Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO

URIBURU: LO QUE VA DE AYER A HOY

"Nuestro mayor estímulo y mejor premio, en la marcha victoriosa hacia la Capital, fue el contemplar cómo era admirado nuestro paso por las mujeres. Y yo digo, volveríamos de buen grado a salir a la calle solo por tener el honor que se fijasen otra vez en nosotros los buenos ojos de las gentiles chicas porteñas."

General Pedro J. Rocco, en Crítica, 27 de setiembre de 1930.

 

Los años 30
Horacio N. Casal
Centro Editor de América Latina
1971

 

 

 

uriburu.jpg (18191 bytes)
José Félix Uriburu

Este mismo general, de vocaciones donjuanescas, acusador de funcionarios radicales por desfalco, se vio envuelto años después en un proceso bajo el cargo de defraudación del que salió bastante mal parado: lo degradaron y quedó tirado como el perejil. Seguramente, por no tener a mano alguna gentil chica porteña que lo defendiera. Que así son de veletas algunas mujeres.

La tormenta avanza

El hecho es que los acontecimientos de setiembre se precipitan.
"Durante los días 3, 4 y 5 de setiembre se producen manifestaciones estudiantiles que son reprimidas por la policía; en ellas muere un individuo, y esta circunstancia es aprovechada para resaltar el martirologio estudiantil, aunque el occiso es un empleado bancario y nada tiene que ver con el estudiantado. La exaltación juvenil rebasa las fuerzas policiales y un cosaco (agente de la policía montada) es desvestido en Palermo y colgado de los brazos a un árbol en paños menores. A estas agitaciones callejeras se suma el 4 de setiembre la grave denuncia del diario La Nación, según la cual el gobierno ha sustraído ilegalmente del Banco de la Nación la suma de 140 millones de pesos." (Crónica Argentina, número 75.)
Sería para curar el resfrío del presidente, suponemos. Y suponemos mal, puesto que después de la revolución pudo comprobarse que la denuncia era falsa.
El impacto en el pueblo, sin embargo, se había producido.
Ya Yrigoyen ha delegado el mando en el vicepresidente Martínez, quien ensaya un cambio de gabinete con la esperanza de detener a la fiera. Ilusiones del viejo y de la vieja. "Nadie duda que la revolución estallará de un momento a otro". Sin embargo, no todas eran mieles para Uriburu y sus seguidores. En efecto, varias guarniciones militares, entre ellas la de Campo de Mayo, aseguran su lealtad al gobierno constitucional. Que resuelve, para evitar disturbios callejeros, implantar en la Capital el estado de sitio. La medida no atempera los caldeados ánimos y durante la noche se suceden graves incidentes promovidos por estudiantes de la Facultad de Medicina exigiendo el fin del gobierno radical.
Las últimas horas del día 5 y las primeras del 6 son escenario de febriles actividades por parte de los facciosos, quienes consiguen la importante adhesión del coronel Francisco Reynolds, director del Colegio Militar. Al amanecer, Uriburu se traslada a ese instituto, mientras pequeños destacamentos militares se rebelan contra el gobierno y se concentran en Colegiales. Grupos de civiles permanecen en Belgrano y un avión sobrevuela la Capital arrojando propaganda subversiva. La policía detiene a civiles y militares y lo propio sucede en Campo de Mayo con una caravana de automóviles ocupada por dirigentes políticos. Sin embargo —¡oh, poder de la oratoria!—, el jefe de la guarnición conversa con ellos y luego se pone en contacto con Uriburu para finalmente adherirse al golpe. No obstante, los esfuerzos del coronel Avelino Alvarez y del teniente coronel Atilio Cattáneo logran superar la situación y ordenan la detención de alrededor de 70 oficiales, lo que provoca el desbande de los civiles, que se refugian en el Tigre.
