Este mismo general, de vocaciones donjuanescas, acusador de
funcionarios radicales por desfalco, se vio envuelto años después en un proceso bajo el
cargo de defraudación del que salió bastante mal parado: lo degradaron y quedó tirado
como el perejil. Seguramente, por no tener a mano alguna gentil chica porteña que lo
defendiera. Que así son de veletas algunas mujeres.La
tormenta avanza
El hecho es que los acontecimientos de setiembre se precipitan.
"Durante los días 3, 4 y 5 de setiembre se producen manifestaciones estudiantiles
que son reprimidas por la policía; en ellas muere un individuo, y esta circunstancia es
aprovechada para resaltar el martirologio estudiantil, aunque el occiso es un empleado
bancario y nada tiene que ver con el estudiantado. La exaltación juvenil rebasa las
fuerzas policiales y un cosaco (agente de la policía montada) es desvestido en Palermo y
colgado de los brazos a un árbol en paños menores. A estas agitaciones callejeras se
suma el 4 de setiembre la grave denuncia del diario La Nación, según la cual el gobierno
ha sustraído ilegalmente del Banco de la Nación la suma de 140 millones de pesos."
(Crónica Argentina, número 75.)
Sería para curar el resfrío del presidente, suponemos. Y suponemos mal, puesto que
después de la revolución pudo comprobarse que la denuncia era falsa.
El impacto en el pueblo, sin embargo, se había producido.
Ya Yrigoyen ha delegado el mando en el vicepresidente Martínez, quien ensaya un cambio de
gabinete con la esperanza de detener a la fiera. Ilusiones del viejo y de la vieja.
"Nadie duda que la revolución estallará de un momento a otro". Sin embargo, no
todas eran mieles para Uriburu y sus seguidores. En efecto, varias guarniciones militares,
entre ellas la de Campo de Mayo, aseguran su lealtad al gobierno constitucional. Que
resuelve, para evitar disturbios callejeros, implantar en la Capital el estado de sitio.
La medida no atempera los caldeados ánimos y durante la noche se suceden graves
incidentes promovidos por estudiantes de la Facultad de Medicina exigiendo el fin del
gobierno radical.
Las últimas horas del día 5 y las primeras del 6 son escenario de febriles actividades
por parte de los facciosos, quienes consiguen la importante adhesión del coronel
Francisco Reynolds, director del Colegio Militar. Al amanecer, Uriburu se traslada a ese
instituto, mientras pequeños destacamentos militares se rebelan contra el gobierno y se
concentran en Colegiales. Grupos de civiles permanecen en Belgrano y un avión sobrevuela
la Capital arrojando propaganda subversiva. La policía detiene a civiles y militares y lo
propio sucede en Campo de Mayo con una caravana de automóviles ocupada por dirigentes
políticos. Sin embargo ¡oh, poder de la oratoria!, el jefe de la guarnición
conversa con ellos y luego se pone en contacto con Uriburu para finalmente adherirse al
golpe. No obstante, los esfuerzos del coronel Avelino Alvarez y del teniente coronel
Atilio Cattáneo logran superar la situación y ordenan la detención de alrededor de 70
oficiales, lo que provoca el desbande de los civiles, que se refugian en el Tigre.
A las 10 de la mañana Crítica, que tenía sus motivos para saberlo, hace sonar la sirena
anunciando a los cuatro vientos la revolución. Se inicia entonces la marcha de Uriburu
sobre la Capital al frente del Colegio Militar. Desde su puesto de comando, el jefe
sedicioso envía un mensaje al gobierno: "En este momento marcho sobre la Capital a
la cabeza de las tropas de la primera, segunda y tercera división de ejército. Esperamos
encontrar a nuestra llegada su renuncia de vicepresidente, como también la del presidente
titular. Los hacemos a los dos responsables por cualquier derramamiento de sangre para
sostener un gobierno unánimemente repudiado por la opinión pública".
Mientras aviones sobrevuelan la ciudad amenazantes, en la calle se producen
manifestaciones con tiroteos y todo. Se allanan locales en busca de armas, entre ellos la
sede de la Liga Patriótica Argentina, benemérita institución de bien público, que solo
por error pudo pensarse era cómplice de los revoltosos. Apenas alguno que otro cañón se
habrá encontrado, nada más...
