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Curiosamente, su dilatada campaña
como profesional apenas registró cuatro actuaciones en la selección nacional; sin
embargo, sólo una de ellas le bastó para incorporarse al folklore futbolístico
argentino -y mundial- con ribetes casi mitológicos. Es que el desempeño de Miguel Ángel
Rugilo (53, tres hijos) durante el encuentro entre Inglaterra y Argentina, disputado el 9
de mayo de 1951 en el famoso estadio de Wembley, en Londres, lo catapultó definitivamente
a la celebridad. Desde entonces, los memoriosos, críticos e hinchas lo recuerdan como el
León de Wembley, una denominación casi siempre utilizada cuando se repasa la trayectoria
del robusto ex guardavalla de Vélez Sarsfield.
Como otros cientos de chiquilines que pululaban por los potreros porteños
corriendo detrás de una pelota de fútbol -a comienzos de la década del 30-, M.A.R. se
incorporó al club de la V azulada llevado por un delegado, pintoresca especie hoy casi
extinguida. "Siempre viví en el Oeste -por Floresta, Villa Luro, Liniers o
Mataderos, tres barrios porteños- y creo que en mi juventud defendí los colores de
cuanto equipo de barrio hubiese por allí en esa época. Ya había terminado la escuela
primaria y trabajaba como aprendiz de tornero en una fábrica, por Chacarita. Era arquero
por la misma razón que la mayoría; mi torpeza para desempeñarme en otro puesto. Cuando
se organizaban los picados era inefable que me dijeran: Vos grandote, anda al arco. A los
14 años. Francisco Pancho Rossi, delegado de Vélez que buscaba valores por los baldíos,
me incorporó a la quinta, la división menor de entonces, similar a una séptima u octava
de hoy. Allí comenzó todo", rememoró, puntillosamente.
El debut en primera se produjo en 1937, contra River Plate, en el estadio
Monumental. El equipo de Liniers cayó derrotado 3 a 0. pero Rugilo permaneció en primera
cinco partidos más, reemplazando a Jaime Rotman, el titular lesionado. La confirmación
definitiva como titular llegó recién en 1942, cuando ese club militaba en la división
de ascenso (descendió en 1941), el equivalente a la primera B actual. En 1943 integró el
conjunto que obtuvo el campeonato y su derecho a retornar a la A. Un año después, al
finalizar !a primera rueda, emigró a México tentado por el club León durante un éxodo
de jugadores que se marcharon del país sin necesidad de obtener el pase. En 1946 volvió
a Vélez Sarsfield, que por una rara paradoja debió abonar 35 mil pesos por la
transferencia (un convenio con los clubes mexicanos tendiente a detener la corriente que
amenazaba vaciar al fútbol local determinó que los jugadores ya incorporados al
profesionalismo azteca quedaran como pertenecientes a las instituciones de ese país,
requiriéndose de ahí en más la conformidad de los clubes argentinos para poder
marcharse).
La campaña de Rugilo continuó sin notas altisonantes hasta que, en 1951,
Guillermo Stábile, director técnico de la selección nacional, lo incorporó al conjunto
que habría de disputar dos encuentros contra sus similares de Inglaterra e Irlanda, en
las islas. Sin saberlo, estaba a punto de vivir el momento más trascendente de su vida
deportiva, en su más celebrada actuación. Un episodio que el León de Wembley evoco para
Siete Días detalladamente, en un alto a sus tareas habituales.
EL BIGOTE, LA CLAVE DEL ÉXITO
Cada detalle, cada fecha, cada
circunstancia surgen vertiginosamente de la ágil memoria del arquero. Sin pausas,
cuidando no equivocar datos, reconstruyó la antesala del viaje, después la tarde de
Wembley y el regreso. Esta fue su narración: "A la selección yo había llegado, por
primera vez, en 1948. Jugué contra los paraguayos, en Buenos Aires, los dos partidos por
la copa Chevallier Boutell. Empatamos el primero, 2 a 2, en la cancha de River, y ganamos
el segundo, 4 a 0, en San Lorenzo. En el 47 no fui al Sudamericano de Chile por un golpe
que recibí poco antes, en un partido contra Racing, en el que me hundieron el pómulo. A
raíz de ese golpe Stábile había dicho que era peligroso llevarme ya que la cosa se
podía agravar con otro golpe e incluso existía la posibilidad de que me afectara la
vista. Estas declaraciones se tergiversaron y desde entonces siempre circuló la versión
de que no veía, que era tuerto, miope o qué sé yo. De ser cierto yo no hubiese seguido
jugando hasta los 41 años, como lo hice. Después de aquel debut en el equipo argentino
no me volvieron a incluir hasta la gira por Gran Bretaña, última oportunidad en que me
convocaron".
