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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

EL MUNDO DE UN CREADOR ARGENTINO
CHARLA LARGA, PROFUNDA Y VITAL CON
ADOLFO BIOY CASARES

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Un escritor es, por lo general, la mezcla de varias cosas: de la realidad, de sus fantasmas, de las cosas que crea. También, un escritor es esclavo de sus recuerdos. Así (y no podía ser de otra manera) es Adolfo Bioy Casares. Un escritor argentino de envergadura, un creador maduro que, sin embargo, pareciera no haber llegado al "gran publico", aunque llegó. Esta es una charla paciente, meticulosa, con el autor. Es, en síntesis, toda su vida y su obra.

Por HELENA SERROT
Fotos: EDUARDO GIMENEZ


 

 

 

Con Adolfo Bioy Casares ocurre algo que suele sucederle en su propia tierra a casi todos los grandes escritores: es muy famoso, nadie duda de que es uno de los pilares de la literatura argentina, pero pocos han leído exhaustivamente su obra, bastante extensa por cierto. Sin embargo, y como finalmente también le ocurre a la mayor parte de los "maestros", sus escritos han atravesado los limites del estrecho circulo de "lectores refinados" del que parecía rodeado, y han llegado a todos.
El gran público (Bioy Casares ha sido traducido a nueve idiomas, y el argentino es muy lector) conoce por lo menos alguno de sus libros. No en vano La invención de Morel fue elogiosamente prologada por Borges, nuestro pope, allá por 1940, y luego llevada al cine en Italia (dirigida por Emilio Grecco, tuvo por protagonistas a Ana Karina, Rudolph Steiner y Emilio Broggi) y también adaptada para la televisión francesa (en colores) en 1967; "El crimen de Oribe", basada en el cuento El perjurio de la nieve, se convirtió en el galardón más importante del entonces no tan conocido Torre Nilsson, quien ahora filmará una de las últimas novelas de Bioy: El diario de la guerra del cerdo. Y nadie ignora que Alain Resnais, un creador que marcara toda una época en la historia del cine francés, se inspiró en La invención de Morel para realizar "El año pasado en Marienbad".
Adolfo Bioy Casares, escritor de renombre internacional, gran amigo de Borges. casado con la talentosísima Silvina Ocampo, es también el hombre tímido, cauto, amigo de la ironía, enamorado de la vida y temeroso de la muerte (como toda persona que se precie de disfrutar de los placeres que nos deparan los sentidos); un hombre de una elegancia huidiza, que ejerce la seducción con el desparpajo que sólo tiene la gente extremadamente inteligente.
Esta es la charla; el mundo de un creador argentino:
-¿Dónde nació?
-En Buenos Aires. En la calle Uruguay al 1400, en una casa que ya no existe. Allí se cruzan dos calles paralelas (Montevideo y Uruguay), así que será en el infinito, seguramente.
-¿Sus recuerdos más antiguos... ?
-Yo me imagino mirando la luna, una cosa totalmente ridícula y estúpida. Recuerdo a alguien que me explicaba que en la luna había personajes
-¿Personajes... ?
-Si. Y los confundo con ciertos bolones grandes de cristal que tienen algo de colores adentro. Tan chiquito pensando en estupideces.
-¿Cómo era su familia, su papá, su mamá? ¿Tenía hermanos?
-No, no tenía hermanos. Mi madre siempre me contaba cuentos de animales que se alejaban de una madriguera, corrían peligros, y después de una serie de peripecias se refugiaban de nuevo en la madriguera y estaban felices. Yo noto que esa situación del refugio y el peligro aparece en todos mis cuentos, en muchas de mis invenciones. Desde luego, en mis invenciones el refugio no está libre de peligros. Pero quiero decir que siempre existe el peligro y la madriguera, la sensación de un lugar donde uno tiene su casa, donde va a dormir, lo que sea. Aparte de eso, mi madre era una persona muy lectora, le gustaban los filósofos estoicos y lo que hay de voluntad en mi se lo debo, tal vez, a ella Yo naturalmente soy un individuo incrédulo, hasta el punto de pensar que no vale la pena un gran esfuerzo: mi madre me hizo