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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

El porteño
ese bicho raro
Los nuevos dueños de Buenos Aires

(continuación)

 


 

 

 

LO QUE PIPO SE LLEVO

Como en el encuentro con Esteban F., se verificó en todo momento que los tiempos y las generaciones conviven no sólo en la misma ciudad, sino también en cada rincón, en cada barrio, en cada casa. Los desplazamientos históricos del porteño -esos cambios en sus preferencias que lo llevan a abandonar un hábito y adquirir otro- no siempre se visualizan fácilmente, es tarea de sociólogos-detectives el reconocer los lugares por los que pasa el meridiano de una generación. A pesar de intolerancias y rezongos, en el fondo de su filosofía el porteño cuida una consigna de "vivir y dejar vivir" que le permite seguir transitando sus rutinas sin dejarse influir por los cambios que lo rodean. El ejemplo del bowling es sólo una muestra: signo de una nueva época donde el ocio nocturno se comparte con la mujer.
Es bastante raro encontrar los lugares químicamente puros de una generación. En la calle Gallo, a dos cuadras del hospital de Niños, todavía queda un boliche de los de antes, un almacén-bar con estaño y mesas de truco poblado por una corte estable de hombres ya mayores, muchos de ellos criollos o inmigrantes llegados cuando Gardel todavía pesaba 115 kilos. Un teléfono público es la única intrusión entre los arcaicos carteles de propaganda de productos ya desaparecidos: cuando una muchacha de minifalda o un muchachito con anorak anaranjado entra a hablar por teléfono, los parroquianos ni se mosquean: 1969 es para ellos un accidente del calendario, un equívoco al que no conviene prestarle atención.
Pero ese mundo nuevo es insidioso, no respeta el pasado, se mete por todas partes. Su estandarte tiene diez colores y está coronado por un escudo en el que lucen un Saturno V y un televisor. Sus tropas nunca vieron jugar juntos a Labruna y Loustau, pero saben de memoria cada nueva canción de Sandro, Palito Ortega o Leonardo Favio. Si hubiera que definir su prócer máximo, posiblemente resultara electo Nicolás Pipo Mancera: son los porteños del televisor, un medio masivo que -al margen de sus indudables méritos- marcó durante los últimos años los pasos de una suerte de contrarrevolución porteñicida. Muchas de las instituciones básicas de la ciudad tambalearon ante el aparato; modismos, lenguaje y prototipos cambiaron; la cultura de otros países -principalmente los Estados Unidos- invadió a Buenos Aires bruscamente.
Antes de eso, el ocio porteño tenia carriles diversos, de los cuales la calle Corrientes era la línea principal. (No hace falta que el lector atacado de súbito porteñismo lo intente: un cronista de SIETE DÍAS ya lo hizo por él, y verificó que en Corrientes no hay ningún edificio que corresponda al número 348 y cuyo segundo piso esté amueblado por Maple y sumido en confortable media luz.) Por supuesto, no hubo escándalo: los porteños siguieron concurriendo a sus clubes de fútbol y dejando en ventanillas unos 400 millones de pesos por año; según su edad optaron por las carreras de autos -seria competencia del fútbol: en el Autódromo se trata de terminar las competencias domingueras temprano para no restar público a las canchas-, los tradicionales encuentros de boxeo en el Luna Park o las carreras de Palermo, San Isidro y La Plata. Tampoco abandonaron el teatro ni el cine, a pesar de que hubo salas que se cerraron a partir de la década del 50, en neta relación con el auge televisivo. El sandwich frente al telerreceptor tampoco eclipsó los voraces hábitos restaurantófilos del porteño.
Pero, de todas maneras, el televisor significó un principio de retroceso urbano: se podían ver deportes desde el hogar, emocionarse con un film de acción sin salir a la calle, presenciar una función teatral desde la cama. Pareció, por un momento, que las calles de Buenos Aires podían llegar a quedar vacías a las 9 de la noche, en cuanto la mayoría terminara su trabajo. Curiosamente, fueron los más jóvenes los que primero reaccionaron: advirtieron que, después de todo, el más fastuoso show no reemplaza el bailar con una chica, que en torno del televisor se puede estar con los padres, pero no con los amigos.
Las calles están ahora tan llenas como siempre lo estuvieron, y los pronósticos agoreros no pasaron de una falsa alarma. Paradójicamente, los que quedaron aferrados al nuevo estilo de vida televisivo fueron los porteños de más edad, que encontraron una excusa para su pereza en la comodidad de quedarse en casa. Alguna influencia de la invasión sigue vigente en las modas y el lenguaje, pero -como compensación, quizás como una reacción frente a la música extranjera- el folklore argentino prendió en Buenos Aires.
Limitado a ciertas capas sociales, el automóvil tuvo, sin embargo, mucho que ver con esa revitalización de la calle, con la expansión geográfica del porteño. Unos 270 mil automóviles -uno por cada 13 porteños, según la cámara de fabricantes- permitieron disolver por completo el barrio en la ciudad, llevar hasta la exageración el espíritu curioso y errabundo del habitante de Buenos Aires.
En los restaurantes económicos de la calle Paraná, donde hay gente cenando a las 4,30 de la mañana; en la tradicional esquina de San Juan y Boedo, donde los porteños de hoy usan portafolios rígidos para ir de bancos; en un supermercado a metros de la otrora maleva avenida Saenz; en Mataderos, Parque Chas o avenida Figueroa Alcorta, Buenos Aires está cambiando cada día. Nadie sabe cómo será dentro de un siglo: hace cien años, un grupo de ingleses de un club de cricket fundaron en la calle Del Temple 38 el Buenos Aires Football Club, y tuvieron que disolverlo después del primer partido porque no consiguieron suficientes socios interesados en ese deporte.
Cada día, unas 70 parejas se casan en algún Registro Civil; en los sanatorios y hospitales, en ese mismo lapso, 200 recién nacidos vienen a reemplazar a los 110 porteños que murieron en las 24 horas anteriores. Algún día recorrerán, aburridos, las librerías de Corrientes, jugarán una partida de billar en Callao o tomarán un café en avenida de Mayo. También tendrán que elegir, hacer suya, la frase de Astor Piazzolla -"Uno no se ofrece vivo, sino que ofrece lo que logra resumir de su vida, quiero decir su obra"-, o la de Martínez Estrada: "Hicimos una gran ciudad porque no supimos hacer una gran nación". O, mucho más llanamente, aquella con la que el peruano Hugo Guerrero Marthineitz le contestara a una radioescucha que lo increpó por teléfono: "Pero, Marta, ¿cómo podría yo... cómo podría alguien no querer a Buenos Aires?".

