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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Jorge Luis Borges
"yo quería ser un hombre invisible"
reportaje por María Ester Gilio


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Revista Crisis
mayo 1974
(fotos Sara Facio - Alicia D'amico / Dibujo: Sabat)

 

 

 

-Bueno, pero estamos apartándonos del tema, ¿en qué estábamos?
-Usted me contaba de cuando dejó de ver.
-Yo era un buen latinista, y siento haber perdido el latín, es una lástima, un idioma tan lindo, y actualmente no lo sé. Sin embargo debería insistir, ¿no? -murmura algo ininteligible y dice "¿Qué estamos haciendo? Estamos hablando una especie de cocoliche del latín, el idioma español es una especie de cocoliche del latín".
-Pero a esta altura nuestra lengua ya tomó su camino.
-Yo pertenezco a la Academia y es muy malo eso de amontonar palabras. Cuanto menos palabras tenga un idioma mejor.
-¿Ah sí?
-¿Qué ventaja puede haber en que tenga muchas palabras?
-Las palabras dan matices.
-Es que no dan matices.
-¿Cómo que no?
-Solamente acumulan nomás. En América tenemos una ventaja y es que, fuera del Brasil, hablamos el mismo idioma. Lo que debería hacer la Academia es eliminar diferencias: no incluir ni americanismos ni andalucismos.
-¿De qué serviría? A la lengua no le importa la Academia.
-Los que están echando a perder el idioma son los diarios. Hablan de una misma persona y la llaman de un modo diferente: el señor fulano en una línea, el primer mandatario en otra, el señor presidente en otra. Si la persona no ha cambiado, por qué hacerse el genio nombrándola de maneras diferentes. Yo estuve en México y no tuve ninguna dificultad de entenderme con nadie. Hablaba con todo el mundo, todo el mundo me entendía. En cuanto a todo eso de "chamaco, mira tú" está sólo en las películas. Sin embargo la Academia se pasa incorporando argentinismos y americanismos. Una vez le echaron en cara a Roberto Arlt su ignorancia total del lunfardo. Bueno, dijo él, yo me he criado en Villa Luro, allá en los arrabales, junto a la gente pobre, entre malevos, y no he tenido tiempo de estudiar el lunfardo. Imagínese que alguien en la conversación dijera: "Fulana era un mosaico diquero" o "La rantifusa milonguera". Yo he sido amigo de muchos orilleros, hasta de cuchilleros también, y jamás les he oído decir una palabra en lunfardo.
De pronto como con un golpe de impaciencia:
-Bueno, ¿qué otra cosa quiere saber?
-Cómo se da la situación de escribir entre dos. No le pregunto por libretos, porque me parece más fácil. Digo un libro serio.
-La única manera de hacerlo es olvidar que son dos.
-¿Cómo puede ser eso, cómo puede olvidarse?
-Si uno tiene amistad con la otra persona, acepta la idea del otro cuando es mejor y no quiere imponer la propia por vanidad. Uno piensa simplemente en la otra idea. Si usted me pregunta a mí cuál frase de los libros hechos con Bioy es mía o de él, yo no sé. El tampoco sabe.
-Pero en la práctica, ¿cómo ocurre eso?
-En la práctica dedicamos dos o tres noches a estudiar el argumento.
-¿Nunca va saliendo a medida que escriben?
-Ah, no, no.
-¿Y cuándo el cuento lo escribe solo?
-Cuando yo escribo un cuento solo, sé muy bien cuál es el principio y cuál es el final, lo que ocurre en el medio me va siendo revelado a medida que escribo.
-Usted siempre utiliza la palabra revelado. "Me fue revelado", como si una voz ajena a usted le dictara.
-No, es como si el cuento ya existiera y yo fuera viéndolo cada vez más cerca. Al principio lo que veo es una forma general vaga, con más claridad en las dos puntas.
-Onetti me dijo una vez: "Sé lo que va a pasar, no sé cómo va a pasar".