A las 10 de la mañana Crítica, que tenía sus motivos para saberlo, hace sonar la sirena anunciando a los cuatro vientos la revolución. Se inicia entonces la marcha de Uriburu sobre la Capital al frente del Colegio Militar. Desde su puesto de comando, el jefe sedicioso envía un mensaje al gobierno: "En este momento marcho sobre la Capital a la cabeza de las tropas de la primera, segunda y tercera división de ejército. Esperamos encontrar a nuestra llegada su renuncia de vicepresidente, como también la del presidente titular. Los hacemos a los dos responsables por cualquier derramamiento de sangre para sostener un gobierno unánimemente repudiado por la opinión pública".
Mientras aviones sobrevuelan la ciudad amenazantes, en la calle se producen manifestaciones con tiroteos y todo. Se allanan locales en busca de armas, entre ellos la sede de la Liga Patriótica Argentina, benemérita institución de bien público, que solo por error pudo pensarse era cómplice de los revoltosos. Apenas alguno que otro cañón se habrá encontrado, nada más...
Crónica Argentina, ya citada, relata así los episodios:
"...Poco después de las 3 de la tarde el almirante Abel Renard se presenta a bordo de la cañonera Rosario con el objeto de sublevar a la marina. Una hora más tarde es detenido por orden del capitán de navío Andrés M. Laprade, y se ordena el desembarco de tropas navales, que se despliegan por Puerto Nuevo, mientras efectivos militares dominan el arsenal naval de Zarate. Las tropas revolucionarias siguen su avance, engrosadas por elementos civiles que comanda e! coronel Francisco Fassola. En el comando de las tropas leales circulan versiones confusas; y mientras el teniente coronel Gregorio Pomar da seguridades respecto de la lealtad de los principales efectivos de Campo de Mayo, el ministro de Marina discute con el vicepresidente y se retira disgustado de la Casa de Gobierno ordenando el retiro de las fuerzas de marinería que guarecen ese edificio..."
Poco después, la marina se pliega al golpe de Estado. Lo que demuestra que el ser cabeza dura y chinchudo no conduce a nada bueno cuando de revoluciones se trata. Un quítame de allá esas pajas y ¡zas! los maringotes en contra. Este vicepresidente... Y como la Rosada es abandonada por todos los efectivos militares, no le queda más remedio al vice en ejercicio de la primera magistratura, que colocar en lo alto la bandera de parlamento. Si hubiera puesto la de remate es lo mismo. Ya no hay tu tía. Desde el diario La Época, radical hasta la muerte, se balea a los revolucionarios que aparecieron en plaza de Mayo y en plaza Congreso —escalera a dos puntas— y en este último lugar con Uriburu al frente.
"La bandera de parlamento aparece también —dice Crónica...— en el cuartel de policía e Yrigoyen, cediendo a instancias de sus íntimos —habrán tenido que hablarle a gritos para que los escuchara— abandona su domicilio de la calle Brasil y, acompañado por el ministro Oyhanarte, se dirige a La Plata. En Campo de Mayo, sin embargo, la situación es favorable al gobierno, y todo se halla preparado para iniciar la contraofensiva asaltando El Palomar a las 4 de la mañana del día siguiente. El coronel Avelino Alvarez, con la colaboración inmediata del coronel Sisterna y el teniente coronel Cattáneo, ha organizado una poderosa fuerza con los efectivos de las escuelas de infantería, caballería, artillería y suboficiales, el regimiento 2° de Artillería, el 10 de Caballería, un grupo de artillería a caballo y otro de infantería montada, el batallón de ferrocarrileros y las tropas de los servicios generales."
A pesar de todo eso, el destino del gobierno radical está jugado. El diario La Época es incendiado por algunos piromaníacos setembrinos y los bomberos llegan tarde para apagar el fuego. Que comparado con el incendio central que envuelve al gobierno es juego de niños.