LA TERCERA MIGRACIÓN

En la primera parte de esta nota se vio que la personalidad del porteño medio había sido conformada, demográficamente, tanto por los antiguos descendientes de quienes poblaron Buenos Aires durante la primera mitad del siglo pasado como por la incorporación del orillero, un personaje bonaerense, ex gaucho y ex soldado de las guerras civiles, luego vinculado a la política, al acarreo de ganado y a la semidelictiva vida del lumpen de la época. Sobre esa plataforma se desplomó -aproximadamente entre 1862 y 1939- una cuantiosa masa humana inmigratoria. Algunos rasgos ahora considerados típicamente porteños se formaron, paradójicamente, bajo la presión de los recién llegados, quizás como forma de autoafirmación ante la caótica mezcla de nacionalidades.
No sería la última vez que un sacudimiento demográfico convulsiónase a los porteños: cuando los hijos y nietos de italianos, españoles, polacos o alemanes habían llegado a amalgamarse en una personalidad colectiva a duras penas homogénea, los años que siguieron a 1930 empujaron hacia Buenos Aires una nueva oleada -migratoria, esta vez venida no del otro lado del océano sino de las empobrecidas comarcas del interior del país. A pesar de la nacionalidad común, el desarrollo desparejo del país había impuesto costumbres, hábitos y gustos distintos entre Buenos Aires y las provincias, y las migraciones internas lo demostraron en forma vehemente: aun ahora no es raro notar en los porteños una actitud hostil hacia el provinciano humilde, motejado de cabecita negra y en gran medida relegado a trabajos mal pagos y poco calificados. (Recuérdese que un político notorio llegó a aludir a esos compatriotas como el aluvión zoológico, un calificativo imprudente aun para hablar de enemigos extranjeros.)
De esa manera, cualquier intento de hablar del porteño de la actualidad exige respetar su historia, tener en cuenta que Buenos Aires fue poblada por tres migraciones: la de los españoles desde el siglo XVI hasta la Revolución de Mayo, la de los europeos de todas las nacionalidades desde Caseros hasta la Segunda Guerra, y la de los provincianos de estirpe indoamericana de entonces a ahora. Algunos aspectos de la idiosincrasia porteña fueron tan radicalmente cambiados .por la tercera migración como por las anteriores: la música popular debe ser el ejemplo más notable. Más sutiles, otros cambios se dieron por reacción, nuevas formas de empecinamiento ciudadano frente a un nuevo riesgo de disolución. Otra paradoja se sumó entonces a las muchas que caracterizan a Buenos Aires: los descendientes de inmigrantes resucitaron el porteñismo por oposición, se defendieron de Palito Ortega acudiendo a los tangos de corte intelectual, negaron al Gran Buenos Aires revitalizando San Telmo. Detrás de todo se arrinconaba el temor al cambio.

