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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

El extraño caso de la salida política

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El gobierno y las FF.AA. han fijado las "pautas mínimas" para el desemboque institucional, lo cual no es lo mismo que un plan político concreto. Al contrario: a partir de ahora se generará un intenso debate acerca de cómo implementar el proceso; debate que se crispa en torno a dos modelos y dos formas distintas de encarar la Revolución.

Revista Siete Días Ilustrados
1970

 

 

 

Anécdotas aparte, los hechos políticos de la semana pasada, incluido el mensaje presidencial que clausuró siete días pródigos en proclamas, tornaron a replantear una discusión clave, un debate que hace a la esencia misma de la Revolución: la baqueteada salida institucional. Este espinoso capítulo, motivo de agrias disputas en todas las esferas, supone nada menos que la búsqueda de un nuevo sistema de poder, que legalice el proceso iniciado en 1966. Pero no sólo eso: en tanto rúbrica de tal proceso, la "salida" es la prueba de fuego de la Revolución, el nudo justificatorio de su advenimiento y el bálsamo para sus culpas.
No hay términos medios: o las FF. AA. "salen", dejando en su lugar un nuevo orden acatado voluntariamente por las mayorías, o simplemente claudican, replegándose a sus cuarteles para permitir el renacimiento del sistema que se pretendió abatir cuatro años y medio atrás. Tales son los extremos del dilema. Es que durante el impreciso cuatrienio onganiano, y también ahora, cuando por fin alumbran "pautas mínimas", las esferas de poder sólo atinan a ponerse de acuerdo en generalidades, demostrativas de la absoluta vigencia de concepciones contrapuestas, cuya coexistencia parece cada vez más difícil. Así, resulta comprensible que las tres armas hayan optado por descongestionar la presión, generalizando el debate mediante el expediente de un semiparlamentarismo institucionalizado: por eso las pautas no son más que una especie de reglamento formal, un mecanismo para encauzar la polémica y no un plan político de fondo.
Si hasta el definitorio ítem de los plazos ha vuelto a ponerse entre paréntesis. En un terreno tan hipersensible como el político, resulta sugestivo que el comandante Alejandro Lanusse enfatice ahora la posibilidad de abreviar el interregno de cuatro o cinco años que la Casa Rosada estimó necesario antes de entregar el poder. Se han ratificado, con todo, algunas premisas: la renovación de los partidos, por ejemplo. Pero como eso no se ha producido hasta ahora, ¿con quién va a discutir el gobierno la elaboración definitiva del plan político? Resulta indudable que si el debate se abre sin que se generen nuevas polarizaciones, la Revolución se verá obligada a pactar la salida con las estructuras partidarias tradicionales, las mismas que pretendió pulverizar con una compañía de gases lacrimógenos.