Crónica Argentina, ya citada, relata así los episodios:
"...Poco después de las 3 de la tarde el almirante Abel Renard se presenta a bordo
de la cañonera Rosario con el objeto de sublevar a la marina. Una hora más tarde es
detenido por orden del capitán de navío Andrés M. Laprade, y se ordena el desembarco de
tropas navales, que se despliegan por Puerto Nuevo, mientras efectivos militares dominan
el arsenal naval de Zarate. Las tropas revolucionarias siguen su avance, engrosadas por
elementos civiles que comanda e! coronel Francisco Fassola. En el comando de las tropas
leales circulan versiones confusas; y mientras el teniente coronel Gregorio Pomar da
seguridades respecto de la lealtad de los principales efectivos de Campo de Mayo, el
ministro de Marina discute con el vicepresidente y se retira disgustado de la Casa de
Gobierno ordenando el retiro de las fuerzas de marinería que guarecen ese
edificio..."
Poco después, la marina se pliega al golpe de Estado. Lo que demuestra que el ser cabeza
dura y chinchudo no conduce a nada bueno cuando de revoluciones se trata. Un quítame de
allá esas pajas y ¡zas! los maringotes en contra. Este vicepresidente... Y como la
Rosada es abandonada por todos los efectivos militares, no le queda más remedio al vice
en ejercicio de la primera magistratura, que colocar en lo alto la bandera de parlamento.
Si hubiera puesto la de remate es lo mismo. Ya no hay tu tía. Desde el diario La Época,
radical hasta la muerte, se balea a los revolucionarios que aparecieron en plaza de Mayo y
en plaza Congreso escalera a dos puntas y en este último lugar con Uriburu al
frente.
"La bandera de parlamento aparece también dice Crónica... en el cuartel
de policía e Yrigoyen, cediendo a instancias de sus íntimos habrán tenido que
hablarle a gritos para que los escuchara abandona su domicilio de la calle Brasil y,
acompañado por el ministro Oyhanarte, se dirige a La Plata. En Campo de Mayo, sin
embargo, la situación es favorable al gobierno, y todo se halla preparado para iniciar la
contraofensiva asaltando El Palomar a las 4 de la mañana del día siguiente. El coronel
Avelino Alvarez, con la colaboración inmediata del coronel Sisterna y el teniente coronel
Cattáneo, ha organizado una poderosa fuerza con los efectivos de las escuelas de
infantería, caballería, artillería y suboficiales, el regimiento 2° de Artillería, el
10 de Caballería, un grupo de artillería a caballo y otro de infantería montada, el
batallón de ferrocarrileros y las tropas de los servicios generales."
A pesar de todo eso, el destino del gobierno radical está jugado. El diario La Época es
incendiado por algunos piromaníacos setembrinos y los bomberos llegan tarde para apagar
el fuego. Que comparado con el incendio central que envuelve al gobierno es juego de
niños.
Importancia del cuarto poder
Una breve disgresión que hace, sin embargo, al problema que estamos
tratando.
Como es sabido, en el año 30 no existía, desgraciadamente, la Sociedad Interamericana de
Prensa, vulgo SIP. De haber sucedido eso, es decir, la presencia insobornable de tan alto
organismo encargado de vigilar la libertad de prensa y ainda mais en todo el continente,
una actitud del general Uriburu, una sola que vale por cien, habría producido, no lo
dudamos, frondosos comentarios laudatorios hacia su persona por parte del citado vigía y
defensor del cuarto poder.
En efecto, en plena tarea insurreccional, el militar que ocuparía la presidencia de la
Nación momentos más tarde se da maña para atender al periodismo (porque no tiene nada
que ocultar) y si bien lo hace con las limitaciones propias de la violenta batalla que
está organizando, lo hace. Que no todos se animan, caramba.
En su edición del domingo 7 de setiembre en efecto, el diario La Prensa relata a sus
privilegiados lectores, en recuadro, su entrevista con el general producida el día
anterior en medio de las balas y los obuses y el tableteo incesante de las ametralladoras
y el humo sofocante de la pólvora y el ruido infernal de los cañones y no hablemos de
los lanzallamas y las bombas de napalm, porque en esa época no se habían inventado, que
para el caso es lo mismo. Igual el general hubiera procedido como lo hizo.