LA CABEZA DE GOLIAT

La ciudad: Tiene 433 años de edad. Mide 192 kilómetros cuadrados y está cruzada por 1.912 arterias, desde avenidas hasta pasajes de pocos metros. La calle más larga es Rivadavia (118 cuadras dentro de la Capital) y la más ancha la 9 de Julio (140 metros). Respira por los 7,7 kilómetros cuadrados de 105 plazas y parques, de los cuales el mayor es el 3 de Febrero La altura media sobre el nivel del mar es dé 19 metros, la temperatura media anual 17 grados y el mes más húmedo abril. Los porteños: Eran 3.484.000 el 30 de junio pasado. Cada año se casan 24.600 parejas, hay 41.304 defunciones y 75.123 nacimientos, de los cuales unos 13 mil son extramatrirnoniales. Habitan en 12 mil manzanas edificadas. Consumen por día 320 toneladas de carne, 35 de pescado fresco, 330 millones de litros de leche.

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Por año, cada porteño come 90 kilos de carne (de los cuales 65 de bovino) y bebe 75 litros de vino. Sin contar los incineradores domiciliarios, producen casi 700 mil toneladas de basura por año (200 kilos por persona). Concurren 400 mil veces por año al teatro Colón, 28 millones de veces a los demás teatros y casi 220 millones de veces al cine (60 veces por año cada habitante). En promedio, cada porteño va una vez por año al hipódromo de Palermo, poco menos de una vez a alguna biblioteca, y media vez por año a una cancha de fútbol. Al boxeo van unas 200 mil personas por año. En ese lapso se cometen medio millón de infracciones de tránsito, y los subterráneos trasportan 221 millones de pasajeros (cada porteño hace por lo menos un viaje en subte cada tres días).
Buenos Aires cuenta con aproximadamente 6.800 almacenes, 5.700 carnicerías, 5.200 verdulerías, 1.600 panaderías y 39 supermercados. El porteño puede comer y beber en 1.500 restaurantes, 2.500 bares, cafés y cervecerías, 500 heladerías y pizzerías, 400 confiterías y casas de té y 3.000 whiskerías. Para arreglarse tiene a su disposición 1.000 sastrerías de hombre, 400 boutiques, 422 tiendas grandes; hay 2.700 peluquerías de mujer y 1.800 de hombre; 3.700 cigarrerías, 1.300 vendedores de diarios y revistas. También 10 academias y 109 salones de baile, 56 clubes deportivos y sociales, 190 bombonerías, 1.200 tintorerías y 28 fábricas de monumentos funerarios.