-Viene a ser lo mismo. A veces me ha ocurrido con un cuento que he escrito dos páginas y de golpe me doy cuenta de que las cosas no sucedieron así. Entonces las borro y vuelvo para atrás.
-¿Cuánto le lleva escribir un cuento?
-Mucho, mucho. Escribo muy lentamente. De un tirón hice uno que se llamaba... espere ... espere... El cuento de un hombre que sueña con otro...
-"Ruinas circulares".
-Sí, ese cuento lo hice en una semana, lo cual para mí es una gran velocidad.
-¿Qué le pasa con la poesía?
-La poesía la trabajo mucho. Cuando termino un cuento o un poema lo dejo, no los nueve años que recomendaba Horacio, pero sí nueve días. A mí me cuesta mucho escribir.
-¿Nunca se propuso escribir novela?
-Novela no, no. No; sé que es un esfuerzo inútil, pues antes del capítulo cuarto la abandonaría. No se pueden escribir trescientas páginas valiosas. La novela terminará por desaparecer. La mejor novela tiene largas parrafadas inútiles, destinadas simplemente a servir de puente entre un episodio y otro, verdadero relleno.
-¿Usted cree que el problema de su vista ha influido en sus temas?
-No en la elección. Ha influido en otros sentidos. Ha influido en la mayor sencillez con que escribo. Hay palabras que uno se atreve a escribir y no se atreve a dictar porque las considera rebuscadas. Yo creo escribir ahora de un modo más sencillo. Con una sintaxis que se parece más al lenguaje oral. Claro que eso cambia según las personas. En el caso de Henry James, él se acostumbró a dictar y como era un conversador brillante se le ocurrían frases larguísimas.
-Su problema determinó en definitiva modificaciones de tipo formal.
-Sí. Yo soy una persona muy torpe para la expresión oral, por eso tengo tendencia a abreviar, en cambio Henry James no. Era un hombre que hablaba muy pomposo, entonces cuando caminando de una punta a la otra de la pieza se sentía...
-Genial.
-Sí, genial, le salían párrafos de media página.
-Nunca pensé que una circunstancia exterior pudiera modificar un estilo. Cuando yo le hice la pregunta me refería más bien a su visión del mundo que se refleja en sus obras. Pensé que sus obsesiones literarias eran las de alguien a quien se le fue cerrando uno de los accesos al exterior.
-No, no.
- Recuerdo una conferencia suya; usted dijo: "Las casas son para mí laberintos"...
- Sí...pero siempre fueron laberintos, no sólo cuando dejé de ver.
- Su mundo literario con espejos, tigres...
-Cuchillos.
-...cuchillos, ¿no es el específico mundo que recrea alguien que sólo ve luces, sombras ... ?
-No, no, no. ¿Usted sabe? Actualmente trato de huir de ese mundo para no parecerme demasiado a Borges; cuando hago una frase muy característica mía la tacho.
-¿Por qué?
-Para que no digan: acá está Borges, repitiéndose a sí mismo.
-También pueden decir: "Acá está Borges en la búsqueda de algo nuevo que no puede compararse, evidentemente, con lo anterior".
-Bueno, eso no me importa. Se han escrito no sé si cuarenta o cincuenta libros sobre mí. De esos cuarenta o cincuenta libros yo he leído uno solo.
-¿Realmente no le importa lo que dicen de usted?
-No me importa.
-¿Así que este reportaje no lo va a leer?
-No lo voy a leer, dijo y me preguntó si podía volver al día siguiente, pues eran ya las dos de la tarde.
-Sí, puedo, pero mañana es Navidad.
-¿Pero puede venir?
-Puedo, sí.
-Entonces venga.
Cuando llegué, al día siguiente, Borges se despedía de un amigo. Mientras esperaba, recorrí lentamente los muebles construidos con viejas maderas ya casi desconocidas u olvidadas: raíz de caoba, nogal, haya. Porcelanas, seguramente inglesas, ocupaban su sitio en los estantes, parecía que desde siempre y para siempre. Su madre, como una sombra indecisa, caminaba en uno y otro sentido por el corredor. Una irredimible melancolía, que no aventaban el sol ni los ruidos alegres del verano, llenaba la casa hasta todos los rincones.
