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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

EL MUNDO DE UN CREADOR ARGENTINO
CHARLA LARGA, PROFUNDA Y VITAL CON
ADOLFO BIOY CASARES

"Yo anhelo la inmortalidad de mi conciencia y no soy tan vanidoso para contentarme con sobrevivir en media docena de volúmenes alineados en un anaquel; pero desde luego me aferro con uñas y dientes a esa inmortalidad de la media docena, mi robusto bastión contra los embates del tiempo, y no es menos verdad que me hago cruces, metafóricamente hablando, ante quienes día a día se afanan en trabajos que día a día se desvanecen" le hace decir Bioy a uno de sus personajes, el protagonista del cuento "La obra". La sátira, como se sabe, es una verdad ridiculizada, a la que se le exageran los aspectos negativos, una verdad "disfrazada", pero verdad al fin.

Por HELENA SERROT
Fotos: EDUARDO GIMENEZ

 

 

 

EL PRIMER LIBRO, EL PRIMER AMOR

Desde muy chico yo estaba muy enamorado de una prima mía. Infinitamente enamorado de ella. Ella leía a una autora francesa que se llamaba Gyp, que tenia fama de no ser una autora para chicos: eso me gustaba.
-¿Su prima era mayor que usted?
-Mi prima era mayor, si, y el libro más al alcance de los chicos de esa autora se llamaba "Petit Bob" (Pequeño Bob) y yo decidí que ese libro me gustaba mucho, porque mi prima decía que era muy bueno. Traté de escribir un cuento que fuera más o menos "Petit Bob". Ahora, como a mi me gustaban más las chicas que los chicos, y desde luego estaba enamorado de mi prima, el libro creo que se llamaba "Iris y Margarita", (nombres que no sé cómo me gustaban entonces, pero me gustaban) y quedó como libro inconcluso: en cuanto empecé a escribirlo advertí que no iba a ser "Petit Bob", que iba a ser distinto, que no iba a estar impreso, que no iba a tener una tapa de color ocre. Todas esas cosas me hicieron sentir muy desdichado, un fracasado.
-Pero, ¿qué edad tenía, más o menos?
-Yo creo que tenia siete años.
-¿Fue realmente lo primero que escribió?
-Fue realmente lo primero que escribí.
-¿Conserva ese escrito?
-Yo no sé; en alguna parte está, pero no sé dónde. Está, pero es algo totalmente estúpido, ¿no?
-No importa, quería saber eso: se necesita cierto valor para conservar algo que uno escribió cuando era tan chico. Uno tiende a avergonzarse de esas cosas.
-Por eso alguna vez creo haber dicho que yo empecé a escribir antes de llegar a la literatura; en aquella época yo no hubiera pensado que iba a ser escritor, me parecía una cosa de chicos aplicados, de gente correcta. Yo no pertenecía a ese gremio: jugaba al fútbol, jugaba al rugby, después jugaba al tenis y corría carreras; era un deportista. Fui capitán de un equipo de fútbol: demostré una vez más que no sirvo para manejar nada ni para manejar grupos de gente ni para administrar nada. Tuve que dejar el título de capitán porque el equipo no jugaba nunca un partido contra nadie. Nos organizaron un partido contra la 6ª ó 7ª división de Deportivo Palermo y nos ganaron de una forma espantosa y allí concluyó todo.
-¿A qué le temía en la adolescencia?; es una edad tan maldita...
