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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

LA LEYENDA DEL LEÓN DE WEMBLEY

Quien fuera uno de los más brillantes arqueros del fútbol argentino, Miguel Ángel Rugilo, alcanzó la mayor celebridad hace dos décadas en un partido Argentina - Inglaterra, disputado en Londres. Actualmente atiende su propia fábrica de sandwiches (1972)

 

 

 

Curiosamente, su dilatada campaña como profesional apenas registró cuatro actuaciones en la selección nacional; sin embargo, sólo una de ellas le bastó para incorporarse al folklore futbolístico argentino -y mundial- con ribetes casi mitológicos. Es que el desempeño de Miguel Ángel Rugilo (53, tres hijos) durante el encuentro entre Inglaterra y Argentina, disputado el 9 de mayo de 1951 en el famoso estadio de Wembley, en Londres, lo catapultó definitivamente a la celebridad. Desde entonces, los memoriosos, críticos e hinchas lo recuerdan como el León de Wembley, una denominación casi siempre utilizada cuando se repasa la trayectoria del robusto ex guardavalla de Vélez Sarsfield.
Como otros cientos de chiquilines que pululaban por los potreros porteños corriendo detrás de una pelota de fútbol -a comienzos de la década del 30-, M.A.R. se incorporó al club de la V azulada llevado por un delegado, pintoresca especie hoy casi extinguida. "Siempre viví en el Oeste -por Floresta, Villa Luro, Liniers o Mataderos, tres barrios porteños- y creo que en mi juventud defendí los colores de cuanto equipo de barrio hubiese por allí en esa época. Ya había terminado la escuela primaria y trabajaba como aprendiz de tornero en una fábrica, por Chacarita. Era arquero por la misma razón que la mayoría; mi torpeza para desempeñarme en otro puesto. Cuando se organizaban los picados era inefable que me dijeran: Vos grandote, anda al arco. A los 14 años. Francisco Pancho Rossi, delegado de Vélez que buscaba valores por los baldíos, me incorporó a la quinta, la división menor de entonces, similar a una séptima u octava de hoy. Allí comenzó todo", rememoró, puntillosamente.
El debut en primera se produjo en 1937, contra River Plate, en el estadio Monumental. El equipo de Liniers cayó derrotado 3 a 0. pero Rugilo permaneció en primera cinco partidos más, reemplazando a Jaime Rotman, el titular lesionado. La confirmación definitiva como titular llegó recién en 1942, cuando ese club militaba en la división de ascenso (descendió en 1941), el equivalente a la primera B actual. En 1943 integró el conjunto que obtuvo el campeonato y su derecho a retornar a la A. Un año después, al finalizar !a primera rueda, emigró a México tentado por el club León durante un éxodo de jugadores que se marcharon del país sin necesidad de obtener el pase. En 1946 volvió a Vélez Sarsfield, que por una rara paradoja debió abonar 35 mil pesos por la transferencia (un convenio con los clubes mexicanos tendiente a detener la corriente que amenazaba vaciar al fútbol local determinó que los jugadores ya incorporados al profesionalismo azteca quedaran como pertenecientes a las instituciones de ese país, requiriéndose de ahí en más la conformidad de los clubes argentinos para poder marcharse).
La campaña de Rugilo continuó sin notas altisonantes hasta que, en 1951, Guillermo Stábile, director técnico de la selección nacional, lo incorporó al conjunto que habría de disputar dos encuentros contra sus similares de Inglaterra e Irlanda, en las islas. Sin saberlo, estaba a punto de vivir el momento más trascendente de su vida deportiva, en su más celebrada actuación. Un episodio que el León de Wembley evoco para Siete Días detalladamente, en un alto a sus tareas habituales.