El amigo se fue y yo me senté. Así recomenzó la absurda ceremonia.
-¿En cuál de sus historias le parece que usted está más presente de una manera consciente? Ya me lo contestó, pero quizás, quiera extenderse.
-En todas ellas. Aun en las fantásticas porque en ellas me siento más cómodo. Estoy narrando una historia que sucede en otra época, en otro país, puedo soltarme. El lector no tiene por qué suponer que hay allí nada personal. En cambio si estoy hablando de un hombre de ahora y lo describo parecido a mí, el lector puede rastrearme a mí mismo y yo me inhibo.
-Es decir que a través de lo fantástico usted puede dar rienda suelta a lo que quiere decir.
-Sí, yo creo que en definitiva todo lo que uno escribe es finalmente autobiográfico. Sólo que eso puede ser dicho, "nací en tal año, en tal lugar" o "había un rey que tenía tres hijos".
-En varios de sus cuentos, en El ajedrez o en El condenado a muerte, aparecen pesadillas e insomnios. ¿Tiene eso relación con su vida concreta?
-Sí, yo tengo ahora pesadillas casi todas las noches.
-¿Pesadillas? ¿Usted tiene pesadillas?
-Usted me acaba de preguntar por las pesadillas, ¿de qué se sorprende?
-Pensé que me iba a decir: "nunca he tenido pesadillas".
-No era lógico.
-¿Cómo son esas pesadillas?
-Contadas no son horribles, pero soñadas sí lo son.
-Cuénteme.
-Noches pasadas soñé con un señor alto, rubio, muy paquete, a la manera del siglo XIX. Y yo sabía que él era inglés, como uno sabe las cosas en los sueños. Ese señor tenía melena y una cara que era casi la de un león. Un semicírculo de personas que tenían un poco cara de leones, aunque menos que él, lo rodeaban -A mí me parece un sueño bien extraño.
-Y él vacilaba. Todo eso estaba fotografiado en un gran cuadro y abajo decía: "Leones". Y había otro señor, de espaldas a mí, que gesticulaba y daba testimonio de todo lo que pasaba en el cuadro. El era judío y yo lo sabía, como uno sabe las cosas en los sueños, sin que se las digan. Ese señor estaba en el medio, así, enamorado.
-¿Enamorado?
-Sí, y alrededor de él ese semicírculo de personas todas vestidas como él, con melenas y barbas. Algunos, yo me di cuenta, casi no tenían cara de leones. Simplemente buscaban ese puesto y se habían caracterizado. Eso contado no tiene nada de particular.
-¿Y qué será lo que lo angustia tanto, entonces?
-Bueno, eso es lo que yo no sé, pero me desperté temblando.
-¿No le buscó una explicación?
-Como usted ve, en sí ese sueño, es disparatado, pero no terrible. A mí no me amenazaban esas figuras. ¿Cómo? ¿Cómo?
-No nada, yo no dije nada. Quisiera saber qué es lo que le resultaba tan terrorífico. ¿Qué interpretación le daría usted al sueño?
-¿Yo? Ninguna. Yo creo en lo que decía Coleridge, el poeta inglés, que en la realidad los hechos producen emociones. Por ejemplo, si entra aquí un león uno siente miedo, o si se le apoya un animal en el vientre, siente opresión. Pero en los sueños uno empieza por una emoción, luego de un modo dramático inventa una explicación.
-Qué es el sueño.
-Sí. Es decir que yo dormido por alguna razón sentí miedo o sentí horror, y entonces inventé esa explicación disparatada.
-El sueño sería una explicación a su miedo.
-Sí.
-Que usted mismo se da.
-Sí, yo le podría contar muchos otros sueños.
