que se le parezca. Como mito, me molesta, porque me molestan los mitos en general."

EL CANTOR DE UNA ÉLITE

"Yo no me meto para nada con Gardel como cantor, sino con el mito Gardel", dice Juan José Sebrelli, autor de "Buenos Aires, vida cotidiana y alienación" y "Eva Perón, ¿aventurera o militante?". "Gardel era fundamentalmente el cantor de la aristocracia argentina —dice—. En primer término, era un hombre de Barceló, amigo de Rugerito —hay fotos en las que aparece abrazado con él—, cantaba en el comité conservador de la calle Pavón 252 y también cantaba en las campañas electorales de Barceló. De ahí, de los conservadores, pasó directamente a los salones de la alta burguesía; era el cantor de los niños bien, cantaba en palacios.

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No solamente se puede hacer una crítica de Gardel desde el punto de vista social sino desde el punto de vista estético. Es indiscutible que en sus primeras épocas era un auténtico cantor de tangos: cuando cantaba con guitarras y tangos como 'Mano a mano', pero en los últimos tiempos, todo era una romanza internacional. 'El día que me quieras', esa cosa lacrimógena, cursi, que no tiene nada que ver con el auténtico tango que era algo crudo y realista. Ese cambio lo hizo él por razones de gusto del público; porque el público de él, era un público internacional; hizo una canción romanza que gustara en Colombia, en Venezuela, en todos los países donde iba; sus relaciones de tipo social lo llevan a modificar su manera de expresarse. Cosas increíbles tiene grabadas Gardel."

LA CONCIENCIA DE CARLITOS

"A Gardel y Razzano los conocí en mi pueblo, Lincoln, cuando cantaban en el bar San Martín. Pasaban el sombrero y juntaban moneditas" —recordó Arturo Jauretche, autor del exitoso "Medio pelo"—. "Razzano mismo me contó que corrían la gran liebre. Gardel, aflojó. Yo no salgo más a cantar, Oriental. Un día, cuando Razzano volvía de pescar en el recién construido balneario, sintió que lo llamaban desde un bar de Perú y Avenida. Orientalito, vení... Cántate algo. Era el magnate Taurell, un poderoso estanciero. Razzano volvió con la guitarra y Gardel. Fueron a comer a una pensión de francesas, en Tucumán y Esmeralda. De allí, Taurell se los llevó al Armenonville, donde los niños bien consagraron al dúo. Les ofrecieron 200 pesos. Gardel, cansado de correr la liebre, preguntó si les pagaban la comida. Razzano le aclaró: Hermano, los 200 son por noche, no por mes."
Jauretche prosigue: "Ahora a Gardel en vez de escucharlo, lo analizan. Es un disparate pedirle conciencia de clase, como es un disparate pedirle conciencia de clase a Cassius Clay o a Bonavena. El es un mito. Como Rockefeller, con la diferencia que éste no fue un cantor de éxito, que empezó de abajo, prosperó y se adaptó a su público. A un hombre que canta bien no se le pregunta si traiciona o no a su clase".
Discutido, vituperado, defendido con tierno fanatismo, sólo comparable al de los que lo quieren defenestrar, el mito de Gardel quizá sea la mayor certeza de la Argentina contemporánea. Ayer, discutirlo era tabú. Hoy, la polémica feroz que despierta su nombre es sólo una nueva manera de quererlo y de indagar el fascinante misterio que lo rodea. Porque explicar a Gardel, atacarlo o defenderlo, es quizás la manera más entrañable que tenemos de hablar acerca de nosotros mismos.

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