sobreponerme un poco a eso. Ella creía que la vida debía ser una especie de obra de arte. Y mi padre era abogado, tenía un carácter mucho más débil que el de mi madre, le hubiera gustado escribir, sentía nostalgia por los libros que no escribió (novelas y comedias). Cuando yo escribí mi primer libro, "Prólogo", él me lo corrigió y me llevó a una imprenta, que se llamaba Biblos, en la calle Sarmiento, para que me lo imprimieran. Vale decir que él me estimuló a publicar, a convertirme en un escritor. Me acuerdo que un francés que había acá, que había leído mis cuentos antes de que me los corrigiera mi padre, y también los leyó después, cuando estuvieron corregidos, me dijo que se veía que había una mano extraña que los había cambiado. Lo dijo con una cierta severidad, y yo pensé que no entendía mucho de literatura. Yo pensaba que lo importante era la obra y no el autor. A mí no me importaba que hubiera venido la mano de mi padre a corregirme eso porque yo estaba seguro de que los cuentos -los ensayitos de ese libro -habían quedado un poco mejor. Esa fue mi actitud para siempre, aunque también la idea de mi madre de que no hay que molestar a los demás me impidió a lo largo de la vida buscar gente que me corrigiera las cosas. Yo siempre tengo terror de aburrir a la gente, y entonces nunca leo mis cosas, nunca busco la opinión ajena. A veces llega la opinión ajena. Por ejemplo, toda la parte final de "Dormir al sol", que viene a explicar las cosas, estaba torpemente puesta al principio. Una chica que pasó el libro a máquina me dijo: "¿No le parece, Bioy, que esto tendría que ir al final?" ¡Pero es evidente que tenia que ir al final, y lo pasé al final y el libro quedó muchísimo mejor! Pero en general yo no me atrevo a someter mis escritos a los demás, a mis amigos. Cuando yo empecé a escribir y lo conocí a Borges, habíamos pensado que podíamos formar una especie de club y sometemos los manuscritos unos a otros, pero nunca lo hicimos.
-¿Cuándo decidió ser escritor?
-Bueno, yo empecé la carrera de derecho: mi padre era abogado y tenia un buen estudio y pertenecía a una época de argentinos en que se creía que eso era trabajar y escribir, claro, era una cosa muy linda pero no era un verdadero trabajo. Y entonces mis padres se entristecieron un poco cuando yo llegué a segundo año de derecho y dije que iba a abandonar la carrera para dedicarme a escribir.
-¿Pero qué edad tenía?
-No tengo idea.
-Pero era bastante joven, supongo, no más de veinte, veintidós años, y tomó una "decisión" (de la que se hizo responsable) muy importante, fuerte.
-Sí, fue una decisión bastante fuerte, para la que me ayudaron Borges y Silvina.
-¿Ya estaba casado con Silvina Ocampo?
-No, pero conocía a Silvina. (Las dos últimas preguntas las contestó rápidamente, como evitando el tema, pero al hablar de Silvina Ocampo por segunda vez su voz cambió de tono y pronunció ese nombre como si nombrase algo secreto, muy amado. Silvina pasó como una sombra dos veces ese día. Se deslizó rápidamente mirando hacia el frente -hacia el extremo del corredor- muy erguida y ausente.)
-¿No trabajó nunca en otra cosa?
-Bueno, si. Durante unos años -del '35 al '40- me fui al campo, a la estancia de mi padre, porque yo pensaba que ese trabajo era compatible con la redacción de mis libros. En realidad no fue completamente así. Fui un estanciero bastante malo.
-¿No pudo escribir?...
-No, escribí, si; pensé "La invención de Morel" durante aquel periodo. Pero de todos modos me di cuenta de que si quería ser un buen estanciero tenia que dejar de escribir, y si yo quería escribir tenía que dejar de ser estanciero o, por lo menos, dejar de ocuparme mucho de eso. Además, soy fácilmente un ocioso y el campo me llevaba también a pasar muchas horas sin hacer nada. Leí bastante, de todos modos, y pensé "La invención de Morel".
-Nada menos.
-Bueno, no sé si nada menos pero, en fin, tuve ese regalo allá. Mi padre era un hombre que tendía muchísimo al campo, pero hay que entender lo que quiero decir con esa frase.