-Cuénteme, entonces.
-No, no, no. He elegido éste porque precisamente, en sí mismo no es terrorífico, es disparatado. Imagínese el desatino de una persona que tiene cara de león y busca un acompañante parecido a él.
-La verdad es que yo no lo encuentro tan inocente, lo encuentro bastante terrorífico.
-No, no es terrorífico. Simplemente es raro. Posiblemente si uno viera un cuadro...
-Esos tipos, con caras de leones vestidos de personas ...
-¡Es que eran personas! Lo único que tenían de leones era la cara. Y este señor tenía un bastón muy lindo, estaba vestido de negro, creo que de frac, no estoy seguro de ese detalle. Este sueño en sí no es horrible, sin embargo cuando lo soñé era una pesadilla, y cuando desperté estuve unos minutos aterrado, hasta que pensé que ante todo el sueño no era terrible, que además era un sueño. En cuanto me di cuenta de eso me quedé dormido a los cinco minutos

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-¿No sufre de Insomnio?
-He sufrido mucho de insomnio y he escrito un cuento que refleja eso.
-Por eso le preguntaba. Pensaba en Funes el memorioso.
-Ese cuento ... voy a contarle un detalle que quizás pueda interesarle. Yo padecía mucho de insomnio. Me acostaba y empezaba a imaginar. Me imaginaba la pieza, los libros en los estantes, los muebles, los patios. El jardín de la quinta de Adrogué, esto era en Adrogué. Imaginaba los eucaliptus, la verja, las diversas casas del pueblo, mi cuerpo tendido en la oscuridad. Y no podía dormir. De allí salió la idea de un individuo que tuviera una memoria infinita, que estuviera abrumado por su memoria, no pudiera olvidarse de nada y por consiguiente no pudiera dormirse. Pienso en una frase común: "recordarse", que es porque uno se olvidó de uno mismo y al despertarse se recuerda. Y ahora viene un detalle casi psicoanalítico: cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y me liberara de él mediante ese cuento.
-Como si escribir el cuento hubiera tenido una consecuencia terapéutica.
-Sí.
-¿Qué soporta mejor, su oscuridad de antes o su situación de ahora con medallas, honores, los periodistas que lo acosan?
-Recuerdo que cuando yo era chico mi padre me regaló El hombre invisible de Wells y me dijo: "Aquí tenes este libro que es muy bueno. Yo querría ser el hombre invisible".
-¿Dijo él?
-Sí, y además lo soy, dijo, porque nadie me conoce. Yo siento eso.
-¿Qué es lo que siente?
-El deseo de ser el hombre invisible.
-¿Le molesta la fama entonces?
-Sí... Yo he vivido diez días en Escocia. Uno de los países que más quiero. Viví en casa de un poeta amigo mío. Entonces yo conocí a sus amigos. Salimos a caminar a la orilla del mar. Uno sabe que del otro lado del mar está Noruega. De algún modo fui un ciudadano escocés. Pero estando una semana en México he participado en mesas redondas, en reuniones de periodistas, en conversaciones con políticos, y a mí no me interesa la política ..., no sé hasta dónde puedo decir ahora que conozco México. Probablemente no lo conozco nada, además estando ciego... México es un país muy culto donde nadie alza la voz. Y en Montevideo, ¿usted ha observado que cuando habla por teléfono y pregunta: "¿Hablo con la familia tal?", le contestan: "Es verdad".
-Sí.
-Porque decir sí les parece demasiado brusco, breve. ¿Usted no ha visto que entre paisanos o entre malevos, la manera de negar algo, y eso ya es bastante fuerte, es "Usted lo dice"?
-Como diciendo ...
-Usted lo dice, yo no me responsabilizo. Parte por cortesía y parte por el deseo de no decir cosas violentas.
-Sí, seguramente. En su literatura hay psicologías muy bien relatadas que se refieren a personajes fantásticos.
-Usted lo dice.
