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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

¿DONDE HAY UN MANGO, VIEJO GOMEZ?
"La crisis es aplastante, terrible. Un sentimiento de depresión moral le sucede, notándose una paralización absoluta de las iniciativas comerciales e industriales que debe contarse tanto como las quiebras innúmeras que se producen, la deserción de capitales, la desocupación obrera..."
Crítica, 25 de enero de 1930.

 

 

Capítulo 1
Los años 30
Horacio N. Casal
Centro Editor de América Latina
1971

 

 

 

¿Dónde hay un mango? En ninguna parte. Todos lo buscaban, particularmente las clases bajas que, paradojalmente, vivían en la rama.
Era el acabóse. La crisis iniciada en 1929 allende los mares, se acercaba a la velocidad del sonido a la Reina del Plata (gobernada desde 1928 por Hipólito Yrigoyen). Y ésta, que recibía todo lo extranjero con el mejor de los placeres y fina voluntad, no podía dejar de acoger con beneplácito —si bien no todo lo unánime que hubiera sido de desear— a la desocupación, el hambre, la mishadura.
Por ese entonces, según J. J. Hernández Arregui en la Formación de la conciencia nacional, la situación podía resumirse así:
"Los obreros rurales carecían de toda protección. Desheredados sociales, no había para ellos horarios de trabajo, ni descanso semanal, ni vivienda. Los peones criollos dormían en los galpones o bajo las chatas, de cara a las estrellas. Se les exigía soltería. En las empresas del norte argentino, los obrajes acuñaban sus propias monedas de cuero y tenían proveedurías donde se recuperaban los jornales de hambre pagados a los peones."
Y mientras éstos, empujados por la miseria y la soltería, rajaban hacia la gran urbe para bien morir, allí:
"Todo era barato. Alimento, cines, teatro, mujeres. Pero los comercios estaban vacíos, las salas de espectáculos funcionaban bien los sábados y domingos. El sistema de compras, sin excepción, en comercios mayoristas y minoristas, era el carnet de crédito, o la libreta mensual. Las deudas no se pagaban, proliferaban los vivos. Y entre el fiado y las míseras tramoyas mensuales, el argentino medio medraba entre el ardid, el prestamista, la exasperación, el cinismo imaginativo y la pobreza humillante".
A tal punto llegaba la cosa que el propio general Uriburu, una vez derrocado Yrigoyen, desde luego, debió acudir en ayuda de sus camaradas de armas empeñados hasta el caracú, según se supo, mediante un decreto por el cual se autorizaba a la Dirección General de Administración del ministerio de Guerra, a arbitrar recursos hasta la suma de 5 millones de pesos moneda nacional con el propósito de tomar a su cargo las obligaciones contraídas por los militares con sus acreedores y contrayendo en plaza los empréstitos necesarios a tal propósito.
Quedaban excluidos, no sabemos por qué, los soldados conscriptos.
Por su parte, el Congreso Constituyente de la Federación Obrera Poligráfica Argentina declaraba en 1929, agregándole una mancha más al tigre, que "...el país atraviesa una situación de crisis cuyas consecuencias palpa, en primer término, el proletariado de la ciudad y el campo; que dicha situación da lugar a la ofensiva del capital que se encamina a arrebatar las más caras conquistas del proletariado..."
Y mientras el capital se encamina, los pobres laburantes hacían lo mismo pero en sentido opuesto, es decir, yirar y yirar en "busca de ese mango que te haga morfar". Que, desde luego, no aparecía por ningún lado, por lo menos por los lados que solían frecuentar los trabajadores. Debe ser por eso que una ranchera cantada, por Tita Merello contaba con gran suceso de "crítica y público". Sus autores, Canaro y Pelay, la titularon con gran sentido de la oportunidad y exactitud monetaria ¿Dónde hay un mango, viejo Gómez? señalando la falta de circulante de esta manera:

Viejo Gómez, vos que estás
de manguero doctorado
y que un mango descubrís
aunque lo hayan enterrado.
Definime si podés
esta contra que se ha dado,
que por más que me arremango
ni por equivocación,
que por más que la pateo
un peso no veo en circulación.
¿Dónde hay un mango, viejo Gómez?
-----------------------------------
pa 'darle la cana
si es que se la deja dar?
Que si no se entrega
lo podemos allanar...