PROCESO A LA CIUDAD

Hablan los provincianos: "Los porteños... ¿qué quiere que le diga? Como en todos lados: hay buenos y malos. Conocí a quien me quiso estafar, aprovechando mi gilada de provinciano. En cambio, el rematador que me vendió el lote me aguantó cuatro meses la cuota del terreno cuando nacieron los mellizos, y la cosa se me puso fiera. Y ése también era porteño. ¿Qué quiere? Los mellizos son porteños, ahora tienen cuatro años, y con el tiempo podrán hacer lo que yo no pude: irme para el centro". Florindo Sipe (40 anos, nació en Colonia Anchorena, provincia de San Luis, casado, cuatro hijos).
"En Buenos Aires me siento muy solo. Los porteños no me dan ni la hora. Son cerrados, poco comunicativos. Mucho tango, mucho café y muchos consejos... pero cuando las papas queman todos se hacen los burros. ¿La ciudad, la gente? Todo muy lindo, pero por debajo se esconde una gran hostilidad." Julio Silberman (27 años, nació en Concordia, Entre Ríos, médico graduado en Córdoba, soltero).
"¡Cómo los porteños no nos van a mirar por encima del hombro cuando vienen de visita a los pueblos, chatos y grises, y donde toda la vida intelectual se reduce al club social!" Nicolás Andreani (35 años, contador, nacido en Olavarría, provincia de Buenos Aires, soltero).
"Esta sí que es una ciudad... las cosas que tiene... Yo hace dos años que llegué y todavía no me cansé de ver cosas. A poco de llegar salí con uno que era estudiante. Un buen día, para el verano, desapareció. No le guardo rencor, porque yo aprendí mucho con él. Si yo volviera, nadie me reconocería. Haría morir de envidia a las chicas. Aquí no soy más que una sirvienta, pero ¿se imagina cuando vuelva a Baibiene?" María Teresa Sandoval (24 años, nació en Baibiene, Corrientes, empleada doméstica, soltera).
Hablan los jóvenes: "Es un poco difícil que yo pueda tener una idea definida de mi ciudad porque la conozco poco. La historia no me interesa. Entre la gente joven, al contrario de lo que se dice siempre por televisión, no existen otras expectativas que las del estudio y la diversión". Ricardo H. (14 años, segundo año de un incorporado de Caballito, su padre es sastre).
"A veces, cuando salimos con otras chicas por la avenida Santa Fe a comprar pilchas, vemos que Buenos Aires es una linda ciudad. Ahora los muchachos y las chicas viven más de lo que pasa en el mundo que de lo que puede pasar en la propia ciudad. La ciudad es algo casual". Graciela M. (13 años, primer año de un normal, vive cerca de Parque Chacabuco).
"¿La ciudad? ¿El porteño? ¿Qué es eso? La gente joven tiene tantas obligaciones metidas en la cabeza que no tiene tiempo para conocer la ciudad. Incluso en la escuela no se fomenta mucho: sabemos más de Grecia que de Buenos Aires." Daniel M. (14 años, estudiante y empleado en una farmacia, entrevistado a la salida de alumnas del Normal Nº 4).
Hablan los veteranos: "Ocurre que Buenos Aires se ha trasformado en algo tan grande que ya se les fue de las manos a los que se decían porteños. Si bien es cierto que en mi Juventud esta ciudad era francesa, alemana, inglesa, de todo menos argentina, ahora, no es ni francesa, ni alemana, m inglesa, ni argentina. El llamado cosmopolitismo de las grandes ciudades no es, en el fondo, más que la ausencia de personalidad". Joaquín Vanregh (73 años, porteño, médico especialista en niños).
"La gente de esta ciudad podría llenar un catálogo de los personajes del mundo. ¡Mire que hay de todo! Allá por el 40, cuando terminábamos de desensillar el caballo en el corralón de la calle California, nos reuníamos en un boliche de Herrera y California a tomar una ginebra. Era la época en que los barcos depositaban en nuestras costas a los más diversos personajes del otro lado del mar. En el almacén ese había un gallego (o un vasco, no me acuerdo) que solía entrar al grito de ¡Nos invaden, nos invaden! Se refería, por supuesto, a los recién llegados que iba a recoger al muelle de pasajeros." Enrique Malescuatto (61 anos, porteño, viudo, ex conductor de mateos, ex taxista, jubilado).
"Cuando llegué todos estaban creyéndose que hacían el país, y era un poco cierto, porque tantas cosas como hay ahora no se veían. A los 20 años paleaba tierra en la construcción del subte que iba desde Plaza de Mayo a Plaza Congreso; muchos paisanos míos murieron en los derrumbes. Con el tiempo me compré un tornito y aquí me ve. Los porteños son generosos con el extranjero, lo tratan de igual a igual. Siempre me llamó la atención lo que entienden por amistad: se quitan todo de encima con tal de ayudar a los demás." (Salvador Kaczan (76 años, ucranio, dos nietos, llegó a Buenos Aires en 1912, metalúrgico jubilado).

 

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