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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Pasión y muertes del circo

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Revista Análisis
1970

 

 

En medio de la bruma que lo rodeaba, pudo verse; estaba vestido de maharajá delante de un enorme cartelón. Con letras desparejas se podía leer: "Sarrasani". Cuando despertó de su sueño, Hans von Stosch ya había dejado de ser el mismo. Se había convertido en Hans Sarrasani, el hombre que más tarde abandonaría su hogar para instalar, con cinco amigos y unos pocos pesos, un espectáculo que se había convertido en el boom de la época: el circo.
Poco después, el 3 de febrero de 1901, la ciudad de Maisen, Alemania, conoció la primera carpa del que sería, años más tarde, el circo más famoso del mundo. Lamentablemente, solo la carpa pudo ver, y no por mucho tiempo: porque ese mismo día una importuna tormenta daría por tierra con todas las instalaciones.
Claro que esto no arredró al flamante empresario. Así es como, desde el 2 de setiembre el público porteño puede sumergirse en esa "mezcla de colorido, arte, lujo, alegría y emoción" que regentean la nuera de su fundador y un ex trapecista, Gabor Nemedi. El espectáculo no ha cambiado mucho desde, su nacimiento. Aún hoy los domadores repiten sus viejas hazañas, los payasos sus gastados trucos, los elefantes pasean su siempre imponente mole sobre la pista de arena.
Para los artistas, todo se ha convertido en rutina. "Enseñar pruebas a los osos es más fácil que domar mujeres -dijo el turco Gemal-. El mayor riesgo que corrí fue casarme con Edda". Seguramente exageró. Porque no fue su mujer la que le arrancó, de un bocado, tres dedos de la mano derecha. "Antes trabajaba con cocodrilos -explicó-. Un día me di cuenta de que me quedaban pocos dedos y cambié de animales".
Algo que, de ocurrirle un accidente, no podrá hacer el indio Somapala Peiris, ex hipnotizador de cocodrilos y actual jefe de domadores: Somapala, en cada función, mete su cabeza en la boca de Ebby, un robusto paquidermo a quien, por las dudas, alimenta muy bien antes del número. Sus precauciones se justifican. Miembro de una familia de domadores, vio morir a su primo aplastado por un elefante, y a su sobrino, víctima de dos tigres subversivos. De todos modos, los felinos no lo asustan. "Hace tiempo compartía mi cama con un león -alardeó-. Claro que me cuidaba de no quitarle la comida. A los animales hay que tenerlos bien alimentados, porque si no...".

Por amor al arte. El cuidado y alimentación de las fieras requiere, de los empresarios, un desembolso de 500 mil pesos semanales. Una cifra que se empequeñece frente al precio de la carpa, superior a los 100 millones.
Claro que el traslado, los postes y la instalación de la carpa también insumen grandes cantidades de dinero. La paga de los artistas, más el impuesto -50 por ciento de las ganancias- terminan de llevarse, así, la mayor parte de las recaudaciones. "La empresa -dijo Nemedi- trabaja los martes a total beneficio de ALPI, el Hospital de Niños, y dos entidades benéficas más. También tenemos un día de descanso; es decir, que la ganancia de los cinco días restantes la absorben los gastos del espectáculo. La señora Sarrasani y yo ganamos muy poco dinero, y lo invertimos en nuevos números. En realidad, trabajamos en esto por amor al arte, porque tenemos vocación de cirqueros".
Y trabajan bastante: a las ocho de la mañana, "como en cualquier oficina pública", comienzan las tareas del día; hay que limpiar y alimentar a los animales, revisarlos y comenzar los ensayos. Luego de un frugal almuerzo empiezan las reparaciones, el armado de jaulas y aparatos. La nuera del fundador practica su número sobre el caballo y su socio prepara la boletería y organiza la publicidad.
"Los sábados, domingos y feriados, que tenemos tres funciones, no nos queda tiempo ni para tomar un café" -exageró Nemedi-. El público sí tiene tiempo. Es por eso que Osvaldo Lezcano se pasea durante todas las funciones con unos cuantos termos, ofreciendo: "café, café". Lezcano cumple así con el sueño de muchos chicos; estar en todas las funciones del circo. Pero si el Sarrasani fuera pan, el cafetero usaría dentadura postiza. "Es siempre lo mismo -criticó-. A la segunda noche de estar acá, ya ni miraba los números; son todos del tiempo 'e ñaupa". Claro que hay quien opina lo contrario, como Alberto Ravalli, 9 años: "Sí, a mí me gustan los leones y los elefantes; pero los payasos son tarados". También están los críticos lapidarios, como Ernesto Valiño, 10 años: "Esto no tiene nada que hacer al lado del circo de Moscú".
Pero el Sarrasani tuvo su período de esplendor. Aún hoy, algunos memoriosos recuerdan que su fundador, Hans von Stosch Sarrasani, poseía un guardarropas valuado en varios millones de pesos, y que los domadores lucían en sus lóbulos aros de oro. Recuerdan, también, que en ese tiempo la banda de música tenía artistas formados en los conservatorios de Budapest, Viena, Berlín. Claro que eso era antes de la Segunda Guerra Mundial.
Trude Sarrasani guarda muchas anécdotas de esa época. "Un día, en Polonia -contó-, la Gestapo me ordenó que reservara la platea solo para los alemanes. Entonces resolví levantar campamento. A los pocos días un emisario del alto mando me pedía que nos quedáramos, aunque tuvieran que compartir los asientos con los polacos".