Importancia del cuarto poder

Una breve disgresión que hace, sin embargo, al problema que estamos tratando.
Como es sabido, en el año 30 no existía, desgraciadamente, la Sociedad Interamericana de Prensa, vulgo SIP. De haber sucedido eso, es decir, la presencia insobornable de tan alto organismo encargado de vigilar la libertad de prensa y ainda mais en todo el continente, una actitud del general Uriburu, una sola que vale por cien, habría producido, no lo dudamos, frondosos comentarios laudatorios hacia su persona por parte del citado vigía y defensor del cuarto poder.
En efecto, en plena tarea insurreccional, el militar que ocuparía la presidencia de la Nación momentos más tarde se da maña para atender al periodismo (porque no tiene nada que ocultar) y si bien lo hace con las limitaciones propias de la violenta batalla que está organizando, lo hace. Que no todos se animan, caramba.
En su edición del domingo 7 de setiembre en efecto, el diario La Prensa relata a sus privilegiados lectores, en recuadro, su entrevista con el general producida el día anterior en medio de las balas y los obuses y el tableteo incesante de las ametralladoras y el humo sofocante de la pólvora y el ruido infernal de los cañones y no hablemos de los lanzallamas y las bombas de napalm, porque en esa época no se habían inventado, que para el caso es lo mismo. Igual el general hubiera procedido como lo hizo.
Bajo el original título de "Manifestaciones del general Uriburu" el matutino dice lo siguiente:
"Deploro profundamente —nos dijo el alto jefe con la energía propia de quien vive horas de intensa responsabilidad— que debido a las circunstancias no me sea posible ser extenso , en declaraciones, pero por tratarse de representantes de La Prensa y en medio de la intensa actividad que demanda un cargo tan delicado y complejo como el de jefe de un movimiento revolucionario, puede usted decir a su diario que el general de la Nación José Félix Uriburu ha asumido hoy el cargo de jefe militar de la revolución" (que nosotros sepamos, la Constitución no prevé el "cargo" de "jefe de la revolución" como sostiene el general; no obstante, en aras de la prudencia, si el jefe lo dice, bien dicho está) "y que tan pronto como las circunstancias se lo permitan, no tendrá absolutamente ningún inconveniente en ser más amplio en una nueva entrevista.
"Seguidamente —finaliza el suelto— el general Uriburu nos dio un cordial apretón de manos" (suponemos que el embobado cronista no se habrá lavado las extremidades superiores por varios días) "y continuó impartiendo órdenes a sus numerosos ayudantes". En la misma edición, el matutino de marras relata la manera en que se acercaban las fuerzas revolucionarias a la Capital Federal. Cualquier parecido a entusiasmo o adhesión al movimiento es pura coincidencia.
"Tarea ardua —dice La Prensa— motivó la organización de la columna que había de encabezar las fuerzas del Colegio Militar cuando poco antes de mediodía se recibió de un teniente un parte de gran importancia, por el que se anunciaba que con destino a la Capital Federal habían Iniciado su marcha después de plegarse al movimiento revolucionario. "A las 11.30, más o menos, el general Uriburu dio la orden de iniciar la marcha y con un toque de clarín que conmovió visiblemente a los presentes" (siempre las marchas militares enardecieron a las multitudes), "se vio a los cadetes de las tres armas perfectamente pertrechados con todos sus elementos, partir en dirección a la Capital Federal. "El director del Instituto, coronel Reynolds, encabezó las secciones de la escuela, a la que acompañaban dos bandas de música" (del triunfo no estaban todavía seguros, pero no cabía duda que se iban a divertir de lo lindo) "y otras dependencias con sus elementos de guerra" (al fin y al cabo se trataba de una revolución). "En un automóvil, se ubicaron el general Uriburu y otros jefes militares que formaban su estado mayor, escoltados por cadetes que mantenían comunicaciones con todas las fuerzas" (eran los que pasaban los chimentos, bah).
Descriptas ya las fuerzas militares, ahora viene la participación del pueblo:
"Además, engrosaron la columna muchos automóviles ocupados por jóvenes universitarios, médicos, abogados" (los pobres pacientes y clientes que esperen; la hora lo exigía), " y otras caracterizadas personas vinculadas a la vida partidaria del país, en su mayoría armados con fusiles de distinto calibre, pistolas y revólveres" (evidentemente; en el apuro cada uno robó lo que tenía más a mano).

