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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Julio Cortázar
"mi ametralladora es la literatura"

-continuación-

Revista Crisis
junio 1973

 

 

 

Nos está tragando el tema político; me parece que esto te ocurre con frecuencia de un tiempo a esta parte. ¿Es por este tipo de conversaciones o de actividades que vos estás dejando de lado tu actividad de cuentista?

-Mira, estás equivocado. Lo que sucede es que en estos últimos años se ha hablado más de mis novelas que de mis cuentos. Han tenido mayor repercusión en la crítica, por distintos motivos. Y esta última, donde se suma el factor político, eclipsa un poco los cuentos. Pero la verdad es que yo sigo sintiéndome tan cuentista como novelista, y tal vez, en última instancia, más cuentista que novelista. La prueba es que en la época que escribía "62 modelo para armar", que es una novela. se me descolgaron un par de cuentos que quedaron por ahí, metidos en un cajón. En los dos últimos años, mientras escribí el Libro de Manuel, también hubo una serie de circunstancias que me situaron en una región que nada tenía que ver con la novela, una especie de tierra de nadie, diferente, de la que fueron saliendo cuentos. Y en estos días, después de algunas experiencias porteñas, me están como rondando otros cuentos que, en una de esas se descuelgan también; posiblemente les hinque el diente este verano. Cuando el grueso del trabajo esté terminado -y yo me sienta satisfecho- voy a publicar un volumen de cuentos. Te señalo de paso que, todos ellos, como la mayoría de mis cuentos anteriores, son cuentos fantásticos exclusivamente literarios, sin la línea, digamos, del Libro de Manuel, aunque tampoco está excluido que en los que vaya a escribir este verano, aparezca alguno que sea como una especie de hermanito de Manuel, porque ocurre por ahí que Susana y Patricio tuvieron otro hijo.

Vos sos jurado de premios literarios; esto debe darte una perspectiva especial para ver lo que se hace en literatura en América Latina.