Bajo el original título de "Manifestaciones del general Uriburu" el matutino
dice lo siguiente:
"Deploro profundamente nos dijo el alto jefe con la energía propia de quien
vive horas de intensa responsabilidad que debido a las circunstancias no me sea
posible ser extenso , en declaraciones, pero por tratarse de representantes de La Prensa y
en medio de la intensa actividad que demanda un cargo tan delicado y complejo como el de
jefe de un movimiento revolucionario, puede usted decir a su diario que el general de la
Nación José Félix Uriburu ha asumido hoy el cargo de jefe militar de la
revolución" (que nosotros sepamos, la Constitución no prevé el "cargo"
de "jefe de la revolución" como sostiene el general; no obstante, en aras de la
prudencia, si el jefe lo dice, bien dicho está) "y que tan pronto como las
circunstancias se lo permitan, no tendrá absolutamente ningún inconveniente en ser más
amplio en una nueva entrevista.
"Seguidamente finaliza el suelto el general Uriburu nos dio un cordial
apretón de manos" (suponemos que el embobado cronista no se habrá lavado las
extremidades superiores por varios días) "y continuó impartiendo órdenes a sus
numerosos ayudantes". En la misma edición, el matutino de marras relata la manera en
que se acercaban las fuerzas revolucionarias a la Capital Federal. Cualquier parecido a
entusiasmo o adhesión al movimiento es pura coincidencia.
"Tarea ardua dice La Prensa motivó la organización de la columna que
había de encabezar las fuerzas del Colegio Militar cuando poco antes de mediodía se
recibió de un teniente un parte de gran importancia, por el que se anunciaba que con
destino a la Capital Federal habían Iniciado su marcha después de plegarse al movimiento
revolucionario. "A las 11.30, más o menos, el general Uriburu dio la orden de
iniciar la marcha y con un toque de clarín que conmovió visiblemente a los
presentes" (siempre las marchas militares enardecieron a las multitudes), "se
vio a los cadetes de las tres armas perfectamente pertrechados con todos sus elementos,
partir en dirección a la Capital Federal. "El director del Instituto, coronel
Reynolds, encabezó las secciones de la escuela, a la que acompañaban dos bandas de
música" (del triunfo no estaban todavía seguros, pero no cabía duda que se iban a
divertir de lo lindo) "y otras dependencias con sus elementos de guerra" (al fin
y al cabo se trataba de una revolución). "En un automóvil, se ubicaron el general
Uriburu y otros jefes militares que formaban su estado mayor, escoltados por cadetes que
mantenían comunicaciones con todas las fuerzas" (eran los que pasaban los chimentos,
bah).
Descriptas ya las fuerzas militares, ahora viene la participación del pueblo:
"Además, engrosaron la columna muchos automóviles ocupados por jóvenes
universitarios, médicos, abogados" (los pobres pacientes y clientes que esperen; la
hora lo exigía), " y otras caracterizadas personas vinculadas a la vida partidaria
del país, en su mayoría armados con fusiles de distinto calibre, pistolas y
revólveres" (evidentemente; en el apuro cada uno robó lo que tenía más a mano).
Delirio popular
Cuando llegan al pueblo de San Martín, en efecto, se produjo la
avalancha, la apoteosis, el despiporre:
"El pueblo de San Martín se ha volcado entusiasta en las calles de San Martín para
presenciar el movimiento de las tropas del Colegio Militar" (¿nada más que para
eso?) "y para ratificar la adhesión por los cadetes del primer instituto del
ejército" (ya nos parecía).
"El pueblo aplaudía y comentaba elogiosamente la acción del ejército,
principalmente del instituto citado, que ayer fue eje del movimiento revolucionario."
Y como por arte de magia, porque la imaginación creadora del pueblo es inagotable,
aparecieron los símbolos patrios:
"Hombres, mujeres y niños de todas las edades recorrieron las calles de San Martín
con banderitas pequeñas y escarapelas con los colores nacionales" suponemos
donados por los progresistas comerciantes de la zona "y proveían de las mismas
a los oficiales" (siguiendo el correspondiente orden jerárquico, desde luego)
"soldados y particulares".
Finalmente, a las 6 de la tarde avanzan por la Avenida de Mayo las tropas revolucionarias
(recuérdese que los medios de transporte de la época no eran los más adecuados para las
revoluciones veloces) y los generales Uriburu y Justo penetran en la Casa Rosada, donde
todavía está el vicepresidente Martínez, impaciente por la demora de los recién
llegados y dispuesto no obstante a hacerles los honores correspondientes a todo visitante
y sobre todo a éstos de tan alta jerarquía y pocas pulgas. Porque los argentinos seremos
lo que seremos, pero descorteses no, eso sí que no. Que por algo fuimos (y esperamos
seguir siéndolo) durante mucho tiempo amigos de tantos caballeros británicos.
