Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO

jinete de dos caballos

lupo1.jpg (22844 bytes)
Punto de vista
Rogelio García Lupo

Revista Crisis
1973

 

 

 

Casi siete millones de votos a favor del candidato peronista Héctor Cámpora hundieron ruidosamente, el 11 de marzo de 1973, los diversos proyectos políticos que durante los dos años anteriores había elaborado la oligarquía militar argentina para permanecer en el poder. Como la victoria de Cámpora había sido desestimada completamente por la facción gobernante, lo que ocurrió el mismo día de la elección, y los días siguientes, produjo una cadena de reacciones de perplejidad que se propagó del oficialismo al seno mismo del peronismo.
La camarilla de jefes del arma de la Caballería que desde 1955 domina al Ejército, distribuye los destinos, impulsa los ascensos y marca la política del país en su totalidad, había llegado a consustanciarse de tal modo con los intereses de la oligarquía, que tomó su derrota política por la derrota de aquella. Este fue, seguramente, el último error de esta camarilla, que al llevar al general Lanusse al poder político y militar, sin intermediarios, se privó de la ventajosa posición de ejercer su influencia desde una línea secundaria. El viejo axioma de que el poder desgasta y todo el poder desgasta totalmente, fue vivido por la casta de la Caballería y corporizado en su figura más sobresaliente, el general Lanusse. Otros errores se habían acumulado a lo largo de los dos años anteriores a la elección de Cámpora: la hipótesis de que un Perón corrupto y senil podría vender por dinero su apoyo a la candidatura presidencial de Lanusse; la torpe seguridad de que Perón no correría el riesgo personal de descender en Ezeiza; la incorregible jactancia de suponer que si Perón escogía como candidato a un odontólogo bonachón, desechando a un general de la Caballería, simplemente revelaba que no tenía interés en que aquel fuera finalmente ungido.
Hubo un momento en que Lanusse pareció estar a la altura de "il Gattopardo", decidido a que algo debía cambiar para que todo siguiera como estaba. Pero la filosofía del príncipe siciliano estaba construida sobre la propia renuncia personal, asentada en la crueldad de un largo y meditado abandono del poder, justamente para que el poder continuara en el mismo lugar en que había estado durante siglos. En la mitad de su aventura, el falso Gattopardo argentino reveló su propensión a parecerse al oportunista Don Tancredi y consideró que si algo debía cambiar para que todo siguiera como estaba, quien debía cambiar era Perón, no él.
Fue esta obstinación del segundo tramo de su gobierno el que llegó a confundir momentáneamente el buen juicio de muchas personas bien intencionadas, quienes dedujeron incorrectamente que si la suerte de la oligarquía argentina se jugaba al éxito de Lanusse y éste había fracasado, la oligarquía estaba derrotada. Dicho de otro modo: para no perder el apoyo de los intereses económicos tradicionales del país y de sus socios mayores del exterior, Lanusse acentuó su dependencia de ambos, en un esfuerzo por hacerles ver que si él perdía, todos serían destruidos. En esta etapa, Lanusse realizó un meritorio esfuerzo para no dejar ninguna duda: al personero de la Standard Oil en la provincia de Buenos Aires, Arturo Mor Roig, lo reforzó como ministro del Interior; al director financiero de la General Motors, Jorge Wehbe, lo designó ministro de Hacienda, y a su propio primo-hermano Ernesto Lanusse, director de la compañía norteamericana Agar Cross, lo puso en el Ministerio de Agricultura y Ganadería, asegurando el monumental negocio de los fertilizantes en el campo argentino para la corporación multinacional Adela. Los aliados locales recibieron también su tajada, y en octubre de 1972 el valor venal de una hectárea de campo en las fértiles llanuras de la provincia de Buenos Aires había superado el millón de pesos (mil dólares), mientras los precios internos de la carne limpiaban los bolsillos de la población y amontonaban las utilidades de los propietarios rurales.
Empero, Lanusse no vio que intentaba jinetear sobre dos cabalgaduras, error imperdonable en un profesional de la Caballería.

lupo2.jpg (17115 bytes)

Pretendió que los intereses tradicionales lo secundaran en su misión de seducir a Perón y para convencerlos de sus buenas intenciones reales llenó de testaferros de los Estados Unidos a su gabinete y aumentó las ganancias de estancieros y gerentes criollos. Pero simultáneamente ahuyentó al pueblo argentino de cualquier remota posibilidad de apoyo, desnudó irreparablemente la naturaleza de su régimen y lo que había acumulado en pacientes meses de demagogia interna y externa, se le escapó a borbotones en los noventa días anteriores a la elección.
La fase final de la dictadura de Lanusse estuvo jalonada por el dramático contrapunto de un hombre que no deseaba dejar el poder, aunque para quedarse había puesto en juego su promesa de abandonarlo y la convicción de millones de personas de que este hombre debía irse sin falta. En la medida en que el sentimiento creció y se hizo la consigna de multitudes, los mismos intereses que lo habían encumbrado y exprimieron al país con su visto bueno, comprendieron también ellos que no podían continuar atados a su suerte personal. El dinero es temeroso y cualquiera podía entender en los últimos tiempos que el hombre exasperado y sombrío que amenazaba desde las pantallas de la televisión los sentimientos de millones de argentinos debía marcharse, porque los buenos negocios podían echarse a perder. Lanusse repitió -con sus rasgos propios- el cuadro final de Onganía, confirmando que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en el mismo lugar, y que esta condición humana es particularmente apreciable si además pertenece al arma de caballería.
Lanusse y su camarilla vivieron la elección del 11 de marzo como una situación extrema y las masacres que salpicaron al régimen revelaron que existían en ellos los condimentos morales para llegar a la guerra civil. Pero ésta parece, por el momento, detenida en sus límites actuales de la guerrilla urbana y la contrainsurgencia militar.
Consecuentemente, a pesar de que Lanusse viviera el comicio como una auténtica guerra civil, los vencedores de la contienda electoral cometerían un error si llegaran a asignarle a la designación de Cámpora otro sentido del que tiene: una tregua en la larga lucha del pueblo argentino con los intereses económicos internos e internacionales que lo sofocan y le impiden manifestarse plenamente.
La oligarquía terrateniente sigue allí, atrincherada en sus posesiones, completamente desentendida de la desgracia persona! de su altivo aunque defenestrado personero. Las grandes corporaciones internacionales continúan en el mismo lugar, lanzando al primer plano a sus testaferros, que en la segunda fila rumiaban, impacientes como potrillos, la llegada de un gobierno popular para poner a prueba sus propias aptitudes de adaptación. Los intereses imperialistas continúan en su sitio, controlando la diplomacia, los medios de comunicación de masas, la educación. No tardarán en reorganizarse dentro de las mismas tiendas del ejército vencedor, ellos sí seguros de que algo debía cambiar para que todo continuara como está.
Una propuesta ciertamente dudosa para un pueblo cuyas vanguardias saben que para que nada quede como está, todo deberá cambiar.

 

Google
Web www.magicasruinas.com.ar