-Quisiera decir dos cosas. He tenido la suerte en los dos últimos años, de poder ingresar a una especie de panorama inédito de lo que se está haciendo en el plano de la literatura. El año pasado fui jurado del premio de Carlos Barral, en Barcelona, que si bien fue declarado desierto, tuvo como finalistas cuatro libros bastante buenos, que luego fueron o están siendo publicados por la editorial. Ese primer concurso ya me dio la oportunidad de leer algo así como 150 trabajos procedentes de la gran mayoría de los países latinoamericanos, al margen de los españoles. Ahora, el concurso de La Opinión me permitió a un año de distancia volver a tener esta experiencia que para un escritor, que se interesa por la historia contemporánea y !o que esté sucediendo en América Latina, en el plano extraliterario, es una experiencia fascinante. Digo fascinante porque proporciona diversos puntos de mira, diversas ópticas, según la mentalidad de los autores que en su gran mayoría son, evidentemente, jóvenes, y según la procedencia. el origen de todos ellos. La óptica mejicana de la revolución, la colombiana, la boliviana o la argentina. Y uso el término revolución, porque es una constante en la mayoría de los trabajos que he leído por este concurso. Hay una presencia casi continua de una temática revolucionaria en todas sus formas, desde movimientos aislados o situaciones que podríamos llamar precursoras -como es el caso de algún relato sobre la revolución mejicana- hasta las novelas que se ocupan directamente de temas tales como el "cordobazo" o muchos de los hechos que en un plano pre-revolucionario o revolucionario, han sido claves en el camino latinoamericano para la liberación. En ese sentido es muy interesante que te diga que las novelas que vienen de Chile y las de Argentina, son sumamente significativas. Las novelas chilenas son obras que intentan mostrar dentro de un contexto literario -a veces de muy buena calidad- lo que está sucediendo en el país, cuál es ese proceso tan complejo, convulso, confuso, que es la situación actual de Chile. Y en cuanto a las novelas argentinas, algunas situadas en Buenos Aires y otras en zonas de Provincia -La Patagonia, me acuerdo de otra en El Chaco, y otra en Jujuy- todas ellas, las que me han interesado en este plano, son enfoques de un mismo problema. En general se trata de novelas que yo llamaría de "toma de conciencia". Se repite, con una casi necesaria monotonía, la historia de alguien que llega a algún lugar, o que entra en un momento de su vida completamente despistado, y que a lo largo de una serie de experiencias traumatizantes descubre poco a poco esa verdad que tantos de mis viejos amigos siguen obstinándose en no descubrir. Me hace gracia que el mismo día en que había leído una de esas novelas, en que se cuenta una situación guerrillera en el norte del país, me encontré en la calle con un señor -que no te voy a nombrar- que hace 25 años fue amigo mío, y que sigue siendo profesor de historia en la Universidad, y que al verme levantó los brazos y me dijo con aire lúgubre: "... Te das cuenta; las hordas avanzan de nuevo sobre Buenos Aires..." Yo me quedé mirándolo con la cara con que vemos por primera vez a un marciano.
Ahora, volviendo al concurso, sería una lástima que buenos trabajos que he leído pasaran desapercibidos, y que sus autores no se enteraran de que su trabajo peleó hasta lo último, y que realmente vale. Ese es un sistema que nosotros aplicamos en Cuba las dos veces que yo fui jurado de la Casa de las Américas, y que se sigue aplicando. Siempre en Cuba buscamos y llamamos a los autores, para hablar con ellos, contarles lo que nos había gustado del libro, y siempre me emociona recordar la reacción de esos muchachos, siempre jóvenes, que se quedaban absolutamente conmovidos porque alguien como Lezama Lima o Carpentier les señalaba sus defectos y los estimulaba en sus méritos. Esto, bueno, sé que no podré hacerlo aquí, pero de todas maneras quiero dejar por escrito la lista de obras que me han interesado, y si tengo la posibilidad de conocer a sus autores, tanto mejor.
En conjunto, creo que en la Argentina y en el resto de América Latina existen todavía muchos libros que se malogran por un exceso de retórica, que se hace sentir más en países como México, por ejemplo pero que tampoco falta aquí en la Argentina. Sucede que aquí lo disfrazamos con un estilo aparentemente más seco, más conciso, pero que envuelve nuevas forma de retórica, repeticiones de formas hueca; muertas, que no contienen las vivencia que cabe esperar en la buena literatura. Diría también que muchos libros pecan de falta de información literaria. Hay gente que ha vuelto a escribir novelas ya escritas. Eso es bastante lamentable, porque muestra falta de lectura, falta de información. No creo que lo hagan por vanidad, o porque piensen que pueden hacerlo mejor. Hay muchos "maconditos", hay mucho Vargas Llosa metidos en esas páginas. Bueno, es inevitable si se trata de gente joven, y uno tiene la sensación, leyéndolos, de que es una etapa que van a superar. En otros casos, da la impresión de que es ya irremediable.

¿No estás muy cansado de hablar del boom latinoamericano? Crees que existe realmente? Por qué no nos das tu idea sobre su repercusión en Europa?

-Hay que tomar separadamente las dos cosas. Del boom en sí, y esto no es nada novedoso, puedo decir que mi opinión discrepa profundamente de la que sustenta la mayoría de sus exégetas y sus detractores. Yo personalmente no he creído jamás, y además tengo las pruebas de la cosa, que el "boom", como ha dicho mucha gente, haya sido un montaje promocional de la máquina capitalista de la edición. La máquina capitalista de la edición promueve naturalmente a los escritores cada vez que se da cuenta de que esos escritores empiezan a tener un público.