EL BIGOTE, LA CLAVE DEL ÉXITO

Cada detalle, cada fecha, cada circunstancia surgen vertiginosamente de la ágil memoria del arquero. Sin pausas, cuidando no equivocar datos, reconstruyó la antesala del viaje, después la tarde de Wembley y el regreso. Esta fue su narración: "A la selección yo había llegado, por primera vez, en 1948. Jugué contra los paraguayos, en Buenos Aires, los dos partidos por la copa Chevallier Boutell. Empatamos el primero, 2 a 2, en la cancha de River, y ganamos el segundo, 4 a 0, en San Lorenzo. En el 47 no fui al Sudamericano de Chile por un golpe que recibí poco antes, en un partido contra Racing, en el que me hundieron el pómulo. A raíz de ese golpe Stábile había dicho que era peligroso llevarme ya que la cosa se podía agravar con otro golpe e incluso existía la posibilidad de que me afectara la vista. Estas declaraciones se tergiversaron y desde entonces siempre circuló la versión de que no veía, que era tuerto, miope o qué sé yo. De ser cierto yo no hubiese seguido jugando hasta los 41 años, como lo hice. Después de aquel debut en el equipo argentino no me volvieron a incluir hasta la gira por Gran Bretaña, última oportunidad en que me convocaron".
Continúa: "Habían elegido tres arqueros: Gabriel Ogando, de Estudiantes de La Plata; yo y Héctor Grisetti, de Racing, en ese orden de prioridad. De los tres uno debía quedarse, presumiblemente el último de la lista, pero Ogando tuvo un problema con su club y fue excluido. Entonces quedé de titular. Como el campeonato local recién comenzaba en abril y el viaje fue en mayo, estábamos todos fuera de forma, gordos. Antes no había pretemporada ni preparación física. Este hecho después fue decisivo. Salimos de Buenos Aires el 2 de mayo en avión. El viaje duró 36 horas e incluyó varias escalas. El primer partido, contra el seleccionado inglés, fue el día 9. Nosotros no teníamos demasiada noción de la trascendencia que tenía aquel encuentro. Ignorábamos toda la leyenda tejida en torno al viejo estadio de Wembley, verdadero templo del fútbol. Apenas sabíamos que allí los ingleses no habían perdido en los últimos 85 años. En esa época el futbolista no estaba preparado para tantas cosas. El solo hecho de viajar e integrar la selección nos tenía en las nubes. Nadie pensaba en otra cosa, ni en el dinero, como ahora. Por ese viaje nos dieron como único salario 5 mil pesos a cada uno.
"Apenas empezó el partido realicé una buena atajada. Eso me ayudó muchísimo porque me agrandé. Ellos sacaron, avanzaron, nunca me olvido, le cortaron la pelota al insider derecho y el tipo me pateó como venía. Fue un tiro fuerte, arriba, en un ángulo. Por suerte, como se puede apreciar en esta foto (señaló la que aparece en esta página) y que corresponde a esa jugada, pude descolgarla. Después vino el gol de Mario Boyé. Ellos seguían jugando al mismo ritmo, infernal, con que empezaron y con el que después terminaron. Sin jactancia, creo que aquella tarde tuve una buena actuación, pero nunca imaginé que serviría para promocionarme como lo hizo. A pesar del asedio, nunca dudé de que ganábamos ese partido. Sin embargo, faltando ocho minutos todo se derrumbó.
En poco rato nos convirtieron dos goles seguidos. El primero fue un centro de la derecha que cabeceó el insider izquierdo inglés. Faina, nuestro centro half, me tapó, la pelota pasó por detrás suyo, pegó en el palo y se metió. El segundo gol fue un offside clavado, hasta los ingleses lo dijeron. También vino un centro de la derecha, volvió a cabecear el insider izquierdo, y la pelota fue hacia el medio del área chica de arrastren. Allí estaba parado el centro forward solito, que convirtió el tanto.
"Durante todo el encuentro me habían ovacionado después de cada atajada, pero la del final fue tremenda. Ya nos íbamos de la cancha y la gente gritaba a lo loca. Como no sé inglés no entendía nada. El que me avivó fue Chichilo Sola, masajista de Vélez y de la selección que me paró diciéndome: Saluda, saluda, que esa ovación es para vos. Creí que se venía abajo Wembley. Después cuando llegué al vestuario me puse a llorar. A pesar de todo me dolía haber perdido cuando teníamos todo casi cocinado. Me acuerdo que Tucho Méndez quería consolarme diciéndome: No llores, gil. ¿Cómo te vas a amargar justo vos que hoy fuiste un fenómeno? Hasta volvernos, los ingleses siguieron hablando de mí, haciéndome infinidad de reportajes. Mucha gente fue al partido contra Irlanda (ganamos 1 a 0) para verme atajar.
"Creo que mis bigotes fueran fundamentales en todo esto. Yo usaba unos mostacholes bárbaros que en Inglaterra no se veían -razonó Rugilo-. Eso les llamó poderosamente la atención. En el nerviosismo del juego tenía por costumbre acariciármelos, retorcerlos.