Continúa: "Habían elegido tres arqueros: Gabriel Ogando, de Estudiantes de
La Plata; yo y Héctor Grisetti, de Racing, en ese orden de prioridad. De los tres uno
debía quedarse, presumiblemente el último de la lista, pero Ogando tuvo un problema con
su club y fue excluido. Entonces quedé de titular. Como el campeonato local recién
comenzaba en abril y el viaje fue en mayo, estábamos todos fuera de forma, gordos. Antes
no había pretemporada ni preparación física. Este hecho después fue decisivo. Salimos
de Buenos Aires el 2 de mayo en avión. El viaje duró 36 horas e incluyó varias escalas.
El primer partido, contra el seleccionado inglés, fue el día 9. Nosotros no teníamos
demasiada noción de la trascendencia que tenía aquel encuentro. Ignorábamos toda la
leyenda tejida en torno al viejo estadio de Wembley, verdadero templo del fútbol. Apenas
sabíamos que allí los ingleses no habían perdido en los últimos 85 años. En esa
época el futbolista no estaba preparado para tantas cosas. El solo hecho de viajar e
integrar la selección nos tenía en las nubes. Nadie pensaba en otra cosa, ni en el
dinero, como ahora. Por ese viaje nos dieron como único salario 5 mil pesos a cada uno.
"Apenas empezó el partido realicé una buena atajada. Eso me ayudó
muchísimo porque me agrandé. Ellos sacaron, avanzaron, nunca me olvido, le cortaron la
pelota al insider derecho y el tipo me pateó como venía. Fue un tiro fuerte, arriba, en
un ángulo. Por suerte, como se puede apreciar en esta foto (señaló la que aparece en
esta página) y que corresponde a esa jugada, pude descolgarla. Después vino el gol de
Mario Boyé. Ellos seguían jugando al mismo ritmo, infernal, con que empezaron y con el
que después terminaron. Sin jactancia, creo que aquella tarde tuve una buena actuación,
pero nunca imaginé que serviría para promocionarme como lo hizo. A pesar del asedio,
nunca dudé de que ganábamos ese partido. Sin embargo, faltando ocho minutos todo se
derrumbó.
En poco rato nos convirtieron dos goles seguidos. El primero fue un centro de la
derecha que cabeceó el insider izquierdo inglés. Faina, nuestro centro half, me tapó,
la pelota pasó por detrás suyo, pegó en el palo y se metió. El segundo gol fue un
offside clavado, hasta los ingleses lo dijeron. También vino un centro de la derecha,
volvió a cabecear el insider izquierdo, y la pelota fue hacia el medio del área chica de
arrastren. Allí estaba parado el centro forward solito, que convirtió el tanto.
"Durante todo el encuentro me habían ovacionado después de cada atajada,
pero la del final fue tremenda. Ya nos íbamos de la cancha y la gente gritaba a lo loca.
Como no sé inglés no entendía nada. El que me avivó fue Chichilo Sola, masajista de
Vélez y de la selección que me paró diciéndome: Saluda, saluda, que esa ovación es
para vos. Creí que se venía abajo Wembley. Después cuando llegué al vestuario me puse
a llorar. A pesar de todo me dolía haber perdido cuando teníamos todo casi cocinado. Me
acuerdo que Tucho Méndez quería consolarme diciéndome: No llores, gil. ¿Cómo te vas a
amargar justo vos que hoy fuiste un fenómeno? Hasta volvernos, los ingleses siguieron
hablando de mí, haciéndome infinidad de reportajes. Mucha gente fue al partido contra
Irlanda (ganamos 1 a 0) para verme atajar.
"Creo que mis bigotes fueran fundamentales en todo esto. Yo usaba unos
mostacholes bárbaros que en Inglaterra no se veían -razonó Rugilo-. Eso les llamó
poderosamente la atención. En el nerviosismo del juego tenía por costumbre
acariciármelos, retorcerlos. |
Les causaba -mucha
gracia: cuando lo hacía, el estadio todo era una gran carcajada. Además, debido al
intenso trajín y la falta de estado físico, me empezaron a dar calambres en las piernas
y en la boca del estómago. Del dolor me revolcaba por el piso. Eso también les divertía
mucho, suponían que lo hacía de puro loco.