El circo más pobre del mundo. Su memoria no registra solamente bellos recuerdos: es de esa misma época el suceso que difícilmente pueda olvidar; la total destrucción del espectáculo -en aquel entonces- más grande del mundo. Fue en Dresde, Alemania, donde el circo ocupaba un enorme palacio con cinco subsuelos, trescientas jaulas y una pista sumergible; también contaba con dos sucursales que recorrían el mundo; la más pequeña era un edificio de madera, iluminado con veinte mil bombitas. Para su traslado debían emplearse 150 camiones. Y un aciago 3 de febrero de 1945 el desastre se abatió sobre el gran edificio. El desastre y las bombas aliadas, que convirtieron la enorme construcción en un montón de escombros.
"Hemos sufrido enormes catástrofes -narró Gabor Nemedi-. Ningún circo del mundo sufrió tantas tragedias. La serie comenzó el mismo día de su inauguración, con una tormenta que destrozó la carpa. En 1924, en la Argentina, un ciclón despedazó nuevamente el circo. En 1929, en Amberes, fuimos víctimas de un incendiario; perdimos quinientos caballos amaestrados, cincuenta leones, veinte osos blancos, diez osos grises, aviones, camiones y más de catorce elefantes. Uno de ellos se escapó por la ciudad e hizo grandes daños. La policía lo ametralló. En 1935, uno de los barcos que trasportaba materiales se hundió. Pero lo peor de todo fue el bombardeo, que duró 6 horas. Cuando terminaron de caer las bombas, éramos los empresarios más pobres del mundo".
Las pérdidas fueron valuadas en 50 millones de marcos oro; aún hoy, esperan que "un santo día" el gobierno alemán les pague algún tipo de indemnización. Claro que en el 45 no se dedicaron a esperar: siguieron trabajando con las dos "sucursales" y, merced a varios amigos argentinos, pudieron rehacer el espectáculo, tres años más tarde, en un marco digno: el Luna Park. Así fue como recobraron impulso. El Sarrasani renació de sus cenizas para continuar su peregrinaje por el mundo. Pero bien dicen que el "que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen".
"Quiero radicarme en el país y formar una escuela de artistas circenses" -dijo Trude Sarrasani-. Su socio comparte sus proyectos: "Le debo mucho a este país. En el 48, llegamos con la señora Sarrasani cargando una valija que pesaba diez kilos. Ahora estamos como antes del bombardeo, y queremos devolverle a este país algo as lo que nos dio. Quedándonos aquí hacemos un servicio cultural, creando artistas de categoría que un día puedan llevar afuera, con orgullo, el nombre Sarrasani y los hermosos colores de este país".