-Yo lo digo. Pero cuando se trata del hombre real la descripción es más somera, ¿a qué atribuye eso? Es como si el hombre real siguiera siendo una invención.
-No sé, puede ser, no sé. No había pensado en eso. Tiene cierta lógica eso. Es natural que sea así. Yo le digo a usted: Fulana de tal caminaba por la calle Chacabuco. No precisa que se la detalle porque usted conoce la calle Chacabuco. Si yo elijo hacer una escena fantástica preciso ser un poco detallado.
-Bueno, fíjese que al contestarme eso está corroborando indirectamente lo que acabo de decirle. Yo le hablaba de personas, no de cosas.
-Puede ser, pero en todo caso es inconsciente.
-¿No habrá alguna forma de lejanía entre usted y sus contemporáneos? ¿Alguna incapacidad de acercamiento?
-No, yo no creo. Soy un hombre que tiene muchos amigos.
-Yo no dudo de eso, pero es muy claro que usted está realmente ajeno a los problemas de la sociedad en que vive.
-No tengo la vanidad de creer que puedo resolver los problemas de mis contemporáneos.
-Esa vanidad le crearía obligaciones que seguramente no desea asumir.
-Mi escepticismo me impide crearme tales obligaciones. Usted debería ya saber que soy un escéptico; un escéptico no se propone vaguedades tales como salvar a sus contemporáneos. ¿Qué otra cosa quiere saber?
-¿Usted se ha dado cuenta de que en su obra hay una gran ausencia de mujeres?
-Será porque he pensado tanto en ellas, en realidad.
-Quiere decir entonces que no se debe a una actitud de misoginia.
-Noooo, yo le doy demasiada importancia a las mujeres, demasiada.
-¿Sí?
-No, a ellas no. A ella, a una en particular.
-A una cuyos ojos no puede describir. Una niñita que acaba de llegar atraviesa la terraza y se detiene en la puerta del living.
-Ahí tiene un lindo ejemplar de cuatro años.
-No la veo. ¿Dónde?
-En el balcón.
-No la veo, no la veo.
-Casi no hay mujeres en sus cuentos.
-Les he escrito cientos de poemas.
-Escribirles poemas serviría para negar su misoginia, pero no su particular visión de las mujeres. Son muy pocas, y cuando las hay, cumplen roles adjudicados regularmente a los hombres. Estoy pensando, por ejemplo, en la mujer que va a matar a su patrón.
-Ese cuento me lo dio Cecilia Ingenieros, ella inventó el argumento y yo lo escribí. Aunque a mí no me gustan las historias de venganzas porque la venganza me parece horrible. La venganza es un error, no sirve de nada la venganza. El pasado no se modifica, y entonces ¿para qué? Los hombres vengativos para mí tienen algo de femenino. La gente vengativa no es gente fuerte. El olvido es lo único, y el olvido al mismo tiempo es una forma de perdón, porque si se perdona y se recuerda no se perdona del todo. Si usted le perdona a una persona algo y está pensando todo el tiempo en la ofensa, no es verdad que perdonó.
-Los problemas del perdón y la venganza le preocupan mucho. Ya me habló, por lo menos, dos o tres veces del tema.
- hmmm...
-Ahora, creo que siempre se refiere al perdón y la venganza en una relación de amor.
-Hum.
Sube desde la calle un ruido de campanillas de Navidad mezclado con gritos y bocinas. Por un momento quedamos en silencio.
-Queensy dijo que la Navidad es un día particularmente triste porque obliga a fa gente a simular alegría. Ahora, ¿por qué le hacen caso a la Navidad? no sé. Con el tiempo quizás desaparezca.
-¿Por qué le atrae tanto la novela policial?
-Actualmente ya no me atrae.
-¿No le atrae porque decayó o porque usted personalmente no se siente interesado?
-No, no, no. Porque no me siento interesado en los problemas de la novela policial. Porque no puedo sentirme interesado.
-¿Qué es lo que le atraía antes, entonces?