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Les causaba -mucha gracia: cuando lo hacía, el estadio todo era una gran carcajada. Además, debido al intenso trajín y la falta de estado físico, me empezaron a dar calambres en las piernas y en la boca del estómago. Del dolor me revolcaba por el piso. Eso también les divertía mucho, suponían que lo hacía de puro loco.
"Al regreso -culminó su narración- había más de 10 mil personas esperándonos y, fundamentalmente, esperándome a mí. Era algo que no imaginaba, no obstante que en cada escala del viaje de vuelta había una nube de periodistas en los aeropuertos para fotografiarme y reportearme. El público siguió mi auto en caravana hasta mi casa, que estaba en Caaguazú y Cosquín, tocando bocina. Eso fue el 17 de mayo por la noche. Supe que quien me puso León de Wembley fue Luis Elías Sojit, que trasmitió el partido. Parece que se la pasó dele repetir: ¡Rugilo. un verdadero león! y cosas por el estilo. De ahí nació el apodo. El barullo en torno mío duró un par de meses. Al poco tiempo vi una película que me hizo reír. Se me veía atajándole un tiro bárbaro a un inglés que me hacía gestos con la cabeza como diciéndome: ¿Pero cómo hay que hacer para meterte un gol?".

RUGILO DE ENTRECASA

El 22 de junio de 1951, poco después de su memorable actuación, Rugilo sufrió una seria lesión: rotura de peroné y ligamentos del tobillo. A fines del año siguiente Vélez le dio el pase en blanco. En 1953 jugó para el Palmeiras de Brasil, su campaña se prolongó más tarde en Tigre y 0'Higgins de Rancagua, en Chile. En 1958, con 41 años, dejó la practica del fútbol.
Ahora, todas las mañanas, antes de las cinco, el León de Wembley trepa a su moderno auto -un Chevrolet 400- y desde su casa, en el barrio de "las mil casitas", como popularmente se lo conoce, en Liniers, viaja hacia Ramos Mejía. Más precisamente, hasta Avenida de Mayo al 1700, en esa localidad bonaerense. Allí atiende un negocio dedicado a la fabricación de sandwichs y masas. "Aquí estoy hasta las nueve, más o menos, hora en que viene a reemplazarme mi esposa. Vengo a esta hora porque como además vendemos pan, leche y otras chucherías, hay que atender mucha clientela."
En el pequeño local, adornado con infinidad de fotos, banderines y recortes que memoran su pasado de crack, ejecuta cada mañana una gimnasia insospechada: con una velocidad y eficiencia envidiables, pesa pan, cobra, inquiere sobre lo que desea el siguiente cliente, y a veces rezonga: "Todo el mundo me paga con billetes de mil o cinco mil y hoy ya cambié como cien mil".
Después de visitar brevemente a su nietita. Laura, que vive con sus padres apenas a unos metros del comercio, Rugilo se marcha, una vez llegado el relevo, a atender otras obligaciones. Son las derivadas de una papelera que mantiene en sociedad con un cuñado, Rodolfo Lara. "Allí la cosa es distinta. Veo clientes y por la tarde estoy un rato en el local, en Tellier al 1300. A veces, cada 15 días, más o menos, viajo hasta Mercedes o Bragado, por ejemplo, donde también visito comercios a los que proveemos de artículos de papelería."
Al fútbol sigue ligado por vínculos sentimentales -cada tanto aprovecha la proximidad de su domicilio con el estadio de Vélez Sarsfield para ver algún encuentro que dispute su viejo club- y su actividad como vocal titular de la Mutual de Ex Jugadores de Vélez Sarsfield. Fugazmente registró su paso como D. T., en el club Celaya de México, durante 1964 y 1965. También dirigió, por algo más de un mes y medio, una escuela de arqueros que se quiso instalar en Vélez tras la última renovación de autoridades. Sin embargo, la idea de vincularse al fútbol como técnico no le entusiasma: "Yo veo como funciona la cosa y no me gusta, hay demasiado manoseo. Prefiero serle útil al fútbol trabajando para la Mutual; es la mejor manera de devolverle lo mucho que hizo por mí".
Claro que Rugilo no puede con su genio y, como demostración del buen estado físico que evidencia, sigue mezclándose en algunos partidos. Juega para los veteranos de Vélez y también para los de Boca. Orgulloso, confió el secreto de su envidiable estado atlético: "A mí me dicen en casa que estoy loco, pero yo, todas las mañanas, apenas llego al negocio de Ramos me voy al fondo y me hago una buena sesión de gimnasia. Además, una vez por semana me junto con algunos muchachos de la Mutual y nos mandamos un picadito en Vélez".
Lejos ya de aquella memorable jornada de Wembley, Miguel Ángel Rugilo disfruta todavía de la fama que aquel acontecimiento le deparó. "Hay mucha gente que todavía me reconoce. Incluso, cuando mis clientes se enteran de mi identidad debo contarles, una y mil veces, mis atajadas en Londres. Fíjese si habrá sido importante en mi vida aquello que todavía hoy me sirve para vender", sonríe melancólico.
siete días ilustrados 1972

 

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