Desconocemos, finalmente, el resultado de los esfuerzos del viejo Gómez, manguero de fuste, aunque dudamos de su éxito. Porque la situación venía, en serio, mal barajada. Entre 1929 y 1930, en efecto, el intercambio en el orden mundial descendió en un 20 %, bajando de 68.460 millones de dólares a 55.365. La producción en el mundo capitalista sufrió un descenso del 42 %, hecho jamas registrado hasta el momento, y la desocupación se elevó a un total que variaba entre 30 y 50 millones. Solo en Estados Unidos había 12 millones de desocupados.
Y como Argentina dependía de lo extranjero en lo que a economía se refiere, lo que no es ninguna novedad, claro está, si los otros andaban mal, nosotros siempre teníamos la suerte y la posibilidad de ligar algo. "El 29 de octubre de 1929 —dice J. C. Dalto en 'Crisis y auge'— se produce en Nueva York el pánico bursátil con que comienza la gran depresión mundial, que realmente había estallado ya en 1928 en Alemania, Finlandia, Brasil y Austria. Ahora se suman a la crisis los EE. UU., Suiza, Checoslovaquia, Austria, Italia, Bélgica, Polonia, Egipto, Canadá, Chile, India y los Países Bajos. En 1930 se extenderá a Gran Bretaña, Francia, Suecia, Noruega, etcétera".
De ahí que en nuestro país —que no era cualquier republiquita desamparada de los beneficios otorgados por el capital internacional, como parecen creer algunos argentinos mal nacidos—: "...ingentes sumas de dinero son extraídas (...) y conducidas a Nueva York y otras plazas, que dan mayor interés al dinero".
"El éxodo de oro —agrega el mismo autor— entre fines de 1928 y 1929 llega a igualar lo entrado al país en los años buenos de 1927/28 (unos 17 millones de pesos oro sellado). En ese momento, el gobierno procede a cerrar la Caja de Conversión; abandona transitoriamente la vigencia del patrón oro. De esta manera es defendida la tenencia de oro que se encontraba en un nivel altísimo, representando el 77,1 % de los billetes emitidos". Por último:
"Hacia fines de 1929 descienden las transacciones y a principio de 1930 comienzan a contraerse violentamente las exportaciones y desciende el valor internacional de nuestra producción. El peso se desvaloriza." Será por eso, tal vez, que Raimundo Barcos pudo decir en una canción muy en boga por ese entonces:

Rosalía, Rosalía,
hay que hacer economía.
El dinero se termina.
Suspende la permanente,
el esmalte de las uñas,
y olvídate de la gente.
Rosalía, Rosalía,
¿Dónde vamos a parar?
La cartera se me afloja,
sí no das vuelta la hoja
yo me voy a divorciar.

Y Rosalía, quizás, antes de dejar de esmaltarse las uñas o suspender la permanente porque al fin y al cabo "hay cosas que ustedes los hombres no entienden; yo me pongo linda para vos solo", habrá acudido a un recurso muy utilizado en la época: maldecir a todo pulmón contra el gobierno. Lo que no tiene nada de original. Y lo mismo hacían las novias y los novios (aunque estos últimos sospechamos que no tanto), retratados en un tango de Fernández Blanco y Víctor Lomuto llamado Actualidades porteñas:

Los afiles más ardientes hoy se estiran como goma
porque sólo los doctores ganan ciento veinte al mes,
y las chicas más bonitas ya no encuentran ni por broma
quien las lleve hasta el Registro y se case de una vez.

Era otra manera, antigua pero no menos eficiente, de controlar la natalidad. Sin mencionar que si los doctores eran los únicos con un sueldo alto, debe tenerse en cuenta su carácter de universitario y eso lo explica todo. Es que, según Canaro y Pelay:

Es un siglo de aspirinas,
surmenages y de locos,
y a los que no están descentraos
se ve que les falta poco.