COMO SIEMPRE, DOS MODELOS

Con todo, el hecho de que se haya encomendado a las tres armas que elaboren por separado sus propias ideas sobre el desemboque institucional (faena que culminó el viernes 4, cuando, desde Neuquén, Roberto Levingston difundió los puntos coincidentes de cada una de las sugerencias), puso sobre el tapete un curioso "tiempo político". Adelantándose al mensaje presidencial, Arturo Frondizi difundió el miércoles 2 el documento ávidamente esperado por quienes suponían que el oráculo desarrollista iba a deshauciar al gobierno. Conocido es el carácter letal de ciertas premoniciones de Frondizi. Esta vez, sin embargo, el ex presidente insertó en el tercer párrafo de su proclama -que abarca cuatro carillas y media tamaño oficio- una frase según la cual "admite la posibilidad de una rectificación del rumbo gubernamental", para descerrajar a continuación virulentos juicios contra los actuales trajines en torno a la salida política que pueden resultar -dice- "una forma de evasión que aleje al pueblo de sus reales preocupaciones" o, más aún, el sibilino "escudo de una tentativa contrarrevolucionaria". Ahora bien, como el debate sobre el desemboque institucional es alentado por el alto mando de las FF. AA., ¿en qué se basa Frondizi para esperanzarse con una posible "rectificación del rumbo"? El interrogante se ahonda si se tiene en cuenta que a juicio de Frondizi, son también "contrarrevolucionarias" todas las medidas adoptadas hasta ahora -excepto las relativas al agro- en el ámbito económico.
Una posible respuesta puede encontrarse en el mismo documento: insiste allí en la necesidad de "encontrar puntos de coincidencia de todos los sectores sociales y todas las formas políticas, para realizar la revolución"; y es en ese marco que Frondizi admite la posible "rectificación", hecho que "no depende solamente de la voluntad de quienes ejercen el poder" -dice- sino también de "una acción coordinada de todos los sectores revolucionarios". Entonces puede colegirse: el desarrollismo propugna la creación de un partido para la Revolución tal como lo esbozó el ministro de Defensa, José Rafael Cáceres Monié, en julio último, durante uno de sus definitorios interinatos en la cartera de Interior.
Y acaso sea éste el quid de la cuestión, el punto en el cual se diferencian los dos posibles modelos de salida. Se sabe que en el gobierno existen otros hombres, además de Cáceres, que propugnan la creación de ese partido, algunos de ellos vinculados personalmente a Levingston: Enrique Gilardi Novaro, por ejemplo, ahora presidente del Banco Nación, quien en un reportaje cuando regenteaba la subsecretaría política del gobierno, proclamó enfáticamente: "Sin partido de la Revolución no habrá revolución". De ahí que el costado más sugestivo del proyecto preparado por la cúspide del Ejército haya sido, justamente, el rechazo de la idea de creación de un partido oficial.
Es que, en definitiva, todo el montaje del plan político depende de la decisión que se adopte en ese punto capital. El hecho de que la Marina se oponga a la reforma de la Constitución (propósito que alientan, en cambio, las otras dos armas), o que se discuta si en lugar de una comisión asesora, se estructurará una especie de Junta Consultiva que funcionará en el Congreso, apenas constituyen detalles instrumentales. derivados de un tronco estratégico que el gobierno necesita definir: o implementa un fuerte movimiento que, por gravitación propia, sea capaz de monopolizar la salida y heredar el poder, o prohíja un acuerdo con el aparato partidario tradicional, sobre la base de encumbrar a una figura militar en la Presidencia, coligada a una alianza centrista; esta vía puede prever, también, la admisión de dos corrientes opositoras legales: una populista, encarnada por el peronismo, y otra de centro-izquierda, tal vez montada en torno al reciente Encuentro de los Argentinos; así, sólo la extrema izquierda, partidaria de la violencia, quedaría al margen del nuevo sistema, lo cual se subsanaría tratando de que la oposición legal canalice eventuales focos de descontento.

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Arturo Frondizi

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manifestación telefónicos

Saltan a la vista las diferencias entre este esquema y el que propagandizan los partidarios de la creación del partido. En primer lugar, la nueva agrupación sólo podría prosperar en tanto la Revolución que lo sustenta concite fuerte apoyo en la ciudadanía. Se produciría así una decantación natural, y el fantasma de la violencia no sería absorbido por una oposición que, aunque moderada, podría perturbar el proceso, sino por el mismo gobierno y su aparato político, convertidos en eje polarizador, sin tener necesidad de pactar con la abominada "partidocracia". Naturalmente, también se institucionalizarían grupos opositores, pero éstos girarían en el vacío si el partido revolucionario sabe seducir a las mayorías.