Comienzan por tratar de multiplicar ese público con todos los recursos, con los mass media, pero la máquina editorial llega en segundo lugar. Y es tramposo quien ha dicho (y se ha dicho aquí, en Uruguay, en México) que el boom era un producto editorial. Es falso porque los protagonistas de este primer boom -y digo primero porque ahora se habla de un segundo- son escritores que trabajaron en condiciones muy especiales. La mayoría de ellos fuera de sus respectivos países, en una gran soledad, con medios de vida sumamente difíciles, trabajando anónima y solitariamente. Hablo por mí, hablo por Vargas Llosa, por García Márquez. Podría citar a otros muchos. Los editores se portaron en un comienzo con nosotros, como se porta todo capitalista: cuando alguien no le va a dar nada a cambio y viene a pedir alguna cosa. Es decir, o no fuimos editados, o fuimos editados porque había que cumplir un decreto, como el caso del decreto de Perón, que exigía que los editores argentinos destinaran un 10 por ciento de sus ediciones a la publicación de libros de autores nacionales. Fijate vos, un 10 por ciento, hoy suena ridículo, pero en aquella época los editores se pusieron bastante histéricos cuando se enteraron de eso, porque su dinero lo estaban haciendo con traducciones, con autores consagrados, y nosotros, la gente latinoamericana, éramos una especie de advenedizos que poco teníamos que hacer en sus respetables casas. Yo he contado alguna vez por ahí lo que pasó en ese mes en que me fui de Europa, cuando por un lado apareció mi librito de cuentos Bestiario, y simultáneamente apareció esa inmensa maravilla que es "Nadie encendía las lámparas", los cuentos del uruguayo Felisberto Hernández. Nuestros dos libros fueron publicados por el mismo editor, y cayeron en el mismo pozo. Este detalle de tipo práctico podría multiplicarse infinitamente si frente a nosotros estuvieran muchos autores integrantes del llamado boom. Cada uno de ellos conoció los mismos problemas, y acaso García Márquez más que nadie. Pero sucedió, al contrario de lo que se piensa, un hecho admirable, y es que esos libritos que habían caído al pozo, fueron leídos por algunos sapos que vivían en ese pozo. Esos sapos eran lectores, argentinos, uruguayos, chilenos o peruanos que, como todos los sapos, le empezaron a pasar el chimento al sapo de al lado y muchos de nuestros libros iniciaron una especie de carrera furtiva y secreta, como debe suceder en el mundo de los sapos, con el resultado de que, de improviso, algún editor menos tonto que los otros, empezó a darse cuenta que la gente iba a las librerías y pedía el libro de Felisberto, o pedía el primer libro de cuentos de Vargas Llosa.
Así fue que, poco a poco, esos libros despertaron el interés de la máquina publicitaria y de la máquina editorial. Peor, antes se había creado lo que verdaderamente cuenta: el interés de los lectores. El boom no lo hicieron los editores, lo hicieron los lectores latinoamericanos, y eso para mí -lo he dicho muchas veces, y quiero repetirlo- fue un hecho revolucionario en América Latina, en los últimos quince años. Esa fue una primera y formidable toma de conciencia colectiva en todo el continente sobre la existencia de sí mismo en el plano intelectual, en el plano literario. No quiero decir que no se había leído a tos autores latinoamericanos antes, o que estos no existían. No. Pero, que de golpe, en muy pocos años toda una generación -especialmente los jóvenes- comienzan a leer de manera sistemática, casi obsesiva, relegando a segundo plano a las vedettes europeas que les llegaban en traducciones y que habían sido los grandes ídolos anteriores, los Hemingway, los Camus y todos los grandes escritores europeos o norteamericanos, y que ahora esperan con interés creciente una nueva novela de Asturias o un nuevo libro de Alejo Carpentier o un libro mío. Eso que yo llamo toma de conciencia, me parece que es un hecho revolucionario. Creo haber sido el primero en haberlo dicho, un hecho revolucionario que junto a otros muchos nos están llevando legítimamente, irreversiblemente a la revolución. Lo digo una vez más, no me voy a cansar: el boom lo hicieron los lectores, ustedes los lectores son los verdaderos artífices del boom. Nosotros, los autores, entramos en un juego dialéctico. Es verdad, nosotros los despertamos a ustedes; no es una cuestión de jactancia que yo diga esto. Yo sé que soy un buen escritor; y cada uno de los otros hombres del boom lo sabe también. Pero ustedes descubrieron que éramos buenos escritores. Si no hubiera existido la otra punta del puente, hubiéramos seguido trabajando solitarios, sin editores o con editores un poco a la manera de un ejército de salvación.