Arturo Frondizi, en su libro Petróleo y política señala que "...Sobre esta base de insuficiencia económica de los obreros para cubrir la totalidad de sus necesidades, se producen en el período 1923/30 movimientos destinados a mejorar las condiciones de vida y de trabajo que, aunque llegan a movilizar en conjunto grandes masas de huelguistas, no tienen el sentido ni la gravedad que tuvieron en el período anterior, sobre todo porque la situación de bonanza hizo posible la satisfacción, aunque solo fuera parcial, de ciertas demandas obreras".

Claro está, el merengue empieza ahora.
Por eso no es de extrañar el auge de un tango interpretado por Gardel que retrataba la "belle époque" para una determinada clase social en contraposición a la corrida de liebre de otra:

Un viejo verde
que gasta su dinero
emborrachando a Lulú
con su champán
hoy le negó el aumento
a un pobre obrero,
que le pedía un cacho
más de pan.

Debe comprenderse tal actitud porque la rentabilidad de las empresas no permitía, sin correr grave peligro de bajar las cortinas, excesivos aumentos de salarios que a nada conducen como no sea a acrecentar la espiral inflacionista.
Por suerte para los argentinos, los viejos verdes han sido desterrados definitivamente de las filas empresarias y además, a las Lulús de hoy no se las emborracha así nomás con champán. Lo que demuestra dos cosas: el aguante de las Lulús para el escabio y el ascenso cultural de vastos sectores femeninos.
Diez años antes, más o menos, porque el asunto venía de arrastre y la gente se queja por cualquier cosa, unas cuartetas anónimas cantaban, en La milonga del linyera, similar situación:

Voy a recordar, señores,
cosas tristes de la vida
y la mala situación
del obrero en la Argentina.

Lo que no constituía, según hemos visto, ninguna novedad. Más adelante el desconocido vate se lamenta o indigna, según la óptica del lector, de que eso suceda aquí, en nuestro propio terruño, país rico de toda riqueza natural, si los hay, y termina sugiriendo algunos proyectos de ley que no sabemos la suerte que habrán corrido:

Y más aquí en la Argentina
donde pa'todo hay remedio
menos para remediar
la situación del obrero.

Y ahora se tira el lance:

Vengan pronto el precio mínimo
la jornada de ocho horas
que demasiado abusaron
los patrones hasta ahora.

Opinión personal muy discutible porque si los patrones abusaron —cosa que dudamos, dada la carencia absoluta de precedentes— sus buenas razones habrán tenido. Digo yo. Y eso que no tenemos en cuenta la visión socializante del autor que lo descalifica ipso facto para cualquier estudio serio y objetivo del problema. Porque, viejo, eso de pretender que trabajen nada más que ocho horas... ¿A dónde vamos a parar?
" Y que no estamos tan descaminados en esta apreciación del problema lo demuestra ¡cuándo no! un tango, 'Cachorro de bacán', donde sus autores, Batistella, Romero y Delfino cantan loas a la revolución rusa y se regodean amenazando con lo que vendrá el día que venga. Por supuesto, a nosotros que no tenemos un mango poco nos preocupa, total ¿qué nos pueden sacar? Pero a los otros, esos que amasaron grandes fortunas con suerte y sacrificio pensando nada más que en el país y sus hijos (los de ellos), ¿qué les espera?

Fíjense si no es verdad lo que decimos:

Cachorro de bacán
anda achicando el tren,
los ricos hoy están
al borde del sartén.
Y el vento del cotón
el auto y la mansión,
bien pronto rajarán
por un escotillón.
Parece que está lista y ha rumbiao
la bronca comunista pa'este lao.
Tendrás que laburar pa'morfar.

Lo que es inadmisible en este u otro país civilizado. Pero si alguna duda quedaba sobre el resentimiento de los autores y compositores, y ese afán bastardo y envidioso de pretender que los ricos trabajen, lo que sigue es concluyente:

Ya está, llegó, no hay más que hablar.
Se viene la maroma sovietista.
Los pobres ya están hartos de morfar salame y pan
y hoy quieren morfar ostras con suternes y champán.