Las ruinas circulantes. Sin embargo, no todos llevan con orgullo ese nombre: como el payaso "Pina". A "Pina" se lo puede encontrar por la calle Corrientes, en sus cafés y bares, pidiendo plata. Todos han olvidado a aquel tony desgarbado que en 1925 era primera figura de clowns en el fastuoso Sarrasani. Ahora está solo. Y tiene una sola respuesta para los que le preguntan sobre el circo: "¿El circo, señor? El circo murió hace mucho". No está muy errado; las cifras avalan sus palabras: en el 25, el Sarrasani recaudó, en un mes de trabajo, dos millones de pesos, una cantidad que ningún circo porteño obtiene en sus mejores temporadas.
Pero no se puede hablar de la muerte del circo, porque el circo ha muerto muchas veces. El cine y la televisión son sus principales, despiadados enemigos. Con el auge de éstos, descienden las recaudaciones de los espectáculos circenses y, con éstas, la paga de los artistas. Esto ha logrado que la mayoría de los cirqueros argentinos se jubile, cambie de rubro, o emigre hacia otros circos más famosos, como el de Moscú.
En realidad, el moscovita es el único que obtiene grandes ganancias. Según el director general de espectáculos soviético, Feodosi Bardian, "para el circo ruso ya no existen manchas blancas en el mapamundi". Claro que son exigentes en cuanto a los artistas: "Podemos permitirnos el lujo de no admitir a aquellos que no tengan los estudios secundarios realizados. Cierto que algunas veces hacemos excepciones, ya que son habituales los casos de personas que comienzan en el circo desde niños, especialmente los hijos de grandes artistas; no contemplar este hecho sería atentar contra la más famosas dinastías que ha dado el circo ruso" -dijo Bardian-.
Y cuidan muy bien a esas dinastías: "Existen unas palabras bastantes secas y poco románticas -continuó el director soviético- técnica de seguridad.

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Gabor Nemedi y los payasos

 

Si el ejecutor de un número corre algún riesgo, el director artístico no consentirá su realización sin la protección adecuada. De este modo se pierde suspenso, pero avanzan a primer plano la plasticidad, la belleza, la gracia y armonía de los movimientos".
Claro que no se puede brindar total seguridad a números como el del trapecista. "Todos tenemos montones de golpes y caídas -contó Antonio Pereira, trapecista en el circo de Marrone-. Y si no, míreme la frente". En la cabeza, entre las cejas, un surco rosado ilustraba sus palabras. El accidente: le largaron el trapecio del que debía tomarse un segundo antes de lo previsto. Bastó para que la barra le rozara la cabeza. Antonio, ese día, cayó a la red, se levantó, hizo una última pasada. Antes de llegar a su camarín se desmayó. "Si me golpea directamente me abre el cráneo. Imagínese, tres kilos y medio con el empuje con que vienen" -calculó-.

Azares del circo. La historia de este espectáculo se escribe, en gran parte, con los accidentes que sufren los miembros de la troupe. "En 1935 -recordó Nemedi- yo era trapecista (el mejor del mundo, hacía el triple salto mortal y triple pirueta de vuelta al trapecio). En Santos, durante una función, mi partenaire cayó al costado de la red. Quedó lisiada".
Claro, la partenaire de Nemedi cayó con las botas puestas. Peor destino le correspondió a Rastelli, un malabarista, que murió en la cama debido a una infección en la boca: Rastelli sostenía, merced a un aparato que tomaba con los dientes, varias pelotas en equilibrio. Por desgracia, no lo había limpiado convenientemente.
Ha habido, también, centenares de heridos con cuchillos, lastimados por las fieras, pisados por elefantes que "metían la pata".
Pero la carpa del circo Sarrasani no cubre, solamente, historias trágicas. Todavía hoy se comentan, en las esferas circenses, las alternativas del casamiento de Hans von Stosch Sarrasani hijo, con una joven suiza llamada Trude. Se habían conocido en Dresde. Los dos compartían una misma pasión: los animales.
"Desde pequeña -se remontó Trude- yo sentí gran amor por mis amigos de cuatro patas. Tanto, que desde que tengo memoria quiero instalar un hospital para los que estuvieran enfermos". Y Hans, desde Buenos Aires, recordó su afición por la medicina: le envió unas líneas en las que le mentía que había sido víctima de una terrible enfermedad. Trude, que postergaba su matrimonio "hasta que nos conociéramos mejor", se embarcó entonces en el Graf Zeppelin.
A su llegada, el audaz enamorado, que gozaba de perfecta salud, la convenció de que su artimaña había sido para poder regalarle unas tierras. Así, Trude firmó el boleto de compra equivocado: en lugar de adquirir unas parcelas de tierra, acababa de engrosar la lista de sus bienes en un marido. Inocente como era, no le extrañó que el presunto escribano la atormentara con una larga perorata -a la que contestó "sí" cuando Hans le hizo una seña- antes de la firma del documento. Al día siguiente se realizó una fiesta monstruo en la pista del circo. El ingreso de Trude fue acompañado con los sones de la marcha nupcial; sin embargo, solo algunas horas después, ante los requerimientos de Sarrasani, descubriría el engaño. No se arrepintió.
Al poco tiempo, el director del espectáculo permitía a su flamante esposa participar como ecuyére; una actividad que aún desarrolla en la pista, anunciada como la "reina del circo europeo". Se merece el título: desde el año 41, en que enviudó, supo llevar adelante esa empresa viajera que le legara su esposo.