El asunto es que Uriburu, como buen militar, no se anda por las ramas y con la franqueza
del soldado le explica los motivos de su visita. Le exige la renuncia en una palabra y
para no dilatar demasiado el asunto. Entonces, se pregunta el vicepresidente, ¿vale la
pena discutir? Llega a la conclusión de que no, que no hay que dar por el pito más de lo
que el pito vale y sin perder tiempo en circunloquios que a nada conducirían, se la
entrega y luego de saludar se retira. Eso sí, suponemos que mirando continuamente hacia
atrás, por si las moscas...
Mientras grupos civiles incendian el diario La Calle y tropas militares se apoderan del
Correo, una manifestación ruidosa asalta el Comité Nacional de la Unión Cívica
Radical.
Nos quedaba algo en el tintero que demuestra la participación activa del pueblo en el
evento subversivo y es importante destacarlo, porque muchos han negado que las masas
apoyaran el movimiento setembrino. La Nación del día 7 al reseñar los acontecimientos,
señala que: ".. .Entre los mil automóviles (recuérdese que el parque automotor de
aquel entonces no tenía las dimensiones monstruosas de ahora) de muchachos entusiastas
que se habían plegado a la columna, surgió de pronto la fisonomía afilada y simpática
del príncipe Luis Fernando de Hobenzollern. Iba manejando su «voiturette» con su
distante elegancia de rey en el exilio..."
Podía hacerlo así, claro está, porque no existían aun los semáforos.
Volviendo al cuento. En la ciudad de La Plata, mientras tanto, Yrigoyen comprueba que los
jefes militares no le responden (es decir, le responden, claro, pero le dicen que no) y
entonces se dirige al cuartel del 7° de Infantería y allí se presenta en calidad de
detenido, suscribiendo su renuncia, redactada en los siguientes términos: "Ante los
sucesos ocurridos, presento en absoluto la renuncia del cargo de Presidente de la Nación
Argentina. Dios guarde a d. V. H. Yrigoyen. Al señor Jefe de las fuerzas militares de La
Plata. Setiembre 6 de 1930".
A las 8 de la noche, los generales Isidro Arroyo y Justo comunican a los jefes leales
reunidos aun en el Arsenal de Guerra dispuestos a resistir todavía, que el vicepresidente
Martínez ha renunciado. Los generales Severo Toranzo, Félix Adalid, Martínez y Enrique
Mosconi junto con Elpidio González encargan a Mosconi averigüe la veracidad de la
noticia preguntándole al ya ahora ex vicepresidente si su dimisión "es auténtica y
espontánea, u obtenida por la presión de la fuerza".
La respuesta no tarda en llegar. Efectivamente, la renuncia ha sido "espontánea y
definitiva", pide a los jefes militares que desistan de su actitud porque quiere
"evitar que se derrame una sola gota de sangre" y agrega que "ya todo ha
terminado". Una multitud, mientras tanto, asalta la casa de Yrigoyen y destruye los
muebles, quema papeles particulares y, arroja a la calle un busto del ex presidente
arrastrándolo mediante sogas a lo largo de la calle Brasil. Claro está, éstos no
significan actos de barbarie ni intervención de los bajos fondos.
Esa misma noche, varios amigos se reúnen para festejar el acontecimiento. El cordial
ágape tiene lugar en el Círculo de Armas y allí, entre copas de rubio champán, el
doctor Julio A. Roca alza su vaso y pronuncia palabras como todas las suyas
para la historia: "Hoy he vivido dice visiblemente conmovido uno de los
momentos más emocionantes de mi vida, solo, en un profundo recogimiento, frente al
espectro de mis mayores, que parecían vindicarse del caudillo oscuro que les infirió el
agravio de su barbarie".
¡Y dale con la barbarie! Debe ser por eso, por el asco hacia el caudillo oscuro, que el
doctor Roca inclinaba sus preferencias en materia de colores por los rubios ingleses.
Sobre gustos no hay nada escrito, desde luego, pero el pato lo pagaba el país.