-Yo temía a la noche, desde luego, temía lo sobrenatural. En cierta etapa de mi educación me hicieron creer que el mundo era horrible, que si el mundo era una esfera la corteza terrestre no era más sólida que un huevo, y que adentro estaban los demonios y que en cualquier momento uno rompía esa corteza y un demonio te agarraba de la pata y te tiraba para adentro. Entonces pasé un periodo con terror de la muerte, del más allá. Un amigo mío, un día que estábamos estudiando, me dijo: "¿No te parece que todo es una estupidez?" "Sí, tenes razón, todo es una estupidez" -concluí- y nos liberamos él y yo de esos terrores y de esa credulidad. Entreveía el más allá como una cosa linda, en los espejos. Allí hay una diferencia con Borges; Borges siempre dice: "el horror de los espejos"; a mi los espejos me deslumbraban por la nitidez de la imagen. Siempre deseé llegar al interior de los espejos, me parecía que ese mundo -si se veía- tenía que existir. Después las fotografías de personas muertas me impresionaban mucho, veía una especie de anomalía en el hecho de que una persona hubiera muerto y que, sin embargo, estuviese ahí, en la fotografía, sonriendo. En fin, todo eso me llevaba a la convicción de que había un mundo raro, un mundo por lo menos inquietante y desagradable (con promesas y con esperanzas y con algo terrible).
A los diez años una persona me dijo: "Bueno, ya no sos un chico, sos un hombre, no hay más jugueterías, no tenes que pensar en jugueterías y en esas cosas: tenes que pensar en las mujeres, en lo que hay de lindo en este mundo". Y es una convicción que yo dócilmente acepté. Empecé a pensar en las mujeres y tuve un primer amor con una chica que vivía enfrente de casa. Era una hermana, de siete hermanas. Iba con ella a los jardines de la Recoleta, a las barrancas (no al cementerio), y ahí tenia amores (de besarnos y todo eso), pero la chica se impacientó porque yo era tímido, y un día desapareció. Yo la buscaba por Buenos Aires. Había un tango que decía "Oh, mi Titina, la busca por Corrientes, la busco por Florida", y yo me sentía el protagonista de eso.
-Realmente debía estar muy enamorada, si no se dejaba ver por ningún lado viviendo enfrente.
-¡Cómo iba a estar enamorada de mi! Estaba enamorada de otro, que se la llevó. Huyó de su casa y ya no le importaba absolutamente nada de mi: yo era el enamorado.
-¿Quién fue su "padre" en literatura?
-Yo no podría decir que he tenido "un" padre en literatura. He tenido varios padres en literatura, autores buenos y autores malos. Yo diría que al principio fueron autores realmente espantosos. A mi no me gusta imaginarme con una vocación, me gusta pensar que la educación hace a los individuos, pero de algún modo me parece que yo he tenido una vocación, puesto que como decía yo empezaba a escribir casi antes de que me llegara la literatura; tengo también la sospecha de que yo he estado buscando en la literatura a través de autores que en definitiva no me gustaban mucho o, sobre todo, que ahora no me gustan mucho: Gabriel Miró, Azorín (autores que no me gustan mucho), Enrique Larreta (que no me gusta mucho), las letras de tango de "El alma que canta" y "Cantaclaro", autores clásicos españoles que mi snobismo elegía. Autores, por ejemplo, que no eran Cervantes, o Tirso de Molina, sino autores más recónditos, porque fui snob desde bastante chico. El "Ulises", de Joyce, también es una prueba de mi snobismo -me gustaba muchísimo- pero yo no sé si me gustaba de verdad o si lo que me gustaba era haber dicho que lo había leído, que lo comprendía. Llegué a aprender de memoria algunos de sus párrafos, y eso parecería probar que me gustaba, pero el libro como un todo no creo que me gustara ni que me divirtiera mucho. Después ciertos autores españoles que se ocupaban de cuestiones de idiomas, como el padre Mir, Baralt. Esos fueron mis primeros