La vuelta del hipopótamo pródigo. Es, también, protagonista de otra vieja anécdota: cierta vez, un periodista le dijo que, de regresar a un animal a su medio ambiente natural, no se lo podría rescatar para el circo. Entonces sobrevino una discusión y, como corolario, la "apuesta. Una madrugada, Trude Sarrasani lanzó al agua, en presencia de varios testigos, a un hipopótamo. El animal se alejó de la costa, nadando, y cuando el periodista creía tener ganada la apuesta, se convirtió en espectador de un imprevisto strip-tease; el de su contrincante que, sin titubear, se lanzó al agua y subió sobre el lomo del paquidermo. Con una rama, condujo a la bestia hacia la orilla. Cuentan que esa noche, la domadora disfrutó de la mejor cena de su vida. El hipopótamo también.
Pero quizá quien más merezca el titulo de "rey del circo europeo" sea Gabor Nemedi, un húngaro nacionalizado argentino que conoce las pistas desde su adolescencia. "A los 14 años -hizo historia Nemedi- empecé a aprender trapecio, al poco tiempo, y pese a la oposición de mis padres, que no querían perder al nene de la casa -soy hijo único-, me fui con un circo, el Janos Cazaj. Ahí era trapecista, y hacía lucha libre por trescientos marcos mensuales. Después empecé a recorrer mundo con otras empresas: estuve en Checoslovaquia, Italia, España, Inglaterra, Francia, y en Holanda, en 1934, me contrató el circo Sarrasani para venir a Sudamérica. Pasé de trapecista a secretario privado de Hans von Stosch, luego director artístico y, a su muerte, en el 41, me convertí en socio de su viuda".
Claro que, poco después de conocer la difícil vida del circo, Nemedi pensó en retirarse. No se atrevió: "Me quedé por orgullo; no quería volver a casa vencido, después de haber abandonado a mis padres por el circo. Este es el oficio más difícil del mundo".
Seguramente, los 85 artistas que componen la troupe en Buenos Aires -hay otra carpa en Maisen-, piensan igual que él. Pero ya no pueden retirarse; el riesgo, las lámparas, el repiqueteo de los tambores en cada acto cumbre, forman ahora su mundo. "Si hubiera tenido hijos, no estarían en el circo. Serían ingenieros, plomeros, cualquier cosa menos cirqueros -decretó Nemedi-. No se lo hubiera permitido". Quizá si Cepillo, un acróbata, músico, domador y payaso de otra carpa hubiera sido hijo del húngaro, no diría lo que declaró a ANÁLISIS: "Estoy cansado... me paso la vida de viaje, levantando carpas, haciendo reír a los chicos, amaestrando animales. No aguanto más... pero es lo único que sé hacer".
Sus palabras podrían resumirse en una sola, el mal que aqueja tanto a cirqueros como a espectadores: cansancio. Porque el circo es rutina, oficio, repetición de viejos números. Es un mundo desarmable, de glorias efímeras y eternos males. Sus actos ya no atraen multitudes. Por eso escasean los buenos profesionales, los trapecistas audaces.
De todos modos, bajo las carpas siguen naciendo futuros cirqueros. Como Valeria Zinnecker, de tres meses, hija de Werner, el jefe de la troupe del Sarrasani. Valeria es arrullada, desde su nacimiento, por las notas de la infaltable marchita del circo. Trude Sarrasani y Gabor Nemedi ya la ven como la continuadora de su añeja tradición. Valeria iniciará su vida gateando entre las patas de los elefantes, rodeada de jaulas y trapecios. Asistirá, entonces, a las nuevas muertes del circo, a sus balbuceos agónicos. Tal vez sea ella quien, dentro de algunos años, escriba para las necrológicas de los diarios: "CIRCO, q.e.p.d., fall. muchas veces c.a.s.r. - Su esposa, Tradición; sus hijos Domador, Trapecista, Equilibrista, Payaso, Ecuyere; sus hermanos políticos, sobrinos, sobrinos políticos, sobrinos nietos, primos y d/d invitan a acompañar sus restos al Cementerio del Recuerdo...".

 

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