Al César lo que es del César. ¿Por qué —nos preguntamos— negar las propiedades vitamínicas del salame con pan en beneficio snobista del suternes que pocos saben lo que quiere decir, y las ostras y el champán que son otras tantas maneras de hacerse el fino cuando uno es más gordo que el hombre montaña?
No negamos de ninguna manera los efectos de la crisis sobra las clases bajas —¡cómo podíamos hacerlo!— pero eso de meterles en la cabeza ideas locas no nos parece lo más apropiado para el desarrollo de las mismas como conjunto y particularmente, su evolución como seres humanos individuales, que también lo son. Además, habiendo tanto puro quebracho nacional, ¿a qué viene eso de preferir el extranjerizante y rubio champán?
No lo comprendemos. El final del tango es denigrante y por respeto al lector no lo transcribimos. Baste decir que pretenden —cuando se produzca el reparto— recibir en sus amantes brazos a la hermana del amenazado bacán para repartirla después entre la comunidad —término este, la verdad, que pensábamos había sido inventado por el gobierno del general Onganía y ahora descubrimos que no ha sido así. En fin, cosas de la política. Volviendo al cuento, las empresas tenían, como se ve, sobrados motivos para prevenirse. Y asegurar a sus hermanas contra cualquier intento de violación por parte de los tres libidinosos autores. Aun a pesar de la voluntad de ellas. Que nunca se sabe. Lo cierto es que el tango reflejaba en tono humorístico el temor irracional de las clases gobernantes de perder lo duramente ganado a sangre y fuego.
Menos mal, sin embargo, que no todo "está podrido en Dinamarca". Sobre el mismo tema otro autor, Solari Parravicini, nos reconcilia con los imperecederos valores de la civilización y con la perdurabilidad de la entidad hombre que en vano pretenderán destruir algunos.
Así, compone una canción dedicada a los nobles "que, fugados de las iras de un pueblo levantado, ruedan por el mundo".

Dominemos nuestra emoción y oigámoslo:
Con un órgano en el hombro
tocando va Ivanoff.
Con él su esposa y su hija
pidiendo en nombre de Dios.

¿No es enternecedor? El noble Ivanoff, que por lo visto lo único que aprendió en sus años de jolgorio fue llevar el "órgano en el hombro" —no queremos ni pensar en lo que hubiera sucedido si se tratara de un piano— no tiene otro recurso para ganarse el mango que hacer cantar y gritar a

La pequeña Sarita
es quien canta y quien grita
para aliviar su dolor.

Por suerte, estamos en la Argentina y no en cualquier país del Caribe —dictatorial a todo trapo— que según hemos leído en estos días hasta leyes contra la vagancia ha impuesto, lo que de ser aplicado aquí producirían a Ivanoff algunos trastornos por gracia y obra, exclusivamente, de una revolución que lo despojó de sus palacios, tierras, ciervos y cervatillos, caballerizas, nobles brutos, brutos nobles, lacayos con librea, bebidas espirituosas, paseos por Europa ida y vuelta, veladas musicales, arpas, clavicordios, Vivaldi en persona, mayordomos, amas de llave, trajes a troche y moche, modales distinguidos, besamanos, títulos de nobleza, derecho de pernada, pelucas, joyas y más joyas, obras de arte, balnearios de moda, compositores famosos, escritores notables, unos pocos rublos, carruajes, diligencias, unos pocos dólares, jubones, rapé, unos pocos francos, zares y zarinas, unos pocos marcos, en fin, alguna que otra cosita amasada a través de los siglos de pariente en pariente porque la tradición es sagrada; y que los dejó en pampa y la vía, cosa no del todo despreciable, la verdad, si se piensa en lo beneficioso que es estar en contacto con la naturaleza, de cara al sol y respirando aire puro, según lo aconsejan los más reputados médicos del mundo.
Y todo eso, mientras se espera que la veleta del tiempo gire hacia nosotros. Que la esperanza, Ivanoff, es lo último que se pierde.

 

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