autores, y otro espantoso: Ricardo León. Era un lector incontenible, porque no me bastaba leer el Quijote en una edición corriente sino que como también era snob lo leía en la edición de Rodríguez Marín, con siete mil quinientas notas nuevas, porque esa edición superaba unas anteriores que yo desdeñaba muchísimo. El mismo amigo mío que me dijo: "¿No te parece que todo es una estupidez?", me dijo: "¡No te parece aburridísimo esto?", y no seguí por ese lado. También leí "La divina comedia", traducida y con muchísimas notas. Yo entré en la literatura por la literatura española, clásica y moderna, después de la Biblia, después la literatura argentina, autores ingleses y autores franceses, y los clásicos (latinos y griegos). En mi casa había una enorme biblioteca y mi madre creía que había que leer todo, y yo acepté eso (y mi padre también).
-¿Cuál considera que fue su primer trabajo literario significativo?
-¡Ah!, "La invención de Morel". Significativo para mi, es decir, significativo para los lectores: es algo que puede gustar; pueden contar con eso. Creo que yo me he portado muy mal con los lectores porque les he dado todos esos libros anteriores que eran malísimos. Tener la convicción de que uno hace mal una cosa es muy duro si para uno esa cosa es muy importante. Yo de joven creía mucho en la inteligencia, creía en el poder de la inteligencia y también en el poder de "mi" inteligencia.
No dudaba de que yo podía solucionar casi todas las cosas por medio de mi inteligencia. Hay una definición de la inteligencia de Bergson, que dice: "La inteligencia es el arte de solucionar las situaciones difíciles en que uno se encuentra". La primera vez que tuve la sensación de que eso fallaba fue con mis primeros libros.
-Pero, ¿y cómo cambió eso con "La invención de Morel"? ¿Por qué cambió?
-Cambió porque cuando inventé "La invención de Morel" empecé a contarla a mis amigos de entonces, y ellos me dijeron que era uno de los mejores cuentos que habían oído. Y entonces tuve la intima convicción de que yo tenia que cambiar totalmente de estilo de frases y de estilo de relato, que había habido algo que andaba muy mal en todo lo anterior. Bueno, y entonces, ¿a qué podía apelar? A la inteligencia. Yo había contado la historia de un modo y de ese modo había gustado. Debía tratar de contarla de ese mismo modo, no imitar a los autores que yo había imitado hasta entonces. No imitar a Joyce e interponer un monólogo interminable o un capitulo de catecismo adentro de mi relato. No imitar a los autores como Larreta, que escribía en el español antiguo; no imitar a mis amigos criollos -lo gauchesco, digamos- o a los autores de tango, y escribir con palabras del campo argentino o de los suburbios de Buenos Aires. Tratar de no cometer errores. Mi plan fue, sobre todo, no cometer errores. Por eso escribí "La invención" con frases cortitas, que también fueron un error, pero fue un error más modesto que el error de frases largas, espantosas. Después un día pensé que había escrito eso en estilo de "pan rallado", y traté, con "Plan de evasión'", de escribir con frases más complejas, más eufónicas. Pero en fin, en tiempos de "La invención de Morel" no podía permitirme eso. Mi propósito fue entonces no equivocarme; no tanto acertar sino no equivocarme. Y fue un esfuerzo extraordinario, lo escribí desde el '37 hasta el '40, desde las ocho de la mañana hasta la una de la tarde, todos los días escribía "La invención de Morel", así.
-O sea, con gran humildad.