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Con Silvina Ocampo

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Con Jorge Luis Borges

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Yo no creo que mi padre fuera un buen estanciero porque a mi padre le faltaban las virtudes de un tesón permanente sobre las cosas. Era un nombre muy inteligente, con una buena visión de las cosas, pero no tenia las virtudes de un buen administrador. En 1924 ó '25 mi padre arrendó ese campo porque lo administraba bastante mal. Mi abuelo, que vino de Francia alrededor de 1850, era un gran administrador, era un tipo hábil para ganar dinero. Vino sin un centavo y le dejó una estancia a cada uno de sus hijos, y tuvo más de nueve hijos. Pero los hijos de él no eran buenos administradores; uno de ellos, mi padre.
-Pero no la vendieron...
-Bueno, nosotros no, pero muchos hermanos de mi padre, sí. Los veranos de mi infancia transcurrieron en ese campo: ahí yo me sentía muy feliz.
-¿En dónde era?
-Es entre Las Flores y Azul. Se llama "El rincón viejo", porque cuando mi abuelo puso el alumbrado (no había en esa época) y cuando mi padre "pobló" la estancia, como se decía entonces, hizo la casa en "El rincón viejo" -había dos rincones ahí, un rincón primero, el rincón viejo, y un rincón siguiente, que es el "Rincón nuevo". Es el sitio, posiblemente, que yo más quiero, que considero que es mi patria, pero ahí me enfermé muchísimo, tuve una especie de enfermedad alérgica, dolores de cabeza. Después de cinco años de trabajar ahí tuve que volver a Buenos Aires porque mi cuerpo no estaba feliz: me castigó ese sitio. Volví a Buenos Aires.
-¿Y se curó?
-Sí, me curé.
-Parecería que entre su padre y su madre hubo una diferencia fundamental: su madre tiene más brillo en su recuerdo.
-Bueno, pero mi padre era muy importante también porque era muy bromista, muy irónico, se reía de las cosas que él hacia, tenia una actitud dual, que es un poco la actitud mía (quiero decir, la actitud que hay, desgraciadamente, en mis relatos). Vos ves que yo cuento una cosa y que al mismo tiempo parece que me estoy riendo de ella: me resulta inevitable. Esa actitud es heredada de mi padre. Cuando yo publiqué "La invención de Morel" mi madre tuvo un consuelo, tuve la sensación de que yo no me había dedicado a la literatura en vano. Pero los libros que siguieron ("Plan de evasión" y "La trama celeste") no la convencieron de que yo me reafirmaba en los libros. Le pareció que yo había llegado a algo muy bueno y que después no seguía escribiendo mucho. Me dijo que las mujeres me iban a devorar, que yo tenia que desprenderme de eso y tenia que escribir. Y ella se murió sin haber visto los otros libros: "El sueño de los héroes" apareció después de su muerte. No sé tampoco si la hubiera conformado o no. En cambio, mi padre leyó el cuento que se llama "El lado de la sombra". Ese cuento le gustó muchísimo, me dijo que era el mejor cuento que había leído en su vida; una exageración y un optimismo... Bueno, él era así también: optimista. Pero en fin, por lo menos tengo la convicción de que mi padre pudo pensar que no me había equivocado al dedicarme a escribir. Además, él escribió un lindo libro de recuerdos: "Antes del 900", un libro bastante lindo sobre la vida en el campo en aquella época.
-¿Cómo se sentía en esa estancia tan enorme? ¿Estuvo solo o tenia amigos?
-No, solo; estaba generalmente solo, pero siempre tenía amigos, gente de allá que yo conocía. Y también estaba Coria, un gaucho que mi padre puso para que me acompañara y me enseñara a hacer cosas. Yo anduve a caballo desde muy chico: montaba a los tres años, pero del cabresto de mi padre (te digo cabresto porque decimos cabresto, yo no puedo decir "cabestro", como hay que decir). Mi padre me llevaba así, y a los cuatro años tuve una "diferencia" con él y entonces se sacó ese cabresto-simbólicamente, y verdaderamente, y realmente- y yo me fui galopando solo. Y el caballo se metió en un cardal, y fue la primera vez que caí. Un bautismo.

(sigue)

 

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