MEJOR QUE PAUTAR ES PLANEAR

La razón por la cual el desarrollismo propicia un nuevo agrupamiento (que Frondizi llama Movimiento Nacional, y Cáceres "partido para la Revolución") estriba en que, para poder crearlo, parece necesario que el gobierno genere simpatías a través de un programa económico "nacional y popular", claramente diferenciado del rígido y antipopular monetarismo estabilizador. Para el frondizismo ortodoxo, que milita en el llano, eso supone descartar los planteos económicos liberales, y también la línea que alienta el actual ministro del ramo, Aldo Ferrer, a quien se acusa de instrumentar meros "paliativos" y ser cómplice del "neoliberalismo"; el equipo "nacional" incrustado en el gobierno, que coincide con Frondizi en la cuestión de la salida política, piensa en cambio que el advenimiento de Ferrer implica una modificación fundamental del esquema económico, y que sólo será necesario profundizar el rumbo para poder encarar con éxito la creación del partido. Pero ambas variantes parecen estar de acuerdo en la necesidad de iniciar ya mismo los trajines para estructurar el nuevo movimiento.
Esta premura no es gratuita: como las tres armas se han pronunciado en contra del proyecto, la corriente "nacional-desarrollista" pretende arrinconar al gobierno con la política del hecho consumado. Con audacia, aspira a convencer al propio Levingston, para que el presidente se convierta en paladín de la idea y se decida a buscar el apoyo de la oficialidad populista que -suponen los tácticos del movimiento- anida en los cuadros intermedios de las FF. AA. Por lo pronto, en el dossier presentado por la Fuerza Aérea, se remarca la estrecha vinculación que existe entre las pautas políticas y el plan económico: en una parte del memorial elevado por los aeronautas a la Casa Rosada, se afirma que existe una grave "situación psico-social", propiciadora de extremismos, cuyas raíces deben buscarse en problemas económicos reales; los brigadieres, entonces, manifiestan la necesidad de concretar los anuncios del equipo ferrerista, pero se proclaman rígidos en cuanto al plazo de salida: en ningún caso más de cuatro años. La Marina, a su vez, ha optado por reiterar su preocupación por el problema del peronismo: sugiere reformar la ley de Asociaciones Profesionales para evitar que los sindicatos incidan en el proceso.
Pocos creen, sin embargo, que el insurgir gremial pueda ser contenido con artilugios reglamentaristas. Más de mil empleados telefónicos ganaron Plaza de Mayo, el martes 2, provocando una considerable batahola en todo el centro. El gremio (que milita en el sector duro de las 62 Organizaciones) será sin duda intervenido, pero eso no resuelve el problema central. Además, la tregua que está concertándose entre la CGT y el gobierno puede tener las patas cortas si el régimen no concede algunas reclamaciones. En ese sentido, Ferrer y el secretario de Trabajo, Juan Luco, ya están estudiando un aumento de emergencia a otorgar en enero, que podría llegar a un 9 ó 10 por cierto; es decir, algunos puntos por encima de los 6 que había previsto Moyano Llerena. Esa gracia se concederá a cuenta de lo que resuelvan las paritarias, cuya fecha de reunión se adelantará a marzo, probablemente; otra muestra de buena voluntad: los nuevos sueldos que decidan establecer las paritarias -que no deberán sobrepasar los topes, explícitos o no, que fijará el gobierno- entrarán en vigencia a partir de abril o mayo.
Los gremialistas prefieren esperar, entonces, y de ahí que sea improbable que cuaje un proyecto de las 62: efectuar una concentración en la cancha de Atlanta, antes del 20 de este mes, y un paro general a partir de las 14 del día elegido para el acto. Pero la CGT también se pronunció sobre la salida política, y lo hizo oponiéndose a los dos modelos en danza: ni pacto con "los conocidos de siempre de la vieja política", ni "absurdo intento de profundizar una revolución inexistente". Según el documento distribuido el lunes 30, la jerarquía obrera propugna la reconstitución de la "vida pública" mediante "una democracia con libertades y derechos efectivos", que distribuya justicieramente la riqueza. Eso es todo: con tal suma de generalidades, tanto se puede coincidir con Roberto Levingston como con Mao Tse-tung.

 

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