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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Misceláneas 1930

EL SUPLICIO DEL COMPLETO
Pasa un coche, pasan dos, pasan tres..., muchos más. Todos repletos, con gente colgada y como racimos en los estribos, en la soga del trolley.

EXCURSIONES POR LA CIUDAD
Apenas se inicia la primavera, los niños de los grados inferiores de todas las escuelas porteñas están de fiesta.

Revista Aconcagua
1930

 

 

 

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Después de una hora larga de plantón, divisamos a lo lejos el ansiado tranvía.
Pensamos si la diosa Fortuna será benévola con nosotros, si nos permitirá treparnos a este coche tan esperado, en el que, ¡Dios sea loado!, al acercarse deja al descubierto cuarenta centímetros de espacio libre de profanación.
¿Lograremos la posesión de ese espacio? Lucha que impone un esfuerzo homérico. Lucha en la cual después de disputar palmo a palmo, arañando, mordiendo y pellizcando a nuestros enemigos, venceremos sudorosos, jadeantes, con la ropa hecha jirones contra la jauría.
Pero, ¡oh, dolor! no ha detenido todavía su marcha el vehículo, cuando una multitud de pasajeros, de probabilísimos candidatos a pasajeros, mujeres, niños, salvajes, bestias, todos queremos la posesión de los cuarenta centímetros para poder sentirnos felices.
Y es de ver entonces cómo aquellos que tienen experiencia de la vida, aquellos que han sufrido en carne propia las vicisitudes del destino, ponen en juego sus malas artes para obtener el triunfo.
Al fin un pasajero afortunado logra ubicación en el privilegiado espacio, y mientras los demás le envidian y se resignan a esperar, nuestro héroe trata de reducirse a la mínima expresión, y puede triunfalmente colocar un cuarto de muslo dentro del área perimetral del coche. Ya está seguro. Ya nadie lo desalojará...
De pronto un grito hiere aquella colmena y nuestro héroe tiembla. ¿No estará ganada la batalla todavía?.
"Correrse al interior del coche", dice la voz del que adivinamos y que no vemos.
"Correrse al interior" significa poner en práctica los sabios preceptos filosóficos de quienes recomiendan la vida interior. "Más adelante, caballeros" quiere significar adentrarse en sí mismo. Y hay que hacerlo, porque el señor de vidas y haciendas no admite réplica. Hay que correrse y entrarse en sí mismo.''
Se acerca al héroe una mano sucia, esgrimiendo a modo de escudo una máquina de expender boletos, y de ella surge voz profunda que dice: "¡Boleto!", como podría decir: "¡Bestia!". Tal el acento de esa ingrata voz. Trata aquél entonces de echar mano a su bolsillo para encontrar el vil metal que ha de satisfacer las ansias del desconocido, pero, ¡quiá!, un trompis casi lo derriba en tierra. Ha metido, por equivocación, la mano en un bolsillo ajeno.
Después de innúmeras y prolijas investigaciones da con el suelto e intenta entregarlo al señor guarda. Llega a poder de éste, creemos, pues no lo divisamos ni aun en lontananza, después de haber servido de intermediarios una docena de pasajeros.
En tanto, mientras nuestro héroe espera el término liberador de su suplicio, que bien se lo ha ganado, echemos una mirada al interior del coche y contemplemos cómo la vida tiene tantos atractivos que no es posible creer que quienes abominan de ella sepan lo que dicen.
Unos pasajeros, felices, ¡ah, sí!, felices de ellos, cómodamente sentados en los mullidos asientos, contemplan con visible satisfacción los esfuerzos de los desventurados, de los dejados de las manos de Dios, que sufren las molestias de quienes les oprimen, les muerden, les someten a toda clase de torturas. A cada detención del coche la ola humana se echa sobre quienes gozan de las comodidades que proporciona la suerte a quienes pueden considerarse sus favorecidos.
Y va en serio: el problema a que dispone el completo parece que todavía no tuviera solución, porque el espectáculo que ofrecen los tranvías se ve reeditado en ómnibus y colectivos. Mientras la ciudad no tenga subterráneos seguiremos contemplando estos cuadritos, sufriendo estos suplicios y permitiendo que nuestras humanidades soporten el peso abrumador de quien la agobia en nombre de necesidades crueles.

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Una iniciativa no lejana determina que todas las mañanas la ciudad se pueble de bandadas de pequeños que la van alegrando con sus gorjeos y sus risas, a la vez que ellos se bañan en sol abriendo sus pulmones al aire puro que los nutre y tonifica.

FELIZ IDEA

Sin duda alguna, esta práctica ha resultado feliz. La escuela no debe preocuparse solamente de suministrar conocimientos a los alumnos. También debe cuidar la salud del cuerpo. En algunos locales se dispone de todos los medios necesarios a tales fines. Pero en otros se carece hasta de lo más indispensable.
De ahí que estos paseos periódicos hayan venido a llenar una sentida necesidad, pues dan ocasión a que esas criaturitas, la mayoría de las cuales habitan en sucios conventillos o en estrechos departamentos, reciban un poco de aire y de sol.

BUENA ELECCIÓN

Cada una de nuestras escuelas cuenta con varios grados inferiores. Se reúne el total de niños de esos cursos y se les ubica en grandes autos de excursión, cómodos, veloces y seguros.
Los puntos a recorrerse se fijan de antemano en la dirección de la escuela, y comprenden las principales calles y paseos, con estacionamiento en el Balneario Municipal y en el Bosque de Palermo, generalmente. De ahí que el paseo, además, resulte instructivo, pues las maestras van explicando las mil cosas interesantes que a cada paso se suscitan en la ciudad a la curiosidad del transeúnte.

A PLENO SOL

Una vez en Palermo, los niños descienden, siempre acompañados, por sus maestros, y se entregan a sus juegos, a pleno sol y a pleno oxígeno, sobre los prados, bajo las árboles y junto a los pequeños arroyuelos.
Allí brilla la alegría en los ojos infantiles cuando van tras una pelota, en la completa actividad de los músculos, o montando los dóciles "petizos", o bajando velozmente el tobogán, o suspendiéndose como pájaros en las anillas y trapecios del gimnasio.

REPARANDO FUERZAS

A una hora determinada, los niños la emprenden con la merienda, animosos y con todo el entusiasmo que pueden dar dos horas de ejercicio bien dosificado. Se les sirve luego leche recién ordeñada, y una vez repuestas las fuerzas, se tiene unos momentos de descanso, para pronto emprender el viaje de retorno.

TODO PREVISTO

Claro está que todo esto cuesta algo. Y como para atender esa enorme cantidad de niños haría falta un dineral, lo más prudente sería que cada uno aportara unos centavos, ya que con la suma total podría atenderse todo.
Pero cuando un niño no dispone de los cincuenta o sesenta centavos necesarios, no por eso deja de participar de la excursión.
Las maestritas sacan de sus sueldos hasta ese dinero y completan la suma, felices de que ninguno de sus alumnos pueda sentir en momento alguno la pena de haber nacido más pobrecito que los otros...

 

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