Delirio popular

Cuando llegan al pueblo de San Martín, en efecto, se produjo la avalancha, la apoteosis, el despiporre:
"El pueblo de San Martín se ha volcado entusiasta en las calles de San Martín para presenciar el movimiento de las tropas del Colegio Militar" (¿nada más que para eso?) "y para ratificar la adhesión por los cadetes del primer instituto del ejército" (ya nos parecía).
"El pueblo aplaudía y comentaba elogiosamente la acción del ejército, principalmente del instituto citado, que ayer fue eje del movimiento revolucionario."
Y como por arte de magia, porque la imaginación creadora del pueblo es inagotable, aparecieron los símbolos patrios:
"Hombres, mujeres y niños de todas las edades recorrieron las calles de San Martín con banderitas pequeñas y escarapelas con los colores nacionales" —suponemos donados por los progresistas comerciantes de la zona— "y proveían de las mismas a los oficiales" (siguiendo el correspondiente orden jerárquico, desde luego) "soldados y particulares".
Finalmente, a las 6 de la tarde avanzan por la Avenida de Mayo las tropas revolucionarias (recuérdese que los medios de transporte de la época no eran los más adecuados para las revoluciones veloces) y los generales Uriburu y Justo penetran en la Casa Rosada, donde todavía está el vicepresidente Martínez, impaciente por la demora de los recién llegados y dispuesto no obstante a hacerles los honores correspondientes a todo visitante y sobre todo a éstos de tan alta jerarquía y pocas pulgas. Porque los argentinos seremos lo que seremos, pero descorteses no, eso sí que no. Que por algo fuimos (y esperamos seguir siéndolo) durante mucho tiempo amigos de tantos caballeros británicos.
El asunto es que Uriburu, como buen militar, no se anda por las ramas y con la franqueza del soldado le explica los motivos de su visita. Le exige la renuncia en una palabra y para no dilatar demasiado el asunto. Entonces, se pregunta el vicepresidente, ¿vale la pena discutir? Llega a la conclusión de que no, que no hay que dar por el pito más de lo que el pito vale y sin perder tiempo en circunloquios que a nada conducirían, se la entrega y luego de saludar se retira. Eso sí, suponemos que mirando continuamente hacia atrás, por si las moscas...
Mientras grupos civiles incendian el diario La Calle y tropas militares se apoderan del Correo, una manifestación ruidosa asalta el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical.
Nos quedaba algo en el tintero que demuestra la participación activa del pueblo en el evento subversivo y es importante destacarlo, porque muchos han negado que las masas apoyaran el movimiento setembrino. La Nación del día 7 al reseñar los acontecimientos, señala que: ".. .Entre los mil automóviles (recuérdese que el parque automotor de aquel entonces no tenía las dimensiones monstruosas de ahora) de muchachos entusiastas que se habían plegado a la columna, surgió de pronto la fisonomía afilada y simpática del príncipe Luis Fernando de Hobenzollern. Iba manejando su «voiturette» con su distante elegancia de rey en el exilio..."
Podía hacerlo así, claro está, porque no existían aun los semáforos.
Volviendo al cuento. En la ciudad de La Plata, mientras tanto, Yrigoyen comprueba que los jefes militares no le responden (es decir, le responden, claro, pero le dicen que no) y entonces se dirige al cuartel del 7° de Infantería y allí se presenta en calidad de detenido, suscribiendo su renuncia, redactada en los siguientes términos: "Ante los sucesos ocurridos, presento en absoluto la renuncia del cargo de Presidente de la Nación Argentina. Dios guarde a d. V. H. Yrigoyen. Al señor Jefe de las fuerzas militares de La Plata. Setiembre 6 de 1930".
A las 8 de la noche, los generales Isidro Arroyo y Justo comunican a los jefes leales reunidos aun en el Arsenal de Guerra dispuestos a resistir todavía, que el vicepresidente Martínez ha renunciado. Los generales Severo Toranzo, Félix Adalid, Martínez y Enrique Mosconi junto con Elpidio González encargan a Mosconi averigüe la veracidad de la noticia preguntándole al ya ahora ex vicepresidente si su dimisión "es auténtica y espontánea, u obtenida por la presión de la fuerza".
La respuesta no tarda en llegar. Efectivamente, la renuncia ha sido "espontánea y definitiva", pide a los jefes militares que desistan de su actitud porque quiere "evitar que se derrame una sola gota de sangre" y agrega que "ya todo ha terminado". Una multitud, mientras tanto, asalta la casa de Yrigoyen y destruye los muebles, quema papeles particulares y, arroja a la calle un busto del ex presidente arrastrándolo mediante sogas a lo largo de la calle Brasil. Claro está, éstos no significan actos de barbarie ni intervención de los bajos fondos.
Esa misma noche, varios amigos se reúnen para festejar el acontecimiento. El cordial ágape tiene lugar en el Círculo de Armas y allí, entre copas de rubio champán, el doctor Julio A. Roca alza su vaso y pronuncia palabras —como todas las suyas— para la historia: "Hoy he vivido —dice visiblemente conmovido— uno de los momentos más emocionantes de mi vida, solo, en un profundo recogimiento, frente al espectro de mis mayores, que parecían vindicarse del caudillo oscuro que les infirió el agravio de su barbarie".
¡Y dale con la barbarie! Debe ser por eso, por el asco hacia el caudillo oscuro, que el doctor Roca inclinaba sus preferencias en materia de colores por los rubios ingleses. Sobre gustos no hay nada escrito, desde luego, pero el pato lo pagaba el país.

 

Google
Web www.magicasruinas.com.ar