Resultado entonces, es que la máquina editorial entró después, y naturalmente que esa máquina editorial ha hecho mucho daño, como han hecho mucho de malo aquí en Argentina los famosos semanarios que exaltaban el boom a dimensiones descabelladas, para después hundirlo con un resentimiento no menos reprensible. Personalmente, tengo la impresión de que eso que se llamó el "boom", palabra que por cierto siempre lamenté, aunque más no sea por el hecho de que es una palabra inglesa aplicada a nuestro contexto (la cosa tiene algo de tristemente irónico) yo tengo la impresión, te decía, de que el boom está terminado. Ahora hay autores latinoamericanos con mayor o menor suerte en el campo de la edición. Eso depende de la insistencia en publicar libros muy buenos, cosa que no sucede con muchos autores que han escrito un par de libros y se pasan el resto de su vida quejando de no haber sido publicitados como pretendían, cuando la higiene intelectual más elemental aconsejaría que, en lugar de eso, escribieran cinco o seis libros más, mejores que los dos primeros. Ese fenómeno de frustración de muchos escritores jóvenes, es por otro lado, mundial. No lo atribuyo solamente a América Latina y si lo digo -a riesgo de granjearme antipatías- lo hago porque yo no publique sino muy, muy tarde, y maldito si me interesó tener o no tener editor. Publiqué muy tarde porque quería estar seguro de que yo estaba escribiendo con un nivel que no iba a defraudar a los lectores. Tuve la suerte de que eso no pasara, pero todavía queda mucha gente que sí defrauda o simplemente deja al lector una sopita chirle, después destina el resto de su tiempo a vociferar o llorar frente a este fenómeno del boom que, repito, en mi opinión, está totalmente liquidado. Ahora está siendo sustituido por una múltiple promoción de escritores de todos lados, algunos muy jóvenes, otros no tanto, que empiezan a asomar en los países latinoamericanos y en los catálogos de los editores. Echale un vistazo a cualquiera de esos catálogos y te vas a encontrar con un montón de nombres nuevos, sobre los cuales se está hablando, sobre quienes se está escribiendo, y que repercuten ya en Europa, como nosotros, los "viejos" del boom lo hicimos inicialmente. Es cierto que América Latina ha hecho en Europa un impacto tremendo en estos últimos, yo diría, ocho o diez últimos años. Hablo especialmente de Francia, país que conozco mejor que los otros. El público francés se ha dado cuenta de que América Latina era un territorio literario, además de un lugar donde se dan golpes de estado y se doman potros. A través de algunas editoriales con suficiente criterio comercial como para seguir la conducta de sus colegas latinoamericanos, se ha iniciado en Europa la publicación de traducciones de muchos libros de autores latinoamericanos, no solo de la gente del primer boom, sino gente que ha venido mucho después y que son mucho más jóvenes, como entre nosotros puede ser el caso de Manuel Puig y el caso de Néstor Sánchez, cuya novela va a salir muy pronto en Francia. Cito simplemente dos, porque tengo mala memoria, pero podría hacerse fácilmente una lista de treinta nombres, que en Italia, Francia, Inglaterra y Alemania están siendo traducidos o van a ser publicados. Esas repercusiones en Europa pienso que han sido útiles para América Latina, porque han permitido al lector europeo de cultura media y superior, hacerse una idea más precisa de lo que somos, de lo que queremos y de lo que estamos buscando y, además, de lo que vamos a conseguir...

 

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