"Al regreso -culminó su narración- había más de 10 mil personas
esperándonos y, fundamentalmente, esperándome a mí. Era algo que no imaginaba, no
obstante que en cada escala del viaje de vuelta había una nube de periodistas en los
aeropuertos para fotografiarme y reportearme. El público siguió mi auto en caravana
hasta mi casa, que estaba en Caaguazú y Cosquín, tocando bocina. Eso fue el 17 de mayo
por la noche. Supe que quien me puso León de Wembley fue Luis Elías Sojit, que
trasmitió el partido. Parece que se la pasó dele repetir: ¡Rugilo. un verdadero león!
y cosas por el estilo. De ahí nació el apodo. El barullo en torno mío duró un par de
meses. Al poco tiempo vi una película que me hizo reír. Se me veía atajándole un tiro
bárbaro a un inglés que me hacía gestos con la cabeza como diciéndome: ¿Pero cómo
hay que hacer para meterte un gol?".
RUGILO DE ENTRECASA
El 22 de junio de 1951, poco
después de su memorable actuación, Rugilo sufrió una seria lesión: rotura de peroné y
ligamentos del tobillo. A fines del año siguiente Vélez le dio el pase en blanco. En
1953 jugó para el Palmeiras de Brasil, su campaña se prolongó más tarde en Tigre y
0'Higgins de Rancagua, en Chile. En 1958, con 41 años, dejó la practica del fútbol.
Ahora, todas las mañanas, antes de las cinco, el León de Wembley trepa a su
moderno auto -un Chevrolet 400- y desde su casa, en el barrio de "las mil
casitas", como popularmente se lo conoce, en Liniers, viaja hacia Ramos Mejía. Más
precisamente, hasta Avenida de Mayo al 1700, en esa localidad bonaerense. Allí atiende un
negocio dedicado a la fabricación de sandwichs y masas. "Aquí estoy hasta las
nueve, más o menos, hora en que viene a reemplazarme mi esposa. Vengo a esta hora porque
como además vendemos pan, leche y otras chucherías, hay que atender mucha
clientela."
En el pequeño local, adornado con infinidad de fotos, banderines y recortes que
memoran su pasado de crack, ejecuta cada mañana una gimnasia insospechada: con una
velocidad y eficiencia envidiables, pesa pan, cobra, inquiere sobre lo que desea el
siguiente cliente, y a veces rezonga: "Todo el mundo me paga con billetes de mil o
cinco mil y hoy ya cambié como cien mil".
Después de visitar brevemente a su nietita. Laura, que vive con sus padres apenas
a unos metros del comercio, Rugilo se marcha, una vez llegado el relevo, a atender otras
obligaciones. Son las derivadas de una papelera que mantiene en sociedad con un cuñado,
Rodolfo Lara. "Allí la cosa es distinta. Veo clientes y por la tarde estoy un rato
en el local, en Tellier al 1300. A veces, cada 15 días, más o menos, viajo hasta
Mercedes o Bragado, por ejemplo, donde también visito comercios a los que proveemos de
artículos de papelería."
Al fútbol sigue ligado por vínculos sentimentales -cada tanto aprovecha la
proximidad de su domicilio con el estadio de Vélez Sarsfield para ver algún encuentro
que dispute su viejo club- y su actividad como vocal titular de la Mutual de Ex Jugadores
de Vélez Sarsfield. Fugazmente registró su paso como D. T., en el club Celaya de
México, durante 1964 y 1965. También dirigió, por algo más de un mes y medio, una
escuela de arqueros que se quiso instalar en Vélez tras la última renovación de
autoridades. Sin embargo, la idea de vincularse al fútbol como técnico no le entusiasma:
"Yo veo como funciona la cosa y no me gusta, hay demasiado manoseo. Prefiero serle
útil al fútbol trabajando para la Mutual; es la mejor manera de devolverle lo mucho que
hizo por mí".
Claro que Rugilo no puede con su genio y, como demostración del buen estado
físico que evidencia, sigue mezclándose en algunos partidos. Juega para los veteranos de
Vélez y también para los de Boca. Orgulloso, confió el secreto de su envidiable estado
atlético: "A mí me dicen en casa que estoy loco, pero yo, todas las mañanas,
apenas llego al negocio de Ramos me voy al fondo y me hago una buena sesión de gimnasia.
Además, una vez por semana me junto con algunos muchachos de la Mutual y nos mandamos un
picadito en Vélez".
Lejos ya de aquella memorable jornada de Wembley, Miguel Ángel Rugilo disfruta
todavía de la fama que aquel acontecimiento le deparó. "Hay mucha gente que
todavía me reconoce. Incluso, cuando mis clientes se enteran de mi identidad debo
contarles, una y mil veces, mis atajadas en Londres. Fíjese si habrá sido importante en
mi vida aquello que todavía hoy me sirve para vender", sonríe melancólico.
siete días ilustrados 1972 |