-Lo que me atraía de la novela policial era que de alguna manera estaba defendiendo lo clásico, el orden. Mientras que la literatura de cierta época y quizás también la de ahora tienden al caos. Piense que lonesco es considerado un gran dramaturgo. En una novela policial el autor no puede permitirse juegos con el tiempo, incoherencias, o contar dos historias simultáneamente. Como Faulkner en Las palmeras salvajes. ¿Qué es lo que él consigue con este inocente juego?
-No sé, creo que busca alguna forma de paralelismo.
-No sé si existirá alguna forma de paralelismo. Si eso es lo que buscaba lo hecho de una forma más sutil que jugando con un medio tipográfico. Volviendo a la novela policial, ésta estaba a su modo, salvando ciertas reglas clásicas. Ahora cualquier persona escribe una novela diciendo: "Fulano de Tal se levantó, se sentía un poco triste. No sabía por qué. De pronta recordó: era por lo que había ocurrido entre él y Fulana en la víspera". Después, por ejemplo, lo hacen encontrarse con amigos. Describen dos o tres meses. Al cabo de un tiempo hay uno de ellos que hace una caminata por la ciudad. Otros han tenido conversaciones sobre temas políticos con los amigos y ¡hasta puede haberse suicidado alguno! Y de ahí sale una novela. Una novela que no sirve para nada, un mamarracho. En cambio en una novela policial todo está ordenado. De cualquier modo, luego empecé a sentir lo que dice Stevenson, que la novela policial deja la impresión de un mecanismo, que puede ser ingenioso pero que, al fin de todo tiene algo muerto. Y lo único posible es salvarla mediante los caracteres, pero entonces de la novela policial se pasa a lo psicológico y se pierde el género. Actualmente creo que ya no toleraría una novela policial. Porque ocurre, entre otras cosas, que hace un tiempo fundamos con Bioy Casares el Séptimo Círculo. Con ese motivo tuvimos que elegir los cien primeros volúmenes y para eso leímos una cantidad enorme de novelas policiales. Bueno, hasta que se dieron cuenta de que no nos precisaban. Yo le había dicho a Adolfito: "Mira, el día que se den cuenta que el "Tíme's Literary Suplement" tiene una sección dedicada a la novela policial, que no tienen más que buscar allí a los autores que ya han publicado para encontrar material, nos van a echar. Y eso fue lo que sucedió. Ellos han seguido haciéndolo y lo han hecho muy bien. Aunque ahora está sustituido por la ciencia-ficción.
-¿Le interesa la ciencia-ficción?
-Sí, pero lo mejor creo que es lo más viejo.
-¿Bradbury?
-No. Weiss. Los primeros hombres en la luna, La máquina del tiempo. El hombre invisible, La isla del doctor Moreau.
-¿Conoce a Bradbury?
-No solamente lo he leído, sino que prologué la traducción de su novela Crónicas marcianas. En Bradbury lo más importante como invención mágica es su tristeza. El tedio, la melancolía, la inutilidad. Bueno, pero en general yo creo que sucede con todo. Pienso en Wells. Wells era un pobre muchacho desconocido, tuberculoso, de familia muy humilde. Y tuvo la sensación de que no estaba rodeado de seres humanos sino de fieras. Eso lo llevó a la invención de la novela. Es decir que la invención fantástica deriva de su experiencia personal. Yo creo que, en general, cualquier forma literaria, cualquier cuento tiene su parte imaginativa, pero siempre es una proyección de estados de alma.
-Toda obra de arte sería, en definitiva. una confesión.
-Claro, ahora es mejor que no se note y que sea aceptado como una invención. Es decir que si uno en un poema romántico dice que se siente solo y que la humanidad es feroz, eso es...
-Una lata.
-Sí. En cambio inventando toda esa idea de un individuo que llega a una isla y nota algo raro en los hombres y descubre finalmente que esos hombres han sido animales transformados en hombres, eso ya tiene otro valor. ¿No estoy hablando mucho?

 

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