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LA VANIDAD

-Con gran humildad. Por suerte yo siempre pensé mal de mi vanidad (yo me consideré siempre vanidoso). Mi primer relato fue una historia policial y fantástica que se llamaba "Vanidad o una aventura terrorífica", y siempre tuve un gran desprecio por mi vanidad. Y ese desprecio por mi vanidad iba un poco unido a un desprecio también por el orgullo. Yo había leído muchos libros españoles, en donde siempre se hablaba del orgullo: el orgullo que llevaba a la gente a batirse en duelo, por ejemplo, y siempre veía al orgullo como un poco absurdo. Es decir, yo notaba más el lado de irracionalidad que había en él que el lado de coraje y de sacrificio por algo. Tuve siempre un cierto placer en humillar mis orgullos y mis vanidades. Tal vez todo eso venga también por el lado de mi madre, que era muy orgullosa pero que tenía una idea estoica de la conducta (pensaba que se conseguían las cosas buenas castigándose un poco a si mismo). Después, en la vida, he descubierto que personas que yo respetaba no pensaban mal del orgullo. Bueno, entonces yo pensé: "Tienen razón. En cierta medida no hay que pensar mal del orgullo". Pero el orgullo porque si, siempre me ha molestado. Indudablemente el orgullo que me hubiera llevado a defender esa producción anterior a "La invención de Morel" era un orgullo estúpido.
-¿Qué puede decir de la pasión?
-Caramba. Realmente me acorralas. Puedo decirte que me gustaría escribir apasionadamente, a veces por lo menos. No sé si lo logro. Creo que la pasión en literatura es bastante rara, digamos la intensidad, más que la pasión. Que uno sienta que un momento escrito es un momento intenso -que se lea con intensidad y que sea escrito con intensidad-. No creo que sea una de las virtudes más importantes de la literatura, pero creo que es bastante rara, y creo que todo nuestro aprendizaje literario nos ha apartado de eso, y que es muy importante. Nos ha apartado porque hemos vivido una época de experimentos literarios, de mucha técnica, de pensar si se cuentan las cosas en primera persona o en tercera, si es un diario, si es una crónica, cómo es el asunto. No abundan los escritores apasionados. Shakespeare también es un apasionado, aunque más genuinamente tal vez Shakespeare sea sobre todo una persona talentosa que puede hacer lo que quiere.
-Yo no hablo de estar perdido dentro de un sentimiento que lo domina a uno, sino de estar como "calentado al blanco".
-Si. bueno, pienso que a pesar de todo lo que se dice hay poca intensidad en la literatura, y lo lamento. Es una virtud importante, y muchos de los libros escritos actualmente sobre temas políticos, son muy contundentes (desprecian a sus enemigos, adoran a sus héroes), pero la pasión en ellos no se nota. La verdadera pasión estará en los escritores rusos, tal vez.
-¿En qué se puede creer, hoy, a qué se debe temer, hoy?
-Bueno, yo no creo que haya otra posibilidad que la de ejercer la inteligencia. Creo que los efectos de la pasión -más que la pasión en si- nos están llevando a una situación caótica, y creo que habría que tratar de poner un poco de orden apelando a la inteligencia. No sé si se puede poner orden, no sé si se puede encontrar una solución -una sola solución -, pero creo que se pueden encontrar, por lo menos, las soluciones que aporte la inteligencia, aunque haya soluciones contradictorias para distintos grupos humanos.
-O por lo menos, tener la intención.
-Tener la Intención y el deseo de encontrar una posibilidad de que se pueda vivir en este mundo.
-¿Cómo imagina su propia muerte?
-Espantosamente, no tengo ningunas ganas... Con Borges hemos tenido infinidad de conversaciones sobre eso, y él cree que uno se puede morir plácidamente, y yo le digo que yo no creo eso. Yo tengo la sospecha de que si el organismo frena de golpe, tiene que haber un cimbronazo muy desagradable. Entonces Borges me dice: "No todo el organismo frena, la barba sigue creciendo, las uñas que están en los arrabales siguen creciendo", bueno, pero no creo que sintamos continuamente el crecimiento de la barba o de las uñas; en cambio la respiración, o la circulación de la sangre, yo creo que si se nos la interrumpe de golpe vamos a sentir un golpe en la cabeza, un golpe en alguna parte que va a ser sumamente desagradable. Y a ese golpe le tengo miedo. Me encantaría que hubiera una manera de morir suave y grata, pero desconfío de todas ellas. Bueno, tengo miedo de que el despertar hacia la muerte no sea agradable, que los terrores que uno tiene se confirmen con algo muy desagradable a¡ final, que uno tenga el terror soñado de estar muriéndose, y que no pueda salir de él. Pero me parece que la mejor manera de esperar la muerte es pensar en otra cosa, que es lo que todos hacemos espontáneamente. Además -y esto se ha convertido en una especie de tema central en todos mis últimos libros- creo que la vida es un juego. Jugamos para distraernos de la pesadilla esencial que hay en la vida, que es morir. Y me parece, también, que a veces nos tomamos demasiado a pecho el juego y nos pasamos al otro lado. Por eso te digo que el equilibrio es importante: la gente es cruel por falta de imaginación.
-Hábleme de su última novela, la que está escribiendo ahora.
-Es una novela que tengo conmigo desde hace unos diez años. Según mis amigos, el argumento es bueno. Esta novela me ha costado mucho: ésta es la quinta vez que la empiezo. Se llamará "Irse": tiene algo de cuento de chicos, pero para personas grandes. Tengo unas cuarenta páginas escritas. ¿El argumento? Voy a dar una idea, nada más. Sucede en Buenos Aires, los sueños tienen mucha importancia y están mezclados con la realidad. Hay una persona que se retira a vivir a un cuartito de la casa, que está como aislada: duerme, sueña, medita, toca la guitarra y no recibe a nadie. Toda la casa está un poco desesperada porque este hombre está casi completamente aislado: sólo recibe a su mujer de vez en cuando, y ella no comprende por qué este individuo está muy tranquilo, dispuesto a vivir de ella, tan feliz. La mujer se siente irritada y al final todo el mundo quiere intervenir. Pero esa situación se resuelve al final...

 

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